Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
1972 fue un año dificilillo para Alemania. Fue el año del
arresto de la cúpula de la banda Baader-Meinhof, desde luego. Pero también fue
el año en el que se celebraron los Juegos Olímpicos de Munich, y por lo tanto
la acción terrorista palestina en la que se llevaron por delante a once atletas
irsaelitas. En una demostración bastante clara de cómo se las gasta el Comité
Olímpico Internacional, una organización que se parece a la Iglesia católica en
que ha terminado por estar montada por, para, a través de, cabe y con la pasta,
es que, tras aquella tragedia, los juegos continuaron. No es de extrañar, con
estos mimbres, que para aplazar los de este año hayan tenido que arrastrar el
escroto varios kilómetros.
Una de las cosas que estaba pasando en aquella Alemania, en
todo caso, era que el terrorismo de la Fracción del Ejército Rojo estaba
prendiendo. Como ya hemos contado, las bombas de Heidelberg habían terminado por
enemistar a la RAF con buena parte de la izquierda Sipero; pero también había
tenido el efecto galvanizador sobre muchos grupos y grupúsculos de
ultraizquierda, hasta entonces dedicados al terrorismo de baja intensidad, o ni
eso, que ahora, sin embargo, decidieron crear sus propias franquicias. Quizás
el más importante de todos esos movimientos, que en todo caso eran
extraordinariamente permeables, por lo que a veces resultaba complejo saber quién
militaba dónde, era el Movimiento 2 de Junio, llamado así por ser ésa la fecha
del asesinato de Benno Ohnesorg.
Para los miembros principales de la Baader-Meinhof, sin
embargo, había llegado el momento de esperar el juicio; pues no creo que haga
falta explicar que, con el tipo de acciones que habían realizado, ya bastante
más allá del incendio de unos almacenes en las horas de cierre, a nadie se le ocurrió
proponer algún régimen lenitivo que pudiera facilitar la huida; y, desde luego,
de haberlo propuesto, tampoco los jueces lo habrían concedido. Ahora, los
Baader estaban acusados de asesinato, intento de asesinato, robo, y crimen
organizado.
A Ulrike la llevaron a Colonia, a la prisión de Ossendorf.
La metieron en una habitación para ella sola y su régimen era bastante bueno:
tenía libros, una radio, y la posibilidad de ser visitada por parientes y
personas cercanas; de hecho, su hermana la visitó, y llevó con ella a Regina y
Betina. Podría recibir cartas. Ulrike recibía esas cartas y visitas con placer,
aunque hay una excepción: cuando Renate Riemeck la escribió, la carta llegó
devuelta sin siquiera haber sido abierta. La prisionera no quería saber nada de
su medio madre.
Los abogados de la banda, sin embargo, no veían las cosas de
esta forma. Para ellos, lo de las celdas individuales era, en realidad, una
estrategia de tortura por aislamiento contra la que elevaron una protesta.
Argumentaron que los presos estaban siendo sometidos a privación sensorial en
celdas totalmente silenciosas y pintadas de blanco; que las luces de las celdas
estaban encendidas en todo momento, y que las autoridades penitenciarias se
negaban a permitir que fuesen examinados por médicos designados por los
abogados. Cuando ese tema se solucionó, la primera prisionera que fue examinada
por un médico independiente (so to speak)
fue Astrid Proll. El facultativo concluyó que Proll sufría daño mental y
físico. La enviaron a una clínica en la Selva Negra, de donde se escapó (huyó a Reino Unido, donde se casó y tuvo una vida modesta hasta que fue detenida en
1978. A su regreso a Alemania, logró evitar la cárcel porque ya había servido
gran parte de la sentencia que tenía pendiente, y porque las acusaciones que le
quedaban fueron eliminadas a cambio de su colaboración,. Que yo haya leído, Astrid Proll ha sido inquirida alguna vez sobre si se arrepiente de las acciones cometidas, pero nunca ha mostrado dicho arrepentimiento.)
