Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Los partos, aparentemente, tomaron algún partido en la guerra civil
que siguió al asesinato de Julio. Los indicios son de que en
el año 46 antes de Cristo, los partos enviaron un grupo de arqueros
montados en ayuda de un tal Baso, quien muy probablemente fue el
aguililla de turno que, aprovechando el follón que había en la
metrópoli, estaba intentando convertirse en rey independiente de
Siria. Estos mercenarios de Baso acabaron instilándose a las tropas
que Casio estaba reclutando en el este para presentar batalla a Marco
Antonio y Octavio, y muy probablemente la pequeña fuerza parta acabó
con ellos. De hecho, Casio parece que trató que Orodes le prestase
más gente. Le pagó a la pequeña fuerza de partos una suma
considerable y los mandó a casa, pero eso lo hizo mientras también
enviaba legados al encuentro de Orodes; claramente, pues, estaba
tratando de transmitir la idea de que su bando era buen negocio antes
de tratar de alquilar una fuerza mayor.
Orodes, aparentemente, se vio convencido por estos argumentos, y
decidió apoyar con una fuerza significativa la causa de los que se
decían liberadores. Sin embargo, no han faltado nunca historiadores
que han sostenido que la jugada del arsácida era, en realidad, más
taimada, pues lo que buscaba era, simplemente, que la guerra civil
romana se cronificase. Mientras peleen entre ellos, pudo pensar, no
pelearán con otros.
En el año 40, los liberadores fueron aplastados de Philippi, lo que
selló la suerte de la forma republicana de gobierno para Roma. Eso,
sin embargo, no significaba, como sabemos, que Roma estuviese más
unida sino, más bien, todo lo contrario. Roma volvería a tener un
rey, aunque no lo llamase así; pero el quién era algo que no estaba
en modo alguno claro. Aquél, pues, era un río lo suficientemente
revuelto como para que un logrero profesional como el rey Arsaces no
oliese la oportunidad de sacar tajada. Orodes, además, tenía una
carta importante, y es que tenía integrado en su ejército a
Labieno, un general romano de probada capacidad y que, lógicamente,
sabía muy bien la forma que tenían de pensar y de actuar los
latinoparlantes. Contaba, además, con el hecho de que, en el marco
de los enfrentamientos por el poder, los romanos se habían portado
con las posesiones orientales malamente. Todos ellos, o por lo menos
todos los que tenían poder efectivo sobre Siria y los otros reinos
asiáticos, presionados por la necesidad de recompensar
permanentemente a todos sus parciales, se aplicaron a una operación
de rapiña sistemática de todas las riquezas de la zona, a base de
una política de impuestos brutal. El personal, por lo tanto, estaba
cabreado; porque a la gente, se pongan las cátedras de
socialdemocracia decúbito prono o decúbito supino, cuando le subes
los impuestos, se cabrea. Por eso, en los últimos 150 años de
Historia, ha sido tan importante desarrollar estrategias que permitan
subirle al ciudadano los impuestos que paga mientras sigue creyendo
que los está pagando otro.
Así las cosas, el ejército parto, comandado por Labieno y Pacoro (que, así escritos, la verdad es que parecen dos parroquianos de Makinavaja),
decidió aprovechar que Marco Antonio estaba en Egipto living la
vida loca y Octavio no podía salir de Italia porque estaba
sitiando Perusia, y entró en Siria a repartir hostias. Es más que
probable que aquel ejército fuese el mayor jamás levantado por los
partos. Recorriendo el valle del Orontes, llegaron a Apamea, una
ciudad difícil de tomar por estar en la parte alta de una colina que
asimismo está rodeada por un río; a lo que hay que añadir, ya lo
hemos dicho varias veces, que los partos no eran buenos asediadores;
a ellos lo que les iba era la pelea a pecho descubierto.
Inicialmente, pues, los partos fueron repelidos en Apamea. Sin
embargo, poco tiempo después encontraron a las tropas de Decidio
Saxa, el gobernador de Siria, en campo abierto; y ahí sí que no
fallaron. Esta victoria movió a los apameos a rendirse, con lo que
los partos avanzaron hacia la joya de la corona, Antioquía, ciudad
que se les rindió, más que nada porque Saxa salió cagando leches
de la ciudad en cuanto los vio venir y huyó a Cilicia.
