jueves, junio 25, 2020

La Baader-Meinhof (18: el rescate)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos

A Röhl le dijeron de todo. En una comuna de Frankfurt le juraron que las niñas estaban en Escandinavia. En Sylt le dijeron que si en Frankfurt. Pasado un tiempo de investigaciones, finalmente logró saber que las habían enviado a Bremen. Wolfgang, su hermano, y un amigo de éste fueron allí, buscando dulcificar las cosas si las niñas estaban allí para que, al menos, no fuesen directamente entregadas a su padre. Allí averiguaron que las niñas habían sido vistas en el domicilio de un tal Jürgen Holtkamp; pero las perdieron por un cortacabeza, porque un par de horas antes de que Wolfgang llegase, dos personas vinculadas a la Baader se las habían llevado.

Röhl lo intentó todo: presionar al abogado de Bremen que Ulrike había contratado para la vista sobre custodia en Berlín, y emplear a detectives; pero a las niñas se las había tragado la tierra. A mediados de agosto suspendió la búsqueda y se fue de vacaciones a Italia, cerca de Pisa. La idea de ir a Italia se demostraría una buena idea.

El padre de las niñas, en todo caso, no estaba solo en el intento de hacer que las niñas se quedasen en algún lugar decente. Stefan Aust, que habría regresado de Estados Unidos, y el propio Peter Homann, como sabemos ex pareja de Ulrike él mismo, eran de la misma idea. Aust fue a visitar aquel mes de agosto a Homann, quien todavía no se había entregado a la policía. Allí se encontró con un hombre y una mujer jóvenes que le dijeron que estaban en desacuerdo con el plan jordano de Ulrike para las niñas, y que por eso mismo estaban dispuestos a darle detalles del trayecto que pensaban hacer con ellas. Pero tenía que ir él mismo a recogerlas. Homann no podía hacerlo; estaba huido de la Justicia, nunca le darían un pasaporte para ir a Italia (pues entonces, antes de Schengen, era necesario el pasaporte para ese viaje). Como quiera que Aust dijo que sí, la pareja le confesó que las niñas estaban en Sicilia pero, eso sí, a punto de que llegase la persona que se las tenía que llevar a Jordania. Incluso le dijeron el santo y seña que debería decir para que le entregasen a las niñas.

Aust, entonces, telefoneó a pelo puta a la Lufthansa para conocer cuál era el siguiente vuelo a Palermo; pero cuando le dijeron el precio del billete, se dio cuenta de que no podía pagarlo. Eso, sin embargo, no fue mucho problema, pues no le costó encontrar algún progre forrado que le prestase la pasta (si bien, nobleza obliga, le pidió que nunca confesara que había sido él quien se la había dado). La pareja amiga de Homann, viendo la determinación de Aust, le dio algo más de valor: el teléfono del típico contacto pijoprogre en Palermo. Stefan, ni corto ni perezoso, llamó al contacto y le informó de que, por orden de la banda, las niñas debían ser llevadas, para su entrega, a  un punto cercano al aeropuerto de Palermo. Este tipo de pequeños cambios de planes era bastante habitual en estas operaciones semiclandestinas, así pues al receptor de la llamada nada le pareció extraño en ella.

Así las cosas, Aust compró el billete para el primer vuelo a Palermo. Cuando llegó al punto indicado, lo estaban esperando allí los pijoprogres y los hippies. Les dijo el santo y seña (Profesor Schnase; es posible que Aust se equivocase pues, según Röhl, en realidad la contraseña era Profesor Schnake, pues era así como se llamaba uno de los muñecos de las niñas). En todo caso, los corresponsales o no se dieron cuenta, o verdaderamente ésa era la palabra de paso, porque el caso es que llevaron a Stefan a una playa donde estaban las niñas. Las encontró felices y súper bronceadas; lo cual es lógico, porque sus cuidadores no les hacían demasiado caso, así pues ellas se pasaban el día esparragando en la playa. Aust le dio un poco de dinero a los farloperos por las molestias, se deshizo de todo el mundo lo antes que pudo, y metió a las niñas en un tren en dirección a Roma.

