Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Bien, como dije, sigamos
contando un poco la petit histoire de los antiguos armenios.
Como he dicho, conforme el pueblo armenio se arianizó, sus
resistencias a aceptar conexiones y dependencias respecto de los pueblos arios
de su área geográfica se fueron atenuando. De hecho, la independencia de los
armenios en aquella época llegó más bien de una forma indirecta, cuando Antíoco
el Grande sufrió una derrota frente a los romanos, en el año 190 antes de
Cristo. Artaxias, el viejo gobernador de la Gran Armenia para la administración
seléucida, interpretó con astucia el momento histórico de debilidad de su
metrópoli y supo agitar, o tal vez recoger eso no lo sabemos bien, las ansias
independentistas de todo o parte de su pueblo. Por todo ello, se levantó en
armas y en la batalla de Magnesia (no confundir con la batalla de Gimnasia)
consiguió el poder suficiente como para dimitir como sátrapa para ser
inmediatamente nombrado rey.
Sin embargo, en el fondo de aquellos armenios seguía
latiendo la baja proclividad a la guerra. La elevación de Artaxias como
soberano independiente no necesitó de más batallas que la de Magnesia porque
bastantes problemas tenía Antíoco para encima enviar tropas a Armenia. Sin embargo
Epífanes, su hijo, cuando expiró el plazo delimitado en los tratados de
independencia, 25 años, sí que se planteó recuperar lo que había sido suyo o,
más bien, de su padre. Cuando los sirios se acercaron a Armenia, los armenios
se hicieron los orejas. En el 165, apenas comenzadas las hostilidades, Artaxias ya era prisionero de los seléucidas.
Las cosas permanecieron así, aparentemente, hasta más o
menos el año 150 antes del amigo de la Paloma. Ésta fue la fecha, si habéis
estado atentos, en que Mitrídates I comenzó a invadir los territorios del
imperio sirio oriental, haciendo suyos reinos como Media o Babilonia. Este tipo
de movimientos, al parecer, excitaron los deseos de independencia de Armenia.
Parece ser que en el país se impuso un rey relacionado con los arsácidas que se
llamaba Wagharshag; aunque los que bebemos de fuentes griegas, más que nada
para que no parezca que cada vez que decimos su nombre estamos echando un
esjarro, lo solemos llamar Valarsaces. Vali, como he dicho, o tenía relaciones
con los reyes partos o era él mismo miembro de la familia arsácida, pero aun
así parece también que fue un rey independiente. Reinó 22 años, y su hijo,
Arsaces, 13, que no son malas cifras para la época. Arsaces era un tipo
bastante chulo que siempre estaba buscando pelea y, con mayor frecuencia que en
ningún otro caso, la encontraba con sus vecinos del Ponto. A su muerte le dejó
el trono a su hijo Ardases, quien se suele identificar con el Ortoadisto de
quien ya hemos hablado.
Así pues, ahora podemos situarnos. Cuando Mitrídates II se
fijó en Armenia para hacerla suya, parece obvio que las vinculaciones arsácidas
de la casa real armenia habían desaparecido de mucho tiempo antes. Eran Partia
y Armenia, pues, dos reinos avecindados pero ni coligados ni se puede decir que
amigos. No parece de Mitri tuviese ningún tipo de problema con que el rey al
que iba a atacar fuese pariente suyo (bueno, la verdad es que nunca lo han
tenido los reyes, se llamen Arsaces, Windsor o Borbón).
De lo que pasó en la pelea no sabemos más cosa. Pero siempre
hemos imaginado que los armenios debieron perder porque Estrabón, al referirnos
la historia de Tigranes, el gran rey armenio, nos cuenta que, en su juventud,
fue un rehén de los partos, lo cual sugiere que fue en la guerra entre Mitri y
Orto cuando se produjo su captura. El hecho de que los partos tuviesen un rehén
real armenio indica que debieron llegar a algún tipo de acuerdo por el cual
convertían a Armenia en su tributario o súbdito, y que retuvieron a Tigranes
como caución del cumplimiento de estas condiciones.
En la Historia hay, a veces, circunstancias que dan que
pensar que todo está pensado por alguien; un poco demente, cierto es, pero
alguien. La guerra entre Partia y Armenia, que ni siquiera sabemos si fue
propiamente una guerra o simplemente una amenaza, vino a suponer para
Mitrídates II una situación de estabilización para su nación como no se conocía
de bastante tiempo atrás. ¿Había llegado el momento de relajarse? Pues la verdad
es que no pues, tomando la Historia como lo que es, esto es un recorrido
temporal en el que una o dos décadas significan poco, debemos hacer notar que,
para los partos, consolidar el poder sobre Armenia y comenzar a saber de unos
extraños tipos llamados romanos, fue todo uno.
