El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro
El bingo fatimí que hemos descrito en la anterior toma, sin embargo, duró poco. Iraq era ya, por decirlo así, demasiado suní como para dejar de serlo. Los selyúcidas, suníes ellos, no tardaron en entrar en la ciudad y en volver a implantar en la misma el orden suní, por así decirlo. En los años siguientes, los selyúcidas fueron capaces de echar a los fatimíes de la mayor parte de Siria, por lo que éstos, cada vez más, pasaban a ser un poder local egipcio. El califato fatimí fue extinguido por Saladino el Ayubid en el año 1171, quien pocos años después dominaba todo Egipto. Saladino metió en el maco a los 63 miembros de la dinastía fatimí para garantizarse que nadie podría reclamar el imanato.
Sin embargo, la riqueza de generación de escuelas y
subescuelas no se para aquí. Volvamos al año 996, año en el que, en El Cairo,
ascendió a la categoría de califa un niño de once años. Reinó con el hombre de
Hakim, Jaq para los amigos. El chaval, podréis pensar, no duraría mucho,
estando como estaba en la edad del Súper Mario en medio de gentes de naturaleza
ambiciosa y, por qué no decirlo, escaso respeto por la vida humana. Hakim, sin
embargo, debía de ser de armas tomar, el chavalote. Con quince años, asesinó al
eunuco Barjuwan, que era su preceptor. A partir de ahí, ancho es el Nilo: Hakim
hizo lo que le salió literalmente de los cojones, sin freno alguno, hasta que
desapareció, presuntamente asesinado, en el año 1021.
Se ha sugerido, y yo lo sugiero aussi, que tal vez Hakim no estaba muy
bien del cabolo. Es posible que fuese una especie de Calígula con abluciones.
Pero no era un loco incapaz de gobernar, todo lo contrario. Mantuvo el país en
relativa paz con sus enemigos, y las tentativas de invadirlo, que las hubo, las
repelió con eficiencia. Aunque tomó decisiones bastante cuestionables, como el
derribo de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, que le dio a los Papas
la disculpa que estaban buscando para mandar
a otros a las Cruzadas (porque los Francisquitos nunca dan hilo sin
puntada).
Una cosa podría compartir Hakim
con el citado precedente caligurritano: igual que el viejo emperador romano,
parece ser que el califa pudo llegar a considerarse a sí mismo divino. En los
últimos años de su corta vida, parece que se aficionó mucho por las prácticas y
creencias ascéticas y se hizo crecientemente espiritual; sin embargo, al mismo
parecía desarrollar una gran indiferencia hacia la liturgia oficial islámica.
Como ya he adelantado, un día del
1021, Hakim se fue a dar uno de sus habituales paseos por las colinas Muqattam,
cerca de Cairo; pero no regresó. La mayoría de los historiadores apuesta porque
su hermana, Sit al-Mulk, ordenó su asesinato. Pero como quiera que su cuerpo nunca
apareció y que, a estas alturas de la movida, ya estaréis bien ciertos de que
los musulmanes de la época tenían la creencia en la ocultación muy floja, no
debe sorprendernos que muchos egipcios comenzasen a pensar que su líder se
había pasado a la existencia espiritual, pero no propiamente muerto.
En pocos años, crecieron las
masas de musulmanes que creían que Hakim había sido el mismo Dios encarnado.
Quizá el más ardoroso partisano de la idea fue Mohamed bin Ismail ad-Darazi,
quien por esta causa fue asesinado por unos soldados turcos; ya que la misma
idea, a los ojos de un suní, es, digamos, bastante herética en sí misma.
El movimiento iniciado por
Darazi, sobre todo porque ahora tenía un mártir y un Dios ocultado, creció con
gran rapidez. Tanta que Zahir, el sucesor de Hakim, resolvió combatirlo con
todo lo gordo. Pero todo lo que consiguió fue hacer como cuando presionas muy
fuerte sobre un flotador medio hinchado; el aire, simplemente, se va a otra
parte. Los partidarios de Darazi se marcharon de Egipto y predicaron en Siria;
su implantación y desarrollo tuvo como resultado lo que hoy conocemos como la fe
de los drusos que, como puedes ver, no son rusos con frenillo sino seguidores
de Mohamed bin Ismail al-Darazi.