Fue un golpe de suerte. Los verdaderos enviados de la Baader-Meinhof llegaron apenas dos horas después que él a reclamar a las niñas.

Llegado a Roma, Stefan Aust se fue al puerto de Ostia (y no al puerto de una hostia, como suelen traducir a César los malos estudiantes), donde vivía un fotógrafo amigo suyo. Desde allí, llamó a Hamburgo para localizar a Röhl; necesitaba su concurso porque las niñas no tenían pasaporte alguno. Sin embargo, en Hamburgo le dijeron que estaba de vacaciones, pero nadie parecía saber dónde (recordemos que estaba en la misma Italia). Finalmente, alguien lo llamó de Hamburgo diciéndole que estaba cerca de Pisa; incluso le dio la dirección.

En realidad, Röhl llevaba sólo tres días en Ronchi, su destino, cuando recibió un telegrama donde se le instaba a llamar urgentemente al fotógrafo quien, de todas formas, era colaborador ocasional de Konkret. Lógicamente, se quedó pijarriba cuando escuchó la voz de Aust, y la de sus hijas. Su amigo le dijo que viniera echando leches, pues nada les garantizaba que la Baader-Meinhof no estuviese ya sobre la pista de Aust.

Así las cosas, Klaus Rainer Röhl alquiló un coche con el que se fue a Roma a toda leche. Él y Aust se encontraron en la Piazza Navona. Sin embargo, la cosa no fue bien. Las niñas, machacadas durante meses con la idea de que su padre era un perfecto hijo de puta (como se ve, la vanguardia del progresismo mundial no elimina las buenas costumbres divorcieras), se negaron en redondo a irse con él a Pisa si tito Aust no las acompañaba.

Las niñas acabaron por acostumbrarse a su padre en Pisa, por lo que Aust regresó a Hamburgo. Por su parte, Röhl, en cuanto pudo extender los pasaportes, voló a Colonia con ellas.

Algunas semanas después, cuando Aust había vuelto a su casa de campo, recibió un mensaje. Una persona llamada Karl Heinz Roth estaba buscándole, y decía que era cuestión de vida o muerte que contactasen. Aust conocía a Roth, un dirigente de la SDS en Hamburgo que había estado en la clandestinidad por algún tiempo. Stefan fue a Hamburgo para verse con él, pero no se presentó en el lugar designado. Así que decidió esperarle en su apartamento en la compañía de su novia y de Homann; después de mucho esperar, sin embargo, se acostaron.

En medio de la noche, sin embargo, un largo timbrazo los despertó. En la puerta del apartamento estaba Roth, histérico, diciendo incoherencias. Cuando se tranquilizó, alcanzó a decirle que la Baader-Meinhof quería matarlo, y que le habían obligado a él, Roth, a confesarles su dirección. Roth le dijo que acababa de escaquearse de los Baader, pero que si no volvía en unos minutos se coscarían.

Así pues, Aust, la chica y Homann recogieron algunas cosas y salieron por la parte de atrás del edificio del apartamento, y se tuvieron que esconder durante unas dos semanas. A partir de ese momento, y por bastante tiempo, Stefan Aust resolvió ir armado.

Aust, por cierto, realizaría una muy interesante carrera en el periodismo alemán; en realidad, vendría a convertirse en uno de las principales figuras del firmamento juntaletras teutón. Fue muchos años editor jefe de Der Spiegel, así como el editor de Die Welt, una publicación más bien conservadora. Such is life.

Las niñas, además, probablemente le deben a Stefan su vida. Porque el campo de entrenamiento jordano donde la lisssta de su madre quería enviarlas fue, poco después, bombardeado por la aviación del rey Hussein y reducido a las raspas.

En fin, retomemos. La banda, como he dicho, estaba sur la paille, como aquel que dice, en lo que a miembros se refiere. Pero siempre hay un roto para un descosido; y, sobre todo, en esos momentos en los que una sociedad está pasando por un momento de ésos en los que quiere creer muchas gilipolleces. Y, podéis creerme, los años sesenta y setenta del siglo pasado fue, sin duda, uno de esos momentos.