Como ya he dicho, el enfrentamiento entre Antíoco III y las
tropas romanas, en el año 190 antes de la cagada de Dionisio el Exiguo, fue
como un Barcelona-Viveiro de copa. No obstante, a pesar de que los romanos
ganaron por goleada aquella guerrita, pasaron de poner el pie en Asia. En ese
momento, no terminaba de convencerles aquella expansión. Para los romanos, Asia
Menor, el Oriente Medio, por decirlo en lenguaje actual, y Mesopotamia, por
decirlo en el antiguo, era como abrir una tienda de forros polares en la playa
de Ipanema. Veían la zona como un área presidida por las guerras intestinas y extentinas
entre el dédalo de pueblos que poblaba aquellas estepas, aquellos valles y
aquellas montañas, todos ellos emparentados de alguna manera, todos ellos
profesándose calculados odios interminables. Los generales romanos habían
calculado que extender las posesiones imperiales por Asia les iba a obligar a
multiplicar los puestos de vigilancia por todas partes, sangrando sus legiones
con efectivos que necesitaban para otras cosas, puesto que, por aquel entonces,
estaban, desde luego, mucho más atraídos por la Galia o Hispania que por
aquellas tierras tan complicadas. Que me perdonen mis numerosos lectores
persas, pero entre invadir La Carihuela y el Irán, la verdad, no hay color.
Llegó, sin embargo, el momento en que eso cambió. Roma
absorbió Grecia y Macedonia dentro de sus posesiones y, en el 146, no dejó en
pie en Cartago ni los videoclubs. Ahora Roma, o al menos ésa era la impresión
generalizada en el Senado, sí que tenía músculo sobrante suficiente para
intentar poner orden en el cachondeo asiático (léase hacerlo suyo).
El fulminante que disparó la bala fue la noticia de que, en
Pérgamo, la dinastía dominante parecía llegar al agotamiento, sin herederos
viables. Formalmente, el Senado romano consideraba que la soberanía sobre
Pérgamo le correspondía a la República; así pues, ahora se dejó seducir por los
halcones que, desde sus gradas, clamaban por la recuperación de lo que ya era
de Roma. Así pues, fueron convenciendo a Atalo III de que, en pago por las
obligaciones adquiridas por su padre con los romanos, le dejase en herencia su
reino a Roma. Atalo tenía un medio hermano, Aristónico, que defendía la idea de
que la dinastía de Pérgamo no se había extinguido y que aquel testamento era
ilegal. Sin embargo, los romanos buscaron un aliado en la zona, y lo
encontraron en Mitrídates IV del Ponto; entre los dos contrarrestaron
fácilmente a Aristónico. Ponto recibió como pago por sus desvelos la porción de
Frigia que había sido de dominación pergamenona (porque no, amigo; aunque no lo
creas, el gentilicio de Pérgamo no es pergamino).
Ahora el primo de Zumosol estaba presente en Asia. Esto
quiere decir que, de repente, los muchos asuntos de la zona, las luchas entre
reinos, facciones o señores de la guerra, dejaban de ser temas de los que el
Senado tenía conocimiento en las tardes más tediosas, para ser parte de su
política exterior pues, repentinamente, la República tenía la necesidad de
obtener aliados en la zona, asegurar pertrechos.
Partia y Roma, sin embargo, estaban todavía lejos la una de
la otra; se les interponían sirios, capadocios y armenios. Pero ambos eran
ahora actores del mismo teatro. Mitrídates V del Ponto, hijo y sucesor del rey
que hemos leído ayudando a los romanos, había aprovechado las ganancias de
terreno obtenidas en su alianza con éstos para construir un pequeño imperio (en
realidad, no tan pequeño), puesto que había adquirido autoridad, o capacidad
tributaria, sobre Armenia Minor, Colcis, toda la costa oriental del Mar Negro,
el Chersoneso Táurico o reino del Bósforo e incluso terrenos al oeste del
estrecho hasta la desembocadura del Dniester. De un acuerdo con Nicomedes de
Bitinia había sacado la Paflagonia; había invadido la tierra de los gálatas; y,
last but not least, estaba intentando hacer a los capadocios súbditos
suyos.
Mitrídates, además, había alcanzado una alianza muy estrecha
con Tigranes, quien ya era rey de Armenia, entre otras cosas tras haberlo
casado con su hija Cleopatra.
