Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Los partos cargaron cuesta arriba, hacia la posición que habían
tomado los romanos. Pero los asaltados estaban bien preparados, y
ejercitaron con tranquilidad y sangre fría una serie de maniobras y
movimientos en los que pronto consiguieron embolsar a la mayoría de
las tropas partas. Los asiáticos fueron repelidos colina abajo, lo
cual no les vino mal porque, de nuevo en la planicie, su caballería se
desempeñó mejor, aunque para entonces estaba siendo severamente
castigada por los lanceros romanos. De hecho, en medio de esa batalla
el propio Pacoro fue herido y muerto.
Como solía ocurrir en los ejércitos orientales, los partos, una
vez que supieron de la muerte de su comandante, ya sólo se
preocuparon de huir. Lo hicieron desordenadamente y en dos
direcciones. Una parte corrió hacia el río para coger los botes y
cruzarlo; pero fue interceptada con los romanos, que se hicieron una
buena barbacoa con ellos. Otra parte huyó hacia el norte, hacia
Comagene, donde fueron asilados por el rey Antíoco, quien no sólo
se negó a entregárselos a Ventidio sino que los ayudó a regresar a la patria parta.
Goteando en la espada de Ventidio quedaron, pues, las últimas gotas
de sangre que los partos pudieron invertir en la conquista de Siria
y, en general, su expansión hacia el oeste. A los partos les quedó
claro, por así decirlo, que sus técnicas militares eran muy buenas
para defender su territorio, pero poco útiles para la invasión. La
muerte de Pacoro, además, fue inesperada para Orodes, quien se sumió
en una depresión cuando conoció la noticia. El hecho, además, hizo
que la cuestión sucesoria apareciese como un gran problema. En
realidad, el tamaño del banquillo no era ningún problema: al
productivo Orodes le quedan nada menos que 30 hijos entre los que
elegir. Ninguno de ellos, sin embargo, se podía decir que se había
convertido en un líder militar, por lo que sus candidaturas eran más
que discutibles. En estas circunstancias, Orodes, que debo recordar
no tenía en sí el derecho de designar sucesor pero todo parece que
se lo arrogó, se decidió por el mayor de todos, Fraates.
La llegada de Fraates a la corona parta, sin embargo, fue
problemática. El nuevo rey era el mayor de los hijos vivos de
Orodes; pero no era, por así decirlo, el que más sangre real tenía,
pues era hijo de una concubina. Otros de sus hermanastros, hijos de
princesas, comenzaron a dar por saco con el tema, y Fraates resolvió
fumigarlos. Cuando Orodes se enteró protestó vivamente, lo que
provocó que Fraates añadiese el parricidio al fratricidio.
Fraates IV, por lo tanto, llegó al poder arreando unas hostias como
panes y quitándose de en medio a todo cristo que le quiso hacer
sombra. Esto le provocó que, claramente, se convenciese de que la
única forma de gobernar es con el cuchillo de capar gorrinos entre
los dientes pues, una vez que acabó con todos sus hermanos, la
empezó a tomar con los nobles que le eran menos afectos. Esta
actitud por parte del rey provocó que no pocos de los megistanes se
autoexiliasen de Partia, cosa que hicieron en diversas direcciones y
buscando el asilo de reyes y reyezuelos también distintos. Uno de
ellos, llamado Monseses, lo hizo hacia las posesiones de los romanos,
buscando la protección de Antonio. Monsy le contó a los romanos una
cosa que muy probablemente era verdad, esto es, que Fraates se estaba
portando con su pueblo como la mierda y que la gente estaba a piques
de levantarse contra él. Si los romanos, dijo, apoyaban ese
movimiento, él se ofrecía a invadir Partia. Una oferta que tenía
sus garantías, pues al parecer Monseses se había desempeñado muy
bien durante la invasión de Siria por los partos. Lo único que
pedía, claro, es que los romanos lo elevasen a él a rey una vez
ganada la guerra.
Dado que los romanos no le hicieron ascos al tema, Monseses comenzó
a buscar partidarios por aquí y por allá. Habló con Artavasdes, el
rey de Armenia, quien parece que estaba bastante más preocupado por
Roma que por Partia y, por lo tanto, tampoco lo desengañó de sus
planes.
