El merdé navarro
El enfrentamiento fraternal
Se vende finca catalana por 300.000 escudos de oro
El día que los catalanes dieron vivas a la Castilla salvadora
El lazo morado (o Cataluña es Castilla)
A tocar fados con la cobla
Los motivos de un casorio
On recolte ce que l'on seme
Perpiñán, o el francés en estado puro
La guerra civil
El expediente nazarí
Las promesas postreras del rey francés
La celada de Ana de Beaujeu
El rey pusilánime y su sueño italiano
Operación Chistorra
España como consecuencia
La forja de España, contrariamente a lo que mucha gente cree e incluso se enseña, no se produce, en sus principales elementos, con el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón; en realidad, se produce con tres de sus consecuencias fundamentales, que son: la guerra de Granada, la recuperación de los condados pirenaicos y la situación de la raya de Francia, de nuevo, en el paso de Salces; y, finalmente, la anexión de Navarra.
Como es bien sabido, desde el siglo XIII la dominación musulmana de la península ibérica estaba ya muy de capa caída y, como ya hemos contado en este blog, el último reino musulmán, el reino nazarí, estaba bastante corroído de querellas internas. La dinastía nazarí comienza con Mohamed I, el arquitecto de La Alhambra (porque es un error, muy común, atribuir esta joya arquitectónica a los tiempos de los reyes expulsados por los cristianos). Desde el quinto Mohamé hasta el décimo, el espacio de un siglo que media entre la mitad del XIV y del XV, el reino nazarí se convierte en una jaula de grillos a lo puto bestia. Granada es, para entonces, una nación condenada por la pinza que sobre la misma ejercen los cristianos desde el norte, y los musulmanes magrebíes desde el sur. En Málaga y en Almería, señores de la guerra montan sus propios reinos, que no dudaron en trabajar en connivencia con el cristiano; eso cuando la alianza no era de los cristianos con Granada en contra de aquellos disidentes. Mohamed I había rendido homenaje ya al rey Fernando, y Mohamed VIII hizo lo propio con Juan II de Castilla.
Todos
los reyes castellanos, desde el Juan citado hasta los católicos,
habían de meter espada, con mayor o menor suerte, con mayores o
menores ganas, en Granada. En las guerras contra Granada se enalteció
Fernando, hijo segundón de Juan II, que sería conocido como
Fernando de Antequera precisamente por la toma de dicha población el
24 de septiembre de 1410. Bajo Juan II los cristianos obtendrían una
victoria todavía más relevante, la de La Higueruela (1 de julio de
1431). Enrique IV, ciertamente, se mostró mucho menos proclive a
atacar a los islamitas, bien que no son pocos los historiadores que
han señalado que las gravísimas querellas internas vividas en el
entorno nazarí se lo habrían puesto a huevo. Enrique, sin embargo,
no había nacido para ser el general victorioso sobre Granada y,
además, como bien sabemos, vivió su propio calvario interior y
gobernó una Castilla demasiado dividida.
Yo, cuando menos, tengo la convicción personal, nacida obviamente de las lecturas, de que Isabel y Fernando siempre tuvieron claro que la pérdida de Granada por los musulmanes tenía que producirse en el ámbito de su reinado; de sus vidas. Que eso fuere porque avizorasen la idea de una España unida, ya no lo tengo tan claro. Pero lo que sí tengo claro es que eran conscientes de que sólo contando con los recursos de Castilla y Aragón unidos la empresa podía llegar a buen fin; y que, consiguientemente, había llegado el momento de culminar una labor que los ibéricos cristianos consideraban una obligación de conciencia desde siglos atrás, por mucho que, dado que formalmente ellos no lo llamaban Reconquista, ahora haya tanto licenciado en Historia enfangado en la estúpida querella nominal de si los perros son galgos o podencos.
Esta convicción por parte de los reyes católicos supone un importante cambio de estrategia, sin el cual la pérdida de Granada para unos, recuperación para otros, no se entiende: Isabel y Fernando concluyen que hay que escalar la situación existente, que es una situación basada en la escaramuza fronteriza sin reales intenciones de avance, por una guerra de conquista en toda regla.
En 1478, el sultán Muley Abdul Hasán, probablemente temeroso de esta nueva estrategia que empieza a apreciar en la actitud de los cristianos, trata de fijar el teatro de relaciones mediante un acuerdo diplomático. Así, le envía unos embajadores a Fernando, que entonces estaba en Segovia. Hasán quería pactar una tregua con los cristianos, pero sin renovar el homenaje prestado al rey Juan II de Castilla. Fernando, que había aprendido de su padre que las situaciones hay que emputecerlas lo justo, consintió en una tregua de tres años. Por otra parte, la necesitaba. Aquel año, como ya hemos visto, los reyes católicos estaban todavía enfangados en la guerra civil con apoyo portugués y, por lo tanto, sabían que hasta que no apañasen ese dosier, no se podían poner en serio con el siguiente.
