Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
A lo largo de 1928 y 1929, mientras en el campo se desplegaba la lucha de la colectivización y en los altos escalones del Partido se libraba la que sería en realidad postrera batalla de Stalin contra sus opositores, en parte como consecuencia, en parte como herramienta de todo lo que estaba pasando, se fue desarrollando la URSS como la conocemos: un Estado híper jerarquizado, que todo lo resolvía en conciliábulos de los que nada se sabe, basado en la existencia de una Administración mastodóntica, en la que Partido y gobierno se confunden, repleto de escalones en el fondo inútiles que sólo sirven para crear hordas de burócratas que han de votar en cada momento lo que se les insta a votar, a cambio de una existencia de vodka y putas en medio de un país en el que disponer de tres coliflores para un domingo era, literalmente, que te tocase la lotería.