martes, abril 30, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (13): Un macabro balance

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No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

  



En el conjunto de purgas de 1936-1939, Stalin no se paró en barras porque las personas le fuesen cercanas o conocidas. De hecho, los extraños casos de clemencia que pudo tener parece que no se refirieron a gentes que le fuesen cercanas. Dimitri Volkogonov encontró en su archivo una instrucción, de marzo de 1936, ordenando la inmediata liberación de un tal A. S. Kuklin, condenado a diez años pero enfermo terminal de un cáncer esofágico. En el otro fiel de la balanza, Stalin ordenó fusilar, o supo del fusilamiento, de su asistente Amayak Nazaretyan; de Nikolai Petrovitch Gorbunov, amigo suyo (y de Lenin) y antiguo secretario del Comité Central; Yenukidze; Alexander Kosarev, hombre al que el propio Stalin había descrito como “un auténtico líder de las juventudes”; su profesor de filosofía, Yan Sten; Aaron Solts, viejo compañero de los años duros; Semen Petrovitch Uritsky, oficial de inteligencia y colaborador muy cercano; Lev Karahan, a quien Stalin solía poner de ejemplo ante terceros; Yakov Agranov, también muy cercano; Andrei Bubnov, con quien había trabajado codo con codo durante la guerra; Iosif Vareikis, un hombre a quien Stalin siempre ponderó; Grigory Isaakovitch Boido, su adjunto en el Comisariado de Nacionalidades, aunque sólo fue detenido y sobrevivió a Stalin; la mujer de Poskrebishev, o la de Molotov.

Y, ¿qué decir de las personas vinculadas a él por la familia? Alexander Semenovitch Svanidze, el hermano de su primera mujer Ekaterina y amigo personal de Stalin, fue arrestado y ejecutado. María Anisimova Svanidze, mujer de Alexander, cantante de ópera, fue arrestada en 1937, condenada a diez años, y murió en prisión. Iván Alexandrovitch Svanidze, hijo de Alexander, fue arrestado y acusado como hijo de un enemigo del pueblo; regresó de las prisiones en 1956. María Semenovna Svanidze, hermana de Ekaterina; era la secretaria personal de Alexander Svanidze, fue arrestada en 1937 y murió en prisión. Iyulia Ivanovna (Meltser) Dzugashvili, mujer de Yakov, el hijo de Stalin; fue arrestada y liberada en 1943; Anna Sergeyevna (Aliluyeva) Redens, hermana de Nadezhda, la mujer de Stalin, fue arrestada en 1948 por espionaje y liberada en 1954; Stanislav Frantsevitch Redens, marido de Anna, arrestado como enemigo del pueblo en 1938 y fusilado en 1941. Ksenia Alesandrovna Aliluyeva, la mujer de Pavel, hermano de Nadezhda y por lo tanto su cuñada; arrestada en 1947 y liberada en 1954; Evgenia Alexandrovna Aliluyeva, esposa el tío de Nadezhda; le cayeron diez años por espía en 1948 y fue liberada en 1954. Y, finalmente, Iván Pavlovitch Aliluyev (Altaisky), hijo de Pavel Yakovlev Aliluyev; arrestado en 1938, le cayeron cinco años. Fue liberado en 1940 después de que Sergei Aliluyev, el suegro de Stalin, intercediese por él.

La documentación existente, además, ha demostrado que Stalin no es sólo el caso de un jefe que ordena que se haga algo; en realidad, hizo un seguimiento personal de muchos de los casos. Además de darle constantemente instrucciones a Yezhov sobre los objetivos que debería buscar en general, Stalin aparece ante la Historia como el inspirador, permanentemente informado, de la desgracia de muchas personas y de sus familias. Él ordenó, monitorizó y ordenó personalmente el arresto y ejecución de Eikhe, Rudzutak, Chubar, Kosior y Potyshev. Ordenó personalmente la investigación de Alexei Stetsky, Yakov Arkadievitch Yakovlev o Karl Yanovitch Bauman, todos ellos prominentes miembros del Partido. Y hay que tener en cuenta que la orden de Stalin de que alguien fuese “chequeado” significaba que lo quería muerto. En el Comité Central de octubre de 1937, más de la mitad de los asistentes fue apartado de su condición de miembros bajo la acusación de ser espías de la policía secreta zarista. Como resultado de ésta y otras purgas, a finales de 1938 el Comité Central, literalmente, carecía de banquillo. De los 139 miembros que habían sido elegidos en el XVII Congreso, 98 habían sido arrestados y, la mayoría, ejecutados para entonces. Las purgas de Stalin fueron una gran desgracia para las repúblicas no rusas, pues fue de allí de donde el Partido hubo de importar a los cuadros mínimamente válidos, dejándolas en un estado de abandono político que no sería sino el alimento de la corrupción y la incuria.

