Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
Tras diversas negociaciones con la universidad y con los
organizadores de los propios hogares para los jóvenes, Herbert Faller, el
director de los mismos, accedió a buscar la manera de legalizar la situación de
aquellos muchachos que habían querido irse con los incendiarios metidos a
educadores. En realidad, la labor que Proll, Baader y Ensslin querían realizar
era una labor de concienciación política. Los chavalotes, en su mayoría,
respondieron a los mitines recibidos activando el atavismo lógico de hacer caso
de aquéllos quienes les habían procurado una existencia cuando menos algo
mejor. Así pues, comenzaron a tapizar sus habitaciones con los inevitables pósters
de Mao y de Stalin; si bien, como destacó Faller, conforme iban cumpliendo
años, ganando algo de pasta, aprendiendo algún oficio y, consiguientemente,
sintiendo la llamada de sus sistemas hormonales, los grandes líderes de la
izquierda comenzaron a verse sepultados debajo de una tupida red de tías en
pelotas, sobre cuyos conocimientos de la teoría marxista del valor añadido no
hay, que yo sepa, noticia.
De todos modos, la Arcadia feliz que habían montado los
amiguetes tampoco era ninguna maravilla; con el tiempo, se multiplicaron las
huidas. Algunos de los internos, incluso, y a pesar de los tristes y
desestructurados orígenes que tenían, incluso se volvieron contra los métodos
“educativos” de que eran objeto. Pues lo cierto es que alguno de los estudiantes
a cargo de la “formación” de los jóvenes, en realidad, no hacía otra cosa que
educar gamberros. Y, de entre todos ellos, nadie más que Baader, quien solía
organizar carreras ilegales por las calles de Frankfurt, o acciones de protesta
en las cuales grupos de chavales iban a los “cafés burgueses” y allí hacían
cosas como vaciar los ceniceros en las consumiciones de la gente, o meterse con
los camareros (porque los camareros alemanes de Frankfurt, a principios de los
setenta, como cualquier camarero en cualquier tiempo, eran sucios cerdos
capitalistas todos). Por las noches, había charlas de formación en las que
Baader (que, claro, qué formación iba a dar, si no la tenía) les hablaba de
crear una especie de ejército de desharrapados que arrasaría con la Alemania
Federal. Enseñaba a sus pupilos a despreciar la propiedad de otros, a no tener
reparo en incumplir las normas (les dejaba quedarse en la cama si querían y
faltar al trabajo). Todo un proyecto educativo que no dejaba de tener coña,
pues el problema de la mayoría de aquellos muchachos, en su base, era el mismo
que el propio Baader (y Ensslin) habían provocado, pues habían sido abandonados
por sus padres.
Por extraño que pueda parecer o, bueno, la verdad es que no
parece extraño, porque en el mundo, en toda época, siempre ha
habido más tontos que botellines; por extraño que pueda parecer, digo, aquel
extraño proyecto educativo, y el hecho de que estuviese dirigido por unos tipos
que habían sido condenados por los temibles jueces y la cabrona de la policía
por haber quemado unos grandes almacenes como protesta contra el capitalismo,
resultaba atractivo para según qué gente. Por esa razón, fue durante el
desarrollo de este extraño proyecto educativo y de formación personal cuando el
embrión de la banda Baader descubrió que había mucha gente en el mundo
dispuesta a soltar pasta. Es, cómo no, la figura de la persona que, bien por
herencia de familia, bien porque se lo ha currado, está forrada de pasta, y se
siente mal por ello. Para lavar su conciencia, se dedica a entregar dinero a
patrocinados cuando más radicales, mejor. A mí, personalmente, y perdone el
lector esta pequeña digresión, siempre me ha causado extrañeza el hecho de que
muchos de estos progres acomodados sean los primeros a la hora de criticar los
gestos de los burgueses renacentistas y barrocos, que explotaban a sus criados
o empleados y luego lavaban sus conciencias regalando un cáliz de oro a su
catedral local. Y digo que siempre me ha extrañado porque ambas actuaciones
son, básicamente, lo mismo.
