El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro
Comencemos por entender que para los shiitas, la palabra imán tiene un significado muy preciso y, por lo tanto, no se puede andar jugando a aplicarla a unos y a otros. Un imán es dos cosas: un descendiente de El Profeta; y una persona inspirada divinamente. Por lo tanto, es el líder por derecho de la comunidad musulmana.
Estas afirmaciones marcan una diferencia de principio con el
sunismo. En el shiismo, los eruditos y clérigos no pueden, o más bien cabe
decir que no podían, adquirir la misma figura y el mismo poder que en el
sunismo; y digo que es mejor decir que no podían pues, como iremos viendo, este
tema se fue corrigiendo con el tiempo. Las teocracias sólo son posibles si
existe una clase clerical que las articule.
Shií, shiita, chiita en una transliteración hacia la forma
que tenemos que usar el aparato fonador, proviene de Shia o Shiah (se escribe
con un apóstrofo en medio, pero en general estoy ahorrando esos pequeños
insectos tipográficos en estas notas). Shia quiere decir partido, facción,
capilla o bandería. Como sabemos, hay un episodio en la vida de Mahoma y de
Alí, el de Ghadir Khumm, que, según como se interprete, puede llevar a concluir
que por parte de El Profeta hubo una asunción explícita de que Alí lo
sucedería. De alguna manera, Ghadir Kumm es, pues, el correlato islámico a ese
extraño pasaje evangélico (no sinóptico, por cierto) en el que Jesús le dice a
Cephas tú eres Pedro y con esta pieza montaré yo mi Meccano, lo que cobres en la Tierra quedará cobrado en el Cielo, y tal (bueno, Jesús dijo lo que se ate o desate; pero sus intérpretes luego lo usaron para lo que lo usaron).
Existen, por lo demás, otros episodios en la vida de El
Profeta que sugieren fácilmente el papel preeminente que tuvo Alí en su vida.
Así, por ejemplo, fue Alí la única persona que lo ayudó a eliminar los ídolos
paganos de la Kaaba; y en Ohod, fue a Alí a quien Mahoma entregó su espada.
Como ya hemos visto, tanto Alí como sus hijos dan la
impresión de haberse impuesto gestos de prudencia ante lo que, yo por lo menos
lo tengo por probable, era el claro preludio de una severísima división en la
nación islámica. Pero el punto especialmente importante para muchos musulmanes
se produce con la muerte de Husein; en tal sentido, es cuando menos mi opinión que decir que el shiismo es la tendencia de los seguidores de Alí, sin llegar a ser una afirmación falsa, sí que contiene elementos de error. A Alí lo admiran y lo veneran musulmanes no shiíes y, es más, creo que es un personaje que debería ser admirado por no musulmanes, en el caso de que los no musulmanes supieran sobre el Islam más de lo que normalmente saben. Pero, en realidad, con quien el portaaviones del shiismo comienza a girar en serio es con el martirio de su hijo. Es Husein la clave. Husein, tal vez, y como todo mártir, tenía que morir. Pero sus enemigos, en un error histórico, y también histérico, no se pararon en el cómo, y eso
fue lo que, de alguna manera, lo empezó todo. No olvidemos una cosa, que creo que es un elemento importante: gran parte de los martirios cristianos son martirios teóricos o poéticos; pero el martirio musulmán es real como la vida, o más bien como la muerte, misma. A Husein lo mataron; su asesinato tuvo testigos que recordaron el hecho sin mácula de duda, y lo transmitieron en el tiempo. El recuerdo de Husein, más que el recuerdo de Jesús, es el recuerdo de Tomás Moro, sólo que a lo puto bestia.
La muerte de Husein, en el momento en que se produjo, es
decir cuando otras líneas de los compañeros de El Profeta se habían secado y el
califato caminaba lentamente hacia su conversión en una monarquía más, dejó a
muchos musulmanes hueros de la dirección que esperaban: aquélla de un digno
descendiente de su Profeta. Todas esas personas, aunque tuviesen un califa,
necesitaban un imán; alguien atrayente (chiste fácil) que los gobernase desde un punto de vista (cuando
menos) religioso desde la autoridad y la, digamos, santidad, otorgada por sus
orígenes.
El primer imán de los shiíes, por lo tanto, es, lógicamente,
Alí. Y los dos siguientes son sus hijos, Hasán bin Alí y Husein bin Alí. La
cosa, sin embargo, pierde pie a partir del momento en que un soldado separó la
cabeza del tercer imán de su cuerpo.
