El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo
Un fracaso detrás de otroEl periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov
El primero en caer tenía que ser, el leningradense Kolzov lo tenía clarinete, un ucraniano. El mensaje tenía que ser claro en el sentido de que FRK no le tenía miedo a la Mafia del Dnieper. Así, Andrei Kirilenko fue cesado de su influyente puesto en el Presidium del Comité Central. Aquello era caza mayor: el misil había caído en el Politburo, y había masacrado a un político que había sido secretario general del Partido en la provincia adyacente a donde lo había sido Breznev al mismo tiempo; por no mencionar que ambos eran comrades in arms.
Inmediatamente después, Kolzov fue a por las baronías regionales. Sacó a Kunaev de su puesto de primer secretario general del Partido kazajo; en Moldavia se llevó por delante a Nikolai Shchekolov, que era primer ministro adjunto del gobierno moldavo.
El error de Frol Kolzov fue el mismo que el de Hitler: pensar que podía batallar en dos frentes a la vez. Mientras estaba tratando de desmantelar la estructura de poder pacientemente cosida por Breznev, decidió enfrentarse también con Khruschev a causa de las relaciones entre la URSS y Yugoslavia, que Kolzov no quería ver impulsadas, y un asunto de subvenciones agrarias que para el secretario general era muy importante. En consecuencia, la confianza entre los dos se vio seriamente dañada.
Mientras tanto, como ya hemos contado, Leónidas Breznev tomaba ventaja de su puesto decorativo, pero con importantes prerrogativas de orden simbólico y operativo. Khruschev comenzó a considerar que era importante reconstruir las relaciones con el hombre que había tenido en los cincuenta por su mano derecha. Así pues, cuando Khruschev se marchaba de vacaciones al Cáucaso o a Crimea, solía llevarse a Breznev con él, en un gesto ostensible de cercanía. Merced a esa cercanía inesperada, Breznev comenzó, además de tener la presencia pública que tenía, a ser una de las personas mejor informadas de toda la nomenklatura soviética sobre las cuestiones más sensibles de la gobernación de la URSS (cosa que, por extraño que pueda parecer, al jefe del Estado normalmente no le ocurría). Y, lo que es más importante, Breznev estaba allí en muchas ocasiones en las que su jefe se enfrentaba a un dosier en el que se le reclamaba su posición sobre tal o cual remoción o tal o cual sustitución en la estructura del Partido y del Comité Central; y, poco a poco, el consejero que tenía a su lado fue siendo más capaz de introducir a su gente en estos nombramientos. De esta manera fue cómo, por ejemplo, Breznev pudo llevarse al Soviet Supremo a dos de sus más estrechos colaboradores, hasta entonces emplazados en el Comité Central: Georgi Tsukanov, un experto en los temas de personal y cuadros del Partido; y Andrei Alexandrov-Argentov, hombre formado en las sutilezas de la diplomacia soviética.
Y, ¿sabéis a las órdenes de quién estaba Alexandrov-Argentov? Pues sí: de nuestro viejo amigo Konstantin Chernenko. Chernenko se había ido a Mordor con su jefe en el momento en el que todo el mundo pensaba que el nombramiento era la muerte política de Breznev; y eso era algo que el futuro secretario general del PCUS no olvidaría fácilmente. Para entonces, pues, Konstantin ocupaba ya una parte muy importante en la pequeña estructura de poder creada por Breznev.
Hay quien piensa, de hecho, que el ticket Chernenko-Alexandrov fue el elemento fundamental que labró la candidatura de Breznev para suceder a Khruschev. Con la paciencia de los inmortales, ambos se embarcaron en un programa constante a la alemana (pasos cortos, pero ni un solo día sin un paso nuevo) para generar una estructura de poder breznevita en terceros y cuartos niveles de poder. En un puesto teóricamente tan importante, por mucho que en la práctica fuese una ful, Breznev tenía el típico derecho de los políticos a contratar asesores. Chernenko y Alexandrov-Argentov proveyeron a su jefe con un ejército de fieles cuadros comunistas pero, de todas formas, se cuidaron mucho de que, además de mamadores, fuesen buenos en aquéllo a los que se dedicaban. Con el tiempo, pues, el presidente del Soviet Supremo se fue haciendo con una estructura de gran profesionalidad que, indirectamente, le daba mucho poder.
Por otra parte, el olfato maniobrero de la gente de Breznev, que lógicamente estaba muy desarrollado pues de otra forma nunca habrían trabajado para él, detectó claramente el cambio de prioridades de Khruschev respecto de Frol Kolzov, y pronto se dio cuenta de que el secretario general pensaba utilizar el XXII Congreso del Partido (octubre de 1961) para reasentar las cosas y tratar de darle un zasca a Kolzov por los ya descarados movimientos que estaba haciendo para labrarse un poder personal.
Con gran habilidad, Breznev y su gente lograron explotar la inquietud de Khruschev y la suya hacia Kolzov. Merced a este miedo, el secretario general aceptó la entrada en el Comité Central de una de las piedras filosofales del poder breznevita: el mariscal Andrei Antonovitch Grechko. Asimismo, también colocó al almirante Seguei Georguievitch Gorshkov. Pero también metió a Vladimir Shchervitsky, a Ignati Novikov, a Venyamin Dymshits, a Nikolai Tikhonov, a Lev Smirnov, y al secretario general de Dnepropetrovsk, Nitita Tobulev; y, finalmente, al secretario del obkom de Tula, Ivan Yunak. Todos ellos se lo debían casi todo a Breznev.
Poco tiempo después del XXII Congreso, en abril de 1962, Breznev consiguió un nuevo e importante triunfo, sobre todo por lo que suponía de aviso para navegantes: la rehabilitación de Kirilenko, que fue nombrado miembro de pleno derecho del Presidium y vicepresidente de un nuevo órgano, la Oficina del Presidium para los asuntos de Rusia). Esto suponía un mensaje claro de Khruschev-Breznev hacia Kolzov, porque Rusia era su predio.
Breznev había completado la primera fase de poder, que es colocar a los tuyos en puestos que te deban. Pero le faltaba la segunda, que era emascularse a aquéllos que habían sido colocados por sus rivales. Por ello, comenzó una estrategia de acoso y derribo de Spiridonov, contra el que utilizó, sobre todo, a la policía secreta y su tradicional habilidad para fabricar dosieres, informes de total veracidad, o no. Aquí, sin embargo, lo tuvieron fácil, puesto que Spiridonov era, ¿cómo lo diríamos?; un poco lerdo.
En primer lugar, teniendo como tenía adjudicada la responsabilidad de supervisar al Ministerio de Defensa, le dio por mantener su posición de partida, bastante distante, cuando no displicente, con los militares. Ahí la cagó bien. Y, en segundo lugar, fue el maula gilipollas escogido por Khruschev para defender una idea que él no quería defender por sí mismo para no quemarse los dedos: la retirada de la momia de Stalin del mausoleo del Kremlin. Spiridonov, entendiendo que si el secretario general le pedía que defendiese esa idea, eso era porque el tema estaba, que diría Franco, atado y bien atado, se aplicó con total valentía y presión a ello y, claro, puso un manchón en su hoja de servicios que, en su momento, se volvería contra él.
A los nostálgicos del estalinismo dentro del Partido, el poder de Khruschev no les impresionaba lo más mínimo, y si tenían que criticar al Gordo Cabrón, lo hacían. En esas circunstancias, un puto subordinado membrillo era para ellos un pequeño aperitivo. Se aplicaron contra él con toda la su capacidad discursiva y editorial, y consiguieron convertirlo en ese político con el que todo el mundo se mete. Oliendo la sangre, Breznev tomó el teléfono y llamó a su amigo Nikolai Mironov, que era el responsable del Departamento Administrativo del Comité Central, esto es, el responsable de supervisar nombramientos y personal en las altas jerarquías del Partido. Le insinuó que, tal y como estaba la cosa, lo mismo era bueno hacer una investigación sobre los antecedentes de Spiridonov; ya sabes, seguro que es un excelente comunista, pero para asegurarnos, y tal. Mironov entendió.
La investigación comenzó a revelar cosas, como que la administración del Partido en Leningrado no era la más limpia del mundo que digamos (esto se habría descubierto de cualquier obkom. Por eso, claro, el secreto en la URSS no era no corromperse, sino montárselo para no ser investigado). Asimismo, también afloraron varios casos de deplorable abuso de poder por parte de Spiridonov (algo que, otra vez, habría aflorado cualquiera que fuese el dirigente comunista con mínimo poder que se investigase, pues todo ellos consideraban que la primera forma de afirmar su poder era acojonar a los adjuntos y hacer llorar a las secretarias); y, last but not least, los dedicados policías que realizaron el informe afloraron la afición exagerada de Spiridonov por las titis; otra constante del poder soviético, siempre con fuertes componentes vaginales.
