viernes, diciembre 29, 2023

El caso Dreyfus (6): El principio del fin

El conde arruinado
Comienza el juicio
Otro traidor entre nosotros
Cualquier cosa menos un nuevo juicio
Zola
El principio del fin
Por la República 


El artículo de Zola partió Francia en dos. Por otra parte, el gobierno dio la callada por respuesta durante ocho largos días. Finalmente, el 20 de enero de 1898, el gobierno denunció el artículo, por lo que toda Francia supo que Émile Zola iba a ser juzgado por su atrevimiento.

miércoles, diciembre 27, 2023

El caso Dretfus (5): Zola

El conde arruinado
Comienza el juicio
Otro traidor entre nosotros
Cualquier cosa menos un nuevo juicio
Zola
El principio del fin
Por la República  


El Figaro publicó un artículo en el que hablaba de Esterhazy sin citarlo. Otros periódicos entraron al trapo, y se montó la tangana. Finalmente, acabó ocurriendo que, entre especulación y especulación, algún periodista torpe, o sea periodista a secas, acabó por escribir el nombre de un oficial que nada tenía que ver con todo aquello. Todo este espectáculo acabó sirviéndole a Mateo Dreyfus como acicate final para hacer lo que venía pensando en hacer de tiempo atrás. Así pues, publicó una carta abierta en los periódicos en la que acusaba directamente al conde Walsin Esterhazy de ser el verdadero autor de las traiciones por las que había sido condenado su hermano Alfred.

Aquello provocó una gran, pero desigual, guerra de Prensa; desigual, porque todos los grandes diarios se colocaron del lado de Esterhazy, y la familia Dreyfus sólo encontró eco en el entonces modesto Figaro y otros periódicos radicales con poca tirada. En el bando de los dreyfusistas había de todo; desde personas que directamente creían en la inocencia del capitán, hasta los que, como Clemenceau, se limitaban a pedir una repetición del juicio, por considerar que había sido demasiado sucio. Por otra parte, la gran opinión pública francesa lo único que veía ahí era un intento de los ocultos ricos judíos de siempre (toda etapa histórica tiene su Soros) tratando de salvar a uno de los suyos a costa del prestigio del glorioso Ejército francés. En un primer momento, las fuerzas de izquierdas no se inmiscuyeron en el asunto, por considerar que era un conflicto entre burgueses; con el tiempo, sin embargo, acabaron por darse cuenta de que allí había un filón de crítica hacia la forma que tenían las clases conservadoras de hacer las cosas.

Esterhazy, ya os he dicho que convencido de que el apoyo del Ejército nunca se le regatearía, exigió que se le abriese juicio. El Estado Mayor, un poco mosqueado, le encargó dicho juicio al general Georges-Gabriel de Pellieux. Sabía lo que hacía. De Pellieux era un antidreyfusista convencido. Para él, el juicio contra el capitán había sido limpio y perfecto, así pues no había nada que discutir.

Los partidarios del inquilino de la Isla del Diablo, sin embargo, no se arredraron. Louis Leblois, abogado de Dreyfus, su hermano y el senador Scheurer-Kestner aportaron cartas de Esterhazy que venían a demostrar que la letra del famoso memorando era la suya. Picquart fue llamado desde Túnez para ir a París y contar su investigación y las conclusiones a las que había llegado. Los comandantes Lauth y Henry, así como el archivero Grevelin, intervinieron para opinar que el famoso petit bleu estaba falsificado; y, de hecho, para sostener su teoría se apoyaron en algunas raspaduras que tenía en el área de la dirección, raspaduras que, en realidad, habían sido hechas por el Estado Mayor para desacreditar el documento.