A la muerte de Husein, una parte de las fidelidades de los
protoshiíes se dirigieron a Mohamen ibn al-Hanafiyah, puesto que era medio
hermano de Hasán y Husein y, de hecho, el único hijo vivo de Alí. Hanafiyah,
sin embargo, no hizo el menor gesto de levantarse contra los omeyas. Se quedó
en Medina, viviendo una vida lo más contemplativa y virtuosa que fue capaz;
siguiendo, de alguna manera, el ejemplo del propio Alí, quien, como hemos
visto, tampoco hizo todo lo que hubiera podido por luchar políticamente contra
sus contrincantes. De esta manera, se inauguró una tendencia muy fuerte dentro
del Islam, que suele llamarse quietismo; y yo creo que se describe ella solita.
El shiismo, sin embargo, no fue, principalmente hablando,
quietista. Lejos del “Dios proveerá” que es la máxima de todo quietista, sea de
la religión que sea, desde la muerte de Husein los protoshiíes que se
plantearon imponer el poder por parte de algún descendiente de Alí y Fátima
fueron muchos; incluso cuando llegaron los abásidas, que tenían credenciales
genealógicas que llegaban al mismísimo Profeta.
Es muy difícil soslayar en este movimiento los contactos con
el cristianismo. En primer lugar, la sacralización del martirio de Husein tiene
lógicas relaciones con el martirologio cristiano, para entonces muy
desarrollado. En segundo lugar, los partidarios del shiismo pronto desarrollaron
la creencia de que su imán o sus imanes habrían de llegar para instaurar un
régimen permanente de justicia y bien; algo que se parece bastante a la parusia en la que creyeron los primeros
cristianos (o los últimos judíos, según se vea), y que tiene más que obvios
elementos mesiánicos.
Apenas un rato después de la muerte de Husein, en Kufa ya se
produjo una revuelta, llamada de Los Penitentes; seguida inmediatamente por
otra comandada por Muktar al-Taqafi, quien declaró que Hanafiya era el imán y
el mahdi (que quiere decir “aquél a quien Dios guía”). Este título de mahdi, de
nuevo cuño, tiene conexiones con el de mesías, pues del mahdi se esperaba que
restaurase el auténtico Islam.
El movimiento de Muktar, que al parecer tuvo la inteligencia
de aceptar entre sus filas a musulmanes rechazados por la regla omeya, lo cual
le otorgó un sabor de rebelión contra el poder que siempre gusta en muchas
bocas, fue sofocado en relativamente poco tiempo. Sin embargo, las bases en las
que se había asentado permanecieron y formaron la base de lo que conocemos como
Kaysaniya, nombre que proviene de unos de los coroneles de Muktar, Abu Amr
Kaysan. La Kaysaniya define uno de los elementos más importantes del shiismo:
el rechazo de Abu Bakr, Omar y Osmán como califas por considerarlos usurpadores
de la posición que, en todo momento de sus vidas y de su mando, era de Alí.
Hanafiya, como ya he dicho el último hijo vivo de Alí, murió
en el año 700. Su muerte, que cuando menos momentáneamente dejaba huérfano al
movimiento, generó uno de los mitos más fuertes del shiismo; uno de los
detalles de esta teología que, de forma para mí inexplicable, provoca más
carcajadas entre los occidentales, todos o casi todos ellos educados en una
raíz cultural que, en el fondo cree exactamente lo mismo. Los seguidores de
Hanafiya, pues, comenzaron a decir, y creer, que su imán, en realidad, no había
muerto sino que se había transmutado a un estado de ghayba, palabra que podemos traducir como invisibilidad, aunque
la traducción más utilizada es ocultación.
De esta manera, el santo de Medina podía no dejar sucesores y reaparecer como
mahdi en algún momento futuro o al final de los tiempos.
Este tipo de posiciones llegaban, cuando menos en mi
opinión, desde las vertientes más quietistas, menos del siglo, del principio de
shiismo. Pero las vertientes más políticas, más interesadas en dar la batalla
del poder, necesitaban líderes perceptibles. Estas tendencias, simplemente,
adoptaron al hijo de Hanafiya, Abu Hashim, como su sucesor. Hashim murió
pronto, en el 716, momento en el que la mayoría de sus seguidores consideraron
que había designado a Mohamed bin al-Abbas como su sucesor; esto es, el tipo
que acabaría siendo el primer califa abásida. Para los abásidas, el apoyo de
estos protoshiitas fue fundamental.
Otros, sin embargo, ni siquiera consideraban a Hanafiya como
imán, y consideraban que la línea sólo podía continuar a través de los
descendientes de Alí y de Fátima (Hanafiya no lo era, pues era hijo de otra
mujer). Siguiendo esta línea, el imanato de Husein hubo de ser heredado por su
propio hijo, Alí Zayn al-Abidin, conocido por ser persona de altas virtudes.
