miércoles, junio 29, 2016

Estados Unidos (34)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.

Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson

Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act. A partir de aquí, ya hemos ido derechitos hacia la secesión, que llegó cuando llegó Lincoln. Lo cual nos ha llevado a explicar cómo se configuró cada bando ante la guerra.

Comenzando la guerra, hemos pasado de Bull Run a Antietam, para pasar después a la declaración de emancipación de Lincoln y sus consecuencias; y, ya después, al final de la guerra e, inmediatamente, el asesinato de Lincoln.

Aunque eso no era sino el principio del problema. La reconstrucción se demostró difícil, amén de preñada de enfrentamientos entre la Casa Blanca y el Congreso. A esto siguió el parto, nada fácil, de la décimo cuarta enmienda. Entrando ya en una fase más normalizada, hemos tenido noticia del muy corrupto mandato del presidente Grant. Que no podía terminar sino de forma escandalosa que el bochornoso escrutinio de la elección Tilden-Hayes.

Aprovechando que le mandato de Rutherford Hayes fue como aburridito, hemos empezado a decir cosas sobre el desarrollo económico de las nuevas tierras de los EEUU.

Pues, sí: Su Majestad, La Vaca.

La explotación a lo bestia del ganado bovino en Estados Unidos comenzó en 1845, con la anexión de Texas. Cuando comenzó la guerra civil, sólo en ese Estado había cinco millones de longhorns paseando. Hasta entonces, lo que los famosos cow boys hacían era llevar sus rebaños hasta los confines que eran capaces a base de pastorearlos; pero esto cambió radicalmente cuando el ferrocarril de Missouri Pacífico llegó a la localidad misuriana de Sedalia. A partir de ese momento, en la primavera de 1866, los granjeros podían llevar sus cabezas de ganado hasta allí y, una vez en Sedalia, distribuirlas a distancias muy largas usando el tren.

Llevar el ganado a Sedalia, como ya se ha encargado de contarnos el cine, a veces bueno, a veces no, no era tarea fácil. Los indios, los cuatreros, y la dificultad del camino, conspiraban para poner las cosas difíciles. Pero el premio lo merecía: en Sedalia, una cabeza de ganado razonablemente entera se pagaba a 35 dólares. Todo aquel sistema le debe mucho a un comerciante de carne de Illinois, Joseph G. McCoy. McCoy se hizo de oro organizando, por así decirlo, todo aquel comercio. Promovió la construcción de hoteles en todas las poblaciones por las que pasaba el tren, favoreciendo así el encuentro entre los ganaderos que llevaban el ganado y los intermediarios que lo compraban. Su primer hotel estuvo situado en Abilene, en Kansas, ciudad por la que pasaba el Kansas Pacific. Recordad, los muy cinéfilos, que Abilene es la población que cita el sheriff Little Bill Dagget (Gene Hackman) como epítome de lugar frecuentado por cuatreros y ladrones, mientras le está dando una mano de hostias a a Will Munny (Clint Eastwood), en Unforgiven.

El segundo gran arreón del negocio vaquero vino con el desplazamiento de los indios de las planicies del norte. Los terneros salían de Texas prácticamente recién nacidos y luego pasaban cuatro años en el antiguo hogar de los indios, alimentándose de los ricos pastos sin costarle nada al dueño.