La teología drusa nos dice que
Dios fue originalmente apartado de la Humanidad tras el pecado de Adán El
Costillas; pero decidió encarnarse en los califas fatimíes, hasta, e incluyendo
a, Hakim. Sin embargo, Dios ha terminado por darse cuenta de que el género
humano es una ful, así pues se desencarnó y, lo que es más, ya no se volverá a
encarnar más. Aquí, por lo tanto, el concepto de ausencia de Dios y de
ocultación se dan la mano, en lo que es una nueva prueba para los creyentes.
El druso puede ser de dos tipos:
puede ser aqil, plural uqqal, o inteligente; o jahil, plural juhhal, o sea, ignorante. Los inteligentes son los eruditos y son
muy pocos; recogen, pues, la clara vocación elitista del ismailismo fatimí (y de otras muchas creencias previas no musulmanas, como los albigenses o cátaros).
Esto se nota, además, en detalles como que, a día de hoy, ni siquiera se ha publicado
todo el corpus de escrituras de la teología drusa; y ellos mismos ni son
prosélitos, ni admiten que te conviertas en uno de ellos, ni que te cases con
un druso o una drusa.
Los grandes problemas internos
para el califato fatimí llegarían en el año 1094, a la muerte de un califa,
Mustansir (el señor del Mustang), que había reinado durante sesenta años. Lo sucedió su hijo
primogénito, Nizar. Sin embargo, un hermano más joven quería el puesto y, lo
que es más importante, tenía para sí el apoyo del jefe de las Fuerzas Armadas,
al-Afdal bin Badr al-Jamali, probablemente suegro del candidato. Nizar fue
finalmente arrestado con sus hijos y ejecutado, pero esta acción abrió una gran
división en el país. Hasán Sabah, un clérigo y militar fatimí que estaba
actuando en Irán, se hizo un Puchimón y se escindió. En Alamut, uno de los castillos cuyo control
había tomado, creó un pequeño enclave ismailí, desde donde decidió hostigar a
los abásidas selyúcidas. En el año 1092, un sicario suyo disfrazado de sufí
logró acercarse al visir selyúcida Nizam al-Mulk, y cargárselo.
Los seguidores de Sabah son los
que normalmente conocemos como los Asesinos o los Assasins, que tanta fama han
adquirido, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, gracias a alguna que
otra novela y una exitosa serie de videojuegos. Los miembros del grupo que
verdaderamente ejecutaban los asesinatos eran llamados, en singular, fidais, que viene a querer decir como
“aquél que ofrece su vida como rescate”. El plural de fidais es fedayin; lo mismo le vais pillando el
punto.
El poder de los Asesinos fue como
para no despreciarlo durante bastante tiempo. Taimados y excelentes estrategas,
aunque no dominasen el parcour como
su émulo de videojuego, ni hiciesen saltos de fe ni polladas de ésas,
utilizaban armas mucho más eficientes, como la infiltración en las tropas
selyúcidas. Empezaron matando porque querían matar pero, con el tiempo algunos
de ellos acabaron alquilando la daga. Llegaron a ser capaces de establecerse en
la costa de Siria; llegaron a un acuerdo con el califato selyúcida para
establecerse en la fortaleza de Marqab, desde donde hostigaron con bastante
éxito a los cruzados. Intentaron por dos veces matar al mismísimo Saladino. El
año 1130 asesinaron a Amir, el califa fatimí; abásidas, se llevaron por delante
a dos: Mustarshid en el 1135, y Rashid tres años después.
Hasán Sabah falleció en el año
1124, habiendo designado a Buzurg-Ummid como su sucesor. Éste, asimismo, le
pasó el bastón a su hijo Hasán. Hasán II declaró, tres años después de llegar
al poder, que el Final de los Tiempos había llegado; un detalle que lo honra,
porque por lo general todos los Francisquitos que viven de que les pagues
diezmos mientras llega el Final de los Tiempos nunca parecen tener ocasión de
anunciarlo.
