El sabelianismo
Samosatenses, fotinianos, patripasianos
Arrio
Más Arrio
Semiarrianos, anomoeanos, aecianos, eunomianos y acacianos
Eudoxianos, apolinarianos y pneumatomachi
El principal problema para los semiarrianos no fueron, o no fueron en ese momento, los ortodoxos. Fueron los arrianos puros, por así llamarlos. En el tiempo de Constancio, en Antioquía se produjo un movimiento conservador, defensor de las esencias de Arrio, que generó los movimientos del aecianismo y el eunomianismo. La aparición de los CDR arrianos no hizo mucho en favor del movimiento, que acusó el golpe, en realidad, para siempre.
Entre los concilios de Nicea y
Constantinopla del 381 median unos 60 años. En dicho periodo, hay trazas y
testimonios de hasta 60 concilios y sínodos; y la mayoría fueron convocados por
prelados semiarrianos, que buscaban con ello, cada vez más desesperadamente,
apuntalar su modelo teológico, para así garantizarse lo importante, que era, es
y será el control sobre la pasta.
En el concilio celebrado en Antioquía para consagrar la iglesia de Constantino (del que ya hemos hablado), en el 341, se enfrentaron dos confesiones de fe, con un intento claro de los semiarrianos de imponer su visión intermedia frente a los radicales arrianos. El tema no debió de salir muy bien, puesto que cuatro años más tarde los semiarrianos convocaron otro concilio con el mismo interés; y en ambos casos trataron de implicar al emperador Constante. En Sirmium, 351, volvieron a intentar imponer su Credo; y lo mismo en el mismo sitio, siete años más tarde.
En el año 358, Basilio, el obispo de Ancira, patrocinó un sínodo en su sede;
para entonces, los semiarrianos trataban sobre todo de defenderse, puesto que
Aecio y Eunomio, éste último desde el poderoso obispado de Antioquía, les
estaban haciendo la cusqui a lo puto bestia, aunque sólo entre los del oficio
(los curas). Basilio decidió utilizar el comodín de la llamada, pues los
semiarrianos, ya os lo he dicho, estaban especialmente bien relacionados con el
poder. Así las cosas, le escribieron al emperador exigiéndole que impusiera las
ideas de Sirmium. En todo caso, los semiarrianos, al colocarse tan netamente en
frente de los aecianos y eunomianos, sabían que se dejaban plumas arrianas. Es
decir: si un día ERC basase su estrategia política en enfrentarse frontalmente
con los CDR, tendría que asumir que sería acusada de abandonar las esencias
independentistas. Como consecuencia, los semiarrianos comenzaron a confundirse
un poco con los nicenos (o sea, con nosotros), comenzando a apuntalar la victoria final de éstos (puesto que el catolicismo oficial, la Historia lo demostraría,
no hace amigos, ni prisioneros).
Los semiarrianos querían que el
emperador declarase el homoiousianismo como la fe oficial, por así decirlo. Las
cosas, sin embargo, no salieron así. Tanto en Ariminum como en Seleucia, los
anomoeanistas empujaron fuerte. Además, apareció el macedonianismo; es decir,
los desarrollos radicales del arrianismo ya no sólo se atrevían con el Hijo,
sino que también iban a por el Joligós. Muchos semiarrianos, viendo su posición
untenable, decidieron pasarse con
armas y bagajes al único bando que podía defenderlos de la violencia arriana
radical: en el 366, nada menos que 59 obispos semiarrianos se arrepintieron de
sus errores, entraron en la senda nicena, y le entregaron a la Iglesia ortodoxa
la pasta de sus sedes; a cambio, por
supuesto, de mantener sus estatus y el coche oficial. Aunque muchos se hicieron
macedónicos.
Hablando de estas tendencias de
recuperación del arrianismo primitivo, que tan difícil se lo pusieron a los
semiarrianos como para hacerlos capotar definitivamente, primero vamos a hablar
de los anomoeanos. Si entendemos que el semiarrianismo no fue en sí una secta
totalmente surgida del arrianismo (si lo fuera, no se llamaría semi), hemos de
concluir que el amoeanismo fue la principal evolución del arrianismo. Su dogma
fundamental es negativo: la segunda persona de la Trinidad (el Hijo) es
esencialmente diferente de la
primera.
El anomoeanismo, como ya os he
contado, surgió más o menos en el año 350, es decir un cuarto de siglo después
de Nicea, en Antioquía; y como reacción a lo que muchos arrianos consideraban
una tendencia demasiado nenaza de los semiarrianos. Aecio fue el gran líder del
anomoeanismo y, después de él, su discípulo Eunomio. Los teólogos e
historiadores siempre han discutido si merecen ser considerados una secta
nueva; esto es así porque el anomoeanismo no deja de ser el arrianismo llevado
a sus últimas consecuencias. De hecho, algunas veces los anomoeanos son
conocidos como exucontianos, en referencia a la afirmación de Arrio en el
sentido de que hubo un tiempo en que el Hijo todavía no existía el Padre
eterno, sí.