Una vez expirada la tregua de 1478, contando con una tropa veterana y razonablemente financiada con los servicios de Medina y otros, Fernando se podía plantear el ámbito militar de otra manera. En ese momento, además, los musulmanes, que también se habían rearmado, recuperaron Zahara (26 de diciembre de 1481). Fue para responder a esta acción que Ramón Ponce de León, marqués de Cádiz, tomó Alhama. Desde aquí hasta el final, moros y cristianos ya no dejarán de pelear.
Para los nazaríes, la pérdida de Alhama era demasiado preciosa. Intentaron recuperarla, pero Ponce de León los derrotó el 29 de marzo de 1482. Esta segunda victoria le provocó a Fernando de Aragón una falsa sensación de que aquello estaba ya hecho, por así decirlo. Contra el criterio de muchos de sus generales, Fernando avanzó sobre Loja, donde, el 1 de julio, habría de aprender que la partida todavía no estaba ganada ni de lejos.
Fernando, sin embargo, aprendió de aquello. Aprendió que la guerra había cambiado, máxime aquélla cuyo objetivo es consolidar el poder y el control sobre el terreno que se va pisando. Ya no era cuestión de avanzar sin más, sino de hacerlo de una forma coordinada y planificada. Cada vez más, las victorias se planificaban con hora, minuto y resultado.
En ese momento, la guerra de Granada se estabilizó en un solo objetivo: Alhama. Conservar Alhama, desde el punto de vista cristiano; o recuperarla, desde el musulmán, se convirtió en el gran talismán para ambas partes. Los nazaríes, de hecho, invirtieron probablemente demasiados activos en un objetivo que, por otra parte, no conseguirían. Ello dejó desguarnecida la retaguardia, donde Aisha, la esposa que se consideraba preterida desde que su marido se había encoñado con la joven Soraya, impulsó a su hijo Abú Abdalá Mohamed, conocido como Boabdil, a dar un golpe de Estado. Hasán hubo de huir y refugiarse en Málaga, donde, junto con Guadix y Baza habría de crear un reino propio.
No se comenta mucho, o yo creo que no se comenta, pero es cuando menos mi convicción que Fernando de Aragón tenía una ventaja de cara a lo que se venía por delante: la revolución catalana. En dicho conflicto, Fernando había sido testigo de las estrategias desplegadas por su padre Juan, mezcla curiosa de política prudente, acercamientos diplomáticos siempre diseñados para buscar los puntos débiles del rival, y acción militar. En realidad, la última década de la guerra de Granada y la revolución catalana se parecen bastante, y creo yo que deberían ser estudiadas en paralelo para entresacar los patrones estratégicos que Juan y Fernando habrían de aplicar en una u otra. Estamos en el terreno de las ucronías, pero yo, cuando menos, estoy bastante convencido de que, sin la revolución catalana, tal vez el objetivo de los reyes católicos de rendir al moro en la península durante sus vidas no se habría podido cumplir.
En marzo de 1483, Hasán y su hermano, llamado El Zagal, derrotaron a Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago, en la Axarquía malagueña. Boabdil, por su parte, marchaba sobre Lucena. Este avance, sin embargo, fue un desastre para los islamitas. El mismo Boabdil fue capturado (abril de 1483); en mayo, Fernando tomaba la villa de Tajara.
El presidio de Boabdil colocó a Hasán de nuevo al frente de un Estado muchos de cuyos miembros, especialmente en la capital, habían aprendido a despreciarlo. Parece que el sultán se dio perfecta cuenta de que sería un gran yerro considerar que podría continuar como si tal cosa, como si la rebelión de Boabdil no hubiese ocurrido. Entre someterse a la posibilidad de un nuevo golpe de sus contrarios y pactar con los cristianos, eligió lo segundo. Así pues, le envió heraldos a Fernando señalándole que estaba dispuesto a negociar si soltaba a su hijo. El rey Fernando, muy bien informado de la cantidad y calidad de las querellas internas de los nazaríes, comprendió que la mejor forma de joderlos era soltar a Boabdil y, así, volver a prender la mecha de la disensión en el interior de Granada. A Boabdil le puso como condición que dejase franco el paso de las tropas cristianas hacia Málaga; algo que el nazarí estaba dispuesto a aceptar, por lo que podía suponer la pérdida de la ciudad para el debilitamiento de su padre y enemigo.
Boabdil volvió a ocupar su lugar al frente de un reino que estaba profundamente dividido y en el que las diferentes facciones se acusaban mutuamente de no ser suficientemente patriotas, suficientemente musulmanas. La verdad es que ya no quedaba patriotismo musulmán: todos, en un momento u otro, pactaban con los cristianos a su conveniencia. Fernando, mientras tanto, parecía operar como un agente oficioso de Boabdil. Se dirigía contra las poblaciones controladas con Hasán, aprovechando además que el sultán, ciego y viejo, estaba muy cerca de la muerte. Hasán, de hecho, falleció pronto, dejándole el bastón de mando a su hermano El Zagal.
El Zagal, al que la historiografía española bautizó El Rey Chico, llegaba al sultanato con cierta imagen de incorruptible. Desde luego, había pactado con los cristianos mucho menos que su sobrino, y eso sirvió para que muchos nazaríes se le hicieran parciales. Su ejército cayó sobre Boabdil y lo obligó a huir a Córdoba, donde se colocó bajo la protección de los reyes castellano-aragoneses.
Aisha, la madre de Boabdil, acusó entonces a El Zagal de haber envenenado a su hermano el sultán. Aquella historia, bastante dudosa, prendió lo suficiente para que Boabdil pudiera salir de Córdoba, reforzado por los cristianos, y se hiciese, de nuevo, con el poder la ciudad de Granada. Mientras los musulmanes se peleaban entre sí, Fernando tomó Loja el 29 de mayo de 1486. En ese tiempo, asimismo, Fernando y Boabdil terminaron de pergeñar su acuerdo de alianza. El sultán de Granada fue intitulado conde de Guadix y grande de España; pero, a cambio, debía de convertirse en un enemigo de su tío, quien había recuperado Granada.
Por alguna documentación que se conserva, sabemos que como muy tarde en 1487, el Estado Mayor cristiano, por así decirlo, había decidido ya la toma completa de Granada y la destrucción, por lo tanto, de la monarquía nazarí. El proyecto, por otra parte, se respiraba en el ambiente desde el año anterior, 1486, un año en el que a Castilla habrían de llegar voluntarios de varios países de Europa, dándole a las últimas boqueadas de aquella guerra un espíritu de Cruzada que, claro, los actuales licenciados en Historia niegan o ponen en duda porque lo contrario son enfoques superados.
En Granada, El Zagal había decidido que el reino de Granada sería de quien controlase el Albaicín; pero, por mucho que lo intentaba, no lo conseguía. Fernando de Aragón, por su parte, salió de Córdoba el 7 de abril de 1487, enfilando hacia Vélez-Malaga. La tomó el 27. Siguieron otra serie de conquistas, que movieron a los musulmanes a retirarse a Guadix. Esta ciudad, junto con Almería y Baza, eran los últimos bastiones de El Rey Chico. Y Málaga, su verdadero centro de poder.
Fernando trató primero de tomarla por vía rápida, sobornando a Hamet Zeli, su gobernador. El 7 de mayo, marchó sobre la ciudad. El sitio se produjo en un momento en el que la peste se adueñaba de la zona, y fue, de hecho, la enfermedad la que abatió el ánimo de los sitiados. Zeli cometió el error de rechazar una capitulación honrosa y cómoda que fue la primera oferta de Fernando. Cuando los musulmanes volvieron a solicitar audiencia al rey castellano-aragonés, estaban ya demasiado desesperados como para poner condiciones. La ciudad se rindió el 18 de agosto de 1487. Fernando e Isabel, pues la reina de Castilla se encontraba presente para animar a las tropas, quisieron hacer un ejemplo claro de Málaga, la ciudad que se les había rendido tras resistir. Los bienes de los habitantes fueron confiscados (algo que les vino muy bien para pagar soldadas, por cierto) y la ciudad tardaría casi veinte años en ser reconstruida. Se estaba tratando de enviar un mensaje claro: por las buenas, somos malos; pero por las malas, somos peores.
En la primavera de 1489, el objetivo fue Baza. Fernando e Isabel no querían un asedio largo, puesto que unas inundaciones habían colocado a sus tropas en mala situación; por la dicha razón, Baza fue tomada por soborno. Caída Baza, Almería y Guadix se sometieron sin resistir. El Zagal, ya sin sultanato, se entregó a los cristianos. El 4 de enero de 1490, el ejército fue licenciado.
Este gesto, por parte de algunos que lo conocen, lleva a veces a considerar que los reyes católicos consideraban la campaña de Granada terminada y que pudieron la intención inicial de mantener en la península una corona musulmana. La verdad, no hay tal. Las condiciones de Boabdil cuando se había puesto bajo el paraguas cristiano eran tan desesperadas que había firmado todo lo que le pusieron por delante. Consecuentemente, el ahora sultán granadino había firmado que, una vez que Baza, Almería y Guadix fuesen cristianas, él debía rendir Granada sin lucha. La cláusula, además de fruto de la extrema debilidad de uno de los firmantes como digo, tenía su lógica pues, la verdad, sin el concurso de estas plazas, el reino nazarí devenía inviable. En 1490, Fernando exigió de su aliado que cumpliese lo pactado. Boabdil comenzó primero a poner problemas técnicos por aquí y por allá para, finalmente, quitarse la careta y retractarse de lo firmado. Tenía apoyos para hacerlo, pues la caída de las plazas de El Zagal había creado un tsunami de patriotismo religioso en Granada, así pues Boabdil era consciente de que no podía dar el paso pactado sin sufrir, como poco, graves reproches. De hecho, la famosa frase de su madre cuando dejaron Granada debe interpretarse en estos términos, en mi opinión. No se refiere tanto a la pérdida de Granada como a la primera pérdida de la misma, que se produjo en el día en que Boabdil pactó con Fernando para atacar a su tío.