Bebiendo y celebrando en los salones de Antioquía que habían sido
de los prefectos romanos, Labieno y Pacoro decidieron dividir su
ejército en dos para así poder atacar en dos frentes. Pacoro
avanzaría por Siria, Fenicia y Palestina, mientras que Labieno se
centraría en Asia Menor. Fue una decisión inteligente que, como
casi todas las decisiones inteligentes en el ámbito militar, tuvo su
recompensa. Pacoro redujo a la obediencia a toda la Siria y a
Fenicia, con la sola excepción de Tiro. Luego avanzó sobre
Palestina, que se encontró como siempre: con los palestinos luchando
contra todo dios y, sobre todo, luchando entre ellos. Hircano y
Antígono, ambos príncipes de la dinastía asmodea, luchaban en ese
momento por ser el rey de los judíos. Como quiera que Hircano le había
encendido el pelo a Antígono y lo había echado del país, éste
decidió que se aliaba con Pacoro. Le ofreció a Pacoro mil talentos
(un fortunón) y quinientas mujeres judías (con tanta judía, es de suponer que Pacoro repetiría). Le funcionó. Pacoro,
con sus partos, entró en Palestina y generó una rápida guerra
civil en la que Hircano fue vencido, apresado y mutilado. Antígono,
nombrado alto sacerdote y rey, fue el último monarca asmodeo de
Palestina, aunque esto, claro, él todavía no lo sabía. Ciertamente,
muchos historiadores, sobre todo los circuncidados o pagados por
circuncidados, nos venden la burra de que fue un rey judío. Pero no
hay tal. Judío, fue. Pero no rey. Fue un sátrapa parto.
En Asia Menor, por su parte, Labieno fue también acumulando
victorias. En Cilicia, Decidio Saxa había decidido plantar batalla,
pero no sólo fue vencido sino que también perdió la vida. Labieno
tomó Panfilia, Licia y Caria sin bajarse del jeep. Y luego
siguió con otras ciudades. Algunos contemporáneos incluso dicen que
tomaron Lidia y Jonia, y que fueron dueños de la franja de costa del
lado asiático del Helesponto.
Así pues, no hay que olvidar un hecho que a menudo no está claro,
dado que la marcha posterior de los acontecimientos, ademas del
factor de que nuestro conocimiento histórico de esos tiempos es, en
buena medida, el resultado de la propaganda romana, hace que
se olvide: Roma no avanzó, como muchos creen, engrandeciendo siempre
sus dominios en un proceso que no tuvo marchas atrás. Cuatro décadas
antes del presunto nacimiento de Jesús, Roma fue expulsada de
Asia, y fue expulsada por los partos. Y no era cualquier Roma la que
fue expulsada, pues aquella Roma ya había visto pasar a Pompeyo, a
Julio, a Sila, a Mario. Con la ofensiva combinada de Labieno y
Pacoro, el poder romano en Asia, que se había llegado a estar más
que razonablemente consolidado, desapareció, y esa misma Asia Menor,
Oriente Medio y Mesopotamia reconoció la existencia de un nuevo
señor, que era Partia.
Eso sí: la fiesta duró poco.
En el otoño del año 39, Marco Antonio, que partía de Italia para
recuperar su mando sobre los territorios orientales, envió a su
lugarteniente, Publio Ventidio, a Asia, con órdenes de atacar a los
partos y muy especialmente al traidor Labieno. Ventidio hizo las
cosas muy bien, o tal vez los partos se relajaron, porque el caso es
que, cuando desembarcó en Asia Menor con sus tropas, pilló a
Labieno en la zona con los pantalones bajados y sin tropas, por lo
que tuvo que huir a Cilicia y enviar mensajeros a Pacoro para que le
echase una mano.
Pacoro le envió un grupo de jinetes a Labieno. Sin embargo, aquí no
podemos estar seguros de en qué condiciones los mandó, dado lo
parciales que son siempre las fuentes en la Historia Antigua. Lo que
sabemos, por contarlo en corto, es que ese grupo de jinetes decidió
actuar por su cuenta y atacó el campamento de Ventidio, quien les
venció. Este hecho plantea la duda de cuál era el estatus de
aquella tropa de apoyo; si Pacoro los envió a la presencia de
Labieno con las instrucciones de que se pusieran a sus órdenes (que
supongo que es lo que habéis imaginado); o, tal vez, los envió
otorgándoles una mayor independencia, tal vez para tratar de lograr
para sí una victoria sobre los romanos y hurtársela a Labieno. El
resultado final es que el general romano que curraba para los partos
quedó solo a su suerte, y que fue perseguido por Ventidio y
asesinado.