La hierba no escaseaba; pero el agua, sí. El agua, de hecho, es el origen y la razón de la mayoría de los enfrentamientos a tiros que se vivieron en aquella época. Este ambiente de negocio dificultoso es el que hizo a muchos granjeros unirse en gremios cerrados, que buscaban monopolizar las fuentes de agua para impedir la llegada de nuevos competidores (el cerril capitalismo neoliberal es lo que tiene). A menudo, todo eso terminaba a tiro limpio. Eran muchos los que llegaban a la zona, atraídos por las Efantásticas (pero ciertas) historias que se publicaban en los periódicos del Este y del Oeste sobre los enormes beneficios que hacían los granjeros al norte de Texas. Sin embargo, en el invierno de 1885 la cosa cambió radicalmente. Fue un invierno durísimo que se siguió por un verano tórrido; el ganado, que ya se ha dicho no era cuidado por sus granjeros sino que vivía una vida salvaje a la buena de Dios, a su bola, murió en masa. Además, algunos granjeros, sobre todo de nuevo cuño, comenzaron a vallar sus propiedades, lo que era un golpe en la línea de flotación de estos granjeros transhumantes, que estaban acostumbrados a que su livestock comiese de lo que había por ahí sin pedirlo. El granjero científico, esto es el que establecía una granja y rutinas de producción, cuidaba de sus vacas y eso. era, además, capaz de producir más carne y de mejor calidad. Como consecuencia, en cinco años el precio de la carne en el Este cayó de 9,35 dólares las cien libras a 1,90 dólares (labrando con ello, por cierto, toda una tradición barbacoo-culinaria americana que pervive hasta el día de hoy). Eso terminó completamente con los granjeros tradicionales; con, podríamos decir, esa primera Mesta americana con sombrero de ala ancha.

Con todo y que la ganadería es una imagen fundamental para la historia del desarrollo de las nuevas tierras de los Estados Unidos, no creo que a nadie le quepa duda de que la imagen realmente tradicional del colono americano es la de un agricultor. Sin embargo, el desarrollo de la nueva agricultura no fue nada fácil. Ya hemos visto cómo el Estado federal, a través sobre todo de la Homestead Act de 1860, había fomentado la implantación de los colonos con ventas de parcelas de 160 acres cada una (más la ya comentada política de forty acres and a mule en favor de los negros). Sin embargo, esta ley incumplió, en buena medida, sus objetivos, dado que, al fin y a la postre, venía a suponer unas condiciones excesivamente gravosas para los colonos más modestos. Sin ir más lejos, en aquella época se calculó que sólo la madera y los trabajos necesarios para vallar una parcela de 160 acres venían a costar unos 1.000 dólares, a todas luces una cifra fuera del alcance del agricultor modesto (1.000 dólares, en aquella época, vienen a suponer como esperar que un trabajador recién parado que capitaliza su prestación de desempleo va a tener dinero suficiente como para alquilar un local en la mejor zona comercial de su ciudad y poner una tienda). Mientras tanto, 160 acres eran más bien poco para quien tenía capacidad económica de jugar a lo grande.

En la primera década completa después del final de la guerra civil, el legislativo se aplicó a aprobar nuevas leyes que facilitasen la adquisición de tierras, en parcelas normalmente más grandes, aunque el sistema siguió funcionando de mala manera. En realidad, la rentabilidad de la colonización no llegó hasta 1874. Aunque es difícil de creer, la novedad que cambió las cosas fue que, ese año, tres personas, sin conexión entre ellas, desarrollaron y patentaron formas de alambre de espino. El más importante de estos tres inventores, Joseph F. Glidden, comenzó rápidamente la producción en masa de este producto que, de golpe y porrazo, hizo las granjas mucho más rentables. 50 kilos de alambre costaban 10 dólares, pero el precio llegaría a 4. Ahora se podía cerrar una granja por mucho menos dinero.

Ese mismo año, también se desarrolló el entonces denominado corn binder, que revolucionó la capacidad de cosechar cereal. Hasta la existencia de este maquinillo, un colono que sólo se tuviese a sí mismo para realizar la cosecha de maíz apenas plantaba ocho acres, porque sabía que ésa era la capacidad de recogida que aportaban su cuerpo y su mula. A partir del corn binder, un solo granjero podía aspirar a cosechar 135 acres de maíz.

Más avances. Para los agricultores de las North Plains, un lugar bastante agreste y sometido a los caprichos del clima, plantar cereales era un problema. El cereal plantado en aquella zona en primavera, puesto que tenía que protegerse de muchas inclemencias del tiempo, era un cereal muy duro que a menudo daba problemas a la hora de ser pulverizado en harina. Sin embargo, en aquella década se desarrollaron sistemas de fabricación de harina que eran capaces de aprovechar aquellos cereales tan duros, con lo que, inmediatamente, la plantación de mayo a septiembre comenzó a ser más rentable. En la misma época, además, comenzó a implantarse en Kansas una variedad de cereal de invierno, conocida como Turkey Red, mucho más propia para el proceso de fabricación de harina.

Para hacernos una idea del cambio que supusieron todas estas novedades, nos bastará el dato de que, en 1879, Illinois era el primer Estado cerealero de los EEUU y, sin embargo, veinte años después no estaba ni entre los diez primeros. Los principales productores habían pasado a ser los Estados de los North Plains, esto es, las Dakotas, Kansas y Nebraska, junto con Minnesota y California, zonas ambas, también, de plantación del hard wheat.

Todo este proceso, además, fue paralelo al de intensa industrialización en Europa, que redujo el tamaño de sus sectores agrícolas y, en consecuencia, generó una demanda de alimentos importados que, precisamente, esta incipiente agricultura estadounidense estaba llamada a colmar. Sin embargo, no todo eran buenas noticias. En realidad, la entrada en el comercio mundial cerealero de nuevos grandes jugadores, como India o Australia, así como las tendencias proteccionistas en algunos países de Europa, amenazaban el modelo económico agrícola del Oeste.

En el campo de la industria, por su parte, nada representa la revolución estadounidense de la época mejor que el desarrollo de ese nuevo sector surgido alrededor del refino del petróleo. A mediados del siglo XIX, el principal aceite para iluminación en el mundo era el aceite de ballena; pero se había convertido en un bien tan escaso que alcanzaba precios de hasta 5 dólares el galón. Para entonces, los científicos y hombres de negocios eran conscientes de las posibilidades que ofrecía el petróleo de servir de sustituto para estas necesidades; pero todavía no se sabía dónde se podrían encontrar reservas de este combustible lo suficientemente grandes.

En 1857, un grupo de lo que hoy llamaríamos emprendedores envió a un explorador, E. L. Drake, a las cercanías de la localidad pensilvana de Titusville. Allí se hizo el primer intento de la Historia por sacar petróleo del subsuelo. Aquel movimiento generó una pequeña fiebre del oro (negro), y en cuatro años había 2.000 millas cuadradas en aquel Estado, Virginia occidental y Ohio cubiertas por pozos de petróleo. Se producían 40 millones de barriles al año, de los cuales una quinta parte eran refinados por una compañía llamada la Standard Oil, propiedad de John D. Rockefeller.

Rockefeller había nacido en 1839 en Richford, NY. Ya en la guerra civil, cuando apenas tenía 26 años, había montado un negocio relacionado con el comercio de grano y carne, que le hizo rico. Con aquellos 50.000 dólares que había acumulado, decidió invertir en una pequeña refinería que había comprado en Cleveland. Para ello se asoció con un hombre muy experto en el sector del petróleo llamado Samuel Andrews. En 1867 se les unió Henry M. Flager, así como un destilador de bebidas alcohólicas de Ohio, Stephen V. Harkness. Estas personas, junto con William, el hermano de John, fundaron en 1879, la Standard Oil, con un capital de un millón de dólares.

La fama de Rockefeller como mal empresario o empresario venal está muy justificada. En realidad, se hizo grande a través de la práctica generalizada del dumping (venta por debajo de costes) y abuso de posición dominante. Sobre lo primero, en cada zona en la que se establecía su estrategia consistía en vender por debajo de costes, a precios ultracompetitivos, hasta que echaba del mercado a sus competidores; momento en el que reajustaba los precios. Sobre lo segundo, fueron comunes sus demandas a las empresas de ferrocarriles para que le cobrasen fletes especialmente bajos (para ser más exactos: dado el carácter semipúblico de las líneas de tren, que les impedía hacer eso, pagaba los fletes normales, pero luego exigía reembolsos).

