El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro
Como ya he dicho, los emperadores indios musulmanes eran suníes. Pero, entonces, ¿cuál fue la suerte de los shiíes?
Cuando se produjeron las
invasiones mongoles, muchos musulmanes shiíes habían huido y se habían establecido
en los territorios del sultanato Bahmani, en la meseta del Decán, donde todavía
a día de hoy hay una presencia bien visible de shiíes. Al emperador Akbar le
molaban bastante las movidas shiíes, así pues las permitió e incluso las
fomentó en su Corte. Jahangir, que como sabemos fue su sucesor, mantuvo el
tono. De hecho, Jahangir es mundialmente famoso por haber construido ese
edificio que millones de personas visitan cada año, el Taj Mahal. Todo el mundo
sabe que el Taj Mahal fue construido en memoria de la esposa del emperador;
pero menos gente sabe que esa esposa, Nur Jahan, era shií. Otro foco shií
existente en India es el área cerca de Lucknow, en Awadh, que se independizó
del Imperio mughal en 1722 cuando fue nombrado gobernador un descendiente del
séptimo imán. También hay una significativa comunidad shií en Cachemira.
En fin, el Imperio turco había
perdido definitivamente la partida frente a los poderes europeos cristianos en
el siglo XVIII. Cuando un poder otrora fuerte y monopolístico muestra
debilidad, siempre hay fuerzas que olfatean la sangre en el agua rápidamente y
comienzan a dar por saco. El Imperio otomano sufrió muchas rebeliones
interiores, muchas de las cuales no han ganado el derecho a tener su lugar en
la Historia por su brevedad y ausencia de eficiencia. Sin embargo, podemos
hablar de una, surgida en la región central de Arabia llamada Nejd, por la importancia
que tendría para la Historia del Islam, que es lo que verdaderamente importa en
estas notas.
Hablamos del movimiento de Ibn Abdel
Wahab; el wahabismo.
Abdel Wahab tuvo una larga vida
(1702-1793). Su gran objetivo fue purificar el Islam. El wahabismo ha sido
comparado a veces (de forma un tanto forzada, en mi opinión) con el
protestantismo europeo, pues comparte con él ese sentimiento según el cual la
religión verdadera ha ido sufriendo una serie de desvíos con los siglos, y que
es necesario regresar a sus primeras esencias perfectas. Para Abdel, la
importancia recae sólo en el Corán y en los hadith, y no, desde luego, en las
interpretaciones que de los mismos pudieron hacer eruditos en ocasiones muertos
mucho tiempo atrás (aunque, bueno, más tiempo aún hace de la muerte de El Profeta; pero como es un mensajero de Dios, ahí no cuenta). El wahabismo, pues, se centra en la vida de El Profeta, en
sus dichos, en el Libro, y en poco más; niega los avances o interpretaciones
que se hayan podido producir en siglos posteriores.
Otra resemblanza del wahabismo
con el protestantismo es que su líder enseñó durante toda su vida que es
responsabilidad de cada musulmán estudiar el Corán por sí mismo, rechazando con
ello versiones de la Fe extraordinariamente jerarquizadas como la religión
católica. Sin embargo, no hay que sobrarse. Wahab partía de la base de que cada
musulmán debía estudiar el Corán por sí solo pero, ojo, su aspiración era que,
en dicho estudio, llegase a las mismas
conclusiones que él. Y si no era el caso, consideraba dichas conclusiones
como apostasías. El wahabismo, por lo demás, es un movimiento completamente
suní, adscrito a la escuela hanbali pero capaz de aceptar las otras escuelas
suníes como válidas.
El gran enemigo del wahabismo,
esto es importante entenderlo, no es el cristianismo ni el judaísmo; no lo
fueron nunca. Son el sufismo y el shiismo, y es entendiendo esto como resulta
más fácil de comprender el enfrentamiento frontal entre Arabia Saudita e Irán,
y el profundo cambio en el mundo musulmán que supuso la revolución de los
ayatolás.
Wahab, nacido en una familia de
estudios hanbalis de Nejd, viajó por razón de sus estudios a La Meca, a Medina
y a Basora. De regreso a su casa pasó por Hasa, una zona en la costa oriental
de la actual Arabia pero que entonces estaba en la influencia del Bahrein shií.
Allí, lógicamente, tuvo un contacto intenso con el shiismo duodecimano. Se
convirtió en un activista anti shií y contrario a todas las prácticas del Islam
que él consideraba politeístas. De sus viajes sacó la conclusión de que la
idolatría había corrompido el Islam.
