lunes, marzo 01, 2021

Islam (18: shiíes)

 El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro

Comencemos por entender que para los shiitas, la palabra imán tiene un significado muy preciso y, por lo tanto, no se puede andar jugando a aplicarla a unos y a otros. Un imán es dos cosas: un descendiente de El Profeta; y una persona inspirada divinamente. Por lo tanto, es el líder por derecho de la comunidad musulmana.

Estas afirmaciones marcan una diferencia de principio con el sunismo. En el shiismo, los eruditos y clérigos no pueden, o más bien cabe decir que no podían, adquirir la misma figura y el mismo poder que en el sunismo; y digo que es mejor decir que no podían pues, como iremos viendo, este tema se fue corrigiendo con el tiempo. Las teocracias sólo son posibles si existe una clase clerical que las articule.

Shií, shiita, chiita en una transliteración hacia la forma que tenemos que usar el aparato fonador, proviene de Shia o Shiah (se escribe con un apóstrofo en medio, pero en general estoy ahorrando esos pequeños insectos tipográficos en estas notas). Shia quiere decir partido, facción, capilla o bandería. Como sabemos, hay un episodio en la vida de Mahoma y de Alí, el de Ghadir Khumm, que, según como se interprete, puede llevar a concluir que por parte de El Profeta hubo una asunción explícita de que Alí lo sucedería. De alguna manera, Ghadir Kumm es, pues, el correlato islámico a ese extraño pasaje evangélico (no sinóptico, por cierto) en el que Jesús le dice a Cephas tú eres Pedro y con esta pieza montaré yo mi Meccano, lo que cobres en la Tierra quedará cobrado en el Cielo, y tal (bueno, Jesús dijo lo que se ate o desate; pero sus intérpretes luego lo usaron para lo que lo usaron).

Existen, por lo demás, otros episodios en la vida de El Profeta que sugieren fácilmente el papel preeminente que tuvo Alí en su vida. Así, por ejemplo, fue Alí la única persona que lo ayudó a eliminar los ídolos paganos de la Kaaba; y en Ohod, fue a Alí a quien Mahoma entregó su espada.

Como ya hemos visto, tanto Alí como sus hijos dan la impresión de haberse impuesto gestos de prudencia ante lo que, yo por lo menos lo tengo por probable, era el claro preludio de una severísima división en la nación islámica. Pero el punto especialmente importante para muchos musulmanes se produce con la muerte de Husein; en tal sentido, es cuando menos mi opinión que decir que el shiismo es la tendencia de los seguidores de Alí, sin llegar a ser una afirmación falsa, sí que contiene elementos de error. A Alí lo admiran y lo veneran musulmanes no shiíes y, es más, creo que es un personaje que debería ser admirado por no musulmanes, en el caso de que los no musulmanes supieran sobre el Islam más de lo que normalmente saben. Pero, en realidad, con quien el portaaviones del shiismo comienza a girar en serio es con el martirio de su hijo. Es Husein la clave. Husein, tal vez, y como todo mártir, tenía que morir. Pero sus enemigos, en un error histórico, y también histérico, no se pararon en el cómo, y eso fue lo que, de alguna manera, lo empezó todo. No olvidemos una cosa, que creo que es un elemento importante: gran parte de los martirios cristianos son martirios teóricos o poéticos; pero el martirio musulmán es real como la vida, o más bien como la muerte, misma. A Husein lo mataron; su asesinato tuvo testigos que recordaron el hecho sin mácula de duda, y lo transmitieron en el tiempo. El recuerdo de Husein, más que el recuerdo de Jesús, es el recuerdo de Tomás Moro, sólo que a lo puto bestia. 

La muerte de Husein, en el momento en que se produjo, es decir cuando otras líneas de los compañeros de El Profeta se habían secado y el califato caminaba lentamente hacia su conversión en una monarquía más, dejó a muchos musulmanes hueros de la dirección que esperaban: aquélla de un digno descendiente de su Profeta. Todas esas personas, aunque tuviesen un califa, necesitaban un imán; alguien atrayente (chiste fácil) que los gobernase desde un punto de vista (cuando menos) religioso desde la autoridad y la, digamos, santidad, otorgada por sus orígenes.

El primer imán de los shiíes, por lo tanto, es, lógicamente, Alí. Y los dos siguientes son sus hijos, Hasán bin Alí y Husein bin Alí. La cosa, sin embargo, pierde pie a partir del momento en que un soldado separó la cabeza del tercer imán de su cuerpo.

A la muerte de Husein, una parte de las fidelidades de los protoshiíes se dirigieron a Mohamen ibn al-Hanafiyah, puesto que era medio hermano de Hasán y Husein y, de hecho, el único hijo vivo de Alí. Hanafiyah, sin embargo, no hizo el menor gesto de levantarse contra los omeyas. Se quedó en Medina, viviendo una vida lo más contemplativa y virtuosa que fue capaz; siguiendo, de alguna manera, el ejemplo del propio Alí, quien, como hemos visto, tampoco hizo todo lo que hubiera podido por luchar políticamente contra sus contrincantes. De esta manera, se inauguró una tendencia muy fuerte dentro del Islam, que suele llamarse quietismo; y yo creo que se describe ella solita.

El shiismo, sin embargo, no fue, principalmente hablando, quietista. Lejos del “Dios proveerá” que es la máxima de todo quietista, sea de la religión que sea, desde la muerte de Husein los protoshiíes que se plantearon imponer el poder por parte de algún descendiente de Alí y Fátima fueron muchos; incluso cuando llegaron los abásidas, que tenían credenciales genealógicas que llegaban al mismísimo Profeta.

Es muy difícil soslayar en este movimiento los contactos con el cristianismo. En primer lugar, la sacralización del martirio de Husein tiene lógicas relaciones con el martirologio cristiano, para entonces muy desarrollado. En segundo lugar, los partidarios del shiismo pronto desarrollaron la creencia de que su imán o sus imanes habrían de llegar para instaurar un régimen permanente de justicia y bien; algo que se parece bastante a la parusia en la que creyeron los primeros cristianos (o los últimos judíos, según se vea), y que tiene más que obvios elementos mesiánicos.

Apenas un rato después de la muerte de Husein, en Kufa ya se produjo una revuelta, llamada de Los Penitentes; seguida inmediatamente por otra comandada por Muktar al-Taqafi, quien declaró que Hanafiya era el imán y el mahdi (que quiere decir “aquél a quien Dios guía”). Este título de mahdi, de nuevo cuño, tiene conexiones con el de mesías, pues del mahdi se esperaba que restaurase el auténtico Islam.

El movimiento de Muktar, que al parecer tuvo la inteligencia de aceptar entre sus filas a musulmanes rechazados por la regla omeya, lo cual le otorgó un sabor de rebelión contra el poder que siempre gusta en muchas bocas, fue sofocado en relativamente poco tiempo. Sin embargo, las bases en las que se había asentado permanecieron y formaron la base de lo que conocemos como Kaysaniya, nombre que proviene de unos de los coroneles de Muktar, Abu Amr Kaysan. La Kaysaniya define uno de los elementos más importantes del shiismo: el rechazo de Abu Bakr, Omar y Osmán como califas por considerarlos usurpadores de la posición que, en todo momento de sus vidas y de su mando, era de Alí.

Hanafiya, como ya he dicho el último hijo vivo de Alí, murió en el año 700. Su muerte, que cuando menos momentáneamente dejaba huérfano al movimiento, generó uno de los mitos más fuertes del shiismo; uno de los detalles de esta teología que, de forma para mí inexplicable, provoca más carcajadas entre los occidentales, todos o casi todos ellos educados en una raíz cultural que, en el fondo cree exactamente lo mismo. Los seguidores de Hanafiya, pues, comenzaron a decir, y creer, que su imán, en realidad, no había muerto sino que se había transmutado a un estado de ghayba, palabra que podemos traducir como invisibilidad, aunque la  traducción más utilizada es ocultación. De esta manera, el santo de Medina podía no dejar sucesores y reaparecer como mahdi en algún momento futuro o al final de los tiempos.

Este tipo de posiciones llegaban, cuando menos en mi opinión, desde las vertientes más quietistas, menos del siglo, del principio de shiismo. Pero las vertientes más políticas, más interesadas en dar la batalla del poder, necesitaban líderes perceptibles. Estas tendencias, simplemente, adoptaron al hijo de Hanafiya, Abu Hashim, como su sucesor. Hashim murió pronto, en el 716, momento en el que la mayoría de sus seguidores consideraron que había designado a Mohamed bin al-Abbas como su sucesor; esto es, el tipo que acabaría siendo el primer califa abásida. Para los abásidas, el apoyo de estos protoshiitas fue fundamental.

Otros, sin embargo, ni siquiera consideraban a Hanafiya como imán, y consideraban que la línea sólo podía continuar a través de los descendientes de Alí y de Fátima (Hanafiya no lo era, pues era hijo de otra mujer). Siguiendo esta línea, el imanato de Husein hubo de ser heredado por su propio hijo, Alí Zayn al-Abidin, conocido por ser persona de altas virtudes. Siguiendo esta línea, el imanato pasó al nieto de Husein Mohamed al-Baqir, muerto en el 732.  Después de al-Baqir, el báculo pasó a su hijo, Jafar al-Sadiq, contemporáneo de la revolución abásida, muerto en el 765. Los tres fueron imanes quietistas, lo cual quiere decir que aceptaron el estado de cosas y no se apuntaron a ninguna de las rebeliones armadas que se produjeron en sus tiempos contra el poder califal.

Sin embargo, finalmente surgió en este tronco un miembro que no pensaba quedarse toda su vida sentado en cuclillas leyendo el Corán. Hablamos de Zayd, medio hermano de Mohamed al-Baqir, quien la lio leoparda en Kufa en el 740. La verdad, los kufitíes pasaron de ellos y, cuando llegaron las tropas del gobernador, hicieron con ellos albóndigas. Sin embargo, cosas de la vida, esa muerte tan prematura acabó por generar un movimiento, el zaidismo, que existe hoy en día. El zaidismo coincide con el shiismo mayoritario, por ejemplo el duodecimano, en admitir como imanes a los cuatro primeros (repasemos: Ali, Hasán, Husein y Alí Zayn al-Abidin); pero no al quinto, Mohamed al-Baqir, al que sustituyen por su bro, o sea Zayd bin Alí (por esta razón de cambiar el quinto imán es por lo que a veces el zaidismo se conoce como shiismo quintano). La teología zaidí, puesto que nace de una revolución, además, fallida, es muy terrenal. Yo la concibo como una especie de contrapeso al quietismo shií, una argumentación basada en que un buen musulmán no puede contentarse con ser él mismo muy virtuoso y pasar la vida leyendo el Corán mientras en la calle a la gente la forran a leches. El zaidismo se tiene por un shiismo relativamente cercano al sunismo y está presente, sobre todo, en Yemen.  Persona importante del zaidismo es Husein Badredin al-Houthi, cuyo nombre os recomiendo que retengáis.

En términos generales, quienes creían que la dirección del Islam debía recaer en un descendiente de Alí y Fátima se arrimaron al contemplativo Jafar al-Sadiq. Cuando Abu Muslim tomó Kufa, al-Sadiq fue invitado por sus partidarios para proclamarse califa. Jafar, sin embargo, se quedó en Medina, y no quiso saber nada ni de la revolución abásida ni de la rebelión de Mohamed el del Alma Pura.

Esto, sin embargo, no quiere decir sino que Jafar lo que hizo, como gran erudito del Islam que era, fue mantener su posición dominante como autoridad religiosa. De hecho, defendió su posición como imán frente a otros miembros de la familia de El Profeta. Su repugnancia hacia la implicación en la lucha por el poder temporal era tal que, incluso, enseñó a sus correligionarios la legitimidad religiosa de la práctica de la taqiya, que es algo que, aunque lo parezca, no tiene nada que ver con los gimnasios. Se trata de esa práctica por la cual el buen musulmán oculta sus creencias reales para evitar la persecución. Siendo como es el shiismo una creencia ampliamente perseguida a lo largo de los siglos (y no precisamente por los cristianos), os podréis imaginar que la taqiya se ha convertido en un elemento esencial de su práctica.

¿Qué pasó, pues, en el 765, cuando al-Sadiq, el líder religioso de los shiitas, la cascó? Pues un problema bastante gordo, porque había designado a su hijo Ismail para que lo sucediese; pero Ismail había tenido el mal detalle de morirse antes que su padre. El tema era problemático de cojones: ¿cómo podía el representante de Alá en la Tierra haber designado para sucederle a un tipo que Alá había dejado morir antes que él mismo?

Estos hechos dejaron al shiismo hecho polvo. Jafar tenía tres hijos que lo habían sobrevivido: Abdulá al-Aftah, Musa al-Kazim, y Mohamed. Los tres se declararon imanes; y aún quedaba una cuarta tendencia, la de quienes consideraban que la línea de imanes bajaba por los hijos de Ismail; eso por no mencionar a los que creyeron que Jafar estaba en ocultación.

El hijo Aftah puso las cosas un poco fáciles: murió pocos meses después que su padre y, además, sin sucesores. De todos los hermanos, era el que más partidarios tenía; la mayoría se pasaron al bando de Kazim. Al fin y a la postre, este grupo, el de Kazim, y el de los descendientes de Ismail serían los más importantes para el desarrollo del shiismo, pues aquí es donde se provocó la gran escisión del movimiento. Los seguidores de la línea de Ismail es lo que conocéis hoy como ismailitas. Los seguidores de Musa al-Kazim lo reconocieron como imán, aceptando cinco imanes más de su línea, con un total de doce. Por esta razón, se los conoce como duodecimanos o imaníes/imamíes.

¿Os mareáis un poquito? Pues no hemos hecho sino empezar, chavales.

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