Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
Andreas Baader hizo sus primeros
pinitos como jefe de la banda, que ya por entonces llevaba su nombre y el de Ulrike
Meinhof en la Prensa, como los debe realizar un auténtico revolucionario: con una buena
purga o, cuando menos, intento de ella. Andreas estaba convencido, y no era el único, de que alguien había
traicionado a Mahler. El grupo allí reunido decidió que las sospechas recaían
claramente en Arpa, nombre en clave de Hans Jürgen Bäcker. Los síntomas eran
claros: él también tenía que haber ido al apartamento de Ingrid Schubert la
tarde-noche cuando fue Mahler, pero se quitó de en medio (en realidad, eso no
demuestra nada; los más listos de entre los infiltrados siempre quieren que la
policía los trinque delante de sus correligionarios; siempre hay tiempo para
una huida). Estaba en ésas, cuando el propio Bäcker apareció; todos comenzaron
a hacerle preguntas, y él, claro, se rebotó y se abrió. Baader ordenó a todos
que cambiaran de domicilio.
Ahora, lo importante era repetir
la jugada de Baader, pero con Mahler. Había que rescatarlo. Grusdat, muy
crecido, afirmó que sería capaz de construir un pequeño helicóptero, con el que
aterrizarían en el patio de la prisión y se lo llevarían. Otros defendían una
idea más clásica, que era realizar un túnel desde el sistema de alcantarillado.
Son ideas que nunca se llevaron a cabo.
Mientras se discutía el tema de
Mahler, que estaba bastante jodido, Hans (Baader) le ordenó a Kalle (Ruhland)
que se desplazara a la RFA para, junto con Rana (Ulrike) buscar casas nuevas. La idea era desplazar la actividad del grupo, emigrar la República Federal Alemana; un territorio mucho más amplio y diversificado, que no presentaba el problema de Berlín, al fin y al cabo un microcosmos relativamente sencillo de controlar por la policía. Ambos, Rana y Kalle, se encontraron en Hannover y luego condujeron hasta Wittlich, cerca de
la frontera con Bélgica, con la intención de buscar casas para el grupo
berlinés, que cada vez tenía una necesidad mayor de salir de allí por estar la zona demasiado caliente.
Condujeron hasta Rodenkirchen, cerca de Colonia, donde cambiaron de coche para
coger un escarabajo. El Volkswagen era propiedad de la misma persona que le
había ofrecido a Ulrike la casa de Wittlich: un editor de la radio alemana para
el que Ulrike había escrito un guión. Cuando llegaron a Wittlich, en todo caso,
a ella la casa le pareció una mierda. Los miembros de la RAF siempre se
caracterizaron por no meterse en cualquier cuchitril. Pasaron varias horas en
la casa que Ulrike puso de vuelta y media, durmieron juntos (cosa que a Ruhland
le sorprendió), y sólo cuando la abandonaron se dieron cuenta de que se habían
metido en el número equivocado de la calle. Ulrike, siempre tan meticulosa con los detalles.
Después condujeron a Neuenkirchen,
cerca del lugar de nacimiento de Ulrike. Allí se acoplaron en una casa que, para
sorpresa de Ruhland, resultó ser de un sacerdote católico.
Durante aquel viaje, Ruhland,
quien como ya hemos contado era un mecánico con muy poco contacto con el mundo,
digamos, intelectual, quedó bastante sorprendido por la cantidad de amigos que
tenía Rana. Porque Ulrike Meinhof era, por así decirlo, y para cierta
izquierda, la proscrita de moda. La Sipero del momento. ¿Que qué es un Sipero?
Pues un Sipero es aquella persona, aquella organización, aquel Estado, aquella
ideología, que, desde tu posición progre, no tienes más remedio (ésta es la expresión exacta) que deleznar,
pero a la que en el fondo admiras e incluso apoyas. Entonces dices eso de “Sí, es un asesino; pero…”; “Sí,
en ese país no hay libertad; pero…” No eres un buen progre de la vida si no
sabes manejar con elegancia, como mínimo, dos o tres Siperos. De hecho, en
España ha habido, durante décadas, un histórico Sipero llamado ETA. Medio País Vasco, y yo creo que me quedo corto, te decía hace tres o cuatro décadas: "son unos asesinos, pero..." Otro gran sipero ha sido, y sigue siendo, Cuba.
