Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
¿De qué se acusó a Cimón o, cuando menos, qué sabemos nosotros
de dicha acusación? Aunque pueda parecer lo contrario, y cuando
menos por la información que nos aporta Plutarco, Cimón no fue
encausado por las acciones de Tasos, que llevaron una fuerte carga de
intereses personales; fue acusado de haber sido sobornado para no
atacar Macedonia. En el análisis de los acusadores, atacar Macedonia
era la consecuencia lógica desde un punto de vista naval-militar,
una vez que los temas en Tasos habían sido razonablemente bien. Sin
embargo, es aquí, decían los acusadores, donde Cimón se había
dejado llevar en exceso por sus intereses personales, pues,
contactado para darse la vuelta a cambio de pasta, habría aceptado la movida.
A decir de la
mayoría de la gente de letras que yo conozco que ha metido la
pituitaria en este tema, la verdad es que la acusación tenía
bastantes agujeros, alguno de ellos negro. El principio general en el
que se sustentó, “después de Tasos, Macedonia”, parece ser más
una cosa de ésas que se dicen en la barra del bar (“pues subes los
impuestos, y listo”; “esto lo sacas de los ricos, que tienen
mucha pasta”; “qué coño déficit, la igualdad es lo primero”)
que un principio asentado en sólidos análisis estratégicos y
logísticos. No está nada claro, pues, ni que Atenas tuviese fuerzas
suficientes para continuar la campaña por Macedonia, y mucho menos
claro aun está que el collar le fuese a salir más barato que el
perro.
Hay que entender,
por lo tanto, que los atenienses, probablemente, y según cuando
menos yo concluyo de las informaciones de Plutarco, no tenían
pruebas, incluso ni siquiera sospechas, de que Cimón
hubiese recibido un soborno. Lo que pasa es que llegaron a la
conclusión de que debería haber atacado a Macedonia y que,
en consecuencia, puesto que no lo había hecho, tenía que haber
aceptado un soborno.
El dato importante
para la historia que estamos contando aquí es que Pericles ni modo
se empleó a fondo en esa acusación. Según Plutarco, cuando le tocó hablar como juez, hizo una intervención deliberadamente corta y
esquemática, más que probablemente buscando no dañar a Cimón con
sus argumentos. De hecho, la actuación de Pericles le pareció a
Plutarco tan falta de intensidad que incluso se hace eco de un rumor
de barra de bar según el cual la hermana de Cimón, Elpinike, le
habría ofrecido acostarse con él a cambio de que fuese lenitivo con
su hermano (a lo que Pericles, según esta leyenda urbana, le habría
contestado: “eres demasiado vieja para realizar esa misión”, que
ya le vale al Caracono).
En el sistema
ateniense era relativamente común que los representantes públicos
fuesen designados para ocupar puestos o asumir labores que no
querían. Pero esto no parece ser así en el caso de los jueces
acusadores. De forma bastante lógica, la información que tenemos
nos apunta a que en los juicios, sobre todo en los políticos,
siempre se procuraba que el tribunal estuviese formado por personas
con elevado interés en el tema que se iba a tratar y, de hecho,
escapar de la condición de juez, una vez designado, no parece que
fuese tan difícil como librarse de la mili. Por ello, debemos
concluir que Pericles quiso ser el acusador de Cimón; lo que
cuando menos yo no tengo nada claro es por qué o para qué. De su
actuación cabe concluir que su intención no fue exactamente acabar
con Cimón, sino controlar los daños para eso que podemos llamar el
complejo alcmeónida-cimónida que, muy probablemente, con aquella
acusación amenazaba con acabar en el albañal de las enciclopedias.
La otra posibilidad, que también se suele señalar en los libros, es
que la intención de Pericles fuese, en realidad, acabar con un rival
político; pero si luego hizo una acusación tan débil fue porque,
conforme avanzó el proceso, se fue haciendo evidente que los cargos
contra Cimón eran relativamente débiles. Además, es más que
probable que los cimónidas desplegasen toda su capacidad de poder e
influencia, y ante ello los jueces se acojonasen un poco.
Supongo que a los
amantes de la figura de Pericles les gustará más esta segunda
posibilidad, porque dibuja a un estratega ateniense que,
verdaderamente, supo ser listo en el momento en que había que serlo.