Tras el concilio de Nicea, el
arrianismo más estricto perdió fuelle, en favor del semiarrianismo que, como ya
os he explicado, además de ser una ideología más blanda (así, en plan Sumar
teológico, que lo mismo aceptas una cosa que otra) tenía amplias conexiones con
el poder político. La fuerte alianza entre el emperador Constancio y los
semiarrianos devino en una fuerte campaña contra cualquier otro arrianismo. Los
arrianos “puros” se convirtieron, pues, en una especie de trotskistas del
arrianismo.
Esto cambió con el liderazo de
Aecio y de Eunomio; pero tampoco hay que sobrarse: el anomoeanismo nunca fue un
movimiento de masas; a menos que llegues tú y, después de superar este curso,
vayas y lo revivas. El anomoeanismo era un movimiento muy intelectual, aunque
negaba grandes porciones de misterio en la teología cristiana, lo cual
teóricamente lo hubiera acercado a capas humildes. Eunomio solía decir que no
había nada en la existencia divina que escapase a la comprensión humana.
Negaba, pues, todas esas cosas tipo “los designios del Señor son
inescrutables”, y tal. Pero, aún así, nunca superó la raya de las iglesias y
monasterios.
Eunomio fue obispo de Antioquía y
luego de Constantinopla. En su primer destino, su gran oponente fue Basilio de
Ancira y, más tarde, Gregorio de Nisa. En el sínodo de Sirmium (357) los
eunomianos parecieron acercarse a los semiarrianos; Basilio, inquieto por esa
protoconfluencia, consiguió condenarlos en un sínodo en Ancira, con la ayuda
del emperador Constancio; tras lo cual decidió convocar un concilio para
resolver las diferencias de una vez por todas.
Este concilio, sin embargo, se
partió en dos, por la decisión de dos prelados: Arsacio de Singidunum, y
Valente de Mursa. De esta manera, en el año 359, como ya deberíais saber si
habéis estado atentos, los prelados occidentales se reunieron en Arimino, y los
orientales en Seleucia. En ambas asambleas, los anomoeanos estuvieron en franca
minoría respecto de los semiarrianos. Fue por esta razón que los anomoeanos
impulsaron la celebración de un sínodo propio en Antioquía, favorecido por su
aliado el obispo local Acacio. Sin embargo, en el 381, cuando se reunió el
crítico y fundamental concilio de Constantinopla, los anomoeanos fueron
condenados en su primer canon; mientras que el séptimo canon prohibía su
recepción en la Iglesia, a menos que recibiesen el bautismo ortodoxo (en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo).
Aecio era hijo de un oficial del
Ejército destinado en Antioquía, que lo dejó huérfano siendo un niño. Aprendió
a ser herrero y, después, aprendió rudimentos de medicina, decidiendo que ésta
última sería su profesión. El obispo local Paulino II, arriano hasta las
cachas, lo tomó en su protección. Algo pasó, porque a la muerte de Paulino tuvo
que dejar la ciudad y establecerse en Anazarbus, donde recuperó su oficio con
el metal. Allí comenzó a destacarse como todo un retórico en diversos debates.
Se fijaron en él, primero un profesor de gramática que lo tomó como alumno, y
después el obispo local, Atanasio. Lo enviaron a Tarso, a formarse con un
sacerdote llamado Antonio; y, cuando éste fue nombrado obispo, volvió a
Antioquía para estudiar con otro prelado llamado Leoncio. Leoncio fue nombrado
obispo de Antioquía, y nombró a Aecio diácono en el 350. Sin embargo, por
alguna razón los laicos de la ciudad estaban en contra de dicho nombramiento y,
finalmente, Leoncio hubo de cesar a su discípulo.
Aecio, pues, había caído en
desgracia. Pero sólo hasta el 358, cuando Eunomio fue nombrado obispo de
Antioquía. Para entonces, Aecio se había enfrentado directamente con el
emperador Constancio, que había tomado medidas contra él; lo cual, en un
fenómeno que es universal, lo había hecho popular. Como buen enemigo de
Constancio, Aecio era amigo de Juliano; y cuando Juliano llegó al poder
imperial, lo nombró obispo de Constantinopla (363). Moriría cuatro años más
tarde.
Aunque los aecianos son más
conocidos como eunomianos, en realidad sus presupuestos teológicos fueron
establecidos por Aecio. El principio fundamental es que la segunda y tercera
personas de la Trinidad (Hijo y Joligós) son enteramente diferentes en esencia
y voluntad de la primera, que es por ello la única detentadora de la verdadera
calidad divina. Este tipo de afirmaciones hizo que fuese normalmente conocido
como “Aecio el Sin Dios”. Para Aecio, no hay ni un adarme de misterio en la
religión, y la teología es una mera materia de especulación intelectual, sin
dependencia respecto de la revelación.