Finalmente, habló Esterhazy. Declaró que él no había escrito el memorando; que quien lo había escrito había calcado su letra para hacerle aparecer como culpable. Refirió una historia rocambolesca, según la cual un tal capitán Joseph Brô le había escrito tres años antes para pedirle una información escrita sobre la batalla de Eupatoria, en la guerra de Crimea, en la que había participado el padre de Esterhazy. Éste dijo haber enviado esa información pero, tiempo después, cuando le preguntó a Brô qué se había hecho del escrito, el capitán le dijo que nunca había recibido nada. Dijo que el escrito él lo había enviado a casa de un amigo de Brô, que vivía en el mismo edificio que el suegro de Alfred Dreyfus; de donde concluyó que el capitán se había hecho con el informe para copiar la letra.

Era un relato sin tino. Pero tenía su lógica desde el punto de vista de quien lo inventó, que no fue Esterhazy, sino el Estado Mayor. Durante su juicio, Dreyfus había hecho alusión a un capitán Brô cuando habló de militares que tenían una letra parecida a la suya.

Así iba yendo el juicio, hasta que se produjo una novedad inesperada. Un día, Scheurer-Kestner se presentó en la sala con una carta de una conocida suya, una tal señora Boulaney, en la que ésta le venía a decir que en su casa tenía cartas de Esterhazy. Se verificó un registro y, efectivamente, apareció un abultado paquete de cartas. En ellas, el que se presentaba como un patriota destilaba un odio eterno hacia Francia. Entre otras cosas, decía: “estoy convencido de que este pueblo no vale ni lo que vale el cartucho que ha de matarlo”. O: “No haría daño a un perro, pero con gusto mataría a cien mil franceses”.

La carta se publicó en la Prensa, y fue un escándalo. Tras un momento inicial de despiste, los antidreyfusistas comenzaron a argumentar que se trataban de fogosas cartas de juventud. Esterhazy trató de echar más arena a la hoguera insinuando que las cartas habían sido falsificadas. Clemenceau, en su recién abierto L’Aurore, bautizó a Esterhazy “el ulano”, y desde entonces fue así como lo conoció toda Francia.

En medio de todo este escándalo, el general De Pellieux anunció el fin de su encuesta judicial. Dictaminó, sin sorpresas, que todo lo que Picquart había elaborado eran insinuaciones e invenciones contra sus superiores. Recomendó que el instructor compareciese ante un consejo de guerra; pero también recomendó que lo hiciese Esterhazy, para dejarlo todo clarinete.

Así las cosas, el 4 de diciembre de 1897 se abrió el proceso contra Esterhazy. En la Asamblea, una proposición no de ley santificando la condena de Dreyfus se aprobó por 484 votos contra 18.

El juicio contra Esterhazy fue puesto en manos de un comandante retirado que estaba radicalmente en contra de la revisión del juicio de Dreyfus: Alexandre Alfred Ravary. Hizo peritar el memorando, y tres peritos estuvieron de acuerdo en que no era de Esterhazy, sino que su letra estaba calcada en unos párrafos e imitada en otros. Ravary, en realidad, convirtió el juicio contra Esterhazy en un juicio contra Picquart, al que acusó de haber retenido y manipulado el telegrama y de haber alimentado a los revisionistas con ilusiones e invenciones.

La vista de la causa se fijó para los días 10 y 11 de enero de 1898. El tribunal lo presidió el general Henri Desiré Charles de Luxer. Leblois y Demange acudieron como abogados de la mujer y el hermano de Dreyfus, reclamando ser parte en la causa; provisión que se les denegó.

Esterhazy estuvo optimista y sonriente en su declaración. El memorando lo había fabricado Dreyfus, utilizando el informe sobre la batalla de Eupatoria del misterioso capitán Brô. El telegrama era falso; opinó que, probablemente, fabricado por Picquart.

Mateo Dreyfus presentó cinco peritajes de cinco calígrafos muy conocidos, que unánimemente coincidían en que el memorando lo había escrito Esterhazy. Picquart, que hubo de declarar a puerta cerrada y que estaba siendo linchado a cámara lenta, declaró con valentía, destacando que, o mintieron los peritos que en 1894 habían dicho que Dreyfus había calcado su propia letra desfigurándola, o mentían los peritos de 1898, que ahora decían que era a Esterhazy a quien había calcado.

