Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
La colectivización forzada, por lo demás, no fue, en ningún caso, una opción política como tal publicitada y defendida. Stalin hizo aparecer todo como un proceso espontáneo “desde abajo” al que él no había hecho otra cosa que la RAE, limpiar, fijar y dar esplendor. El 7 de noviembre de 1929, apareció en Pravda un artículo que declaraba 1929 como el año en que se tenía que producir el gran cambio en el campo soviético. Como digo, el artículo pretendía defender la idea de que el Partido no estaba haciendo otra cosa que abrir las esclusas que los campesinos de la URSS querían ver abiertas. La realidad, sin embargo, era totalmente opuesta: los campesinos soviéticos estaban resistiéndose a la colectivización con todas sus fuerzas. Por eso, Stalin necesitaba no estar solo en aquella pelea; necesitaba, de hecho, que formalmente fueran otros los que “pidieran” ese cambio o lo exigieran. La fecha del artículo no es casualidad, porque el 7 de noviembre de 1929 es tres días antes de la apertura del Pleno de Comité Central en el que Stalin pretendía que el Partido asumiese como propias sus tesis.
La documentación de este Pleno, bastante largo pues tomó una semana, nunca se publicó. El único documento extenso que se publicó de la reunión fue el discurso de la principal figura en la reunión, Viacheslav Molotov, comisario para asuntos agrícolas. Se sabe que Stalin intervino también, en algunas ocasiones; pero, por lo general, se asume, yo creo que acertadamente, que todo lo que quería decir, y dijo, está en su artículo de Pravda.
Reflejando, sin duda alguna, los puntos de vista de Stalin, Molotov dedicó buena parte de su discurso a atacar la visión de muchos comunistas de entonces, especialmente aquéllos de entre ellos que sabían dos palabras de ingeniería agrónoma, en el sentido de que la colectivización ni siquiera era un objetivo de años, sino de décadas. Frente a ellos, Molotov invitó a los disciplinados miembros del Comité Central a pensar en la colectivización “ni siquiera en términos de años, sino en términos del año que viene”.
La segunda gran idea de Molotov era bastante cínica, incluso para el nivel medio de la época y de la ideología que defendía. Puesto que la URSS todavía era una nación con poco desarrollo industrial, decía, no podía aspirar a poner en manos de los agricultores las herramientas que necesitaban para hacer crecer su producción todo lo que necesitaban. En consecuencia, la solución era que los agricultores colectivizasen sus medios de producción de forma obligatoria. Es un aforismo típicamente comunista que, con el tiempo, se ha convertido en una de las herencias permanentes que esta ideología le ha dejado a la política moderna: yo soy el problema; pero no te preocupes, macho, porque yo también voy a ser la solución.
Además de para recibir el apoyo entusiasta y comepenes a sus propuestas de colectivización, el Pleno de noviembre de 1929 le fue útil a Stalin para otra cosa: para escenificar la total ausencia de oposición interna en el seno del partido. El trío de la bencina derechista: Bukharin, Rykov y Tomsky, intervino en los debates; pero lo hicieron para que les perdonasen la vida, no para dejar claro que había otra manera de ver las cosas. En realidad, las únicas, tímidas, intervenciones en contra de las ideas de colectivización a toda hostia defendida por Stalin, fueron las del líder comunista ucraniano Kosior y el máximo dirigente de la región del Bajo Volga, Boris Petrovitch Sheboldaev, un personajo al que algunos historiadores rusos han calificado como “un Stalin en pequeño”.
Los éxitos de los que se hablaba orgullosamente en noviembre, sin embargo, eran relativos. La mayoría de las granjas que habían sido colectivizadas hasta entonces pertenecían a agricultores relativamente pobres. Los kulaks mejor situados seguían, en ese momento, resistiéndose claramente a cualquier proceso de expropiación. Esto significaba que la política de des-aburguesamiento del campo soviético debía incrementarse. Así se lo dijo Stalin a un congreso de agricultores marxistas celebrado en diciembre de 1929, y para eso se creó una comisión asesora especial del Politburo el 5 de diciembre de 1929. La función de esta comisión era, fundamentalmente, diseñar el decreto que daría carta de naturaleza a la decisión del Comité Central de noviembre de 1929 en el sentido de proceder a la colectivización total.