Yo siempre he creído, pero debo decir que es EMHO porque es difícil
sostener este tema en lo que sabemos, que el episodio del regreso del
poder romano a Asia pudo ser, fácilmente, el resultado de las
envidias. Como ya hemos contado en este blog, una de las derrotas más
humillantes, e históricamente relevantes, infligida a los romanos,
la batalla de Adrianópolis, fue, en parte, el resultado de la
envidia entre dos co-emperadores y la voluntad de uno de ellos de
arrebatarle al otro el orgullo de una victoria. Estas cosas pasan:
peleando por la victoria, ocurre que a uno le derrotan. Es cuando
menos mi opinión que, tal vez, Pacoro no se fiaba de Labieno, al fin
y al cabo un romano; o que quería para sí todo el mérito de haber
extendido el imperio de su padre hasta la orilla del mar. Sea como
sea, envió a sus tropas desde Palestina, tal es mi reconstrucción,
no con la idea de ayudar a Labieno, sino de sustituirlo,
venciendo en su lugar. Y en tal gesto de ambición, el Gran Imperio
Parto labró su desgracia.
Ahora, en todo caso, the Romans were comin', y tocaba
acojonarse. Así que dejaron a Antígono en Palestina, y decidieron
plantar la resistencia a los romanos en la Siria septentrional y
Comagene. Un ejército más que respetable, a las órdenes de
Farnapates, se situó en las llamadas Puertas de Siria, esto es, el
paso estrecho en el Monte Amano por el que se accedía a Siria desde
Cilicia. Era un lugar complicado de atacar, pero Ventidio se las
arregló muy bien. Envió por delante a un oficial suyo,
Pompsedio Silo, quien llegó hasta los partos y se enfrentó a ellos
con gran desventaja; habría sido derrotado de no haber aparecido
Ventidio en una segunda oleada.
Cuando Pacoro fue informado de la derrota de las Puertas de Siria,
derrota que llevaba añadida la baja permanente de Farnapates, se dio
cuenta de que no le quedaba otra que retirarse. Al parecer, su
retirada por el Éufrates no fue molestada por Ventidio, quien se
contentó con recuperar el poder sobre Siria.
Pacoro, sin embargo, tenía ases en la manga. Durante el corto
espacio de tiempo que los partos habían gobernado Siria, se habían
aplicado a hacer una administración mucho más comprensiva con los
locales, lo cual no era nada difícil pues, como ya hemos dicho, los
romanos los estaban friendo a impuestos. Por lo tanto, los partos
sabían que los sirios no estaban, que se diga, recibiendo a los
romanos con los brazos abiertos. Además, entre los reyes y
reyezuelos de la zona, la verdad es que eran muchos más los
propartos que los prorromanos. Antígono, en Palestina, estaba
experimentando la presión creciente de Herodes, el candidato a
mandar sobre los hebreos que preferían Octavio y Antonio; pero
todavía mantenía el control sobre Judea. Así las cosas, Pacoro
simplemente hibernó para poder plantearse una nueva acción bélica
en la primavera.
Pacoro, sin embargo, cometió un error, o le hicieron cometerlo. No
cruzó el Éufrates por el punto por el que solía hacerlo, sino por
otro, considerablemente más río abajo, que le demandó más tiempo.
Parece ser (aunque yo siempre he sospechado que esto es más
propaganda romana que otra cosa; la típica medallita que te pones a
toro pasado) que ese cambio estratégico estuvo impulsado por
Ventidio, que engañó al parto para que hiciese tal cosa y le diese
tiempo a reagrupar sus tropas. Otras opciones, a mi modo de ver, son
posibles; la más lógica de todas, que Pacoro decidiese hacerse un
Desembarco de Normandía, esto es, aparecer por un sitio que no es el
más lógico precisamente por pensar que allí los
romanos no lo estarían esperando.
Sea cual sea la verdad, que nunca lo sabremos creo yo, lo que es un
hecho es que cuando Pacoro cruzó el Éufrates, se encontró a los
romanos perfectamente organizados, reagrupados y pertrechados para
enfrentarse a él.
Ventidio buscó una posición elevada, donde atrincheró a sus
tropas. Aquí sí que es claro que engañó a su oponente. Los
partos, cuando cruzaron el río sin ser molestados, avanzaron y se
encontraron aquella posición, entendieron que el mensaje claro que
les enviaba el general romano era que pretendía encastillarse en una
posición defensiva. Eso les hizo pensar que no confiaba demasiado en
la fuerza de sus tropas y que, por lo tanto, como solía ser habitual
en ese tipo de situaciones en la guerra antigua, un primer golpe que
impresionara, un buen first strike, los movería a rendirse.
Pero eso, claro, no es lo que pasó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario