miércoles, enero 24, 2024

Una historia del Renacimiento italiano (2): Francesco Sforza, ese parvenu

Las ambiciones de un rey aragonés
Francesco Sforza, ese parvenu
Ferrante I, el príncipe
La conspiración  


Mientras, en Nápoles, Isabel de Lorena, la mujer de Renato de Anjou, en lo que su marido estaba en el maco, sentó Corte en Nápoles. En 1438, los Anjou pagaron una fortuna a los borgoñones por la libertad de ilustre presidiario, y éste se pudo incorporar a su reino. Alfonso de Aragón estaba en Gaeta, un puerto septentrional del reino que había tomado en 1435, tras ser liberado de Milán. Aquel rey aragonés no había tenido hijos legales porque su señora, la reina María, era esméril. Pero tenía tres bastardos: María, Eleanora y Ferrante. Italia, sin embargo, como buena tierra de vividores folladores que es, no le daba demasiada importancia a aquello (aunque en España, lo veremos justo al final de esta serie, sí que era importante). Para Alfonso, esto era un chollo, puesto que pudo designar a Ferrante como su heredero napolitano; y, para la corona de Aragón, eligió a su hermano, Juan. Una elección que sería de gran importancia para la Historia de España.

Alfonso de Aragón practicó una política de nettoyage en sus dominios de Gaeta. A todos los señores de tierras angevinos de la zona los desposeyó en favor de señores catalanes y castellanos que le eran afectos. Pero se pasó un poco de frenada, porque uno de los afectados por esta política fue Paco Sforza. Bueno, el tema no fue casualidad; en realidad, Sforza había decidido que sus intereses en el sur de Italia estaban mejor asegurados si prestaba su espada a Renato de Anjou. Así las cosas, en julio de 1438 decidió invadir los feudos napolitanos del aragonés, para asegurar sus feudos en Ancona; y luego aceptó ser el capitán general de las tropas napolitanas. El león, si embargo, no siempre es tan fiero como lo pintan: en junio de 1441, las tropas aragonesas, en Troia, le encendieron el pelo al condottiero.

Sforza, sin embargo, estaba herido, pero no muerto. En octubre de aquel año se casó con Bianca María, en Cremona, ciudad que recibió como dote (aquello eran dotes, y no las listas de El Corte Inglés); y, además, estaba el apoyo financiero de Cosimo. Que la suerte de Alfonso fuese cada vez mejor (entró en Nápoles en mayo de 1442, tras una valiente estrategia llevada a cabo por Diomede Caraffa) no quiere decir, en modo alguno, que ello debiera suponer la desgracia de Sforza.

A menudo olvidamos el dato de que, con la adquisición del Reino de Nápoles, que entonces era mucho más grande que el Nápoles actual, Alfonso de Aragón se convirtió en el rey de un reino de dimensiones parecidas al francés. Alfonso practicó en Italia una política radicalmente reformista, en la que pretendió modificar la forma de gobernar aquel reino y su modelo económico; amén de dictar una amnistía para quienes habían sido pro angevinos. La Corte napolitana de Alfonso V fue una de las más brillantes de Europa; una Corte en la que se impuso el español como lingua franca; algo que a los napolitanos y calabreses de hoy en día, doy fe, no les gusta recordar.

Sin embargo, Alfonso cayó en Nápoles un poco como Carlos de Habsburgo, décadas después, en Castilla. Aunque los nobles angevinos fueron perdonados, se los colocó de jarrones chinos en la Corte, y el poder efectivo comenzó a ser ejercido por aragoneses y castellanos de la cuerda. Esto generó un descontento que Alfonso trató de disolver. Casó a su hija Eleanora con Marino Marzano, que era el heredero del ducado de Sessa; y pactó el casorio de Ferrante con Isabella di Chiaramonte, que era sobrina del príncipe de Taranto, la mayor casa noble napolitana, y heredera del mismo, puesto que el príncipe no tenía hijos.