Al final de las purgas, Stalin decidió dar libertad a los tribunales para dictar por sí mismos las sentencias de muerte, incapaz ya de controlar toda la información. Además, comenzaron a dictarse sentencias colectivas, con listas largas de nombres que ni siquiera se estudiaban individualmente. En el XX Congreso del Partido, Khruschev informó de que entre 1937 y el año siguiente, Yezhov recibió de Stalin 383 de estas listas, con miles de nombres. Algunas de estas listas han sobrevivido al tiempo; pero no podemos estar nada seguros de que sean todas pues, obviamente, los mandatarios comunistas que sobrevivieron a Stalin y formaron parte de la nomenklatura de Kruschev hicieron desaparecer todas aquéllas en las que ellos habían tenido algún papel y, por lo tanto, tenían su firma por alguna esquina. Sin ir más lejos, Alexander Shelepin le contó a Dimitri Volkogonov que Iván Alexandrovitch Serov, entonces viceministro de Seguridad del Estado, se ocupó personalmente de destruir todas las listas que llevaban trazas del propio Khruschev.

Hay que decir, en todo caso, que Iosif Stalin practicaba con todo este tema de las purgas una política consistente en decir muchas veces en público, o en semipúblico, lo contrario de lo que practicaba. En esto, no era sino un cobarde que, sabiendo mejor que nadie lo que estaba haciendo, se preocupaba por no aparecer como el responsable de ello. Por ejemplo, en enero de 1938 el secretario general se ocupó de que el pleno del Comité Central convocado para dicha fecha se ocupase de debatir los errores “cometidos por el Partido” a la hora de expulsar a algunos de sus miembros. Obedientemente, Malenkov, Bagirov, Potyshev, Kosior, Semion Denisovitch Ignatiev, Nikolai Nikolayevitch Zimin, Kaganovitch o Kosarev hicieron sus intervenciones. Potyshev, aparentemente, fue especialmente duro en sus palabras, relatando el estado de postración y abandono en que se había encontrado el Partido en Kuibyshev cuando llegó allí. Pues bien: la documentación existente sugiere claramente que fue, precisamente, después de aquel pleno cuando Stalin ordenó la desgracia de Potyshev.

Stalin, de hecho, nunca exigió en público la intensificación de las purgas. Sin embargo, entre bambalinas no sólo estuvo siempre ocupado por ellas, sino que, incluso después de que en 1938 se produjesen las instrucciones para tascar el freno en la represión, siguió exigiendo que muchos casos se perfeccionasen.

La mayoría, si no todas, de las votaciones unánimes del Comité Central sobre las purgas, en realidad, no fueron tales. Stalin, quizás preocupado por su papel ante la Historia, quizás para generar una impresión de decisión colegiada, solía dejar su propia papeleta en blanco. Éste es uno más de los síntomas de que, en realidad, el secretario general del PCUS siempre estuvo preocupado por no aparecer como el responsable personal de la represión. En Yezhov encontró el subordinado perfecto; era un alcohólico devoto de la devoción perruna. Si embargo, siempre pensó que el alcoholismo lo hacía demasiado débil, por lo que algún día debería sustituirlo; y éste es el papel que jugó Beria. A finales de 1938, aunque Yezhov seguía siendo formalmente el número uno, Beria era quien llevaba la NKVD. El 7 de diciembre, Yezhov fue ya formalmente destituido como comisario de Asuntos Internos, para ser nombrado comisario de Transporte de Agua. El 21 de marzo de 1939, fue visto sentado junto a Stalin en el aniversario de Lenin; pero después de esa fecha prácticamente desapareció de la vida pública. En el XVIII Congreso, marzo de 1939, prácticamente no jugó ningún papel; y fue finalmente arrestado pocos días después, durante un reunión de su comisión sobre canalización hídrica. Dos hombres se presentaron y se quedaron en la puerta. Yezhov, parece ser, se levantó, fue hacia ellos, se puso de rodillas y, llorando, les imploró piedad. Se lo llevaron; se sabe que fue fusilado, aunque no se sabe ni cuándo, ni dónde.

Con Beria al frente de la máquina, el primer trabajo del georgiano fue purgar la NKVD de yezhovitas, por así decirlo. Milhail Frinovsky y Leónidas Zakovsky, entre otros sádicos torturadores, fueron detenidos, fusilados, y reemplazados por la gente de Beria, como Vsevolod Nikolaievitch, normalmente llamado Boris, Merkulov; Bogdan Zakharovitch Kobulov; Sergo Arseni Goglidze; Lavrentii Fomich Tsanava; Nikolai. M. Rukhadze; o Sergei Nikiforovitch Kruglov.

Obviamente, los resultados de las purgas fueron notables. A principios de 1939, un informe de las Fuerzas Armadas remitido a Stalin señalaba que el 85% de la oficialidad del Ejército soviético tenía menos de 35 años de edad. De los más de cincuenta miembros del Consejo para la Guerra, sólo quedaban diez. La purga en el Ejército había eliminado a más de 40.000 oficiales.

El propio régimen, en una estimaciones que no pocos historiadores consideran podrían ser incluso demasiado conservadoras, pensaba que durante las purgas fueron detenidas entre cuatro y medio y cinco millones y medio de ciudadanos, de los cuales entre 800.000 y 900.000 fueron sentenciados a muerte; a lo que habría que sumar una cifra imposible de conocer de prisioneros que murieron en los campos de concentración. Todavía en 1948, diez años después de las purgas, había en el Gulag 2,2 millones de prisioneros.

Para no perder el tono del tiempo, sin embargo, hemos de hablar algo, en este punto, sobre los avances, más bien los no-avances, del acercamiento entre Stalin y Hitler.

Durante la preparación del Juicio de los Dieciséis, el 29 de abril de 1936, Schacht y Kandelaki habían firmado un acuerdo económico germanosoviético. En mayo, Kandelaki fue recibido, gracias a un alto funcionario del Ministerio de Economía, Herbert Göring, por el primo de éste, Hermann. Kandelaki acudió acompañado de un adjunto, Lev Friedrichson, que en realidad era un espía de la NKVD. La entrevista fue muy fácil y amable, y Göring les dio todas las buenas perspectivas posibles para futuras colaboraciones entre ambos países. La realidad, sin embargo, no era tan bonita. El propio Göring era consciente de que la actitud de Hitler no era tan favorable; así se lo había confesado a un grupo de industriales alemanes días atrás.

Stalin, sin embargo, parece haber concebido esperanzas. El 22 de mayo, el embajador soviético Suritz acudió a despedir al ministro alemán de Asuntos Exteriores, Konstantin von Neurath, que se iba de Berlín. Suritz habló en términos muy positivos del acuerdo económico y preguntó a Neurath si habría más acercamientos en el futuro. El ministro le contestó que no lo veía, pero no lo descartaba; la típica respuesta diplomática.

El 3 de julio, un funcionario de la Wilhelmstrasse apellidado Henke escribió un memorando informando de que un miembro de la embajada soviética llamado Bessonov (el mismo que ocho meses antes ya había hecho acercamientos en el mismo sentido) había estado hablando de la posibilidad de pacto de no agresión entre Alemania y la URSS. Henke le había contestado a Bessonov que los acuerdos de no agresión eran comunes entre países que tenían en común algo que Alemania y la URSS no tenían: frontera. Por lo demás, el funcionario alemán entendía que los acuerdos firmados por Moscú con Checoslovaquia y Francia eran obstáculos objetivos para un pacto de estas características.

El error de Stalin era pensar que estas posiciones, y sobre todo la de Göring, reflejaban la de Hitler. En este sentido, cayó en las redes del pígnico general prusiano, quien siempre fue por la vida pretendiendo tener más predicamento con su Führer del que realmente tenía. En agosto de 1936, Hitler le encargó a Göring un plan de cuatro años para que Alemania estuviese dispuesta para la guerra. En dicho plan dejó bien claro que su idea era que el mundo estaba abocado a entrar en guerra con el bolchevismo.

Hitler, por lo tanto, quería entrar en guerra con la URSS en 1940, más o menos. Pero dos no pelean si uno no quiere. En septiembre de aquel interesantísimo 1936, Kandelaki y Friedichson pidieron otra entrevista con Göring para plantearle unas relaciones económicas continuadas. Germán, sin embargo, no les recibió. Stalin, inasequible al desaliento, lo intentó entonces a través de Schacht. El ministro nazi los recibió a finales de año. Kandelaki aprovechó la cita para sacar el tema de la mejora de las relaciones económicas y políticas entre la URSS y Alemania. Schacht contestó que la Wilhelmstrasse quedaba muy cerca. De forma un tanto incongruente, pues acababa de dejar todo lo político fuera de la conversación de un papirotazo, Schacht dijo que, en lo económico, ambos países podían mejorar sus relaciones, siempre y cuando la URSS cesase en toda propaganda comunista exterior. Schacht le informó a Von Neurath: “el señor Kandelaki se mostró de acuerdo con mi punto de vista, evidentemente muy a su pesar”. Kandekali regresó a Moscú a informar a Stalin; la consecuencia más palpable de aquella entrevista es que Krivitsky recibió orden de desacelerar el trabajo soviético de espionaje en Alemania, lo que sugiere que Stalin temía que los nazis les pillaran en algo con los calzoncillos bajados, y la montaran.

1 comentario:

  1. Anónimo5:21 a.m.

    Gracias por la sèrie, está muy interesante. No acabo de entender, como no hubo un golpe militar contra Stalin, ya que los oficiales debieron de ser conscientes de su situacions de peligro.

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