Una característica fundamental del Sipero es que está convencido de su altura moral respecto del resto de mortales. Por esa razón, él puede decir cosas como: "sí, en Cuba hay presos políticos, pero..."; o "sí, las FARC trafican con droga, pero..."; y, sin embargo, que alguien diga "sí, Pinochet reprimió a su población, pero levantó su economía" es un pecado mortal; cuando es, en esencia, la misma mercancía averiada intelectual. En aquella Alemania, y en según qué círculos chic, que alguien declamase con una copa en la mano que la RAF era una banda de ladrones y asesinos y que si supiera dónde estaban sin duda los denunciaría a la Policía, podía suponer, fácilmente, que ya nadie te dirigiese la palabra en todo el resto de la velada y, de hecho, la frecuencia de invitaciones a las mismas descendiese dramáticamente. No era progre decir esas cosas. Los chicos de la Baader-Meinhof, violentos, sí; asesinos, siquiera en potencia, sí, eran, en el fondo, buenos chicos un tanto equivocados pero, qué coño, defensores de las ideas que todos nosotros, contertulios de perilla, jersey de cuello algo, pipa apestosa y librito de Habermas subrayado en las primeras cuarenta páginas; todos nosotros, al fin y al cabo, defendemos. Nosotros, que tenemos dos y hasta tres casas, pero pensamos que el capitalismo es una mierda. Nosotros, que nos sentimos hondamente solidarios con el aplastado obrero bengalí, pero le tocamos el culo a nuestra becaria de cátedra en la facultad. Nosotros, los siperos, los perfectos.
Ulrike
Meinhof era la Sipero de muchísimos pijoprogres de su época, que luego se han
olvidado, claro; sobre todo desde que descubrieron la liberadora causa
ecologista, mucho, nunca mejor dicho, más limpia.
Ulrike iba de apartamento en apartamento,
todos por la puta jeró. Regresados de nuevo a Hannover, en la casa en la que se
acoplaron los esperaban unas maletas. Dentro de las maletas había unos
uniformes del Ejército. Eran necesarios para la próxima acción diseñada, que
era un ataque a un cuartel en Munsterlager, de donde la banda esperaba sacar un
importante alijo de armas. En la acción recibirían la ayuda de un compañero
conocido en clave como Ali y que en realidad se llamaba Heinrich Jansen; Jansen
conocía el cuartel por haber servido en él durante su periodo militar y, de
todas maneras, había sido el responsable de uno de los atracos simultáneos a
bancos tras los cuales Mahler había sido detenido.
Ulrike se había citado con Jansen
en una cafetería, y allí lo encontró en estado de intoxicación etílica. Los
tres se aplicaron a buscar una casa grande en la que pudieran caber más
personas (y, tal vez, Jansen pudiera vomitar a gusto), y luego se aplicaron a obtener información sobre coches legales que
pudiesen robar y para los que pudieran elaborar documentación falsa.
Evidentemente, su principal actividad fue estudiar el cuartel de Munsterlager,
para aprender sus rutinas de guardia y vigilancia. Ruhland se coló una vez y
comprobó que la cerradura del armero no era muy complicada; calculó que podría romperla
en unos ocho minutos. El armero recibía la visita de una patrulla cada dos
horas. Los terroristas concluyeron que podrían realizar el golpe si eran seis.
El golpe, sin embargo, no fue
posible. A la Baader-Meinhof siempre le persiguió un cierto olorcillo a
amateurismo, cuando menos entre algunos de sus miembros. Aquella banda tenía
ideología, vaya si la tenía; pero su historia demuestra que también tenía
miembros que estaban en ella por motivaciones algo menos fuertes. En un grupo
en el que a uno de sus principales elementos, Baader, le costaba ser
disciplinado y por lo tanto llenaba las horas conduciendo por las calles como si no
hubiese un mañana, ¿qué mensaje se le estaba lanzando al personal? Jansen,
quien como hemos visto era una persona que parecía tener ciertos problemas con
los límites, muy particularmente los hepáticos, salió un día con el VW escarabajo, se dedicó a hacer el conas y se
dio un piñazo. Dejó el coche tan jodido que Ruhland, cuando vio el estado en el
que estaba, le arreó una hostia.
El grupo de Berlín, erigido en
coordinador de la banda, envió entonces el mensaje de que el golpe en el
cuartel quedaba desconvocado, y que el grupetto
debería dedicarse a robar pasaportes y sellos oficiales, muy necesarios
para poder proceder a todo el cúmulo de falsificaciones que era necesario
ahora.
Ni cortos ni perezosos, el
pequeño grupo, una vez que se pudo hacer con un coche, condujo hacia el norte, al
ayuntamiento de Neustadt am Rübemberg. Su intención era sólo inspeccionar; se
habían traído herramientas pero, por ejemplo, Ruhland ni siquiera tenía guantes. Una
vez allí, sin embargo, se vinieron arriba. Ruhland abrió la puerta de atrás del
edificio. Entraron y comprobaron que en el cubículo del portero, todas y cada
una de las llaves del edificio estaban a la vista, perfectamente ordenadas y
presentadas (Alemania, al fin y al cabo). Luego Ruhland se marchó, puesto que,
no teniendo guantes, no podía seguir con aquello. Todos recordaban que una de
las informaciones fundamentales que había hecho pública la policía tras los
atracos de los bancos era que las huellas digitales de Ingrid Schubert habían
sido encontradas en uno de los coches. Ulrike y Jansen, sin embargo, buscaron y
encontraron los pasaportes y sellos que buscaban, y los robaron.
Aparentemente, horas después de
regresar a la casa que habían alquilado como cuartel general, no aparecían
noticias acerca del robo. Ulrike se puso en contacto con Berlín, donde le
dieron una dirección codificada a la que debía enviar todo el material robado.