Siguiendo esta línea, el imanato pasó al nieto de Husein Mohamed al-Baqir,
muerto en el 732. Después de al-Baqir,
el báculo pasó a su hijo, Jafar al-Sadiq, contemporáneo de la revolución
abásida, muerto en el 765. Los tres fueron imanes quietistas, lo cual quiere
decir que aceptaron el estado de cosas y no se apuntaron a ninguna de las
rebeliones armadas que se produjeron en sus tiempos contra el poder califal.
Sin embargo, finalmente surgió en este tronco un miembro que
no pensaba quedarse toda su vida sentado en cuclillas leyendo el Corán.
Hablamos de Zayd, medio hermano de Mohamed al-Baqir, quien la lio leoparda en
Kufa en el 740. La verdad, los kufitíes pasaron de ellos y, cuando llegaron las
tropas del gobernador, hicieron con ellos albóndigas. Sin embargo, cosas de la
vida, esa muerte tan prematura acabó por generar un movimiento, el zaidismo,
que existe hoy en día. El zaidismo coincide con el shiismo mayoritario, por ejemplo el duodecimano, en admitir como imanes a los cuatro primeros (repasemos: Ali, Hasán, Husein y Alí Zayn al-Abidin); pero no al quinto, Mohamed al-Baqir, al que sustituyen por su bro, o sea Zayd bin Alí (por esta razón de cambiar el quinto imán es por lo que a veces el zaidismo se conoce como shiismo quintano). La teología zaidí, puesto que nace de una revolución, además, fallida, es muy terrenal. Yo la concibo como una especie de contrapeso al quietismo shií, una argumentación basada en que un buen musulmán no puede contentarse con ser él mismo muy virtuoso y pasar la vida leyendo el Corán mientras en la calle a la gente la forran a leches. El zaidismo se tiene por un shiismo relativamente cercano al sunismo y está presente, sobre todo, en Yemen. Persona importante del zaidismo es Husein Badredin al-Houthi, cuyo nombre os recomiendo que retengáis.
En términos generales, quienes creían que la dirección del
Islam debía recaer en un descendiente de Alí y Fátima se arrimaron al
contemplativo Jafar al-Sadiq. Cuando Abu Muslim tomó Kufa, al-Sadiq fue
invitado por sus partidarios para proclamarse califa. Jafar, sin embargo, se
quedó en Medina, y no quiso saber nada ni de la revolución abásida ni de la
rebelión de Mohamed el del Alma Pura.
Esto, sin embargo, no quiere decir sino que Jafar lo que
hizo, como gran erudito del Islam que era, fue mantener su posición dominante
como autoridad religiosa. De hecho, defendió su posición como imán frente a
otros miembros de la familia de El Profeta. Su repugnancia hacia la implicación
en la lucha por el poder temporal era tal que, incluso, enseñó a sus
correligionarios la legitimidad religiosa de la práctica de la taqiya, que es algo que, aunque lo
parezca, no tiene nada que ver con los gimnasios. Se trata de esa práctica por
la cual el buen musulmán oculta sus creencias reales para evitar la
persecución. Siendo como es el shiismo una creencia ampliamente perseguida a lo
largo de los siglos (y no precisamente por los cristianos), os podréis imaginar
que la taqiya se ha convertido en un elemento esencial de su práctica.
¿Qué pasó, pues, en el 765, cuando al-Sadiq, el líder
religioso de los shiitas, la cascó? Pues un problema bastante gordo, porque había
designado a su hijo Ismail para que lo sucediese; pero Ismail había tenido el
mal detalle de morirse antes que su padre. El tema era problemático de cojones:
¿cómo podía el representante de Alá en la Tierra haber designado para sucederle
a un tipo que Alá había dejado morir antes que él mismo?
Estos hechos dejaron al shiismo hecho polvo. Jafar tenía
tres hijos que lo habían sobrevivido: Abdulá al-Aftah, Musa al-Kazim, y
Mohamed. Los tres se declararon imanes; y aún quedaba una cuarta tendencia, la
de quienes consideraban que la línea de imanes bajaba por los hijos de Ismail;
eso por no mencionar a los que creyeron que Jafar estaba en ocultación.
El hijo Aftah puso las cosas un poco fáciles: murió pocos
meses después que su padre y, además, sin sucesores. De todos los hermanos, era
el que más partidarios tenía; la mayoría se pasaron al bando de Kazim. Al fin y
a la postre, este grupo, el de Kazim, y el de los descendientes de Ismail
serían los más importantes para el desarrollo del shiismo, pues aquí es donde
se provocó la gran escisión del movimiento. Los seguidores de la línea de Ismail
es lo que conocéis hoy como ismailitas. Los seguidores de Musa al-Kazim lo
reconocieron como imán, aceptando cinco imanes más de su línea, con un total de
doce. Por esta razón, se los conoce como duodecimanos o imaníes/imamíes.
¿Os mareáis un poquito? Pues no hemos hecho sino empezar, chavales.
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