Los años nucleados alrededor de 1968 son años de híper optimismo progre, en los que todo el mundo tiende a pensar que lo que el ser humano ha hecho en los 3.000 años anteriores es una puta mierda; que todo el mundo está equivocado; y que los que sí saben cómo hay que hacer las cosas son las personas que se pasan las tardes fumando farlopilla en comunas en las que, como en todas, sólo folla la minoría. Uno de los ámbitos afectados por esta filosofía “no tenéis ni puta idea”, normalmente formulada como “sacudámonos los prejuicios pequeñoburgueses”, era la salud mental.

En la clínica siquiátrica mantenida por la Universidad de Heidelberg, un sitio muy serio, había un nota llamado doctor Wolfgang Huber. Huber había sido contratado por la clínica en 1964, a sus tiernos 29 años; pero en 1969, tras cinco años de práctica, estaba claramente enfrentado con la dirección. Tan enfrentado estaba que había sido sancionado varias veces y había respondido a esos actos represivos creando un grupo de terapia contrario a los modos de actuación de la dirección. El planteamiento de William Huber, supongo que apoyado en el hecho de que entonces se decía mucho, y había mucha gente que lo creía (ya he dicho que era época de creer muchas gilipolleces) de que en la URSS no había locos; el planeamiento de Huber, digo, era que los enfermos no eran las personas, sino la sociedad. Que si en la clínica de Heidelberg había gente tolili era porque la RFA era una sociedad loca criadora de locos. Por lo tanto, la terapia siquiátrica más efectiva no era darle pastillas de litio a la gente que oía voces, sino hacer la revolución. Muerto el perro, por así decirlo, se acabó la esquizofrenia.

El 21 de febrero de 1970, la dirección de la clínica, entiendo que harta de escuchar y leer estupideces, cesó a Huber como asistente científico. La reacción del apelado fue ir a los tribunales, movilizar a los enfermos de su grupo de terapia para ocupar las oficinas administrativas de la clínica, y advertir a sus superiores de que, si persistían en el error, algunos de sus pacientes se suicidarían. En esas circunstancias, la dirección de la clínica se acojonó y buscó un compromiso. Huber siguió empleado y se le dieron cuatro salas para sus cositas.

En esas salas subvencionadas nació el SPK, siglas que lo son en alemán del Colectivo de Pacientes Socialistas.

El SPK, que inmediatamente comenzó a montar movidas y problemas varios, se estructuró en varios grupos; como su objetivo era hacer la revolución presuntamente curativa, no ha de extrañar que uno de los grupos se dedicase al estudio de los explosivos; que es una materia que, como todo el mundo sabe, es muy propia de pacientes con serios problemas mentales. Allí se foguearían futuros RAF-itas como Carmen Roll o Siegfried Hausner; porque es que el episodio del SPK es bastante más importante para esta historia de lo que parece.

El SPK se disolvió oficialmente el 22 de julio de 1971, para convertirse en el Information Zentrum Rote Volks Universitat, IZRU, o sea Centro de Información de la Universidad Roja del Pueblo. Poco después de eso, el IZRU anunció, cosa que no sorprendió a nadie, que apoyaba la guerrilla urbana, que era como entonces mucho progre de salón llamaba al terrorismo no practicado en el campo. Siegfried Hausner, Carmen Roll, Margrit Schiller o Klaus Jünschke serían algunos de los pupilos de este movimiento que, llevando a sus últimas consecuencias el principio de que para atacar la enfermedad hay que atacar a la sociedad, acabarían por llevar ese compromiso con la guerrilla urbana a niveles no retóricos.

1 comentario:

  1. Una de las hijas de Ulrike, Bettina, se ha destacado como una ferviente crítica de la extrema izquierda y de la violencia del grupo que fundó su mami. No puedo decir que me extrañe.

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