Para Roma, toda aquella expansión por parte del Ponto era
problemática y preocupante; pero lo que resultaba totalmente inaceptable era la
eventualidad de que se hiciese con el poder sobre la Capadocia. El Senado
consideraba que una eventual caída de este reino bajo la soberanía del Ponto
crearía un desequilibrio excesivo en el área, y por eso se resolvió a impedir
dicha expansión. En el año 92, pues, la República envió a Lucio Cornelio Sila a
la zona, con la misión de restablecer en el trono capadocio al rey
Ariobarzanes, expulsado por los pontino-armenios, y echar al rey marioneta que
habían colocado éstos. Sila entró en guerra con los armenios, a los que derrotó
provocándoles bajas muy numerosas.
Tigranes, el rey ahora derrotado en el campo de batalla,
tenía unas relaciones difíciles y complicadas con los partos. Como sabemos,
había sido rehén de los mismos y, aparentemente, durante su reclusión había
llegado a algún tipo de acuerdo con ellos que incluía la cesión de algunos
territorios. Una vez fue rey, sin embargo, acabó por revertir estos
sentimientos positivos hacia los partos, o cuando menos hacia la colaboración
con ellos, y de hecho guerreó para recuperar esos terrenos entregados en su
momento.
Este cambio de opinión de Tigranes, lógicamente, no le gustó
demasiado a Mitrídates II de Partia y justifica en buena medida el gesto que
tuvo ahora de, cuando vio que los romanos entraban en guerra con los armenios,
enviarle un embajador a Sila. Orobazo, que así se llamaba el plenipotenciario,
llevaba en el portafolio la oferta de una alianza ofensiva y defensiva entre
Roma y Partia.
A Sila, que estaba comenzando a hacerse una idea de lo
complicadillo que era mantener las nalgas apretadas en un teatro bélico tan
complicado como Asia, la idea le pareció bien; sin embargo, consciente de
cuáles eran sus atribuciones, consideró que alcanzar este acuerdo lo superaba.
Así pues, aquella embajada paró en poco más que el intercambio de regalos y
buenas palabras que se suele producir cuando no se quieren firmar papeles.
Mitrídates, probablemente, tenía buenas razones para enviar
a Orobazo; es probable que ya tuviese informes encima de su mesa que hablaban
de la que le estaba montando el ambicioso Tigranes. En los años que siguieron a
la embajada de marras, el rey armenio atacó con saña a los partos, y de hecho
les arrebató extensos terrenos en la Mesopotamia septentrional o Gordiene, como
se la conocía en ese momento, un pequeño reino que estaba bajo la autoridad de
un rey tributario de los partos.
Es probable que, en medio de esta sub-guerra, Mitrídates
falleciese, quizás en el 89 antes del nene de la Christotokos (valga
este leve guiño duofisita). De nuevo Partia se quedaba sin un gran rey, que si
bien es cierto que hubo de vivir los últimos años de su reinado bastante
amargado y perseguido por los avances de Tigranes el armenio, no se puede decir
que tenga una mala hoja de servicios. Por mucho que Armenia invadiese Gordiene,
no hay que olvidar que la Partia que heredó Mitrídates era un reino que estaba
casi en su totalidad en riesgo de invasión por los escitas; una tropa temible a
la que dos reyes antes que él no había sabido parar, pero que él se arregló
para poner en su sitio.
Por otro lado, Mitrídates tiene el mérito, que vale mucho a
la luz de los hechos posteriores, de haber sido el primer monarca parto, el
segundo asiático (el primero, sin duda, fue también Mitrídates, pero del
Ponto), que se dio cuenta de que Roma era un poder emergente en Asia,y que lo
interesante era amigarse con ella. Para ser exactos, el rey de los partos
entendió esto a medias, pues nunca asumió que Roma podía ser un poder
equiparable al suyo; de hecho, Mitrídates hizo ejecutar a Orobazo, su
embajador, porque había permitido que Sila lo recibiese desde una posición formal
excesivamente superior. Pero, aún así, aun tratándose de un rey al que le
costaba entender el poder absoluto de Roma, sí que fue un monarca capaz de
entender sus capacidades.
Hace muchos años, allá por 1986, tuve como profesor de Historia Antigua a un alumno del desaparecido Presedo Velo, por lo que sólo tuvo tiempo, en todo el curso, de explicarnos el Antiguo Egipto y Mesopotamia. No vimos nada, pero nada nada, de Grecia y Roma.
ResponderBorrarHe ido leyendo por mi cuenta a lo largo de los años, así que se agradecen estos informes (que aprovecho para buscar mapas por esos mundo interneteros)
Hola excelente blog me viene muy bien este tipo de información ya que siempre ando investigando sobre historia saludos y se aplaude tu trabajo ;)
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