Así pues, construyó una doctrina
cuyo punto pivotal es la tawhid o
afirmación de la unidad divina. Los wahabíes no se llamaban así a sí mismos,
sino muwahidun, que viene a querer
decir aquéllos que afirman la tawhid,
aquellos que creen que no hay más que Alá y lo demás es tierra conquistada.
Wahab distinguió dos tipos de
unidad. Por un lado, la tawhid-al-rububiyah,
es la afirmación de la supremacía de Dios; viene a ser el monoteísmo de toda la
vida que también sostienen cristianos y circuncidados. Luego está la tawhid-al-uluhiyah o afirmación de la
divinidad de Dios, esto es, el principio de que Dios es el único Dios. En la
práctica, esto quiere decir que al buen musulmán wahabí la salvación no le
llega tan sólo por creer que hay un solo Dios que creó todas las cosas; también
ha de creer que ese Dios no comparte su divinidad con nadie ni con nada y que,
en consecuencia, rezarle a santos, a imanes, a intermediarios varios, es
idolatría.
Supongo que ya veis por donde
voy. La celebración del nacimiento, la vida y la muerte (cuando se haya
producido) de los doce imanes, que tiene una enorme importancia en las sociedades
shiíes, es idolatría a los ojos del wahabismo. Un wahabí cristiano, por lo
tanto, rechazaría de plano la fiesta del Pilar o de la Asunción y supongo que
exigiría la rematriculación de todas las iglesias existentes que, como supongo
que sabéis, están dedicadas a santos y santas de la Iglesia (y el Iglesio). Los
templos son de Dios, las fiestas son de Dios, los rezos se dirigen a Dios. Ni
qué decir tiene que esas demostraciones de piedad y contrición que a veces
se ven en la tele con ocasión de la celebración del martirio de Husein, las
gentes dándose golpes de pecho por la calle y tal, al wahabismo le mueven a, como el vasco del chiste, no ser partidario.
El segundo gran objetivo del
wahabismo fue el sufismo, a causa de que los musulmanes sufíes habían tomado la
costumbre de visitar tumbas y allí celebrar a esos muertos importantes. En
realidad, además estas visitas a las tumbas sufíes habían tomado, en la época
en la que Wahab vivió, el aspecto de auténticos festivales, donde se tocaba
música y se comía y tal. El rechazo de estas prácticas es una de las
principales razones por las cuales el wahabismo acabó adoptando un tono, en mi
opinión, excesivamente rigorista, básicamente enemigo de la música, la danza y
esas cosas que alegran la vida de la gente.
Wahab tuvo una vida bastante
parecida a Pablo de Tarso en lo que se refiere al caso que le hicieron sus
contemporáneos. La mayor parte de los clérigos y eruditos del Islam de su
tiempo se volvieron contra él; y no les culpo, ya que el wahabismo corría
peligro de embargarles su más preciada riqueza, que era el poder dimanante de
sus dictámenes doctrinales y sus interpretaciones moral-teológico-políticas.
La pelea entre Wahab y los
shiíes, por lo demás, es en gran parte responsable de que ambas tendencias del
Islam, a pesar de tener tantos puntos en común; a pesar de tantos ejemplos de
interpenetración y de respeto por las liturgias e ideas de uno de otro,
acabasen por darse la espalda for good.
Para Wahab, el rechazo shií de los tres primeros califas y de algunos de los
compañeros de El Profeta era un hecho totalmente inaceptable; quien eso hacía
no podía considerarse musulmán. Este rechazo tiene la consecuencia de que
reduce muy considerablemente el cargamento de hadith que pueden considerarse
auténticos y por lo tanto susceptibles de ser usados o interpretados en la
práctica doctrinal; y esto era algo que el sunismo no podía aceptar. De hecho,
Wahab consideraba que el shií, a causa de tener permitidas prácticas como la taqiya, es el peor creyente del mundo;
peor incluso que los cristianos y los judíos, pues éstos, al menos, no se hacen
pasar por musulmanes cuando les conviene.
Wahab predicó también que un buen
musulmán debe practicar la obediencia total a su gobernante, sin tener en
cuenta su carácter tiránico, siempre y cuando apoye la tawhid y la sharia y
luche contra las herejías. De este principio y de su alianza con el pequeño
emirato existente en su provincia natal, en poder de la familia al-Saud, es de
donde viene a nacer ese proyecto estatal que hoy llamamos Arabia Saudita.