Los napolitanos, por lo demás, hicieron de Alfonso un humanista. Aquel reino, situado allende las fronteras de unos Estados Pontificios donde determinadas posturas, a ratos no eran bien vistas, a ratos eran directamente perseguidas, bullía de creatividad humanística. Alfonso, que era un hombre muy religioso, llegó al humanismo a través de la religiosidad, como muchos de los maestros a los que escuchaba; y tomó la costumbre de instituir la denominada ora del libro, una hora al día durante la cual coloquiaba son sus amigos sabios. Alfonso era un lector impenitente que había adoptado como emblema la frase liber sum, que tanto puede traducirse como “soy libre” como “soy un libro”; y tenía, entre sus reliquias, un hueso de un brazo de Tito Livio, su autor preferido. Uno de los humanistas contratados por Alfonso fue Lorenzo Valla, el primer estudioso que cuestionó la denominada Donación de Constantino como una falsificación. El gesto, además de ser cierto, tiene sentido en el entorno de lo que estamos contando. El otrora rey de Aragón quería hacer de Nápoles la nueva Roma y, para ello, no dudó en intentar desacreditar a su contrincante.

Fuere o no fuere falsa la Donación, lo cierto es que, formalmente hablando, Alfonso V necesitaba el nihil obstat papal para reinar en Nápoles pues, como ya os he dicho, cuando menos en teoría el propietario de la finca era el Francisquito.

Desde 1442 se estaba hablando de una nueva y poderosa coalición entre Roma, Nápoles y Milán, con un solo objetivo: Sforza. Nápoles, obviamente, lo quería caído puesto que Francesco seguía apoyando a Renato de Anjou. El Papa Eugenio no le perdonaba que no hubiese devuelto el feudo de Ancona, formalmente integrante de los Pontificios. Y, en cuanto a Filippo Visconti, era bien consciente de que, tras haberse casado con Bianca María, Sforza no le necesitaba más.

En julio de aquel año de 1442, Alfonso le ofreció a Sforza una sustanciosa condotta. Todo parecía ir como la seda entre los dos viejos, a ratos rivales, a ratos amigos. Sin embargo, todo lo hizo Alfonso para ablandar al condottiero al que realmente quería contratar: Niccolò Piccinino, que pedía demasiado. En el momento en que Piccinino aceptó las condiciones que le ofrecía Alfonso, éste se apresuró a despedir a Sforza.

A principios de 1443, Alfonso comenzó a dirimir sus diferencias con el Papa. Eugenio llevaba fuera de Roma casi diez años, tras huir de la ciudad disfrazado, y se había establecido en la Florencia medicea, donde vivía estrechamente vigilado porque los toscanos recelaban de los rumores de que se iba a aliar con sus enemigos milaneses. El Papa salió de Florencia de incógnito y viajó a Terracina, una villa papal cerca de la frontera napolitana, donde se reunió con Alonso Borja, obispo de Valencia, y el cardenal Ludovico Trevisan, patriarca de Aquileia. El 14 de junio se firmó un tratado por el cual el Papa reconocía los derechos de Alfonso al trono napolitano así como el capelo para Alonso, a cambio de apoyo militar para las empresas del Papa; lo cual incluía echar a Francesco Sforza de Ancona.

A mediados de agosto, Alfonso I de Nápoles y Piccinino se encontraron en Norcia, desde donde marcharon a Iesi, que tomaron el 3 de septiembre. A finales de mes estaban asediando Fermo. Fue allí donde, un día, un capitán alfonsino reconoció a un sirviente de Sforza fuera de la ciudad. Lo arrestaron y le intervinieron unas cartas que venían a demostrar que varios de los capitanes que se habían rendido en Iesi lo habían hecho a propósito para integrarse en el ejército de Alfonso. La orden que recibían ahora era asesinarlo; Sforza pretendía coronarse él rey de Nápoles.