Armenia, hoy, puede parecer poca cosa; pero en ese momento era algo
muy parecido a un árbitro geopolítico en su área. Con quien se
aliase Armenia, la verdad, tenía bastantes más boletos para sacar
adelante sus planes. Cuando Fraates supo que Artavasdes y Monseses
andaban haciéndose pajillas por palacio, se acojonó y envió
mensajeros al noble parto ofreciéndole el oro y el zoroastriano,
además de su perdón. A Monseses aquellos ofrecimientos le
parecieron bien, si bien no había abandonado sus proyectos: le dijo
a Antonio que, tal vez, si regresaba a Partia podía ser más útil a
los romanos que si permanecía enfrentado; los romanos, aunque al
parecer no estaban muy convencidos, le dijeron que hiciera lo que
considerase. De hecho, Antonio dejó que Moneses partiese acompañado
por unos embajadores romanos que le querían pedir al rey parto la
reversión de los pendones de Craso, así como los prisioneros que
todavía quedaban en poder de los asiáticos (muchos de los cuales,
como ya he contado, en realidad se habían establecido ya por su
cuenta y no regresarían).
Roma, sin embargo, había resuelto, probablemente ya en ese punto,
que iría a la guerra contra los partos. Muy especialmente Antonio,
quien probablemente tuvo que hacer esfuerzos para tragarse el sapo de
que a Ventidio le hubiese sido concedido el honor de un triunfo en
Roma. El general romano, además, es posible que considerase que la
relativa facilidad de las victorias de Ventidio, puesto que no podía
proceder de la sabiduría militar de este general (en la que no
creía), tenía que justificarse porque los partos se hubiesen
convertido en un enemigo fácil. Antonio tenía 16 legiones, y con
seguridad consideraba que eso era más que suficiente para invadir
Partia. Disponía de unos 60.000 soldados propios, 10.000 montados
galos e hispanos, una infantería ligera de 30.000 soldados más de
los reinos asiáticos aliados, más unos 15.000 efectivos puestos a
su disposición por Artavasdes.
Probablemente, su primera intención fue cruzar el Éufrates y seguir
los pasos de Craso. Sin embargo, cuando alcanzó la zona, en la
primavera del 37, encontró a los pueblos de la zona preparados para
hacerle la guerra, por lo que desistió de estos planes, si es que
los tuvo. Así pues, viró hacia el norte, entró en Armenia, y
resolvió un ataque combinado de ambas fuerzas sobre Partia.
Artavasdes, sin embargo, convenció al general romano de no atacar
Partia, sino uno reino tributario de la misma, Media Atropatene, que
hacía frontera con el sudeste de Armenia. El rey medo estaba e ese
momento ausente de su propio reino, pues se había unido a las tropas
que había levantado Fraates para defender la propia Partia.
Antonio aceptó el plan, y dividió sus tropas en dos. En una, la más
numerosa, dio orden a su Opio Estatiano de seguirle a él; mientras
Antonio, con la caballería y la infantería más veteranas, iniciaba
una marcha rápida hacia Praaspa, la capital de los medos. Entre
Armenia y Praaspa había campos bien dotados, por lo que la marcha de
Antonio se produjo sin dificultades aparentes. De esta manera,
Antonio no tardó mucho en encontrarse frente a las murallas de
Praaspa. La ciudad, sin embargo, tenía buenas murallas y estaba bien
defendida, por lo que los medos no se acojonaron gran cosa al verlo.
De hecho, cuando regresó el rey medo, acompañado por los partos de
los que era tributario, los asiáticos se sintieron tan seguros que
incluso atacaron a Estatiano, quien todavía no había podido
reunirse con su general. El lugarteniente romano fue tomado por
sorpresa y derrotado; de hecho, perdió su vida en la batalla, junto
con miles de romanos y, lo que es peor, toda la impedimenta de
artefactos de guerra que llevaba consigo.
La derrota de Estatiano fue, por lo tanto, catastrófica para
Antonio. De hecho, lo fue en mucha mayor medida de lo que hemos
relatado hasta aquí, pues la peor de sus consecuencias fue que
Artavasdes el armenio, viendo la causa de los romanos perdida,
decidió desertar, dejando a Antonio a sus propias expensas.
Antonio
estaba en una situación desesperada, fundamentalmente por el flanco
logístico, que es el que gana o pierde las guerras. Igual que en
Juego de Tronos, winter
was coming, y
eso ponía las cosas más difíciles para un ejército que apenas
tenía de dónde sacar para comer. Los medos-partos, por su parte, no
paraban de hostigar a los romanos, pero siempre guardando cuidado de
no caer en ningún enfrentamiento abierto con ellos; ya se sabe que
cuando en un partido de fútbol al equipo contrario le expulsan a uno
o dos jugadores, lo primero que tienes que evitar es que tengan
alguna jugada a balón parado en la que las fuerzas tiendan a
equilibrarse.