En todo caso, el Ministerio de Justicia trató de responder a
las acusaciones de los abogados de la banda. Arguyó, por ejemplo, que no es que
las celdas de los prisioneros de la banda estuvieran pintadas de blanco; es que
todas las celdas en Alemania estaban
pintadas de blanco. Que el tema de dejar la luz encendida formaba parte de
protocolos antisuicidio, para que los guardias pudiesen comprobar la situación
del prisionero durante la noche. Negaron la privación sensorial o la tortura
por aislamiento. De hecho, había casos, como el de Meins y Raspe, que habían
sido autorizados a relacionarse con otros presos; y habían sido ellos mismos
los que habían decidido pasar.
A pesar de estas respuestas, lo cierto es que el tratamiento
de los presos cambió. Por ejemplo, Gudrun Ensslin fue trasladada a Ossendorf,
donde pudo estar con Ulrike; momento que vino a coincidir con otro en el que
Meinhof, aduciendo que la presencia de un funcionario de prisiones en sus
entrevistas la coartaba de hablar libremente, dejó de recibir visitas de
familiares e, incluso, de escribirle a sus hijas.
En septiembre de 1974, por otra parte, Meinhof fue
trasladada a la prisión de Moabit, en Berlín. Era necesario que fuese a dicha
ciudad porque iba a comenzar el juicio por la acción de huida de Baader. En ese
juicio le cayeron ocho años, aunque eso no supuso que la separaran, cuando se
acercó el juicio gordo, del resto de sus compañeros.
Los prisioneros en espera de juicio, cuando fueron emplazados en Stammheim, tenían bastante comodidad. No se les regulaba, por ejemplo, el uso de la luz;
podían tenerla encendida el tiempo que quisieran (aunque, esto es muy alemán,
tenían que pagarla). Se les autorizaba a tener televisiones portátiles. El
paseo diario, que normalmente era de sesenta minutos en las cárceles alemanas,
se amplió a noventa. Cuatro días a la
semana tenían dos horas para pasarlas todos juntos. Podían tener aparatos de
gimnasia. Podían jugar una hora los sábados y domingos al ping-pong (pero nunca
lo hicieron). Ulrike y Gudrun podían tener contacto con otras prisioneras (pero
declinaron tenerlo). Tenían un par de miles de libros a su disposición, en una
celda-biblioteca preparada al efecto. La propaganda sobre la presunta tortura
que estaban sufriendo los presos de la Baader había tenido tanto efecto que, de
hecho, otros presos de la misma cárcel acabarían por quejarse de los
privilegios que reputaban excesivos.
Ya en la cárcel de Essen, entre el 20 de junio y el 10 de
junio de 1972, Gudrun Ensslin había realizado una huelga de hambre. Lo hizo
como protesta cuando se decretó una investigación sobre el abogado Otto Schily
(fundador de Los Verdes, luego se pasó al SPD, con el que llegaría a ser
ministro del Interior), acusado de pasarle a Ulrike Meinhof cartas de Gudrun.
Esta misma investigación provocó la huelga de hambre de Ulrike Meinhof. No
fueron las únicas. En los siguientes meses y años, hubo varias huelgas de
hambre de prisioneros así llamados políticos. En general, la Administración
alemana las afrontó ofreciéndole a los huelguistas leche entera con toda su
nata y tal. Si los huelguistas rehuían tomarla, a los dos días se les retiraba
el agua, para forzarles a beber la leche.
La mayoría de los abogados seleccionados por los encausados
eran personas claramente identificadas con la izquierda. Christian Ströbele,
por ejemplo, era miembro del colectivo de abogados satelizado alrededor de
Horst Mahler (en 1983, Ströbele fue acusado de ayudar a terroristas
encarcelados. Con el tiempo, se apuntó a la creación de Los Verdes, formación
para la que ha sido parlamentario desde 1998 hasta el 2017). Asimismo, hay que
contar a Klaus Croissant (quien, como Ströbele, sería excluido del juicio de
Stammheim. Este tipo, siempre muy cercano a las organizaciones como la Baader
como veremos, fue acusado por dicha colaboración, liberado bajo fianza, y huyó
a Francia donde, entre otros, el inevitable Jean Paul Sartre hizo campaña contra
su extradición a Alemania. Como quiera que hay veces (pocas) que la voz de los
gilipollas no se impone, la extradición acabó verificándose. Tras su
liberación, Croissant trabajó para la organización vanguardia de las libertades
del hombre, también conocida como Stasi o policía política de la Alemania
Oriental); a Jörg Lang (que se pasaría a la clandestinidad); el matrimonio
formado por Eberhard y Marieluise Becker; o el que ya fue abogado de Ulrike
Meinhof cuando se divorció, Kurt Grönewold (quien acabaría acusado como
Ströbele de pasar información entre presos). Grönewold y Croissant fueron los
principales portavoces de la campaña por las condiciones de los presos.