El 24 de enero de 1444, Bianca María parió a un niño, noticia que movió al conde Visconti a intentar una reconciliación con su yerno. Por otra parte, seguía preocupado por la insondable ambición de rey de Nápoles, por lo que firmó una alianza con Florencia y Venecia cuyo principal objetivo, por su parte, era poder presentar una fuerza que contrarrestase la de Alfonso. Éste reaccionó embargándose todas las riquezas de ciudadanos florentinos y venecianos en sus posesiones.

En los tres años siguientes, hasta febrero de 1447 que la roscó el Papa Eugenio, hubo diversas coaliciones cambiantes, cada una de ellas respondiendo a situaciones particulares de cada momento y al principio general de impedir que uno solo de los jugadores consiguiese acumular demasiado poder. En agosto de 1447 murió también Filippo María. Pensaréis que la cosa estaba clara y que Sforza debería sucederlo. Pero eso no es exactamente así. El rey Alfonso, poderoso y con poderosos aliados, comenzó a distribuir la noticia de que Visconti, antes de morir, lo había designado su heredero. Por si faltaban peones en el tablero, el emperador Federico III también se consideraba heredero de Visconti, aduciendo que Milán era un feudo imperial (que lo era). Y, como en estas cosas nunca puede faltar un Macron dando por culo, ahí estaba Carlos de Orléans, hijo de Valentina, medio hermana de Visconti (Valentina Visconti era hija de Gian Galeazzo Visconti, primer conde de Milán, y de Isabel de Valois, hija y hermana de rey francés; Filippo era hijo de Gian Galeazzo y Caterina Visconti).

La cosa estaba bastante complicada, y precisamente por eso los milaneses se dieron prisa. Pocas horas después del fallecimiento de Visconti, un grupo de patricios locales tomó el poder en nombre de la república ambrosiana. El personal salió a las calles en plan rodea el Congreso como sólo saben hacerlo los italianos (razón de que tantos Papas haya pasado su vida con un tapón de corcho encajado en el culo) y arrasaron con el Castello de Porta Glovia, símbolo del poder viscontiano. El problema de la rebelión republicana fue que era una rebelión republicano-feudal, es decir, pretendía la libertad para Milán, pero también pretendía que Milán siguiese sojuzgando bajo su bota a muchas poblaciones de la zona. Esto, siglos después, los resolvió Lenin provocando un genocidio; pero en esto los patricios ambrosianos no estuvieron listos; o lo mismo es que tenían ética. Las villas se rebelaron, el Tesoro milanés se vació y, rápidamente, los astutos venecianos vieron la oportunidad.

Ambas partes: la república y Venecia, tocaron la puerta de Sforza para reclamar su alianza. Francesco se lo pensó mucho pero, finalmente, supongo que acabó pensando que un veneciano es lo más parecido a un francés que se puede encontrar fuera de Francia: nunca, bajo ningún concepto, alentará o respetará un interés que no sea el suyo. Así que Francesco decidió hacerle una higa a Junts per Venecia y se decantó por la república. Eso sí, dejó claro que él tenía un precio; un precio que Milán no podía pagar en ese momento; y los condottieri, como Puchimón, cobraban por adelantado. Los milaneses ofrecieron nombrar a Bianca María gobernadora del ducado, lo cual enfureció todavía más a Sforza, que no quería verse en un mero papel de duque de Edimburgo.

En esta situación tan inestable, Cosimo de Medici, el gran asesor de Francesco, lo convenció de que estaba haciendo el tonto convirtiéndose en adalid republicano. Así que en octubre de 1448, el mercenario alcanzó un acuerdo con los venecianos. Milán entró en pánico.

En el verano de 1449, Milán era una ciudad asediada por las tropas de su otrora campeón. Los milaneses trataron de evitar el tema firmando una paz separada con los venecianos; pero para entonces les daba igual. Francesco Sforza, beneficiario de un full credit de los poderosos Botín-Medici, era, pues, como el Grupo PRISA: podía permitirse el lujo de pagar meses y meses de soldadas a sus tropas a cambio de no hacer nada. En febrero de 1450, la situación de Milán era desesperada. El pueblo milanés, adelgazado y carcomido por el hambre y las enfermedades, abrió las puertas a su invasor.

