Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Si
Carlos IV, Godoy o ambos pretendieron, que yo creo que de alguna
manera lo pretendieron, al menos el primero de ellos, resistir el
embate del francés, estaban en una situación bastante complicada
para hacerlo. En términos modernos, en el proceso de El Escorial
habían perdido, claramente, la batalla de la opinión pública. La
insistencia de Godoy (y, tal vez, según algunas fuentes, también de
la reina) en el sentido de mantener a Fernando lejos del banquillo y
de la condena, se lo dejó muy fácil a sus parciales a la hora de
convencer al pueblo español de que el príncipe era inocente.
Mientras
esto ocurría, sin embargo, las convicciones antifrancesas del
titular de la corona cada vez eran más profundas. Y fueron
definitivas a partir de marzo, cuando la ya ex reina de Etruria se
presentó en Aranjuez, jurándole a su pariente que Napoleón se
haría con Madrid como se había hecho con Roma. Por esos días, sin
embargo, Godoy le estaba ordenando al duque de Mahón que bajase los
brazos y dejase entrar a los franceses en San Sebastián como amigos.
Ignorando, veramente, que la construcción “franceses como amigos”
es un oxímoron histórico.
En
estos términos estaba el problema cuando Eugenio Izquierdo,
embajador español en París, llegó a Aranjuez con instrucciones de
Napoleón. Fue inmediatamente recibido por el rey, quien lo escuchó
desplegar una serie de puntos: Francia esperaba que
Inglaterra no hiciese movimientos contra ella; asimismo, tras haber
consolidado la situación en el norte de Europa merced al tratado de
Tilsit, deseaba ahora consolidad un status quo parecido en Italia,
España y Portugal, por la longitud de sus costas y las oportunidades
que brindaban para Inglaterra; que el emperador lamentaba que se le
hubiera pensado implicado en los sucesos de El Escorial; que todo lo
que se decía de que Francia apoyaba a Fernando para ser rey de
España eran mentiras distribuidas por Inglaterra; y que la invasión
de España tenía que ver con la intención de librar a España de la
pérfida influencia inglesa.
Sin
embargo, en las apresuradas notas de Izquierdo (todo se lo habían
dicho verbalmente), a partir de ahí comenzaba la cuesta arriba.
Napoleón le reprochaba a los españoles la poca colaboración con la
que habían recibido a las tropas francesas en su seno y en el hecho
de que no se hubiesen implicado en la guerra contra Inglaterra de
forma definitiva. Demandaba que, de una vez, se reuniesen las flotas
de Cartagena y de Tolón porque, decía, estaba maquinando un nuevo
ataque sobre Inglaterra. A lo largo de todas las notas de Izquierdo,
Napoleón argumenta la pertinencia de que España se aliase con
Francia contra Inglaterra por el bien de sus posesiones americanas.
Seguía
Napoleón diciéndole a Carlos que de su fidelidad no dudaba, pero
que lo de sus ministros ya era otra cosa. Habían hablado incluso los
mensajeros del emperador del nacimiento dentro de España de un
movimiento anarquista (sic) que querría una constitución para el
país como la inglesa o la americana; y que, si conseguían
rebelarse, supondrían que los franceses situados en España se
encontrarían doblemente atacados, por los ingleses y por los propios
españoles (cosa que acabó pasando, ciertamente).
En
consecuencia, razonaba Napoleón, puesto que las circunstancias no
eran exactamente las mismas que existían cuando se firmó el tratado
de Fontainebleau, el emperador no se sentía en la obligación de
cumplir la literalidad de su letra. Por ello, además de colocar sus
tropas en Portugal como prevenía el tratado, consideraba necesario,
para combatir al inglés, situar sus tropas en aquellos
lugares de España que fuesen convenientes (la invasión de España por la
puerta de atrás, pues).
Muy
en particular, el emperador había decidido ocupar todas las
provincias fronterizas con Francia y, ojo con el recado transmitido
por Izquierdo, “aun sobrado de antecedentes históricos y de
razones políticas para añadirlas al Imperio o establecer al menos,
entre las dos naciones, una potencia neutra, se limitaba a indicar el
cambiarlas por todo Portugal”.
En
torno a las querellas de la familia real, venía a decirle a Carlos
que haría lo que él le dijese. Que si le afirmaba que de verdad
había perdonado a su hijo el príncipe lo aceptaría, pero que si no
era así aceptaría que buscase otro hijo o pariente para que lo
sucediese.
Finalmente,
Napoleón ofrecía la posibilidad de firmar entre ambos países una
especie de Pacto de Familia 2.0, con nuevas cláusulas y mayores
compromisos (por parte de España, claro).
Ni
los reyes, ni Godoy, ni la princesa de Etruria, que estuvo también
presente en la entrevista en la que Izquierdo comentó todos estos
extremos, le comentaron nada a Fernando quien, por lo tanto,
permaneció ajeno a los movimientos de Napoleón. En el campo de las
impresiones personales, Izquierdo le dijo al rey que la suya era que
Napoleón no quería atreverse a hacer nada contra la monarquía
española mientras él, el rey, viviese; pero que si por cualquier
razón faltare, su más que probable intención era despegar a los Borbones de España.
