El sabelianismo
Samosatenses, fotinianos, patripasianos
Arrio
Más Arrio
Semiarrianos, anomoeanos, aecianos, eunomianos y acacianos
Eudoxianos, apolinarianos y pneumatomachi
Vayamos con la lección 2 del curso de arriano upper-intermediate. Antes he dicho que un monarquiano que perseverase en sus ideas, lo más probable es que terminase siendo arriano, sabeliano o samosatense. Hablemos ahora de lo que significa este último término.
El samosatenismo toma su nombre de Pablo de Samosata. Este
Pablo era nacido en Samosata, en el Éufrates; pero su puesto importante en el
orbe cristiano se deriva de que fue obispo de Antioquía, una de las plazas
fundamentales de la cristiandad histórica. En ocasiones, los samosatenses se
encuentran en los libros y referencias con el nombre de paulianistas.
Pablo de Samosata es quizás el primer obispo cristiano que
conocemos que, aparentemente, era un vividor follador. Le gustaba la buena
vida, y además hacía pública ostentación de sus aficiones, sin cortarse un
hair. Pablo, además, fue, aparentemente, un obispo muy bien situado
políticamente, gracias a una alianza muy longeva con Zenobia de Palmira, reina
que se decía descendiente de los gobernantes macedonios de Egipto. Teodoreto
nos dice que Zenobia era una mujer muy partidaria del judaísmo; hay autores, como
Filáster, que sostienen que fue Pablo quien le enseñó la religión hebrea.
El caso es que, siempre según las fuentes de que disponemos,
Pablo de Samosata acabó por conocer a un hereje llamado Artemón, que negaba la
divinidad de Jesús; y adoptó dicha herejía, no se sabe muy bien si por
convicción, o por estrechar sus lazos económico-políticos con Zenobia.
Aparentemente, Pablo hizo cosas como sancionar como adecuada la circuncisión.
Como veis, Pablo sostuvo la idea de que en la Trinidad sólo
hay una hipóstasis, Dios en sí; y que, por lo tanto, la divinidad del Hijo no
es propia, sino en todo caso cedida por el boss.
Su posición era, pues, monarquiana; pero pronto se distinguió de otras ramas
del mismo tronco, notablemente los sabelianos.
Para Pablo, toda la Trinidad es Dios, sin distinción de
personas. Atribuía al Joligós el milagro del nacimiento del Hijo como hombre. Este nacimiento es el resultado de una suerte de promoción por la cual
el Hijo quedó asociado a la sabiduría del Padre. Los samosatenses, por lo
tanto, resolvían el problema inherente a todo monarquismo (la compatibilidad de
la creencia en una sola hipóstasis con el testimonio evangélico) de una forma
un tanto oscura, por no decir muy oscura.
A mediados del siglo III, se celebraron en Antioquía dos o
tres concilios para estudiar esta herejía. En el 264, bajo la presidencia de
Firmiliano de Cesarea, el samosatenismo fue condenado; pero no hubo sentencia
efectiva de apartamiento de sus sacerdotes. Aparentemente, Pablo le prometió a
Firmiliano una solución pacífica al problema; éste le creyó, pero no hubo tal.
Consecuentemente, es muy probable que en un concilio posterior, ya muerto
Firmiliano, los samosatenses fueran castigados sin pasta. En el 269, en una asamblea que, según las crónicas,
registró un aforo bestial, se trató de arreglar el tema, pero sin éxito; razón
por la cual hubo que convocar una discusión pública entre Pablo y un famoso
teólogo llamado Malción o Malquión. Pablo, aparentemente, perdió el embroque, y
fue depuesto; aunque, por intercesión de Zenobia, conservó el palacio y el
coche oficial; en el 272, lo echaron definitivamente y ya pudo decir, como José
Luis Ábalos, eso de no tengo a naaaaadie.
Para seguir penetrando en las ideologías teológicas
unitarias, digamos ahora unas palabras sobre los fotinianos. Aquí ya estamos
hablando del siglo IV, y del obispo de Sirmium en la Panonia Baja, Fotino,
discípulo de Marcelo de Ancira. Generó una subsecta sabeliana que sería
condenada en diversos concilios celebrados en el segundo tercio del siglo.
El fotinianismo, muy a menudo, es difícilmente distinguible
del samosatenismo. Para Fotino, Jesús había nacido de la Virgen María y el
Espíritu Santo, en un proceso milagroso en el que había resultado ser receptor
de una determinada porción de sustancia divina, a la que llamaba La Palabra.
Como poseedor de esa Palabra, venía a decir Fotino, los cristianos habían dado
en llamarlo Hijo de Dios o Dios mismo, erróneamente; como también erraban al
considerar al Espíritu Santo como una persona en sí misma, cuando únicamente es
una virtud celestial procedente de Dios; básicamente, pues, una manifestación
de Dios mismo.
La primera vez que Fotino fue condenado fue, probablemente,
en el año 336, en Constantinopla. Lo volvió a ser en el 344, en un concilio
semiarriano celebrado en Antioquía; y aún una tercera vez, en el 347, en el
concilio de Sardica.
