viernes, mayo 14, 2021

El pistolerismo (13): La Nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi

La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó



Aquella noche, Arlegui presionó muy fuerte a Tejedor y a los de Badalona para que le diesen los nombres de los jefes de todo, para detenerlos. Pero no se los dieron pues, en realidad, no los conocían. Mientras tanto, en el dispensario y como ya he referido, Amalio Cerdeño se moría, pero no sin contarle toda la movida al fiscal Diego Medina. El fiscal, abrumado por la calidad de las confesiones que estaba escuchando, llamó por teléfono, a su casa, al primer ministro Sánchez Guerra. Se dice que cuando el jefe del gobierno se puso al aparato, todavía medio dormido, el fiscal se limitó a informarle de que tenía evidencias de que el gobierno civil estaba sacando a los obreros de sus casas para matarlos; y que solicitaba instrucciones.

Para Sánchez Guerra, aquélla fue una buena noticia. En realidad, el jefe de gobierno llevaba ya tiempo intentando, sin conseguirlo, cesar a Martínez Anido, demasiado blindado por los contactos que en Barcelona lo consideraban fundamental. Conocedor de que era muy probable que el gobernador civil estuviese en su despacho, lo llamó allí, y allí lo encontró. Cuando le expuso su repugnancia por los métodos de Arlegui, Anido le contestó que eran eficaces. Sánchez Guerra, en todo caso, no se desdijo que la decisión que ya había tomado. Le comunicó al gobernador civil el cese del comisario, que sería provisionalmente sustituido por un coronel de la Guardia Civil. Anido, en ese momento, se jugó un órdago, afirmando que si Arlegui se iba, se iba él. Las posibilidades son tres: o que estuviera cansado del cargo; o que realmente considerase que sin Arlegui era mejor marcharse; o que creyese que el primer ministro no le iba a aguantar el pulso, que es la teoría más aceptada por la historiografía; pero, claro, la mayoría de los historiadores es abiertamente contraria a su figura. El caso es que, sea como sea, Sánchez Guerra, como si estuviera esperando esa reacción, le conminó a entregar el mando al presidente de la Audiencia y personarse en Madrid ASAP.

El cese de Anido cortó en seco toda la operación de aquella noche que, según todos los visos, iba a ser mucho más amplia de lo que fue. De hecho, un interrogatorio entonces en marcha a tres activistas: Joan Manén, Guillem Martí y Viçenç Soler, se paró en seco. 

En la mañana, cuando los periódicos abrieron con el cese, a la burguesía catalana, esa misma que había estado poniendo palos en las ruedas del gobernador civil sobre todo porque lo encontraban muy poco catalán (más bien nada catalán), se le atragantó el café. No era la primera, ni sería la última vez en la Historia (y el presente) que al backbone político de Cataluña le pasa esto de que por andar dando por saco contra alguien porque no habla determinada lengua o no es el amarillo de su gusto, resulta que luego tiene que andar arrepintiéndose de sus propias mierdas. Sin Martínez Anido en el gobierno civil, los patronos se sentían desamparados. Ésta es la razón, de hecho, de que poco tiempo después, cuando los hechos les propusieran una solución incluso más radical: la ocupación militar del poder, todos ellos, casi sin excepción, aplaudieran con las orejas y hasta con los testículos. Esto lo recordaría el conde de Romanones, en medio de un escándalo de la pitri mitri, en las Cortes, durante el pleno de la II República en el que se juzgó al rey Alfonso XIII. El escándalo provino de las protestas de los diputados catalanes. Que protestaban, básicamente, para acallar la verdad con sus gritos.

Cuenta Josep Oller i Pinyol (el libro viene firmado como Oller Piñol, si lo queréis buscar), que era teniente coronel y mano derecha de Anido y es, además, autor de un libro sobre su labor en Barcelona; cuenta Oller, digo, que Cambó se presentó esa mañana en el despacho del gobernador civil y le dijo que, si se quería quedar, él podría torcer el brazo del gobierno. La noticia bien podría ser una mentirijilla de Oller para ridiculizar a Cambó, aunque cierto es que este tipo de gestiones por debajo de la mesa eran el terreno conocido de este José Bono con barretina (bueno, seamos justos: en todo caso, Bono será un pálido sosías de Cambó). Sea o no cierta la anécdota, le sirve al asistente de Anido para sostener la idea de que el gobernador civil estaba hasta los huevos de las dobleces de la alta burguesía catalana, de sus sonrisitas seguidas de puñalada, y le dijo que no, que él se piraba, que allá los catalanes, siempre apoyándole y poniéndole palos en las ruedas, siempre entre la puta y la Ramoneta.