Aquel comité de expertos estaba formado por 21 personas, la mayoría de ellos altos burócratas de la administración agrícola. Yakov Arkadievitch Yakovlev (aunque, en realidad, se apellidaba Epstein) dirigía la comisión, en su calidad de Comisario de la Unión para Asuntos Agrícolas, puesto para el que había sido nombrado en el Comité de noviembre (bueno, para ser más exactos, el Comité creó la Comisaría, y luego le nombró). La comisión formó ocho subcomisiones que trabajaron a toda hostia: en diez días, habían terminado de pergeñar la necesaria política en todos los aspectos de la colectivización. El 18 de noviembre, 13 días después de haber sido creada, la comisión aprobó un proyecto de decreto, que pasó al Politburo el 22 del mismo mes.
Hay que decir que la comisión no desplegó un trabajo 100% estalinista. A pesar de avalar sin ambages la colectivización total del campo soviético, Stalin no había podido evitar que los expertos agrícolas incluyesen algunas cautelas que él había dejado bien claro en sus discursos y artículos que consideraba innecesarias. El borrador, en efecto, prohibía la calificación apresurada de zonas de colectivización y establecía, en general, un plazo de cinco años, buscando, sobre todo, evitar una temida estampida de agricultores. Además, establecía que si un agricultor individual quería abandonar una granja colectiva, no debería existir trabas a su gesto.
Buena parte de la comisión, por otra parte, se había dejado llevar por un cierto aroma de anarquismo al afirmar su preferencia por la comuna como forma de colectivización preferida. La comisión como tal, hemos de sospechar que adecuadamente instruida para ello, optó por la figura del kolkhoz; un sistema en el que el agricultor podía retener determinados activos como propios en tanto en cuanto fuesen necesarios para el sostenimiento de su familia.
Sin duda, y de forma lógica, el tema más jodido que tuvo que analizar la comisión en sus trece días de curro fue la actitud frente a los kulak. Que se les expropiarían sus bienes era evidente; pero la cuestión era si se permitiría a un kulak pertenecer a una granja colectiva si lo deseaba. Ideológicamente hablando, la obvia respuesta era negativa: decir que sí venía a ser como reconocer que el comunismo necesitaba de la labor de no comunistas. Pero, la verdad, eso era exactamente lo que pasaba, y los agrónomos lo sabían. En el campo soviético, los más expertos de entre los agricultores y ganaderos eran, sin duda alguna, los kulak. Los objetivos ambiciosos del Plan Quinquenal eran simplemente implanteables sin ellos.
La vaselina que encontró la comisión para tratar de hacer que Stalin tragase con aquello, un trabajo notable porque debo recordaros que se hizo en apenas unos días, fue la reclasificación de los kulak en tres grupos distintos: los que se resistirían en todo caso a la colectivización; los que lo harían aunque de forma más lenitiva, aunque no se acomodarían a la colectivización; y aquéllos dispuestos a adaptarse. El primer grupo sería arrestado y exiliado a esquinas remotas de la Unión; el segundo sería exiliado, pero sólo fuera de las fronteras de su región (para que se quedase más cerca); y el tercero sería admitido en las granjas colectivas a prueba, prueba que duraría cinco años.
Cuando el borrador de decreto pasó al Politburo, el 22 de diciembre, quedó claro desde el primer momento que a Stalin no le gustaba. No le gustaba ni que fuese tan largo, ni que fuese tan preciso, ni que plantease un calendario de cinco años. Tampoco le gustaban las cautelas existentes respecto de los kulak. Lo consultó con Molotov, quien, obviamente, si opinaba otra cosa se guardó de decírselo; y con este aval le devolvió el toro al corral con instrucciones precisas de cómo debía ser el texto corregido.