A causa del final de los tiempos,
Hasán le dijo a su gente que ya no tenía que cumplir sharia alguna, porque ya
ni puta falta que hacía; en los minutos de descuento, ya se sabe, los media punta son extremos, los extremos defensas, y los delanteros, carrileros. La gente, sin embargo, suele estar muy apegada a sus
tradiciones, y cuando menos una parte se le rebeló y, aplicándole la técnica de
la casa, lo asesinaron. Mohamed, su hijo que lo sucedió, declaró que tanto él
como su padre eran descendientes de Nizar, quien había sido imán. El hijo de
este Mohamed, Jalal Aladín Hasán III, reintrodujo la sharia y, claramente,
intentó una estrategia de normalización con el califato sunita, permitiendo la
erección de mezquitas suníes en su territorio. Sin embargo, su hijo, Aladín
Mohamed III, dijo que una polla como una olla, que la reintroducción de la
sharia había sido taqiya (ya sabéis, la práctica por la que un shií puede
mentir sobre sus verdaderas creencias). Mohamed III sería el último rey de los
Asesinos iraníes. Llegaron los mongoles, y se quedaron con sus enclaves.
Los Asesinos no han desaparecido
del todo. Sus descendientes viven hoy en las cercanías de Masyaf y otros
enclaves en las montañas de la costa Siria, y permanecen como una secta
ismailí. Han dejado de asesinar, por lo menos como práctica de Estado. En Irán
también hay más seguidores de Nizar. El imán de este grupo es el que es
conocido como el Aga Khan; esta secta huyó a mediados del siglo XIX a
Afganistán. De ahí se marcharon a la India, y tienen su centro en Mumbay.
En realidad, la división entre
ismailíes y duodecimanos no es la única división entre los shiíes que permanece
hoy en día. Por ejemplo, podemos remontarnos al momento en que Zaid, el hijo
del cuarto imán (quien ya deberíais saber de memoria que fue Alí Zain
al-Abidin, quien era medio hermano de Muhammad al-Baqir (sí, acertaste: el
quinto imán)) se levantó en armas en Kufa en el año 739 y fue asesinado luchando
contra los omeyas. Zaid se rebeló contra el quietismo generalizado de los
imanes, y eso hizo que, con el tiempo, los más arrechos de entre los shiíes
acabasen por seguir su figura. Hablamos, pues, de los zaidíes.
El zaidismo establece que cualquier descendiente de Alí puede ser
imán, y que por lo tanto el imán es aquél de entre ellos que se impone por el
poder de la espada. Para los zaidíes, no puede haber taqiya ni tampoco
quietismo y, por eso, rechazan a los imanes del shiismo duocecimano que lo
practicaron. Para ellos no hay imán en lo oculto ni leche que lo fundó; y esto,
lógicamente, hace que todas las teorías imaníes sobre cómo establecer la
autoridad mientras no regrese el mahdi valen poco para ellos, por no decir
nada. El imán zaidí ha perdido su infalibilidad, su capacidad de hacer
milagros, y tiene que ser un adulto. Esto convierte al shiismo zaidí en una
especie de sunismo shií, por así decirlo.
Los zaidíes lograron consolidar
poder territorial dos veces. La primera ocurrió en Tabaristán, al sur del Mar
Caspio, en el Irán septentrional. Viene a coincidir, más o menos, con las actuales
provincias de Mazandarán, Guilán y Golestán. Fue en este reino donde los
búyidas crecieron como señores de la guerra. El otro reino zaidí se estableció
en Yemen, también en el siglo IX como el anterior. De hecho, el país fue
gobernado por un imán zaidí hasta 1962, año en el que una parte del ejército
del país, probablemente para celebrar mi nacimiento, dio un golpe de Estado y
lo depuso. Los zaidíes, en todo caso, eran, y son, minoría en Yemen. La mayor parte
de los yemeníes son suníes shafíes, aunque eso no les impide que los suníes wahabíes les den para el pelo, la verdad. El Islam, al final del día, tiene
las mismas contradicciones que el cristianismo al que dice superar.
Con esto, pues, creo que hemos
completado decentemente el entorno de las principales escuelas, sectas o
tendencias del shiismo; aunque todavía no hemos terminado de describir
novedades.
Hay una cosa que me tiene desconcertado del Chiismo: El que tratasen a Jomeini de imán. Según los duodecimanos (Como Jomeini) eso debería ser una blasfemia bien gorda (Y Jomeini era un teólogo experto) Entiendo que su gente lo proclamase como tal (A fin de cuentas alcanzó una autoridad inaudita sobre ellos) pero me pregunto como lo pudieron casar teológicamente con el Imán Oculto.
ResponderBorrarLo que ha habido en el shiismo, pero desde bastante antes de Jomeini, es un proceso de traslación de las competencias del imán hacia los clérigos o expertos. Esa evolución se hizo totalmente necesaria cuando el imanismo tomó el control de un Estado moderno.
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