Eunomio, el discípulo de Aecio,
tuvo en vida mucha más buena fama que él, además de no ser acusado de inmoral
como sí lo fue su maestro. Era capadocio de origen, pero se empleó de
secretario de Aecio en Antioquía cuando éste fue nombrado diácono. Eudoxio, el
patriarca acaciano de Constantinopla, lo tomó bajo su protección, y pensó en él
para sustituir a Eleusio de Macedonia como titular de la sede de Cyzicus, en el
360. Sin embargo, este nombramiento no gustó al emperador Constancio, que lo
encontró escasamente semiarriano; así pues, fue rápidamente depuesto. Fue muy
longevo y vivió hasta el 394.
Aparentemente, Eunomio era un
experimentado escritor, dedicado a la causa anomoeana; buena parte de los
edictos imperiales buscan la destrucción de sus obras. En una de sus
principales proposiciones, Eunomio sostenía que el Hijo, pese a no ser eterno,
había existido antes de la Encarnación; pero sólo con la naturaleza de un
ángel, no como Dios mismo. En una reunión sinodal convocada por Teodosio en
Constantinopla en el 383, Eunomio fue el representante de los anomoeanos, y
allí fue a defender frente al emperador que el Espíritu Santo no era Dios ni de
puta coña.
Eunomio tiene el mérito de ser el
primer prelado de la Iglesia que discontinuó la costumbre de bautizar mediante
la plena inmersión; además, obviamente cambió la fórmula de dicho bautismo, que
él realizaba en el nombre del Creador y de la muerte de Cristo. Este cambio en
el sacramento bautismal fue el que obligó al concilio de Constantinopla a
dictaminar, en su canon séptimo, que los eunomianos sólo podrían ser admitidos
en la Iglesia si se bautizaban comilfó.
Para terminar con el panorama
arriano y sus tres grandes alternativas, por así decirlo, tenemos que hablar
algo más de lo que ya lo hemos hecho de los acacianos.
Si los semiarrianos son el punto
medio entre los nicenos y los arrianos, los acacianos son un punto medio entre
los semiarrianos y los anomoeanos. El acacianismo se distancia de la homoousios, pues; pero también se
distancia de la afirmación de que el Hijo es una mera criatura, algo, pues,
forjado por el Padre.
Acacio, el hombre que da nombre a
la secta, fue obispo de Cesarea inmediatamente después de Eusebio; quien, como
sabemos, fue el principal patrocinador en su tiempo del semiarrianismo. Era,
según las referencias, un tipo muy activo, excelente parlamentario, por así
decirlo. En tiempos de Constancio se apuntó a la reacción arriana radical
contra el emperador (y contra los semi); aunque fue protegido contra las
condenas del concilio semiarriano de Sardica, en el 347. Con Joviano se hizo
católico niceno; pero con Valente volvió a la grey arriana. Dicen de él que, en
el fondo, era un Pedro Sánchez: se le daba una higa Juana, que su hermana.
A pesar de sus maniobras, en
Seleucia (359) ya todos o casi todos le habían tomado la matrícula, por lo que
fue depuesto. Fue de nuevo condenado en el 365, a pocos meses de su muerte.
Como podéis ver, Acacio era un
superviviente. De ese tipo de gente que es capaz de decir una cosa y la
contraria en la misma frase. Por eso era ideal para sostener una posición
intermedia entre el arrianismo radical y el blando.
Los acacianos acudieron a un
concilio en el año 363, bajo Joviano, convocado por Melecio, entonces obispo de
Antioquía. Allí aceptaron hacer profesión de fe nicena, simplemente matizando
que, para ellos, la expresión “consustancial” (el Hijo es consulstancial al
Padre) meramente significaba que el Hijo había sido engendrado por el Padre
desde su esencia y, por lo tanto, en esencia el Hijo era como el Padre. En otras palabras: se buscaron un tecnicismo para
decir que las dos personas eran consustanciales sin serlo. ¿Era o no era Pedro
Sánchez?
Con el tiempo, los acacianos, cada vez más presionados por semiarrianos y ortodoxos, acabaron por aceptar la idea de que el Hijo era como el Padre, pero sin más matices para no pillarse los dedos. De hecho, el Credo acaciano que se nos conserva es un prodigio de polisemia teológica:
[Tras la confesión de creencia en el Padre, que no
presenta problema]
Creemos también en
nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios,
engendrado por Él sin pasión, antes
de todos los tiempos,
el Dios Palabra, Dios de Dios, Luz de Vida sólo
engendrada,
Sabiduría y Virtud por la cual todas las cosas fueron hechas,
que
está en el Cielo y en la tierra, visible e invisible.
Creemos que Él ha asumido
la carne de la Bienaventurada Virgen al final del mundo
para lavar el
pecado, y que fue hecho hombre, que sufrió por nuestros pecados,
se levantó y habiendo ascendido
a los Cielos está sentado a la derecha del Padre
y volverá en gloria para
juzgarnos. Creemos también en un Espíritu Santo,
a quien nuestro Salvador
y Señor Jesucristo llamó el Paracleto,
y prometió que lo enviaría a los
apóstoles tras su partida,
a quien Él envió y a través de Él santifica a los
creyentes de la Iglesia
que son bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo.
43 obispos firmaron este Credo.
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