viernes, octubre 27, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (39): El perfecto asesinado

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado


Evidentemente, para llevar a cabo sus planes Stalin necesitaba a la policía política; ahí contaba con el apoyo de Yagoda, pero también era consciente de que había muchos viejos bolcheviques establecidos en el cuerpo. A principios de 1934, Yagoda le organizó al secretario general una breve conferencia personal con oficiales de la OGPU; reunión en la que estuvo, obviamente, Yagoda, y también Boris Mironovitch Feldman, el enlace entre el Comité Central y la policía política (purgado él mismo en 1938). En esta reunión, Stalin aparentó ser informado por primera vez de las condiciones no muy buenas en las que vivían los oficiales de la policía, y ordenó la inmediata construcción de una pequeña ciudad, una especie de Copland para soviéticos, en Novogorsk, muy cerca de Moscú. Trataba, claro, de lanzarles el mensaje de que hacer lo que iban a hacer sería en beneficio de ellos mismos y de sus hijos.

miércoles, octubre 25, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (37): Ha nacido una estrella (el antifascismo)

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 



Lo más importante para Beria es que, como autor del libro, él, que según Merkulov no leyó ni las pruebas de imprenta y que de marxismo-leninismo iba justito, se convirtió en el más dedicado y meticuloso notario de la vida de Stalin en aquel momento. Recibió, eso sí, una reprimenda del Politburo, dado que el Partido en Transcaucasia había re publicado escritos de Stalin de 1905 sin permiso; pero estoy seguro de que eso le dio igual. Las sucesivas ediciones del libro fueron revisando (léase agrandando) todavía más el papel de Stalin. Así, el libro está repleto de cosas como que Stalin ya se hizo miembro del primer grupo revolucionario georgiano, el Mesame Dasi, a finales del siglo XIX; y que, de hecho, su entrada en el mismo le aportó “una nueva identidad revolucionaria”. Stalin pronto formó la primera minoría bolchevique junto con el escritor Lado Ketskhoveli (el auténtico introductor de Stalin al marxismo) y Alexander, llamado Sasha, Tsulukidze. Ambos compañeros de viaje habían muerto en 1903 y 1905, respectivamente; así pues, no había problema en compartir con ellos la gloria. Lo malo es que otros cronistas como Makharadze, que sí había sido miembro del Mesame Dasi, no recordaban la existencia de ninguna minoría discrepante dentro de una melodía, en aquellos tiempos, claramente leninista (aunque la organización acabase siendo absorbida por el menchevismo).

martes, octubre 24, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (36): Beria se hace mayor

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 



El XVII congreso supuso también la consolidación definitiva de Stalin como secretario general del PCUS, y también lo fue de la estructura de sus subordinados más cercanos; estructura que habría de permanecer básicamente incólume desde entonces. Un equipo formado por Amayak Nazaretyan (Nazaretyan Hmayak Makarovitch), Boris Georguevitch Bazhanov, Grigory Iosifovitch Kanner, un tal Maryin (no he logrado encontrar ni nombre ni patronímico), Sergei Dvinsky, Iván Tovstukha (que tanto papel jugó en el asunto del cerebro de Lenin) y, por supuesto, Alexander Poskrebyshev.

lunes, octubre 23, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (35): Stalin se vigila a sí mismo

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

Siempre según Mikoyan, la decisión de Stalin, cuando recibió la noticia, fue dejar tres de los votos en su contra, para así tener el mismo nivel de oposición que Kirov, y destruir el resto. Bueno, eso más la medida más de largo plazo consistente en que, tras aquel congreso, el secretario general ya no volvió a someterse al voto de los delegados, por un siaca. Algunos relatos contemporáneos hablan de que, a pesar de la censura, el resultado se supo por parte de algunos delegados; y que eso provocó que un grupo de los mismos le propusiera a Kirov ser el nuevo secretario general (tal vez temiendo esto fue por lo que Stalin decidió igualar sus votos negativos con los del leningradense). Kirov se negó y, muy probablemente, le fue a Stalin con el queo; pero eso, es cuando menos mi convicción, no impidió que Stalin lo colocase en su punto de mira desde aquel mismo día.