Una vez que hubo limpiado Cleveland de competidores, Rockefeller decidió expandirse por todo el país. Su plan era convencer a las empresas de ferrocarriles de que incrementasen sus tarifas a las petroleras y no sólo no se las aplicasen a la Standard, sino que de hecho le abonasen parte del nuevo beneficio. Evidentemente, cuando esto se supo públicamente se montó la mundial, y la Standard debió abandonar el plan; sin embargo, lo llevó a cabo, cobrando jugosas cantidades, en el caso de las líneas de ferrocarril menos rentables. En 1879, la Standard acumulaba el 95% del refino en los Estados Unidos y prácticamente todo el mercado mundial. Para entonces, los oleoductos estaban sustituyendo al transporte sobre la tierra, pero la compañía tenía el monopolio en la práctica de los mismos.

Sin embargo, a principio de la década de los ochenta los yacimientos tradicionales, sobre todo los de Pensilvania, comenzaron a dar muestras de agotamiento. En 1885 se descubrió un gran yacimiento en Lima, Ohio, y otro en la frontera con Indiana. Se trataba, sin embargo, de un petróleo muy sulfuroso (muy característico por su mal olor, lo que le ganó ser conocido como skunk juice, zumo de mofeta). Rockefeller, sin embargo, estaba convencido de que era posible eliminar aquel olor nauseabundo, y en 1887 fundó la Ohio Oil Company, en la que empleó a un ejército de químicos. Estos químicos, efectivamente, lograron eliminar el indeseable efecto.

Otro producto que quintaesencia el desarrollo industrial decimonónico de los Estados Unidos es el acero. Hasta 1847, el acero era un producto escaso y caro cuya producción llevaba semanas de complicados procedimientos. En dicho año, sin embargo, William Kelly de Kentucky descubrió un método simple que podía fabricar toneladas de acero en apenas unos minutos. Sin embargo, por diversas razones este método no se popularizó hasta diez años después, cuando Kelly debió litigar con un inglés, Henry Bessemer, que pretendía patentar un procedimiento similar.

En 1872, un constructor de ferrocarril y de puentes para el mismo, Andrew Carnegie, decidió meterse de lleno en el negocio del acero. Viajó a Inglaterra, donde se convenció de la viabilidad de lo que ya se conocía como el Bessemer Steel, y al año siguiente construyó la mayor planta siderúrgica del mundo en Pittsburgh (patria de los que, no por casualidad, se llaman Steelers).

La planta de Pittsburgh llevaba el nombre de J. Edgar Thomson, uno de los magnates del ferrocarril, con quien Carnegie tenía tratos muy estrechos. Gracias a esta relación, en 1879 la planta producía 930.000 toneladas de acero, de los que dos tercios eran elaborados en forma de raíles. En 1890 la producción era de 4 millones de toneladas, con nuevos competidores entrando en el negocio.

Por lógica, y como no podía ser de otra manera, la industrialización americana trajo consigo el problema de la relación entre empleadores y trabajadores.

Tras la guerra civil se impusieron en el ámbito laboral estadounidenses dos grandes organizaciones de trabajadores o, como diríamos nosotros, sindicatos. Se trataba de The Noble Order of the Knights of Labor y la American Federation of Labor.

Los KoL fueron fundados en 1869, pero no adquirieron fuerza hasta 1878, cuando fue nombrado Gran Maestro de la unión un maquinista de Scranton, Pensilvania, llamado Terence V. Powderly. Powderly era un anticapitalista (o, más bien, acapitalista) que pretendía crear una organización de ámbito nacional que esquivase el capitalismo mediante la producción cooperativa. De hecho, creó más de una treintena de cooperativas en todo el país. Aunque el jefe de la KoL estaba en contra de las huelgas, fue una huelga patrocinada por su organización en la Pacific Railroad la que les dio fama nacional y elevó su militancia a las 700.000 personas.