El elegido para sustituir a Anido fue Julio Ardanaz. Cambiar a Martínez Anido por Ardanaz viene a ser como sentar en el banquillo a Sergio Ramos para sacar al campo a un suplente del Real Madrid C. El buen general, además, llegó a Barcelona sin instrucciones precisas; aparentemente, Sánchez Guerra, que muy lince la verdad es que no era, esperaba que el problema del pistolerismo se resolviese solo; o tal vez pensaba que Martínez Anido era todo el problema.

Los anarcosindicalistas, en todo caso, supieron administrar aquel cambio. Convencidos de que si empujaban podrían acabar encontrándose con un nuevo gobernador civil con toda la mala leche, se dedicaron a reconstruir sus estructuras sindicales y a reclamar la oficialidad de sus actos; trataron, pues, de lanzar el mensaje de que querían legalidad, no clandestinidad; de que querían negociación, no terrorismo. El 29 de octubre, una delegación de la CNT presidida por Joan Casanovas se reunió con Ardanaz y le prometió que lo que querían era defender la causa obrera, pero dentro de la legalidad. El general, demostrando muy bien cómo y para qué estaba allí, contestó que lo tendría que consultar con Madrit. En Madrid se tomaron bastante tiempo, pero al final contestaron que sí, que vale.

Ante estos hechos, el Sindicato Libre decidió buscar la colaboración con la CNT. Juan Laguía Lliteras se reunió con Ardanaz el 31 de octubre y así lo afirmó a la salida de dicha entrevista. Eso sí, la respuesta de la CNT ya era otra cosa.

El día 6 de noviembre, en el Teatro Bosque del barrio de Gracia, Françesc Comas, a quien todos conocían con el extraño mote de Paronas (extraño, por lo menos, para mí), presidió una reunión de anarcosindicalistas. En dicha reunión hubo una unanimidad casi total en el sentido de que a la oportunidad la pintaban calva, y que había que hacer las cosas sin amenazar la legalidad. Se lanzó, pues, el mensaje al Libre de que las negociaciones eran posibles. La cosa fue rápida. El día 8, dos días después del mitin de Gracia, Laguía informó a la junta directiva del Libre de que se había alcanzado un armisticio con la CNT a través del abogado de la formación, el mentado Joan Casanovas. Sin embargo, pocos días después, Casanovas lo negó. Da la impresión de que dicho armisticio existió, pero se pactó entre altos representantes de cada organización y en la CNT, conforme se fue conociendo en niveles inferiores, se produjo un movimiento de resistencia a un pacto con los tipos que les habían estado matando hasta unos días antes. La CNT, como organización asamblearia, era, si cabe, más sensible a ese tipo de presiones. Algunas federaciones, haciendo uso de su soberanía, lanzaron a sus trabajadores a la huelga; otras, en sus reuniones, leían la lista completa de los militantes asesinados durante la etapa Anido. Ángel Pestaña, en Madrid, rebajaba las ilusiones del gobierno insinuando que todo aquello era provisional; que si la CNT era agredida, volvería a amartillar las pistolas.

El día 21 de noviembre, las cosas se pusieron peor. En Mataró, los trabajadores de la empresa Hijos de A. Fábregas, todos ellos del Libre, estaban en huelga, reunidos en la puerta de entrada para discutir su estrategia. En ese momento, alguien les disparó. Aquello pudo acabar con la tentativa de paz, pero Laguía, ante la perspectiva de la llegada a Barcelona de Salvador Seguí (cuatro días más tarde) supo mantener a su gente más o menos tranquila.

Laguía y Seguí se vieron en casa de éste último, un día que no se ha podido precisar, aunque tuvo que ser a finales de noviembre o principios de diciembre. Seguí fue sincero con el dirigente del Libre: el mando de la CNT carecía de autoridad sobre los grupos de afinidad. Laguía le intimó para llegar a algún acuerdo y hacerlo público. Pero Seguí, a quien supongo muy bien informado del bullebulle en los niveles intermedios e inferiores del sindicato en Barcelona, no quiso dar ese paso. Laguía salió de allí convencido de que era inminente que las pistolas volviesen a humear. Sin embargo, en los meses siguientes hubo una paz entre ambos que cabe calificar, nunca mejor dicho, de anárquica, pues no respondía a pacto global alguno, pero, al fin y al cabo, eficiente.

En La Mola, durante su cautiverio, Salvador Seguí se había hecho cada vez menos anarco y más sindicalista. En realidad, salvando las distancias y los motivos, se podría decir que el Noi del Sucre había hecho en el maco el mismo viaje que, décadas después, haría Nelson Mandela. Había dejado de creer en la capacidad del anarcosindicalismo de derribar el orden burgués; pero, cuanto menos creía en esto, más creía en su capacidad para mejorarlo. Su idea era que los sindicatos creasen una nueva sociedad de obreros con derechos que acabase por fagocitar a la existente. Como digo, cambiando obreros por negros tenemos más o menos la evolución de Mandela.

Seguí, sin embargo, se enfrentaba a una fuerte oposición legitimista, procedente, sobre todo, de aquellos cuadros del sindicato que habían estado al pie del cañón en los meses duros, muy reticentes frente a los cabildeos. Si no estuviésemos hablando de anarquistas, y si la referencia no fuese válida sobre para aquellos de vosotros, lectores, que sois muy, muy frikis, se podría decir que la CNT había entrado en una polémica donatista. El 27 de diciembre, los anarquistas se reunieron de nuevo en el Teatro Bosque para elegir al Comité del Sindicato de la Construcción. Se presentaba, entre otros, Simó Piera, el líder de la huelga de La Canadiense. Consiguió salir elegido, pero en medio de una bronca bastante gorda. 

La oposición a Seguí y a los suyos le reprochaba que todo lo que le interesaba era su interés personal. Para entonces, al sindicalista lo perseguían este tipo de teorías; estando preso se había difundido que si tenía dos cuentas bancarias con mucho dinero, algo que tuvo que desmentir. Ahora, sus detractores dentro del sindicato argumentaban que todo lo que quería era ser diputado. El tema tenía su base pues, al parecer, el abogado Layret, antes de ser asesinado, había albergado el proyecto de crear un partido sindicalista muy parecido al que acabaría creando Pestaña.

Finalmente, un militante carrocero llamado Estanislao Maqueda dijo tener pruebas de que Seguí estaba traicionando a la organización. En el Ateneo Libertario de la calle de la Paloma tuvo que responder por esas acusaciones. El pliego de descargos de Seguí duró siete horas. Cuando terminó de hablar, el resto, o estaba convencido de que era inocente, o ya no podía más, porque eran las cuatro de la mañana.

El mes de diciembre de 1922 fue, pues, un mes en el que, en paralelo (y, también, en el Paralelo), Seguí desplegaba su estrategia de sindicalización del anarquismo, celebrando diversas reuniones para pulsar opiniones; mientras los grupos de afinidad afilaban sus espadas. El día 13, en un piso de la calle Calabria, en el Ensanche, se reunió un grupo de éstos, formado por Josep Batlle, Ramón de Riu, José Picón El Valladolid y Jaume Jiménez, Jaumet de la tenda. A la salida, Jiménez, que era el probable cabecilla, se enzarzó en una disputa con el vigilante del barrio, Pascual Porta. Porta disparó sobre Jiménez y los activistas respondieron, matándolo.

Por aquel tiempo cayó el gobierno Sánchez Guerra, sustituido por Manuel García Prieto. Ardanaz se apresuró a dimitir y fue sustituido por un diputado liberal catalán, Salvador Raventós. Raventós se trajo un jefe de policía, Hernández Malillos (que debía de ser de Torrent porque, tratando de averiguar su nombre de pila, he dado en saber que o él o alguien con los mismos apellidos tiene calle allí). 

El 2 de enero, en los locales de La Naval, y bajo la presidencia de Ramón Arín, la CNT celebró una reunión. Totalmente inspirados por Seguí (quien, sin embargo, no asistió, para respetar la autonomía del sindicato catalán), se proponía que fuese la propia CNT la que procurase los bienes y el bienestar que el Estado burgués le negaba al obrero. Se proponía, por ejemplo, que el Sindicato de la Construcción se ocupase de la falta de viviendas, y el de la Alimentación del suministro de las familias pobres. Era todo un plan de cooperativas, comedores colectivos y escuelas propias.

Un plan ambicioso que los meses por llegar acabarían enterrando. 


1 comentario:

  1. Anónimo6:43 p.m.

    Hola... lo dela polémica donatista lo recuerdo de la toma 6 de tu serie sobre Constantino :).

    Gracias por tanto.

    ResponderBorrar