Por último, antes de abandonar este entorno, deberemos
hablar de patripasianismo. El patripasianismo resuelve el conflicto entre el
Padre y el Hijo sosteniendo la idea de que fue el Padre en sí mismo el que se
hizo carne y sufrió el tormento para redimir a la Humanidad. Es decir: no envió
a nadie, sino que se envió a sí mismo. Es, pues, una creencia monarquiana en el
sentido de negar la distinción entre personas en la Trinidad: no hay personas
distintas, sino distintas manifestaciones de una sola hipóstasis.
El patripasianismo puede tener dos formas: una, en la que
Dios sustituye su naturaleza divina por otra capaz de sufrir; otra, en la que
es Dios mismo quien sufre clavado a la cruz. La primera forma es una estrategia
para acercarse al relato católico y canónico de la Pasión; pues la segunda, de
alguna manera, podría sugerir que, ahí clavado, quejándose y apelando al Padre
que lo ha abandonado, Jesús estaría un poco cachondeándose de la gente, pues la
divinidad es impasible; algo que los patripasianistas resolvían negando este
principio y afirmando que no, que la divinidad es pasible y sufre. La primera
de estas doctrinas es propia de monarquistas como los praxeanos o los
sabelianos (te ahorro una descripción de los praxeanos, que poco añadiría);
mientras que la segunda es más propia de los noecianos, es decir, los
sabelianos primigenios: además de influir en los arrianos.
En fin, yo creo que, para dibujar el entorno del tiempo y el
surgimiento de ideas e interpretaciones
diferentes sobre la nómina trinitaria, con esto puede llegarle a un upper-intermediate. Así que pasaremos
ahora al meollo, que es el arrianismo. Aquí ya vete preparando, que vas a tener
que meter codos. La Fama cuesta, y aquí vas a empezar a pagar.
Arrio era un sacerdote de la diócesis de Alejandría. En su
tiempo, como hemos visto, la presencia de creencias heréticas había sido ya un
problema para la Iglesia oficial. El catolicismo prevalente, en ese momento, se
prevenía contra dos problemas, que eran el origen de la mayoría de las visiones
heréticas: la confusión de personas, y la división de la sustancia.
Efectivamente, la mayoría de las visiones alternativas a la de la Iglesia,
visiones potencialmente competitivas a la hora de conseguir la pasta de los fieles, partían, o bien
de negar la existencia de diferentes personas en la Trinidad; o bien de
aseverar que las diferentes personas tenían, también, diferentes sustancias y,
por lo tanto, no estaban relacionadas con la sola, única, divinidad. La confusión
de personas era lo que propugnaban los sabelianos. Los sabelianos “confundían
las personas”, según la visión de la Iglesia, al propugnar la idea de que sólo
existe una persona, siendo todo lo demás emanaciones o funciones de la
divinidad. El Hijo no era sino una elaboración, por así decirlo, creada para
redimir a la Humanidad; mientras que el Espíritu Santo era otra emanación
creada para guiar a la Iglesia. El sabelianismo, en todo caso, no podía ser
combatido de una forma muy exagerada; pues tratar de defender la existencia de
tres personas en la Trinidad era algo que podía llevar fácilmente a lo que
denominamos como triteísmo; una forma de pensamiento que, como su propio nombre
indica, vendría a señalar que la Trinidad es una trinidad de dioses perfectamente
distinguidos unos de otros. El sabelianismo confundía a las personas; pero el
triteísmo dividía la sustancia. En el centro de la polémica, el mágico momento
fundacional del cristianismo: la Encarnación. El momento en que la divinidad
fue hombre. El sabelianismo convertía la Encarnación en un mero accidente del
tiempo; una necesidad de un momento. Arrio, que con seguridad era un sacerdote
muy inteligente y culto, trató de evitar esto. Fue por temor al sabelianismo,
por temor a admitir que el Hijo había sido una especie de expresión provisional
de Dios, por lo que acabó llegando a la conclusión de que, tal vez, todo lo que
pasaba era que Jesucristo nunca fue Dios.
Arrio era, ya os lo he dicho, alejandrino. Pero en buena
medida no hizo sino recoger elaboraciones previas de pensamiento que habían
hervido en Antioquía. En dicha ciudad era donde Pablo de Samosata había atacado
ya la divinidad de Jesús. Relacionado con Pablo estuvo otro presbítero, que
sería finalmente martirizado, llamado Luciano. Luciano era un maestro de
filosofía y teología que tuvo una larga lista de discípulos, muchos de los
cuales se harían arrianos; entre ellos, el propio Arrio. El sacerdote bien pudo
estar, también, influido por la vida licenciosa de Pablo de Samosata pues, con
los años, se dedicó a difundir sus creencias a través de cancioncillas que él
mismo componía; pero que componía con una métrica que, en la época, era
habitual en poemas eróticos y escandalosos. Arrio venía a ser, pues, como un
profeta que hoy difundiese sus ideas componiendo reguetón; y esto es algo que
bien le pudo provenir de su contacto con los samosatenses.