En el May Day de 1886, la KoL y otras organizaciones impulsaron una manifestación monstruo en defensa de la jornada de ocho horas. En Chicago, donde se estaba produciendo una huelga contra la McCormick Harvester Company, la manifestación fue seguida por una serie de mítines más o menos espontáneos celebrados en diversos puntos de la ciudad, y en los que brillaron los oradores anarquistas. En una reunión celebrada el 3 de mayo en la plaza Haymarket, alguien tiró una bomba a la policía, matando a uno de los uniformados. Siguió un grave tumulto en el que murieron siete policías más y cuatro civiles. El lanzador de la bomba nunca apareció, pero se montó un juicio contra siete anarquistas, que fueron condenados; cuatro de ellos resultaron ejecutados. Otro de los acusados se suicidó y, en lo que se refiere a los otros dos, su condena a muerte fue conmutada por cadena perpetua. Seis años más tarde, sin embargo, el entonces gobernador de Illinois, John P. Altgeld, los liberó, tras haber acusado al tribunal de “ferocidad maliciosa”. O sea, que habían ido a por ellos.

A pesar de esta injusticia, la movida de Haymarket comenzó a separar a la KoL de algunos de sus miembros, a pesar de que no había sido instigadora de los disturbios.

Por lo que respecta a la AFL, en realidad era una organización diferente, lejana del concepto que tenemos de sindicatos. En su origen, la AFL era una federación de organizaciones de artesanos. Era una organización mucho más profesional, que exigía de sus federados la contratación de gestores a tiempo completo y recaudaba sistemáticamente cuotas para tener siempre fondos de resistencia para huelgas. No tenía ambiciones políticas ni tampoco era su prioridad influir en la legislación. Con un espíritu que ha impregnado para siempre el sindicalismo estadounidense, en realidad el objetivo fundamental de la AFL (muy heredado de la esencia gremial de las asociaciones de artesanos) era lo que ellos llamaban una close shop, una tienda cerrada: el establecimiento que se comprometía a emplear sólo a miembros del sindicato.

A principios de la década de los noventa, la AFL tenía un cuarto millón de afiliados y un futuro prometedor, especialmente después de un acuerdo con Carnegie. Sin embargo, a principios de esa década su crecimiento se retrasó a causa de dos huelgas.

La primera de estas huelgas surgió cuando, estando Carnegie de viaje por Europa, el presidente de la compañía, Henry Clay Frick, decidió recortar los salarios. Cuando la AFL rechazó el cambio, Frick se preparó para los conflictos cerrando la planta de Homestead y contratando a 300 detectives de la firma Pinkerton para que la protegiesen. Sin embargo, aquel pequeño ejército pronto se vio superado por la fuerza de los obreros, y el 6 de julio Frick pidió ayuda a la milicia estatal a través del gobernador de Pensilvania. El conflicto duró cinco meses. En principio, la opinión pública estuvo del lado de los huelguistas, pero cuando un anarquista (no relacionado con la fábrica) intentó asesinar a Frick, el sentimiento cambió.


La segunda huelga se produjo dos años después en la Pullman de Chicago, pero pronto se extendió a otras líneas férreas. En medio de un problema de rentabilidad grave, la compañía recortó los salarios más de un 20%. Los trabajadores solicitaron que la compañía se apretase también el cinturón reduciendo sus beneficios, pero fueron poco menos que despedidos de la mesa de negociación. Entonces, los trabajadores apelaron a la American Railway Union, un sindicato organizado por Eugene V. Debs poco tiempo antes y al que muchos de los trabajadores de la Pullman pertenecían. Debs consiguió, por primera vez, una huelga por solidaridad: pararon todas las líneas.

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