En el gobierno de Milán, Francesco Sforza habría de demostrar al mundo lo mucho que había aprendido de su maestro Yoda, Cosimo de Medici. Lejos de convertir aquel ducado en una tierra áspera y belicosa, restauró proyectos artísticos (sin él, el Duomo de Milán no existiría) y sentó las bases de un Estado en plan Milán, Sociedad Anónima. Nombró altos funcionarios profesionales, todos ellos bajo la atenta mirada de su primer canciller, Cicco Simonetta. Hubo de enfrentarse con situaciones de crisis (como la epidemia de peste bubónica del verano de 1451 o las constantes provocaciones venecianas). Su gran problema, sobre todo, era la indiferencia con que el entorno geopolítico había recibido su llegada al poder; muy particularmente, el emperador Federico III se había negado a reconocerlo.

Federico estuvo en Italia en 1452, en otra gran victoria diplomática de Alfonso de Nápoles. Llegó para casarse con Leonor de Portugal, que era sobrina de Alfonso (era hija de Leonor de Aragón y Alburquerque, asimismo hija de Fernando I de Aragón). No quiso ir a Milán, pero paró en Ferrara, en la Corte de Borso d'Este. Allí, en el banquete, se presentó Galeazzo María, hijo mayor de Francesco (Francesco Sforza hizo que todos sus hijos tuviesen el segundo nombre María, en señal de vinculación con la casa Visconti); así como Alessandro, el hermano de Francesco. Al emperador no le quedó otra que recibir a Galeazzo María (que tenía ocho añitos). Por lo visto, quedó impresionado de la madurez del chaval, aunque no por ello dejó de contestarle que se fuese a tomar por culo y que él no pensaba ir a Milán. No sólo hizo eso, es decir negar a Sforza la condición de duque; sino que le dio a Borso d'Este el título de duque de Módena, con lo que frotó la herida con sal.

El fondo de la cuestión era, cómo no, Alfonso I de Nápoles. El otrora rey aragonés había tenido entrevistas con Federico III en las que le había ofrecido su espada si decidía desalojar a Sforza de Milán. Sin embargo, Nápoles estaba en guerra con Florencia (como Milán con Venecia), lo que hacía bastante difícil el experimento. Por lo demás, Alfonso avanzaba hacia una vejez dorada; había adoptado una amante, Lucrezia d'Alagno, a la que estableció en su Corte y trataba como una reina (en este caso, literalmente). Estaba ya en la cuenta atrás de polvos, y lo sabía. Como bien sabemos, en 1453 una de las dos perlas de la Cristiandad cayó en manos de los musulmanes. El Papa Nicolás V quiso, o eso dijo, llamar a una cruzada para recuperarla; pero la empresa se demostró imposible por las divisiones evidentes en el ámbito creyente. Tratando de sacar adelante su business (porque el tema es que con la caída de Constantinopla el Papa había perdido mucha pasta), Nicolás invitó a Nápoles, Milán, Florencia y Venecia a una conferencia de paz en Roma. Ni siquiera llegó a celebrarse por las absurdas peticiones de los posibles participantes y la decisión clara de Sforza de no enviar a nadie.

Hubo, sin embargo, un tratado de paz: el llamado tratado de Lodi (abril de 1454). Aquello no fue sino el acuerdo entre cinco leones que estaban, literalmente arruinados por la lucha. Alfonso y Francesco Sforza enterraron el hacha de guerra. Al año siguiente, el nieto del rey, Alfonso de Aragón, entonces de cinco años, se casó con Ippolita, de nueve, hija de Francesco. Asimismo, Eleanora deAragón, nieta del rey, de cinco años, se comprometió con Sforza María, hijo de Francesco, de tres años.

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