Como he dicho, las faltas de Spiridonov, que lógicamente no conocemos en su literalidad pues en la URSS los informes policiales cuentan verdades, o no, no parecen, en todo caso, ser de una calidad especialmente rastrera, comparada con cosas que sabemos que hicieron otros dirigentes soviéticos, entre otros el señor de las súper-cejas que encargó la investigación. Pero el caso es que lo importante, en la URSS, como en La Almunia de doña Godina, no es que seas realmente culpable de ser un cabrón, sino que lo parezcas. Así las cosas, el Presidium acabó tomando nota de la petición voluntaria de dimisión de Spiridonov, y la aceptó.
Kolzov estaba tocado; pero no hundido. Conservaba muchas personas situadas en puestos importantes de poder. Uno de ellos era Vitali Titov, director de la División de Organización del Comité Central. Titov se defendió como gato panza arriba y, en los últimos tiempos de poder de Kolzov, fue su gran apoyo. Pero, de alguna manera, el destino de este hombre estaba ya sellado. En la primavera de 1963, Frol Kolzov sufrió un ataque, según todos los indicios absolutamente cierto, que lo dejó inválido.
Khruschev se encontró, merced al ataque de Kolzov, con una segunda oportunidad que casi no esperaba. Y había aprendido de los tiempos anteriores. Primero había confiado en Breznev, y había tenido que darle una patada lateral. Después había confiado en Kolzov, y se había encontrado en que se convertía en su peor enemigo. Así las cosas, el ucraniano comprendió el elemento base del sistema soviético, su principal contradicción: el esfuerzo de todo gobernante por asegurar la gobernación era, al mismo tiempo, la mejor manera de buscarse la desgracia personal. Cuando tratas de hacer las cosas para que el sistema al frente del cual estás se prolongue y se prolonguen también las estructuras de poder personal que has construido, no te queda otra que señalar a alguien y decir: “éste es mi Delfín; éste es quien, cuando yo falte, conservará lo que yo he hecho”. Pero eso, al mismo tiempo, no es más que un acicate para el Delfín quien, al minuto siguiente de haber sido designado, comienza a soñar con ser un Tiburón.
Este problema ya lo había tenido el Imperio Romano, y lo había tratado de resolver creando el Imperio mancomunado. Algo parecido decidió intentar Khruschev.
Así las cosas, el pleno del Comité Central que se reunió en junio de 1963 anunció que Leónidas Breznev volvía a ser secretario de dicho Comité; pero que, al mismo tiempo, también se nombraba secretario del Comité a Nikolai Podgorny. En otras palabras, Khruschev estaba intentando colocar dos rivales debajo de él, para que se anulasen entre sí.
Nikolai Podgorny, la gran esperanza khruschevita.
Vía Wikipedia
El anuncio fue una sorpresa. Nadie esperaba a Podgorny tan alto. Había sido dirigente del Partido en Ucrania, pero le faltaban muescas en la culata para justificar una posición como la que acababa de conseguir. Hay que entender que no sólo se le nombró secretario del Comité; es que, además, se le otorgó la responsabilidad de controlar a los cuadros del Partido, es decir, se le entregaba el poder de controlar quién estaba y quién no, y dónde. Inmediatamente, con lógica, Podgorny comenzó a usar su poder para favorecer a los suyos, y colocó a un hombre de su cuerda en la secretaría general del Partido en Ucrania, Petro Yukhivovitch Shelest, desplazando con ello a Shchervitsky, el hombre de Breznev, que no era secretario general pero aspiraba a serlo (y que lo sería en 1972). En 1964, a Podgorny le fue adjudicada la responsabilidad de las relaciones de la URSS con el resto de países comunistas; una responsabilidad que otorgaba un importante perfil internacional y una enorme capacidad de obtener apoyos personales. Para nombrar a Podgorny, Khruschev tuvo que dejar en la cuneta a Suslov, que nunca se lo perdonaría. Pero, en ese momento, según todas las trazas, al secretario general le daba igual. Para él, era imperativo colocar a otro tigre en la selva que amenazase al tigre que se lo quería comer.
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