A los acusadores de Cimón les había pasado lo que les pasa a los
malos políticos: no habían sabido manejar los tiempos
adecuadamente. Empalmados por la posibilidad de construir un caso
contra Cimón, se lanzaron a ello como si no hubiera un mañana, sin
reparar en que estaban levantando una movida penal con poca base.
Cimón tenía a su favor los cienes y cienes de veces que, como
general, no le había hecho ascos a una campaña más; más el hecho
evidente de que era asquerosamente rico, así pues difícilmente el
rey de Macedonia podía aspirar a ofrecerle una cantidad que le
hiciese tilín.
Cimón salió de
aquel juicio del 463 más fuerte de lo que ya lo era antes. Aunque la
información que tenemos no es muy precisa, todo hace indicar que los
acusadores terminaron como el gallo de Morón, si bien Pericles
Caracono obtuvo los réditos de haber estado en el juicio como un
mediopensionista que pasaba por allí, y todo parece indicar que se
salvó de la quema.
Cimón, sin
embargo, tenía dos defectos como gobernante. Dos defectos que,
aunque él no lo supiese, estaban minando su capacidad para ser el
tipo del que hoy hablasen los textos universitarios sobre Historia
Antigua. Dos defectos en los que podría haber reflexionado si se
hubiera visto en dificultades, pero que ahora que había ganado
difícilmente podía ver, cuando menos por sí solo.
El primero de los
defectos de Cimón era su abierto proespartatismo. Él mismo lo
declaró durante su juicio: la manera de hacer las cosas que
realmente le molaba era la de los espartanos, a los que admiraba
tanto que hasta le puso a un hijo suyo el nombre Lakedaimonios,
literalmente, El Espartano.
El segundo de sus
defectos, consecuencia del primero, es que para Cimón todas las
novedades clisténicas le parecían lo que probablemente habían sido
para su inventor: meros movimientos estratégicos en los que no
creía nadie. Cimón, como general ateniense, consiguió muchos
éxitos para Atenas; pero la Atenas para la que él creía luchar era
la vieja ciudad oligárquica en la que, según su visión, su propia
familia estaba llamada a ocupar una posición primate. Toda la gloria
de Atenas, en su visión, era para esa estrecha elite, y la función
de los demás era proveerles con sus brazos y su sangre para
conseguirlo.
La inteligencia de
Pericles reside, precisamente, en entender estas dos cosas justo en
el sentido contrario.
Un año después de
el juicio de Cimón, en efecto, la Historia se presentó a las
puertas de Atenas, llamó con mano firme y, una vez dentro, lo cambió
todo. El año 462 antes de Cristo es una de esas fechas que todo
dizque amante de la democracia debería saberse de memoria,
pues es un año crucial en la Historia de Atenas, de la Hélade y del
mundo. Fue el año en el que los atenienses votaron el cambio de sus
alianzas estratégicas en Grecia y profundizaron en su sistema
democrático como nadie había hecho hasta entonces.
Fue un cambio
radical y de gran calado al que, sin embargo, es posible que los
propios atenienses no le diesen gran importancia. Hay que recordar,
en este sentido, que la información que tenemos respecto de ese año
por parte de quienes lo vivieron o estuvieron cerca es muy escasa. A
Tucídides todo lo que parece importarle son las consecuencias para
la política internacional; Aristóteles, en su libro sobre la
Constitución de Atenas, aporta informaciones no muy precisas. En
consecuencia, podemos decir que sabemos con razonable precisión el
qué, pero no el cómo. Y eso incluye el papel de
Pericles y explica que, en realidad, su figura permaneciese
básicamente en la sombra durante siglos.
En fin, sabemos que
la piedra angular de la política de alianzas de aquella Atenas era
su amistad con Esparta. Esparta, como es bien conocido, era una polis
monárquica con dos co-reyes y un gobierno extraordinariamente
elitista, asumido por un número muy reducido de familias originales
de la ciudad. Para que funcionase un momio tan elitista era necesaria
la clase de siervos o ilotas, que eran los que labraban la tierra
para sus señores, financiándoles así una existencia que estaba
totalmente dedicada a lo militar.