Ya en 1930, en enero, la comisión envió la nueva versión de decreto. La nueva redacción condenó a decenas, centenares de miles de personas a la hambruna, la vergüenza, la represión y la muerte, como ya os he citado. La colectivización del Cáucaso Septentrional y del Volga Bajo y Medio, que en el primer borrador debía realizarse en dos o tres años, pasaba a ser imperativa en uno o dos años. La posibilidad de aceptar kulak en las granjas colectivizadas había desaparecido; el único destino para todas aquellas familias etiquetadas como kulak era la muerte civil, el exilio, el hambre y la muerte a secas.
La nueva versión, pues, era mucho más dura; pero, aun así, a Stalin siguió sin gustarle. En esas circunstancias, Stalin necesitaba buscar a un membrillo de los cojones. Lo encontró en la persona de Turar Ryskululy Ryskulov, un comunista del Asia Central, miembro de la Comisión. Ryskulov fue adecuadamente instruido sobre el tipo de cambios que el camarada secretario general quería en el borrador de decreto y, consiguientemente, los presentó como suyos. Stalin le pagaría el favor en 1938, cuando lo asesinó en el marco de sus purgas. Entre otras cosas, Ryskulov propuso que las provisiones de la comisión en el sentido de que los agricultores podrían retener animales para alimentar a su familia desapareciesen; y desaparecieron. Asimismo, Ryskulov, y el propio Stalin, quien tuvo una sesión “personal” con Yavkolev para revisar el texto, el 4 de enero, eliminaron también una frase que llevaba originalmente el decreto aconsejando a las estructuras comunistas territoriales que no se dejasen llevar por el “entusiasmo administrativo”; o sea, que no se pasasen de frenada. Como consecuencia, allí todo dios se pasó de frenada, y fueron millones de personas las que fueron a la miseria y a la muerte en consecuencia, en un holocausto del que rara vez se habla, pues del mismo la Holodomor ucraniana no es sino la punta del iceberg.
El 5 de enero, Stalin tenía su decreto. Stalin había matado dos pájaros de un tiro. Por una parte, había decretado la colectivización absoluta del campo soviético. Por otra parte, había dejado sin medio de vida ni existencia ciudadana a centenares de miles de personas desesperadas, con las que pensaba poblar esos lugares remotos de la URSS donde había emplazado industrias pesadas, y a los que nadie en sus cabales quería ir a trabajar voluntariamente. Por otra parte, un dato que no sé si algún día conoceremos con precisión es la magnitud de la matanza masiva de animales que realizaron los ganaderos soviéticos durante aquellos meses cuando se dieron cuenta de que se los iban a quitar para siempre.
Las hambrunas (porque fueron varias, en varios sitios) fueron básicamente causadas, no por el clima ni por la falta de productividad del suelo, sino por la colectivización y algunas de sus consecuencias, como el sacrificio masivo de animales. El campesino soviético perdió cualquier traza de lo que realmente lo animaba a llevar la difícil vida que llevaba, que era el ánimo de lucro personal. En ese entorno, el Estado siguió siendo un gran exportador de grano. Necesitaba esas ventas para conseguir las divisas con las que debía financiar su industrialización. El hambre forzó a las personas primero a robar grano, lo que provocó la ley de 7 de agosto de 1932, de protección de la propiedad socialista, con penas de muerte o reclusión de diez años. Esta ley causó la condena de al menos 50.000 personas.
Stalin, por supuesto, decretó una censura estricta sobre las hambrunas. Durante mucho tiempo, el hambre extrema de hasta 30 millones de personas no existió; y, de hecho, sigue sin existir para algún que otro subnormal sin sentimientos.
El XVII Congreso del PCUS se celebró en junio y julio de 1930, y fue la gran puesta de largo de lo que Stalin llamó la segunda revolución. La primera, dijo, había sido expropiar la tierra de los grandes terratenientes; y la segunda era la colectivización total del campo. El congreso fue una apoteosis de su figura; pero todavía estaba muy lejos de ser una figura tan adorada como Lenin. Por entonces, Stalin era conocido en el Partido como khozyain, o sea, el jefe. En 1930 y parte de 1931, ese jefe era reconocido como tal; pero todavía no lo era como una figura señera e histórica del Partido. Esto había que fabricarlo poco a poco.
Los primeros pasos los dio Stalin en el ámbito de la filosofía y el pensamiento.
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