Ulrike, sin embargo, se equivocó al realizar la decodificación; así pues, el material nunca llegó a la banda. Así que tenían
que encontrar otra oficina de pasaportes para volver a dar el mismo golpe.
Así pues, pillaron de nuevo su
buga y condujeron, esta vez en dirección a Gelsungen, una ciudad cerca de Kassel. Estaban en la
puerta del Ayuntamiento, observando la cerradura para ver si Ruhland era capaz
de cargársela, cuando pasó el alcalde en persona; se extrañó mucho de ver a
tres personas tan tarde en la puerta del Ayuntamiento, así pues les preguntó
qué querían. Ulrike le dijo que eran amantes del arte que estaban admirando el
edificio, y el tipo se fue tan contento. El golpe siguió sin gran novedad.
Pocos días después, lo repitieron cerca de Frankfurt, en Lang-Göns.
Cuando el grupo consideró que
tenía suficientes materiales para falsificaciones, decidió regresar a su primer
objetivo: el robo de armas. Ruhland y Jansen fueron a espiar un armero en
Cleves, en la frontera holandesa. Sin embargo, cuando lo comprobaron decidieron
que era una operación demasiado arriesgada, puesto que sólo había una carretera
para entrar y para salir. En Hamburgo intentaron comprar armas
clandestinamente, pero tampoco salió bien.
Fred, nombre el clave de Jan Carl
Raspe, se unió al grupo. Al momento, comenzó a tener intimidad estratégica con
Ulrike. Ambos se marchaban solos con el coche y no daban demasiadas
explicaciones de dónde habían estado, ni para qué. Ruhland comenzó a sentirse
desplazado y a coquetear con la idea de dejar aquello. Ya he dicho que no estaba en la banda por la ideología. Así pues, si le pagaban por los atracos con cuentagotas y ahora su churri (o lo que él pensaba que era su churri) pasaba de él, se quedaba sin incentivos.
En ese momento, la idea de dar un
golpe de armas se había abandonado, y la prioridad era volver a dar algún palo
a algún banco. Ulrike, Ruhland y Raspe fueron a Oberhausen a buscar objetivos
viables. Luego siguieron haciendo excursiones de ese tipo. Ruhland, para
entonces, estaba en medio de un ataque de cuernos, puesto que Raspe y Ulrike
habían pasado a dormir juntos. Con una nueva remesa de dinero que les llegó,
decidieron que iban a intentar de nuevo comprar armas, esta vez en Frankfurt.
Por alguna razón, Ulrike decidió hacer ese viaje a solas con Ruhland; fue en el
mismo cuando el mecánico le dijo que si ella se había hartado de él, por lo
menos que le dejase abandonar la organización. Ulrike le dijo que no (a lo de dejar la banda). En Frankfurt
se encontraron con los miembros de Al Fatah con los que habían quedado, y
pudieron comprarles algunas pistolas. Las armas se distribuyeron en un
apartamento de Frankfurt propiedad de un matrimonio de periodistas.
La gran ciudad se había
convertido ahora en el centro de operaciones del grupo que operaba en la RAF.
Allí se incorporaron nuevos miembros de la banda: Tinny, nombre en clave de
Ilse Stachowiak, que entonces apenas tenía 17 años; Uli, Ulrich Stroltz; Jutta,
Beate Sturm; y Peter, Holger Meins. Dado que eran demasiados para el
apartamento de los periodistas, varios se fueron acoplando en sitios de amigos;
pero, como habrían de venir más, Ulrike tuvo que buscar más alojamientos.
Andreas Baader y Gudrun Ensslin
acabaron por llegar desde Berlín el 12 de diciembre de 1970. Se podía decir que
la banda estaba completa en Frankfurt; junto con los citados, también estaban
allí Petra Schelm, Astrid Proll y Marianne Herzog. Gracias a Raspe, los
problemas de alojamiento se acabaron, puesto que encontró un pequeño sanatorio
abandonado. Sin embargo, el lugar, como ocurre con los edificios en los que no
ha vivido nadie en un rato, era un tanto inhóspito; demasiado inhóspito para
algunos. Así pues, Baader, Ensslin y Meinhof se fueron a Frankfurt, a buscar
algún lugar más confortable mientras el sanatorio se caldeaba. Se podría decir:
hasta en la revolución hay niveles. La verdad es que la revolución es el primer
sitio en el que hay niveles.
Reunida la banda, mejorada su
capacidad mediante flujos de financiación y los medios que habían ido
obteniendo, estaban en situación de plantearse el objetivo número uno que les
había venido obsesionando en los últimos meses: realizar el secuestro de alguna
persona prominente, lo suficientemente importante como para poder ser canjeada
por Mahler. Pensaron en Springer, en Franz Joseph Strauss e, incluso, en el
canciller Willy Brandt. Pero ninguna de estas opciones les parecía buena. Esto
hizo que recuperasen ideas más practicables y también más urgentes, como el
robo de bancos.
Oh, por fin entiendo el neologismo siperos... ddd
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