El 9 de febrero de 1973, siete abogados, entre ellos los
Becker, Croissant y Grönewold, llevaron a cabo una huelga de hambre de cuatro
días. Se colocaron, vestidos con sus togas (que trataban de no llevar en los
juicios, pero que por lo visto son un uniforme indispensable en las huelgas de
hambre) delante de la Bundesgerichtshof o Tribunal Supremo Federal en
Karlsruhe.
Mientras pasaban estas cosas, sin embargo, diversos miembros
de la banda eran llevados a juicio y, por lo general, condenados. A Karl Heinz
Ruhland, por ejemplo, le cayeron cuatro años y medio el 15 de marzo de 1972. El
1 de marzo de 1971 había sido juzgado en Berlín Horst Mahler, a causa de su
participación en la huida de Baader, junto con Ingrid Schubert e Irene Görgens.
Fue en este juicio donde se produjo la gran sorpresa de que Peter Urbach, el
tipo que decía estar convencido de que había unas armas enterradas en un
cementerio, apareció de repente y comenzó a declarar contra Mahler, haciéndose así evidente que había estado trabajando
de informante policial. La noche anterior al juicio, diversos activistas de la
APO tiraron cócteles Molotov a una comisaría y la tomaron con varias tiendas de
la Ku-Damm; la policía hizo un centenar de arrestos.
Los jueces dictaminaron que Horst Mahler era no culpable de
aquel delito; pero le metieron seis años a Schubert y cuatro a Görgens. El
Estado, sin embargo, apeló, y en instancia de apelación la inocencia de Mahler
fue revocada.
En el otoño del año siguiente, 1972, Mahler visitó de nuevo
los tribunales para ser juzgado por atraco a bancos. Junto a él en el banquillo
estaban Asdonk, Bäcker, Berberich, Görgens (que, como vemos, repetía), Grusdat
y otra repetidora: Schubert. El tribunal hizo bacarrá, declaró a todos los
acusados culpables (la verdad es que las pruebas contra ellos eran bastante
aplastantes) y les cascó diversas penas, por ejemplo catorce años a Mahler.
En noviembre de 1974, por su parte, fue cuando se produjo la
condena de ocho años contra Ulrike Meinhof por su participación en la liberación
de Baader; pero en este juicio también estuvo Mahler, acusado de asociación criminal.
Le cayeron doce años, concurrentes con los anteriores catorce. Hans Jürgen
Bäcker, que fue juzgado con ellos, fue encontrado no culpable.
Para entonces, tanta sentencia, fuese concurrente o no,
parece que había cambiado la forma de pensar de Horst Mahler. El abogado que
tantos cambios ideológicos acabaría por tener iba diciendo que se había dado
cuenta de que la praxis de la RAF, en realidad, no era la acertada. En auxilio
de su imperiosa necesidad de alejarse de los terroristas acudieron sus más que
posibles lecturas maoístas. Mao Zedong se apoya en Lenin pero, en el fondo, lo
niega en muchos puntos o, como poco, lo matiza. Si una gran novedad introduce
el maoísmo sobre la praxis marxista habitual hasta la llegada del marxismo
chino es la poca fe que tiene en las posibilidades de una vanguardia
revolucionaria como la defendida por Lenin y construida por Stalin. Para los
chinos, nada puede ser si las masas no lo apoyan; por eso en Mayo del 68
reclamaron, prácticamente desde el minuto uno, la convergencia entre
estudiantes y trabajadores. Ahora, Horst Mahler podía decir, sin dejar de ser
un izquierdoso de libro, que la RAF se había equivocado; que su guerra podría
ser una guerra adecuada o proletariamente moral; pero que era un error en tanto
en cuanto no había contado con el apoyo de las masas. De hecho, Mahler se unió
al KPD, partido comunista de nuevo cuño maoísta, lo que provocó que la RAF lo
expulsase.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario