La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Mal rollito
Martínez Anido y la Ley de Fugas
Decíamos ayer...
Una masacre fallida y un viaje a Moscú
La explosión de la calle Toledo
El fin de nada
La debilidad de Anido y el atraco del Poble Nou
Atentado a Martínez Anido
La nemesis de Martínez Anido y los planes del Noi
Han mort el Noi del Sucre
La violencia se impone poco a poco
¡Prou!
Coda: el golpe que "nadie" apoyó
El Libre avanzaba poco a poco. Había empezado intentando absorber a la CNT del ramo del Agua pero, lógicamente, su objetivo fundamental era el ramo Textil. Prosiguió fichando a antiguos dirigentes anarquistas, como Lluis Serra o la activista Dolors Ferrer. El 2 de junio, el Llibre organizó una asamblea en el Cine Montaña, en la que se escenificaron buena parte de estas incorporaciones. El 6 de junio, el rey Alfonso XIII estuvo en Barcelona y pronunció un discurso en el Hotel Eléctrico. Fue un discurso comentadísimo por las connotaciones autoritarias de sus palabras que, con el tiempo, se ha querido entender, y no es improbable que lo fuese, como un toque de atención real hacia lo que se avecinaba.
En el campo del anarquismo, Salvador Seguí, cada vez imbuido
de mayor prestigio entre los suyos, era secretario del Comité Nacional. Ya no
residía en Barcelona, sino en Madrid; y el cambio de residencia también le
supuso un cambio claro de punto de vista. Si en Barcelona, teniendo las
amistades correctas, se podía llegar a tener la sensación de que la revolución
estaba a la vuelta de la esquina, en Madrid era dificilísimo, si no imposible,
evitar la sensación de que esa idea era un meconio de nula factibilidad. Seguí
se convenció de que la táctica debía ser otra; de que la CNT tenía que hacerse,
por así decirlo, más posibilista, más accidentalista.
Para poder discutir eso adecuadamente, Seguí quería convocar
un pleno. Estuvo buscando la mejor ubicación para ello hasta que Manuel
Buenacasa, entonces secretario del sindicato en La Rioja, Aragón y Navarra, le
pidió el oportuno permiso a Juan Beranza, gobernador civil de Zaragoza, y lo
obtuvo.
Así las cosas, la reunión se celebró en Zaragoza, el 11 de
junio de aquel 1922. A decir verdad, Beranza, cuando se percató de la presencia
de Seguí y de Pestaña, se dio cuenta de que aquello no era la reunión local
para la que Buenacasa había solicitado el permiso y amenazó con clausurarla.
Sin embargo, la amenaza por parte de Buenacasa de una huelga general en la
provincia le convenció de dejar las cosas como estaban.
Este pleno de Zaragoza es el que es especialmente histórico
para la CNT por la decisión tomada de separarse de la III Internacional para
incorporarse a la Alianza Internacional del Trabajo o AIT, una organización
mayoritariamente anarquista fundada en Berlín con alguna participación
española, como la de Avelino González o Galo Díaz.
Sin embargo, lo que en su momento se tomó por principal
decisión del pleno, y es que lo fue, es la aprobación de la moción de Seguí
contra el apoliticismo de la CNT. La CNT, argumentó el Noi, en tanto que
organización revolucionaria, política en el sentido de que no puede permanecer
ajena a quién gobierna el país. Por ello, ni podía, ni debía, tener escrúpulo
alguno a la hora de apoyar en las elecciones a aquéllos que considerare más proclives
a sus demandas y necesidades.
Lo que se aprobó fue interpretado de formas diferentes por
unos u otros. Para quienes votaron, casi por unanimidad, la moción, es decir
los anarquistas, aquello significaba una opción pragmática por parte de la CNT,
una adaptación al momento muy especial en que estaba España. Sin embargo, para
los grupos políticos, digamos, burgueses, supuso la convicción de que la CNT se
iba a convertir en un partido político más; una forma, pues, de arrinconarlo en
el ámbito político español con un grupo minoritario de representantes. Fue este
optimismo con el que los no anarquistas y, sobre todo, los enemigos del
anarquismo se tomaron la propuesta, lo que comenzó a levantar dudas y críticas
dentro del propio movimiento anarcosindicalista. Con una lógica muy del
momento, eran muchos los militantes y dirigentes que consideraban que si a los
burgueses la decisión les gustaba, entonces es que no podía ser una buena
decisión.
Todas estas personas descontentas comenzaron a aglutinarse
en lo que llamaban grupos de afinidad,
es decir, grupos de personas que ya no encontraban en la propia organización de
la CNT la respuesta a sus inquietudes y demandas. En uno de estos grupos,
denominado El Crisol, militó un joven entonces de veinte años llamado Juan
García Oliver. Para colmo, el Sindicato Libre, decidido a no dejar a la CNT ni
un milímetro de espacio en la representación sindical, comenzó a convocar
huelgas y conflictos. Los patronos estaban de nuevo nerviositos.
Esta situación, de nuevo comprometida, fue la ocasión que
probablemente estaba esperando Pere Màrtir Homs. Homs era abogado laboralista
y, formalmente, había trabajado para y con los anarquistas; pero, en esencia,
era un logrero, uno de esos tipos que siempre
hay a los que les da igual Juana que su hermana. Pasaba además Pere Homs
por un mal momento, pues los anarquistas, que ya lo habían calado, habían
dejado de darle negocio. Así las cosas, cuando vio que los patronos no sólo
habían perdido el apoyo del Sindicato Libre sino que se enfrentaban a ellos,
les ofreció crear una organización de pistoleros al estilo de la del barón de
König. Junto con su mujer, a quien todo el mundo conocía como La Pagesa tal vez
porque era de campo, formó un grupo cuyo centro de operaciones era un bar: el
bar L’Esquerra de l’Eixample, en la calle de Aribau.
En los meses de julio y agosto, con los grupos de afinidad y
el de Homs campando por sus respetos por una Barcelona en la que, como he
dicho, pese a todo delinquir estaba chupado, hubo veinte tiroteos. En el más
importante de ellos, el 19 de julio, el comisario de policía Honorio Inglés,
después de haber estado en su comisaría de Horta, fue disparado en la espalda
en un callejón. Según algunos testimonios, podría haber sido el propio Arlegui
el que ordenase la agresión aunque yo, personalmente, no lo creo.
El Libre, mientras tanto, atizaba la hoguera: declaró el
boicot a la empresa Salisachs y, en un gesto histórico, se sumó a la huelga de
los mineros de Fígols, inicialmente decretada por la CNT.
Ojo, ojo, ojo: ¿la fusión Libre-CNT en el horizonte? Cosas
más raras se han visto, la verdad. En medio de todo eso, Martínez Anido pasaba
por su punto de popularidad más bajo, totalmente divorciado de la burguesía
catalana que, a través de la Lliga, lo criticaba por hacer de Barcelona un
vergonzoso espectáculo de orden público (aunque, como he dicho, si se hubiese
mostrado más catalán, probablemente no le habrían criticado). Anido, que tenía
un par la verdad, respondía cesando a todo subordinado que comiese butifarra y
sustituyéndolo por gentes que se supieran la Reconquista de memoria.
El 1 de agosto, la Diputación, controlada por la Lliga,
protestó por el exceso de atentados. Fue una especie de moción de censura al
gobernador civil. Martínez Anido, un poco hasta los huevos, dimitió. Dos
manifestaciones, una a favor y otra en contra, coincidieron en la Plaza de Sant
Jaume. Se arrearon hasta en el perineo. Aunque es posible que Sánchez Guerra
tal vez habría querido aceptar la dimisión del gobernador civil, no lo hizo por
presiones de la burguesía catalana, a la que asomarse al abismo le había dado
un poquito de vértigo.
En estas circunstancias, con un gobierno civil relativamente
debilitado a causa de su falta de apoyos políticos, sobre todo locales, se
llegó al verano de 1922. En ese momento, la CNT estaba en una gravísima crisis
económica, pues carecía de fondos de cuotas suficientes como para sobrellevar
todos sus gastos, sobre todo la ayuda a los presos y encausados; mientras que
muchos de sus miembros más conspicuos estaban en listas negras que les impedían
trabajar.
Por esa necesidad imperiosa de dinero fue por lo que los
anarquistas, y más concretamente Marcelino de Silva, propuso que atracasen el
tren de la MZA. La MZA, empresa de ferrocarriles, utilizaba uno de sus trenes
cada sábado para trasladar la nómina del personal, custodiada por una empresa
de seguridad llamada Aixelá. El tren salía del Poble Nou y se detenía en la
calle Taulat para cambiar las agujas. Era un momento vulnerable en el que se lo
podía atacar. Los anarquistas aprobaron la acción y se la encargaron a Ramón
Recasens.
La otra parte, por otro lado, tampoco se estaba quieta. Su principal
objetivo era Ángel Pestaña. El líder sindicalista había vuelto a vivir en
Barcelona, pero fuera de Cataluña era el anarquista más conocido, y lo
aprovechaba acudiendo a actos y movidas en los que denunciaba la represión en
Barcelona. El Sindicato Libre preparó un atentado a su persona aprovechando que
iba a hablar en una reunión legal en Manresa. La CNT se enteró del plan, pero
aun así Pestaña quiso atender la cita, eso sí, viajando a Manresa haciendo un
rodeo y acompañado de otros militantes. Al parecer, Pestaña estaba dolido
porque muchos militantes lo consideraban un cobarde que se había escaqueado del
teatro barcelonés cuando las cosas se habían puesto duras (acusación, cuando
menos en parte, cierta); y, por eso, cuando llegó a Manresa, dos horas antes
del acto, en lugar de irse al teatro del mismo y quedarse allí quieto se
emperró en pasear por Manresa, galleando y demostrando que no tenía miedo. Su actitud
le granjeó un encuentro con un pistolero del Llibre en un puente sobre el
Cardoner, que lo dejó bastante malherido. Los del Libre querían terminar lo que
habían empezado en la clínica donde ingresaron a Pestaña; sin embargo, en el
ínterin el tema de aquella agresión se convirtió en asunto de política general,
con los socialistas denunciándolo en el Parlamento de Madrid; y Sánchez Guerra,
temiendo que si Pestaña era finalmente asesinado fuese considerado poco menos
que cómplice, le ordenó a Martínez Anido proveerlo con una fuerte escolta.
Mientras todo el mundo estaba pendiente de la salud de
Pestaña, los cenetistas estaban terminando de diseñar el robo de Poble Nou. En
una pensión de la calle Ferlandina, esquina a Ronda de San Antonio, se citó la
célula del atentado. Eran seis activistas: Antonio Jiménez, Françesç Cunyat,
Manuel Ramos, Víctor Quero, Josep Francés y el propio Recasens. Todos ellos
huirían por la carretera de Francia hacia Barcelona y se esconderían en la
cooperativa El Adelanto Obrero, domicilio de Françesc Verdú. Como no tenían posibles para hacerse con un coche,
decidieron tomar un taxi. El palo lo darían el 1 de septiembre.
Efectivamente, el día antes Ramos y Cunyat alquilaron el
taxi 6.205, propiedad de Constantí Orté. A las siete de la mañana siguiente,
mientras los dos tomaban el taxi en el sitio convenido, Quero, Recasens y
Francés se mezclaban en la tropa de operarios de MZA, que se montaron en el
tren de obras custodiados por los dos profesionales de Aixelá Francisco Español
y Josep Mallofré.
Al llegar el taxi a la Riera de Horta, los ocupantes se
destaparon y encañonaron al chófer. Cunyat salió del vehículo y fue al paso a
nivel. Allí encontró al guardabarrera charlando con un amigo. El sexto de los
conspiradores, Jiménez, no estaba lejos, aparentemente bajando de la curda de
la noche anterior. Incluso Marcelino de Silva, a quien nadie podía ver porque
había trabajado en la MZA, estaba cerca, vigilando.
Cuando el tren, que era de vagones descubiertos, se acercó
al guardabarrera, Quero advirtió a Cunyat, que no hizo señal alguna; eso, en
realidad, era la señal de que todo iba como debía.
En ese momento, Cunyat encañonó al guardabarrera y su
contertulio, impidiendo el cambio de aguja. Eso hizo que el tren se parase en
seco, tras lo cual empezaron a disparar al aire mientras gritaban ¡A baix tothom! Eso sí, muy al aire no
dispararon porque uno de los inquilinos del tren, Mariano Mortende, murió a
causa de uno de ellos; y otro chaval joven que iba en el vagón tendría secuelas
de la bala que recibió.
Recasens, una vez que Quero controlaba la locomotora, pasó
al vagón donde estaban Español y Mallofré con la nómina. Les conminó a estar
quietos, pero al parecer el segundo hizo el gesto de ir a sacar su arma, por lo
que Recasens le disparó y mató. Luego tiró la nómina a la vía, donde ya estaban
Jiménez, Francés, y Quero que se les unió, desde mi punto de vista de forma un
tanto irracional, pues permitió al maquinista hacer sonar el silbato en señal
de alarma.
De no haber sonado ese silbato, Manuel Testa, soldado que
hacía la guardia en un cercano depósito de artillería, no se había coscado de
la movida. Alertado por el pitido, miró hacia el tren y vio dos cuerpos muertos
y a unos tipos que huían. Así pues, amartilló su arma y comenzó a disparar.
Como en las buenas series: continuará.
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