Finalmente,
a Izquierdo se le transmitieron una serie de respuestas suaves, que
venían a ser la negativa a las peticiones de Napoleón, reputadas
por inadmisibles, pero con las mejores palabras posible. Salió de
Aranjuez el día 10 de marzo, parando en Madrid para despachar con
Godoy, que había regresado a la capital. Allí Godoy le dio una
carta para Napoleón en la que se defendía la formación del Estado
neutro allende el Ebro, y se proponía a la reina de Etruria para que
lo reinase. Claramente, ésta había ganado la voluntad de los reyes
en este terreno. Sin embargo, nada más marchase Izquierdo Godoy
comenzó a comerle la oreja al Borbón en el sentido de que aquello
no era ninguna buena idea y, como quiera que finalmente lo convenció,
despachó un jinete que alcanzó al embajador en Aranda de Duero y
recogió la carta. En términos de hoy, pues, consiguió anular el Whatsapp antes de que a Napoleón le saliesen las dos líneas azules.
Como
ya he comentado, en marzo, cuando llegó Izquierdo a Aranjuez, Godoy
ya estaba convencido de que el rey habría de huir de la presión de
Napoleón; tal vez al sur de España si se pudiese conservar como
bastión; tal vez a Baleares, plaza que, si los ingleses pasaban a
proteger a los españoles, no podría aspirar a tomar; tal vez, como
los reyes de Portugal, a América. Por cierto, que esto es algo que yo creo que no se ha analizado mucho por la historiografía, pero lo diré aquí: creo que no somos conscientes de lo mucho, mucho, que podría haber cambiado la Historia si Carlos IV hubiera hecho lo mismo que Joao de Portugal, y se hubiera marchado a América. No hay más que ver los muchos, y fundamentales, elementos diferenciales que presenta la independencia de Brasil sobre la del resto de las naciones latinoamericanas para darse cuenta que uno de los factores que sustentan esa diferencia es que cuando Brasil se planteó ser independiente, el rey de Portugal estaba allí (bueno, de hecho no sólo estaba allí; es que no quería volver, y no le culpo). Brasil, por otro lado, se independizó para convertirse en un imperio bajo el mando de un Braganza, don Pedro. Si Carlos IV se hubiera marchado a América, ¿dónde se habría radicado? Mi apuesta es por México o, tal vez, Lima. Cualquiera de esos dos gestos, sobre todo el segundo citado, habría colocado a la aristocracia criolla de su lado en contra de los indios y, en algunas zonas, los esclavos; sobre todo después de que éstos comenzaron a rebelarse en Saint Dominique, la actual Haití. Eso habría cambiado, tal vez, la relación de fuerzas que se puso en juego en los procesos de independencia; independencia que habría acabado llegando (como en Brasil), pero, insisto, tal vez con otros protagonistas, otros caudillos.
En fin, ahí lo dejo para los teorizantes ucrónicos.
Murat estuvo torpón a la hora de interpretar los movimientos de los españoles, pues se fió demasiado, y sobre todo, demasiado tiempo, de lo que para él significaba la entrega sin lucha de San Sebastián. De hecho, el mariscal francés no se alarmó hasta el día 13 de marzo; pero tan sólo un día más tarde, el general Solano estaba llegando a Badajoz, estableciendo las tropas españolas en el sur en posición defensiva para una hipotética ruta hacia allí de la familia real. En dicha fecha ya, por cierto, Murat se había coscado de la intensa provisionalidad de los vítores que habían recibido los franceses a su llegada a España, y consideraba al pueblo de Madrid como a punto de sublevarse.
En fin, ahí lo dejo para los teorizantes ucrónicos.
Murat estuvo torpón a la hora de interpretar los movimientos de los españoles, pues se fió demasiado, y sobre todo, demasiado tiempo, de lo que para él significaba la entrega sin lucha de San Sebastián. De hecho, el mariscal francés no se alarmó hasta el día 13 de marzo; pero tan sólo un día más tarde, el general Solano estaba llegando a Badajoz, estableciendo las tropas españolas en el sur en posición defensiva para una hipotética ruta hacia allí de la familia real. En dicha fecha ya, por cierto, Murat se había coscado de la intensa provisionalidad de los vítores que habían recibido los franceses a su llegada a España, y consideraba al pueblo de Madrid como a punto de sublevarse.
El
día 14, pues, enterado de que algunos regimientos de caballería
españoles, que estaban en Burgos con el francés, habían recibido
orden de movilizarse hacia La Mancha, cursó orden tajante de que no
se moviesen de la ciudad; y, de hecho, ofició al capitán general de
Castilla la Vieja una orden por la que las tropas allí situadas no
debían abandonar la región (casi todas habían recibido la orden de mudar de autonomía y bajarse a La Mancha).
