En este color también tenemos:
Ufano se encontraba Gabriel con su nuevo nombramiento, pero pronto hubo de probar en sus carnes ese mal tan español que nos dice que una cosa es que te nombren algo, y otra diferente que ejerzas ese nombramiento. La encomienda concreta, en efecto, se hacía de rogar. La alta política se metió por medio. Como es bien sabido, por aquel entonces un grupo de ilustrados del que formaban parte Cabarrús y Jovellanos consiguieron descabalgar a Godoy de la secretaría de Estado. En el fondo de aquel movimiento se encontraba la indecisión en los escalones elevados del poder sobre si consolidar una alianza con Francia o, todo lo contrario, alejarse de la gran potencia continental del momento. El tema llegó a estar tan enfrentado que el propio Ciscar, en sus cartas, llega a dudar que que nunca pueda realizar la comisión parisina.
Ufano se encontraba Gabriel con su nuevo nombramiento, pero pronto hubo de probar en sus carnes ese mal tan español que nos dice que una cosa es que te nombren algo, y otra diferente que ejerzas ese nombramiento. La encomienda concreta, en efecto, se hacía de rogar. La alta política se metió por medio. Como es bien sabido, por aquel entonces un grupo de ilustrados del que formaban parte Cabarrús y Jovellanos consiguieron descabalgar a Godoy de la secretaría de Estado. En el fondo de aquel movimiento se encontraba la indecisión en los escalones elevados del poder sobre si consolidar una alianza con Francia o, todo lo contrario, alejarse de la gran potencia continental del momento. El tema llegó a estar tan enfrentado que el propio Ciscar, en sus cartas, llega a dudar que que nunca pueda realizar la comisión parisina.
En esencia, el de Ciscar era el típico
problema del personaje que tiene ya apalabrada, por así decirlo, una
gavela o un nombramiento con un ministro (en este caso, Lángara),
pero que tiene más que sospechas de que va a haber una crisis de
gobierno que va a colocar el tema en posición de juego revuelto,
cuando no de olvido permanente. Era consciente, además, de que Jiménez
Coronado no era el único enemigo que tenía en España el sistema
métrico decimal; es lógico, por otra parte, pensar que, en un país
acostumbrado a las medidas antiguas, incluso a personas con miras más
elevadas que las de un tonelero de Talavera les costase entender el
beneficio intrínseco de una revolución como aquélla. Mucho pesaba
en contra del tema su apellido. El sistema métrico decimal, ya lo
hemos contado, era invención y fruto de un gobierno revolucionario,
de una república que amenazaba los mismos cimientos de una Europa
acostumbrada al Antiguo Régimen; más que nunca en España, un país
que consumiría los ciento y pico años que tenía por delante en una
guerra fratricida entre monárquicos. Por lo tanto, el asunto tenía
en España muchos enemigos que lo eran por principio; gentes de poder
y de no poder que rechazaban el proyecto simplemente por su origen,
ni siquiera por su esencia. En el otro platillo de la balanza se
encontraba la conveniencia, cada vez más evidente, de que España se
adjuntase a un proyecto impulsado por una potencia del calibre de
Francia, para colmo vecina (eso quiere decir protoinvasora).
En estas milongas andaba el baile hasta
que las voluntades, poco a poco, se fueron definiendo; y con fecha 30
de agosto, Ciscar recibió la comunicación oficial para que se
incorporase a la misión en París. La espera mereció la pena. Juan
de Lángara hizo un trabajo excelente a favor del hombre en el que
sin duda creía para dicha misión. Consiguió, en primer lugar, que le fuesen conservados los emolumentos del empleo que tenía en
Cartagena y que, además las dietas correspondientes a la misión
parisina fuesen prácticamente las más elevadas posible. Tal vez por
eso, porque enviar una sola persona ya resultaba enormemente gravoso
para el Erario público, Ciscar se llevó otra alegría al comprobar
que era la única persona remitida a la capital de Francia desde
España; misión individual que le daba todavía más valor a su
figura. Sin embargo, a su llegada a Madrid en la segunda semana de
septiembre habría de descubrir otro mal español: la lentitud
administrativa. Aunque él pensaba que poco menos que al llegar a
Madrid todo lo que tenía que hacer era pillar un Uber a Barajas y
coger el vuelo a París, se encontró con que ni uno solo de los
trámites burocráticos estaba hecho y que, por lo tanto, le tocaba
hacer pasillos y esperar.