Exactamente igual que en las
películas bélicas los soldados de infantería se colocan detrás del carro de
combate para avanzar, los al-Saud se colocaron detrás de Wahab en sus primeros
tiempos de expansión, aprovechando la potencialidad que les ofrecía la lucha de
éste en favor de su interpretación del Islam. Comenzaron en el Nejd como decía;
pero la primera vez que consiguieron cantar línea fue en 1773, cuando lograron
tomar Riyad, que entonces era la capital del principal emirato adversario. Se
decretó la yihad y la invasión se expandió hasta lo que hoy suele conocerse
como Primer Estado Saudita. Esta expansión, al desbordar las fronteras de Nejd,
donde sólo eran shiíes Ahmed y el de la guitarra, provocó que llegasen a áreas
donde la presencia de los seguidores de los doce imanes fuese mayor. Por ello,
en 1794 los wahabíes comenzaron una campaña educativa con el objetivo de
erradicar el shiismo de la Arabia oriental, donde éstos eran como tres cuartos
de la población.
En el 1802, un ejercitó wahabí
llegó a Kerbala. Mataron a 2.000 personas, saquearon la ciudad, y profanaron la
tumba de Husein. En Arabia avanzaban hacia el Hejaz, donde gobernaba, con el
título de protector de las ciudades santas, Sharif Ghalib, descendiente de El
Profeta a través de Alí y de Hasán. Ghalib estaba allí puesto por los otomanos
suníes y era él mismo suní; pero los wahabíes, por decirlo así, decidieron que
no era demasiado suní; así pues, en 1806 y el año siguiente tomaron el control
de La Meca y de Medina, y cerraron las rutas de peregrinación otomanas.
Los otomanos carecían de medios
para realizar una campaña contra estas conquistas, por lo que se volvieron
hacia el gobernador de Egipto, Mohamed Alí Pasha. Pasha avanzó hacia el Nejd y
llegó a su capital, Diriyah, en septiembre de 1818. Los egipcios bombardearon a
la ciudad a gusto. Cuando entró en la ciudad, apresó al principal erudito
wahabí, Sheik Suleimán, y lo ejecutó, no sin antes haberle obligado a escuchar
música.
De esta manera, daba la impresión
de que el wahabismo había desaparecido por el desagüe de la Historia, como
otras muchas rebeliones e interpretaciones del Islam antes y después que él.
Sin embargo, no es así. Al wahabismo, probablemente, lo salvaron las
importantes identidades que tiene con la reforma luterana europea. Durante el
siglo XIX, cuando el contacto entre el mundo musulmán y la cultura europea se
intensifique, estos parecidos se harán cada vez más evidentes a los ojos de
aquellas gentes que comenzarán a opinar en sus estudios que el Islam necesitaba
su propia reforma. Conforme esa idea, la de la reforma del Islam basada en el
regreso a sus esencias, vaya tomando fuerza, el wahabismo estará ahí para
ofrecer cuando menos a algunos de estos teóricos el tipo de herramientas
doctrinales que necesitaban para armar sus teorías. Con el tiempo, además, la
compleja evolución de los Estados musulmanes en el área, hija de la caída del
Imperio otomano, les otorgará espacio para crecer de nuevo.
¿Hola!
ResponderBorrarEn cuanto al párrafo que cito a continuación, ¿lo de que el gobernador de Egipto obligó al prinpal erudito waabí a escuchar música, ¿es verdad o frase sarcástica?:
Los otomanos carecían de medios para realizar una campaña contra estas conquistas, por lo que se volvieron hacia el gobernador de Egipto, Mohamed Alí Pasha. Pasha avanzó hacia el Nejd y llegó a su capital, Diriyah, en septiembre de 1818. Los egipcios bombardearon a la ciudad a gusto. Cuando entró en la ciudad, apresó al principal erudito wahabí, Sheik Suleimán, y lo ejecutó, no sin antes haberle obligado a escuchar música.
Como fuera, excelente entrada.
Es literal. Lo de la música en el Islam es tema sometido a discusión. Hay escuelas que la prohíben, otras sólo para danzar, hay casos para el canto de la mujer si lo escucha un hombre, otros que la permiten...
BorrarEl tema proviene de un hadith cuya interpretación es un tanto compleja.
OH... ¿Qué interesante! Investigaré más sobre ello.
ResponderBorrar¿Podrías comentarme un poco más de ese adiz y sus interpretaciones, porfa?
hadith, perdón.
ResponderBorrarLa traducción de Sahih al-Bukhari, libro 69, hadith 494v.
ResponderBorrarOH. La buscaré :)
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