Tal y
como nos cuenta Alcalá Galiano, que fue testigo de ello, a primeros
de marzo Godoy estaba ya desesperado. Solía el valido celebrar
reuniones de los miembros de su pequeña Corte en su casa, en la
esquina de Barquillo con la Casa de las Siete Chimeneas. Y en una de
éstas, celebrada poco antes de abandonar Madrid, el día 13, tuvo un
estallido fruto, más que probable, de la desesperación. Tuvo
palabras muy duras para dos frailes que allí estaban por lo que
consideraba nula resistencia del Papa a la dominación de Roma por
Napoleón, y llegó a decir: “yo estoy con lo que pasa tal, que
querría vestirme, no con hábito como ése que ustedes llevan, sino
con un saco, e irme a un rincón”. Da la impresión, pues, que al
hombre más poderoso de España, ahora que el poder lo llamaba a
heroicas resistencias, muy distintas de los gustosos pactos que
alguna vez acarició con quien ahora quería pasarle por encima, el
juego ya no le molaba. No hemos de sorprendernos mucho; es la estirpe
del político español medio, y también mediano.
El
día 10 u 11 fue la jornada, probablemente, que el rey Carlos eligió
para poner a su hijo en antecedentes de todo lo que estaba pasando.
Claude
Phillipe de Tournon-Simiane, conde de Tournon-Simiane, un aristócrata
francés que le hizo varios servicios a Napoleón, estaba entonces en
España e informaba al emperador con bastante asiduidad. Confirma el
testimonio de Alcalá-Galiano al contar en una de sus cartas que vio
apenas diez minutos a Godoy el día 13, cuando se marchaba de Madrid,
y que lo encontró extremadamente desasosegado. Se apresura, eso sí,
a recalcar que el punto de vista del pueblo español es justo el
contrario, puesto que, cuanto más jodido está el valido, más
contenta está la gente; llega a comentar que incluso los rumores de los problemas de Godoy habían provocado una subida de la cotización de valores. Por ello, le aconseja el conde a su jefe,
“todo proyecto sobre España debe pasar por el sacrificio de este
personaje”; propone que se le ofrezca “alguna posición cómoda,
tal vez en Alemania”. Ésta era la gran tragedia de Godoy en ese
momento: él, que había creído diseñar un modo de cosas en el que
él era la pieza fundamental para todos, se encontraba ahora con que
todos, salvo la pieza menos importante (los reyes aun efectivos de
España) había dejado de contar con él. Es lo que pasa cuando,
literalmente, tratas de engañar a todo el mundo todo el rato.
A
Frenchy Claude le llega el día 13 por la tarde la noticia, “por persona
bien enterada de los movimientos en Aranjuez”, de que allí todo
está dispuesto para hacer un viaje hacia el sur tras el cual el rey
pasaría a Gibraltar. Que, sin embargo, Carlos IV se niega a hacer
ese viaje, por considerarse un aliado del emperador y sostener que
éste no le hará nada; pero que, según el informante, tanto la
reina como el príncipe están tratando de convencerlo de lo
contrario.
Cuando
Godoy llegó a Aranjuez de Madrid, él que llegaba en medio de un ataque de nervios, se encontró a los reyes
desazonados; en palacio, los inhibidores de la angiotensina debían de correr como gominolas. De nuevo, como en la conspiración de El Escorial, había
aparecido un anónimo en las habitaciones de Carlos. Este anónimo
venía a decir que los mensajes transmitidos por Izquierdo formaban
parte de una conspiración liderada por Godoy para engañar a los
Borbones y provocar su huida de los franceses, que eran sus amigos.
Cometía el autor del escrito un error de primero de anónimos, que
era ser excesivamente preciso. Sin ir más lejos, se refería a la
anécdota del jinete enviado a Aranda de Duero a interceptar la carta
de Godoy que Izquierdo llevaba para Napoleón. Este detalle hizo
pensar a los reyes, con lógica, que la lista de quienes podían
haber escrito, o inspirado, ese anónimo, en realidad era muy corta,
pues aquel detalle apenas lo conocían unas pocas personas: el propio
Godoy, los reyes... y Fernando.
En
entrevista con Caballero, el ministro de Gracia y Justicia le dijo al
rey que había hablado con el príncipe, y que no creía que
estuviese dispuesto a marcharse con sus padres al sur; motivo por el
cual el viaje era desaconsejable, por la situación que se podría
quedar si el rey se marchaba y su hijo, mucho más popular, se
quedaba. Sin embargo, las noticias eran apremiantes: Dupont y Moncey
se dirigían ya, combinados, hacia el sur, y le habían hecho saber
al capitán general de Castilla la Vieja, general Francisco
Horcasitas, que pararían poco en las ciudades de la región, pues
iban al sur a toda prisa.
El propio Horcasitas intimaba a los reyes
para que saliesen hacia Sevilla defecando tonadas.
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