Hemos de imaginar la intensidad con la
que Ciscar se debía comer los puños si tenemos en cuenta que estaba
perfectamente informado de que la misión parisina se había fijado
el 6 de octubre como fecha para terminar los trabajos en comisión,
mientras que él, a finales de septiembre, todavía se encontraba en
Madrid esperando sobrevivir al infierno de compulsas y pagarés
connatural a su misión. No consiguió partir hasta finales de mes.
Durante su espera madrileña, en todo
caso, Ciscar debería de llevarse una sorpresa morrocotuda. A verle
se presentó un tal Agustín Pedrayes, quien ufano le comunicó que
compartiría misión con él
y consecuentemente le proponía que hicieran el viaje juntos. Ciscar,
ya lo hemos dicho, era marino de formación marinera. Los marinos son
gente bastante especial, supongo que como todos; pero una de las
especificidades de quien se dedica a cruzar los mares, consecuencia
de lo muy necesaria que es la disciplina en medio de los océanos, es
su amor por la jerarquía. A los marinos les gusta mandar o ser
mandados, preferentemente lo primero; pero que, en todo caso, la cosa
esté clara. Eso de misiones de dos miembros equipoderosos no les
mola nada; les suele despertar dudas sobre la valoración que se hace
de ellos y, si son muy paranoicos, les despierta desconfianzas
conspirativas o de naturaleza parecida.
En
realidad, los dos miembros de la misión fueron un hecho que le vino
impuesto a Lángara por personas de más poder que él.
Concretamente, Mariano Luis de Urquijo, el hombre que había acabado
por sustituir a Godoy a causa de los achaques de Francisco de
Saavedra y Sangronis, quería que la misión estuviese formada por
dos personas. Ciscar acabó tragando, aunque los hechos en realidad
vienen a sugerir que nunca, en realidad, se avino a aceptar de verdad
la presencia de Pedrayes. Este hombre, por su parte, era profesor de
matemáticas en la Real Casa de Caballeros Pajes, así como en el
Seminario de Nobles. Siendo como era asturiano, fue persona muy
cercana a Jovellanos, quien pretendió varias veces promocionarlo,
aunque sin éxito. Siendo también un hombre que trataba al entorno
ilustrado, con la llegada de José Bonaparte tuvo algunas ofertas de
empleos interesantes, pero los rechazó todos. Murió olvidado de
todos y con escasos recursos y, al parecer, la mayor parte de sus
obras se han perdido.
En el
debe del personaje cuya trayectoria estamos describiendo en estas
notas, es decir Gabriel Ciscar, debemos anotar el hecho de que nunca aceptó a Pedrayes como un
igual, hecho ése que tal vez el asturiano aceptó por no generar
conflictos, pues de su trayectoria vital tal vez cabe adivinar que no
era persona orgullosa. Nada más llegar a París, Ciscar
comenzó a juzgar la asignación que se le había dado, a pesar de
ser bastante elevada, como insuficiente. Sobre todo, consideraba que
tenía que hacer muchos desplazamientos para los que necesitaba un
coche, así como que para sus trabajos necesitaba el concurso de un
escribiente y un traductor. Todo esto lo logró tras
mucha porfía porque Urquijo no veía tal necesidad; pero en momento
alguno se puede desprender que dichas peticiones las hiciera Ciscar,
y las ejercitase una vez conseguidas, para él y su
compañero de misión. Se las
quedó todas, por lo que Pedrayes tuvo que seguir desempeñándose en
París con la asignación que se le había dado en principio.
Ciscar
y Pedrayes llegaron a París el 7 de octubre, cuando la comisión
general todavía no había comenzado sus sesiones. No lo hizo hasta
el 8 de noviembre, y aquéllos de vosotros que hayáis leído misnotas sobre la historia del metro ya sabréis por qué. Aquel día,
en los archivos de la Marina, que entonces estaban situados en la hoy
exclusiva plaza Vendôme, comenzaron las sesiones con la
participación de dos españoles.
La
Comisión tomó de partida los trabajos de Delambre y Méchain para
la medición del meridiano, así como los de Lefèvre y Guineau sobre
el peso del agua destilada en diferentes niveles de concentración.
De aquellos experimentos sobre longitud y peso se esperaba llegar a
la construcciones de sendos patrones del metro y el kilogramo. Se
eligieron por sorteo los miembros de tres comisiones (revisión de
cálculos del meridiano; revisión de los cálculos del peso;
construcción del patrón de metro de platino). Ciscar no fue
designado inicialmente para la subcomisión que había de revisar las
mediciones de Delambre y Méchain; pero en febrero de 1799, a causa
de la muerte de Borda, fue designado para sustituirlo (en favor de
los franceses hay que decir que los miembros de la Comisión no
estaban distribuidos por países, por lo que la muerte de un francés
no tenía que ser suplida por un francés).