He dicho Baader, pero quien realmente descubrió esa
capacidad de allegar recursos fue Gudrun Ensslin. Era la que estaba en mejores
condiciones de ser la fund raiser del
grupo; los otros eran demasiado gañanes. Hasta entonces, los Baader habían
rechazado con displicencia lo que llamaban “limosnas del Reich” cada vez que
alguien trataba de ayudarlos; pero ahora cambiaron de idea. Lo hicieron, sobre
todo, cuando una mujer de Frankfurt, mujer del dueño de una cadena de tiendas,
les regaló un coche casi nuevo. Fue todo un gesto de solidaridad por parte de
esa señora, quien al fin y al cabo vivía del comercio, esa misma actividad
contra la que habían atentado los tipos a los que ahora ayudaba. En todo caso,
hay que decir que Gudrun y Baader abollaron el techo del coche para que no
pareciera tan nuevo; tan capitalista, supongo.
Unos tres meses después de haber comenzado el proyecto, éste
recibió reconocimiento oficial. Para entonces, de todas maneras, el colectivo
estaba notablemente mermado a causa de los que se habían ido.
Llegó noviembre, es decir, el mes de la apelación. Y la
apelación salió como el culo. El tribunal rechazó todos los argumentos de la
defensa y, por lo tanto, ordenó que los cuatro chavalotes volviesen a prisión.
Pero sólo regresó Horst Söhnlein, quizás porque ya era el único de los cuatro
que mantenía la intención de tener algún día una vida razonablemente normal (y
lo consiguió; se casó con una actriz, Úrsula Strätz, con la que compró un
teatro).
Los otros tres decidieron huir de la Justicia. La misma
tarde que la apelación se había visto, Thornwald Proll, reunió a sus
discípulos, les repartió sus libros y pertenencias, y después se metió en un
coche con su hermana Astrid. Junto con Ensslin y Baader, salieron del país.
El perfil de la huida deja bien claro que los incendiarios
llevaban tiempo preparándola. Un compañero los esperaba en el parking
subterráneo de unos grandes almacenes con un coche con el tanque de gasolina lleno.
Ese camarada los condujo en ese coche de Frankfurt a Hanau. Allí hubo un nuevo
cambio de vehículo y conductor, y tiraron para Francia.
Para aquel entonces, aunque todavía no existía el acuerdo
Schengen, pasar de un país a otro de la Comunidad Económica Europea siendo
ciudadano de uno de sus Estados no era difícil. Y, además, a los huidos no les
faltaron coches. Como deja clara la anécdota del suyo propio, en aquella
Alemania no faltaban personas acomodadas dispuestas a take a walk on the wild side ayudando a gentes que, en su visión,
estaban luchando por la sociedad que pretendía la verdadera izquierda. Tampoco
les faltaron cucos apartamentos donde dormir.
De hecho, cuando llegaron
París, que era su destino, se alojaron en un cómodo apartamento nada
menos que en el Ile de la Cité, muy cerquita de Nôtre Dame. La “modesta” casa
era propiedad de Régis Debray, un famoso periodista de izquierdas de la época,
quien en ese momento estaba preso en Bolivia. Debray, otro nota de la abultada
nómina de teorizantes revolucionarios de la época, podía considerar que la
policía no iría a su casa pues, al fin y al cabo, revolucionario y todo, no
dejaba de tener un papá que era un conocido abogado, y una mamá concejal.
Desde París, usando el teléfono del apartamento, los huidos
hablaron con Ulrike Meinhof, que había tenido bastante contacto con su proyecto
socioeducativo (entre otras cosas, había intentado reclutar a los pupilos para
que participasen en una manifestación en un juicio); y, por supuesto, Astrid
Proll. Baader le pidió especialmente a Astrid que le trajese su coche. El revolucionario
anticapitalista echaba de menos su más preciada posesión, y no parece que se
preguntase cuántas plusvalías habían sido alienadas durante su construcción. De
hecho, cuando Astrid llegó a París con el coche, se dedicó a conducirlo a gran
velocidad por la ciudad.
Los huidos, la verdad, no hacían vida de escapados. Tenían
bastante pasta, así pues se pegaban unas cuchipandas de puta madre. Pero
acabaron peleándose por lo que siempre se pelean los colegas de ultraizquierda:
por la praxis.