Aunque ya sé que
la visión más o menos extendida de esta situación tiende a
considerar que los espartanos se las arreglaron para mantener este
sistema sin problemas, eso no es cierto. Muy particularmente, en el
año 465, la Lacedemonia sufrió un fuerte terremoto que,
lógicamente, trajo su epílogo de pobreza, lo que movió a los
ilotas a la rebelión. Los siervos, que buscaban lógicamente
liberarse del yugo de la aristocracia lacedemonia, acabaron
concentrándose en una fortaleza de montaña, Itome. Los espartanos,
entonces, sabían mucho de lanzarse como cachoburros contra el
enemigo, pero muy poco de asedios. Así pues, decidieron pedir el
comodín de la llamada, y convocaron a sus aliados, preferentemente
los atenienses, para que les echasen una manita.
Según la
tradición, un ateniense llamado Efialtes comenzó a dar por culo en
el Speaker's Corner con la idea de que Atenas no debía asistir
a Esparta contra los ilotas. Los más estúpidos e iletrados de los
propagandistas de la liberté, egalité et fraternité, los
más imbéciles e indocumentados de los popes de la democracia,
salivan al contar esto haciendo la interpretación de que los
atenienses, con su democracia recién estrenada, se solidarizaron con
la causa de la libertad de los ilotas. Este argumento, como digo, es
de una lerdez que de no ser triste, sería cómica. ¿Los atenienses,
que cada día cuando iban al ágora se cruzaban con decenas de
esclavos, de repente solidarizados con la causa de los ilotas?
Sí, claro; y yo, cardenal.
Si Efialtes comenzó
a decirle a los atenienses que había que tascar el freno con los
lacedemonios no fue por consecuencia del sistema democrático, sino
del poder que en los diez o quince años anteriores había conseguido
acrecer Atenas. Ahora somos un imperio, les vino a decir. ¿Por qué
ayudar a Esparta si es nuestro mayor contrapoder? Si hay alguien en
la Hélade que puede hacernos sombra, ésos son los lacedemonios;
démosles por saco, pues. Al fin y al cabo, no pasará mucho tiempo
antes de que ellos acaben por pensar lo mismo...
Efialtes,
lógicamente, tuvo que enfrentarse con Cimón el proespartano. El
hombre más poderoso de Atenas en ese momento consideraba que sería
un gravísimo error de Atenas no ayudar a Esparta en los términos de la
Hélade. Grecia, decía Cimón, es un gigante permanentemente
amenazado por otro gigante (Persia). Para sostenerse frente al
enemigo, decía, ese gigante necesitaba dos piernas: Atenas y
Esparta; y si ahora los atenienses no ayudaban a los lacedemonios
estarían, literalmente, cortándose una pierna.
En parte porque su
argumento, la verdad, era bastante sólido, en parte porque, al fin y
al cabo, el personaje del momento era él, el caso es que Cimón se
llevó el gato al agua. Varios miles de hoplitas atenienses fueron
enviados a Lacedemonia para ayudar a lo espartanos a someter de nuevo
a sus siervos. Lo cual, si uno se para a pensarlo, inauguró la
Historia de la democracia por el camino que luego ésta ha transitado
más veces: el camino de considerar la democracia como algo personal,
pero que no necesariamente nos obliga a desearle lo mismo a otros
pueblos en tanto que, dictatoriales y todo, nos sirvan para algo.
Por razones que
sólo podemos imaginar, parece ser, sin embargo, que los espartanos
no recibieron a los atenienses con los brazos abiertos. Tucídides
nos dice que, una vez en la Lacedemonia, los generales espartanos
comenzaron a recelar de aquellos hoplitas que, dijeron, podían ser
una mala influencia para sus siervos. Una vez más, eso que ya he
llamado otras veces el Efecto Revolución Francesa: soldados
que combaten con los brazos las ideas que llevan en la cabeza. Por
alguna razón, pues, los dorios se dieron cuenta de que, si bien
aquellos soldados les ayudarían a someter a los ilotas, tal vez, a
la larga, iban a acabar calentádoles la cabeza.
Poco amigos de los
gestitos, los espartanos actuaron sin recato, así pues le indicaron
a los hoplitas el camino de vuelta. El gesto fue recibido en Atenas
como lo que era: un insulto. Para desgracia de Cimón, la popularidad
de Esparta descendió en picado y las ideas de Efialtes, la
convicción de que ya era sólo cuestión de tiempo que Atenas y
Esparta terminasen a hostia limpia, se apoderó de las calles. De
hecho, los atenienses, en un gesto inusitado, acabaron sendas
alianzas con tesalianos y argivos.
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