El 22 de junio de 1799, la Comisión
presentó ante el Consejo de Ancianos y el llamado De los Quinientos,
los prototipos del metro y el kilo. A pesar de ello, la Comisión
siguió abierta en sesión, y no fue hasta agosto que Ciscar comunicó
a Madrid que la misión había terminado. Sin embargo, tanto él como
Pedrayes permanecieron en París todavía unos meses. El marino había
recomendado al gobierno español que encargase cuatro juegos de
metros y kilos, además de cuatro péndulos invariables, un
instrumento necesario para delimitar la longitud del metro y al que
Ciscar otorgaba una gran utilidad profesional como marino. Lángara,
de hecho, le encargó que aprovechase el tiempo extra para empaparse
de otros conocimientos más prácticos, como las técnicas de
fabricación de proyectiles de artillería.
La experiencia parisina convirtió a
Gabriel Ciscar en una persona convencida de que el avance de la
investigación científica en España era perfectible, y de que la
Marina debía de ser la punta de lanza de ese proceso. De sus
contactos con los científicos franceses sacó la conclusión de que
era necesario construir un programa de investigación científica
española impulsado desde el poder público, que debería tener su
epicentro en el Observatorio de Cádiz. En este observatorio, entre
otras cosas, consideraba que se debían recopilar, sistematizar y
analizar las observaciones realizadas por los marinos españoles en
América. Verdaderamente, en este punto Ciscar demostró tener las
ideas muy claras y la visión evidente de la ventaja comparativa que,
cara a muchas de las ciencias, y notablemente la geodesia, le
aportaba a España el hecho de que todavía fuese un imperio de
dimensiones mundiales. Algo que hacía que su Marina se desplazase
por el globo como ninguna otra y que, por lo tanto, estuviese en
disposición de tener un conjunto de observaciones, de Big Data diríamos hoy, imbatible, siempre
y cuando no las dejase apolillarse en los diarios de a bordo sin más
uso ni respeto.
El Gabriel Ciscar que regresó de París
estaba muy satisfecho y se diría que infatuado. Siendo como era un
hombre con obra publicada, tanto propia como a través de sus
ediciones de obras como la de Jorge Juan, era más fácil que sus
colegas franceses lo conociesen, y la verdad es que lo cubrieron de
halagos. Para un hombre como él, que tenía bastante desarrollado
ese punto de orgullo que todos tenemos, debió de ser un apoyo de
gran valor.
El caso es que el buen marino ya se
encontraba en Madrid con las cuatro copias de los nuevos estándares
que había encargado, y cuya construcción de hecho había
supervisado personalmente. Ya sólo quedaba conseguir que el país
asumiese el nuevo y racional sistema de medición, y lo generalizase
en su uso.
Sólo.
En muy pocos meses tras llegar a Madrid
de París, Gabriel Ciscar terminó su informe relativo a la misión
parisina del sistema métrico. Dicho informe se titula Memoria
elemental sobre los nuevos pesos y medidas decimales fundados en la
naturaleza, y fue presentado al rey en el mes de marzo del 1800.
El monarca le otorga la cruz de la Orden de Carlos III, una
condecoración de la que nunca se separará.
Tras entregar la Memoria, Ciscar se
volvió a Cartagena, a tomar posesión de nuevo del cargo que allí
tenía antes de ir a París. O no hubo un Pedro Sánchez que le
ofreciese algún puesto político para defender sus ideas, o él no
lo buscó; eso no lo sabemos a ciencia cierta (nunca mejor dicho).
Todo parece indicar que, con la redacción de esas aproximadamente 80
páginas sobre el nuevo sistema, una publicación muy sincrética en
la que no hay grandes desarrollos matemáticos sino la simple
voluntad de explicar el sistema métrico, y de explicarlo además no
como invención de franceses sino como un estándar nacido de la
naturaleza, Ciscar, probablemente, consideraba buena parte de su
labor terminada. O tal vez pensaba, con esa falta de realidad de la
que a menudo adolecen los científicos, que su verdad, por así
decirlo, era tan palmaria que el pueblo se lanzaría a las calles a
recibir con júbilo el sistema decimal.
Que no fue lo que pasó.
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