Astrid Proll sentía una pasión especial por Al Fatah y la
causa palestina. De ahí había sacado la idea de que el safe haven definitivo de los cuatro tendría que ser Palestina o, en
su defecto, algún territorio amigo de Oriente Medio. A Gudrun esa perspectiva
no le molaba demasiado. A ver, probablemente también le parecía la hostia
limonera la causa palestina; pero, como le suele ocurrir al concienciado
ultraprogre, llegaba un punto en el que se daba cuenta de que una cosa es
apoyar a los pobres palestinos, y otra vivir con ellos (y como ellos). Ella se quería quedar en algún lugar cómodo y escribir
un libro sobre su reciente experiencia socioeducativa. Thorwald quería volver
a Alemania; su deseo, de hecho, se hizo más intenso conforme más fue faltando
la pasta con la que el grupo había llegado a París.
Estaba claro que, cuando hay opiniones muy diferentes, lo
suyo es acordar un consenso en torno a un territorio neutral. Y, ¿qué hay más
neutral que Suiza? Lógicamente, pues, el grupo decidió emigrar a la patria de
los relojes, y del dinero.
Las discusiones en torno a qué hacer habían despertado las
sospechas en Gudrun y Andreas en el sentido de que Thorwald era un peligro;
parece ser que hasta Astrid, que era su hermana, estuvo de acuerdo. La cosa es
que el tipo no parecía estar cortado de la misma madera. Se acojonaba fácil, no
atravesaba bien los momentos de falta de recursos y, en general, parecía tener
una moral de cristal. Para ellos, pues, era una bomba de relojería; cualquier
día podía perder la presencia de ánimo y hacerles un roto. Como consecuencia de
todas estas sospechas, decidieron perderlo y, efectivamente, cuando estaban en
Estrasburgo, se las arreglaron para dejarlo solo. Proll los esperó tres horas
en el lugar en el que habían quedado; después de tanto tiempo, hasta él se dio
cuenta de que lo habían tangado. Así las cosas, se fue a Londres y luego a
Alemania, donde se acabó entregando el 19 de noviembre de 1970. Salió del maco
antes de lo que debía, en octubre de 1971, y se hizo librero. No volvió a
acercarse a una bomba incendiaria.
Acerca de los movimientos del
grupo después de eso, sabemos que Peter Brosch, uno de los pupilos del proyecto
socioeducativo, recibió una llamada de Gudrun Ensslin en la que le pedía que le
llevase a Zurich unos papeles que necesitaba para su libro. Le dio la dirección
de un escritor que había escrito un libro sobre la revolución cultural china
(bueno, un libro sobre la revolución cultural china, no; un libro sobre lo que quería creer que era la revolución
cultural china). Sin embargo, cuando Brosch llegó a Suiza, en diciembre de
1970, simplemente le dijeron que el grupo se había ido.
De vuelta a Frankfurt, Brosch recibió
una llamada de teléfono, en febrero de 1970. Gudrun, desde Nápoles. Le contó
que algún cabrón les había robado el coche (curioso cabreo ése entre unas
personas que no creían en la propiedad privada capitalista) y que estaban en la
última pregunta. Habían escuchado en la radio noticias que parecían que
hablaban de alguna medida de gracia que les sería aplicable. Brosch les
confirmó que así era. Que existía una noticia, digo. Varias personas habían
escrito para solicitar una gracia en favor de los huidos, sobre todo gracias a
su labor realizada en su experiencia con los chicos en situación vulnerable.
Pero lo cierto es que el Ministerio de Justicia de Hesse había rechazado dicha
medida el 4 de febrero de 1970.
Así pues, el grupo tenía que
seguir riding like the wind.
Hola no se si alguien mas le pasa pero a mi en el link de al maco me lleva a una pagina con el siguiente mensaje "Lo sentimos, la página que estabas buscando en el blog no existe."
ResponderBorrarAprovecho para felicitarte por el blog y desearte que hayas superado el mal de lombrices que yo tb padeci de pequeñito.
Sí, son problemas con el enlace permanente, que no es muy permanente. Lo he cambiado en esta toma y en otras.
Borrar