Antonio hubiera querido, probablemente, provocar la rendición de
Praaspa y, una vez controlando la ciudad, hibernar en ella. Sin
embargo, como quiera que eso era imposible, la única alternativa
seria que tenía era mover el culo hacia Armenia para pasar allí los
meses malos. Sin embargo, no fue eso exactamente lo que hizo, y si no
lo hizo fue por culpa del que siempre fue su gran problema: el
orgullo. Antonio había ido a Asia para procurarse suficientes cotas
de éxito, y no quería regresar con el rabo entre las piernas. En la
situación en la que estaba, y consciente de que al fin y al cabo la
presencia romana en Media era un problema para los locales, decidió
negociar ofreciendo su marcha a cambio de la devolución de las
águilas y prisioneros de Craso. En ese proyecto, el general romano
invirtió un tiempo precioso que, en realidad, necesitaba para
proteger a sus tropas de los rigores del invierno asiático. En
consecuencia, partió demasiado tarde.
Tenía el romano dos rutas delante de sí hasta el Araxes. Una iba
por el llano pero era más larga, mientras que la más corta era
montañosa y difícil. Para colmo, le informaron de que los partos
estaban apostados en la ruta montañosa, pero también habían
reservado su famosa caballería para enfrentarse con él en el llano.
Antonio escogió la ruta montañosa, en la que habría pues de
encontrarse a unos partos que le disputaron cada metro que intentó
avanzar. Para los romanos, aquel avance agónico fue uno de los
momentos más difíciles en su Historia en militar; y esto no es algo
que diga yo, sino que los propios historiadores latinos así lo
reconocieron. En medio del frío intenso y la falta absoluta de
provisiones, hubieron de avanzar constantemente hostigados por un
enemigo que conocía el terreno mucho mejor que ellos y que por ello,
estaba en condiciones de comprometer con relativa facilidad casi cualquier cosa que hiciesen. Las cosas nunca son como parece que son
cuando se juzgan sobre el mapa de una mesa en la sala de Estado
Mayor; sin embargo, son legión los militares que han olvidado este
sabio consejo a lo largo de la Historia, y lo siguen olvidando. El
pato, claro, siempre lo pagan los mismos.
Cuando la retirada llegó más o menos a su destino, por cada tres
soldados romanos que la habían iniciado ya sólo quedaban dos. Una
vez cruzado el Araxes y en Armenia, los romanos pactaron con
Artavastes la estancia en el invierno; pero eso no les libró de
perder unos 8.000 efectivos que, al fin y a la postre, perecieron
por las consecuencias de la durísima retirada. A Antonio, pues, le
quedaban unos 70.000 efectivos de los 100.000 que había puesto en
juego en Media Atropatene.
No todo eran malas noticias para los romanos, sin embargo. Durante la
retirada hacia Armenia de Antonio, entre los medos y los partos había
surgido la querella. El rey medo, al parecer, se consideraba mal
pagado por sus esfuerzos y reclamaba un parte más elevada de los
espolios obtenidos de los romanos. Todo parece indicar que las cosas
entre los medos y Fraates llegaron a estar tan jodidas que el rey
medo comenzó a pensar que el parto le iba a deponer, por lo que
trató de buscar alguna alianza que le fuera parcial. La jugada de
los medos era clara: puesto que Artavasdes había traicionado al
romano en el momento decisivo de la batalla, era más que posible que
Antonio se plantease algún tipo de venganza contra el armenio. Media
ofrecía la gran ventaja de tener frontera con Armenia, por lo que
podía aparecer, a ojos del romano, como un aliado interesante. Así
las cosas, los medos enviaron un embajador a Alejandría, donde
Antonio estaba pasando el invierno, y le ofrecieron una alianza. El
romano aceptó casi sin pensárselo.
En la primavera del año 34, Antonio apareció en Armenia, donde como
sabemos estaba lo que quedaba de sus tropas asiáticas. Cortejó a
Artavasdes con cucamonas y ofertas de alianzas familiares hasta que
consiguió que el armenio se presentase, tranquilo, ante su
presencia. Pero, una vez que lo hizo, lo apresó. Después de eso,
invadió el país. Los armenios elevaron a Artaxias, hijo de
Artavasdes, como rey de Armenia; pero pronto fue derrotado por los
romanos y obligado a huir a Partia. Antonio, después, arregló un
matrimonio entre el rey de los medos y su propio hijo, tenido con
Cleopatra.
Los partos, mientras tanto, le dejaban hacer.
Excelente reportaje mi hermano
ResponderBorrarLO LEÍ TODO DE CORRIDO
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