Arrio, pues, fue a caer, por así decirlo, en un ambiente en
el que se sentía cierto temor hacia la capacidad influyente del sabelianismo;
un ambiente en el que la influencia del judaísmo no era despreciable
(recuérdese que los samosatenses tenían contactos con los judíos); y un
ambiente presidido por una ciudad, Antioquia, donde el clima moral era,
digamos, relativo.
Aparentemente, Arrio, poco tiempo después de haber sido
nombrado diácono por Pedro de Alejandría, se vio de alguna manera conectado con
el que se conoce como Cisma de Melecio. El cisma meleciano apareció
aparentemente en el año 306, liderado por Melecio, obispo de Licópolis en la
Tebaida. Tras el concilio de Nicea, los melecianos se hicieron arrianos.
Aparentemente, Melecio fue condenado por crímenes no muy claros (quizás, entre
ellos, la celebración de sacrificios) en un sínodo convocado por el patriarca Pedro
de Alejandría; decidió no apelar, sino separarse de la sede alejandrina. Tuvo
bastante éxito en la Tebaida, levantando altares alternativos.
Pedro de Alejandría excomulgó al diácono Arrio, así pues
algo muy jodido debió de hacer. Pero bien pudo ser simplemente una
animadversión personal, pues sabemos que, muerto Pedro, el obispo Aquiles, y
Alejandro después de él, repusieron a Arrio e incluso le dieron responsabilidad
sobre iglesias muy importantes en la ciudad.
Arrio era famoso por su eremítica simpleza y por sus altas
capacidades como lógico y como predicador. Según Teodoreto, cuando murió
Aquiles de Alejandría, estaba convencido de que lo sucedería, por lo que,
cuando fue Alejandro el situado, se encabronó bastante. Aparentemente, aunque
esto bien puede ser propaganda católica, la evolución herética de Arrio fue
parte reflexión teológica, parte fruto del deseo de venganza por haberse
quedado sin la rica sede alejandrina.
Aproximadamente en el año 319 comenzaron los rumores de que
Arrio iba por ahí contando mierdas críticas con la idea de la existencia eterna
de Jesucristo. Recibió una reprimenda privada, pero el tío, como si oyese
llover. Por lo demás, su idea de que la divinidad del Hijo debía ponerse en
duda pronto encontró partidarios, en un mundo en el que el sabelianismo, de
alguna manera, había preparado el terreno para una idea así.
Arrio, en realidad, decía que Jesús era la más antigua y más
valiosa de las criaturas del mundo; que, de alguna manera, era divino. Pero con
limitaciones. Como una deidad 3G, o así. Basó sus ideas en dos grandes
proposiciones, que son las que debes abrazar si quieres ser arriano. A saber:
Proposición Uno: hubo un tiempo en que el Hijo no era.
Proposición Dos: el Hijo difiere de otras criaturas de la
Tierra en su grado, pero no en su calidad.
Llegó un momento en que el obispo Alejandro dijo: hasta aquí
hemos llegado con la tontería. Convocó una reunión de sacerdotes, a los que les
soltó una conferencia de la leche sobre la Trinidad. Como eran otros tiempos, tiempos en los que
las facciones del cristianismo todavía no podían aspirar a quemarse unas a
otras, Arrio recibió en dicho encuentro libertad total para contestar. Y
contestó. Usando las herramientas de hábil lógico que tenía, y que con
seguridad sobrepujaban a las de la mayoría de su audiencia (pues hemos de
asumir que en aquella asamblea no faltarían los gañanes), Arrio atacó la
defensa cerrada de la divinidad completa de las personas de la Trinidad por
parte de Alejandro señalando que, en el fondo, el suyo no dejaba de ser un
discurso sabeliano. Algo que nos sirve para darnos cuenta de hasta qué punto
había sido el temor al sabelianismo lo que había conducido las reflexiones del
diácono alejandrino. Alejandro reaccionó redactando una carta pastoral, para la
que pronto obtuvo el apoyo de la mayoría de los presbíteros de su sede,
instando a los arrianos a abatirse ante su error. Sin embargo, como pronto
habría de reconocer el propio Alejandro, el arrianismo pronto se extendió por
Egipto, Libia, y la Tebaida septentrional. Alejandro reunió a los obispos
egipcios y libios y pronunció anatema contra Arrio. El propio Arrio, dos
obispos (Segundo y Theonas), seis sacerdotes y seis diáconos fueron
excomulgados. Su respuesta fue emigrar a Palestina.
Arrio encontró refugio, primero con Paulino de Tiro y después con Eusebio de Cesarea y, finalmente, con Eusebio de Nicomedia. Le escribió una carta a Alejandro tratando de tranquilizarlo, bajándose de algunas de sus burras más radicales; pero fue por aquel tiempo cuando empezó a componer sus canciones con metro erótico, signo de que tampoco tenía demasiadas ganas de abandonar la pelea.
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