El 11 de enero, en sus conclusiones, el fiscal abandonó la acusación contra Esterhazy. El tribunal delibera tres minutos, y se decanta, claro está, por la absolución. El ya ex acusado es recibido en la calle por una multitud, sobre todo de militares, que lo vitorea. Al día siguiente, el general De Pellieux informó a Esterhazy que los peritos habían declarado falsas las cartas de juventud donde decía aquellas cosas tan feas, y lo invitaba a querellarse contra los periódicos que las habían publicado. Asimismo, Picquart fue detenido y conducido al fuerte de Mount Valerien.

Pero éste es el punto en el que entran a jugar los periodistas. Los verdaderos, buenos, periodistas. L’Aurore, el periódico dirigido por Georges Clemenceau, era un florilegio de excelentes reporteros: Lucien Descaves, Camille Mauclair, Charles Longuet (yerno de Carlos Marx), Gustave Geffroy, Urbain Gohier… Clemenceau había comenzado siendo un escéptico respecto de la inocencia de Dreyfus. Sin embargo, con el tiempo Bernard Lazare, muy amigo suyo, y el incansable Scheurer-Kestner, lo fueron arrastrando. Cuando las cartas de juventud fueron publicadas, el director del periódico se sacudió sus últimas dudas.

La tradición nos dice que, el día que se produjo el fallo del tribunal y la absolución, Clemenceau comentó a las personas que iban con él:

- Esto era de prever. Piczquart debería haber roto ya su espada [salir del Ejército] para no chocar con la disciplina, y Scheurer-Kestner debería haber llevado la campaña con más brío.

Émile Zola, que lo escuchaba, le dijo:

- ¿Así que usted cree que sería necesario atacar?

- Sí -. Contestó Clemenceau.

- Pues mañana daremos ese golpe -, contestó Zola.

Al día siguiente, Zola se presentó con su artículo, y lo leyó a la redacción. Todos estuvieron de acuerdo en que era oro molido, y que había que publicarlo ya. Eso sí, Clemenceau le dijo a Zola que el título (Carta al Presidente de la República) era una puta mierda. Zola le preguntó cuál pondría. Y Clemenceau contestó: “el que usted mismo no ha parado de escribir en el artículo: Yo Acuso”.

Aquella noche, París se llenó de pasquines que anunciaban la publicación, al día siguiente, del artículo de Zola. El periódico se empezó a vocear a las ocho de la mañana. Los lectores se lo quitaban de las manos a los niños que los vendían.

Citar el artículo es un poco prolijo, porque el texto es largo. Pero yo creo que tratándose de una de las mejores piezas del periodismo de opinión de todos los tiempos, merece la pena el trabajo (por mi parte) y la lectura (por la vuestra):

Tal es la pura verdad, señor Presidente; una espantosa verdad, que será el oprobio de vuestro gobierno. Sé bien que ningún poder tenéis en este asunto, que estáis a merced de los que os rodean y de la Constitución del Estado. Pero, aún así, tenéis un deber que cumplir. Y no es que yo desespere del tiempo. Lo repito con la seguridad más vehemente: la verdad está en marcha, y nada la detendrá. Hoy empieza el proceso, porque hoy la situación es clara: están a un lado los culpables, que no quieren que se haga la luz, y al otro los amantes de la justicia, que por el cumplimiento de ésta sacrificarán su vida. Cuando se entierra la verdad, se la hace más fuerte y se le da un poder tal de explosión que, al estallar, todo lo destruye. Ya se verá cómo ha de producirse más tarde el tremendo desastre.

Pero esta carta es larga, señor presidente. Voy a resumir.

Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam de haber sido el obrero diabólico del error judicial, instrumento no más, a mi juicio; y de haber defendido su obra nefasta durante tres años, con las maquinaciones más ridículas y culpables.

Yo acuso al general Mercier de haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades de este siglo.

Yo acuso al general Billot de haber poseído las pruebas irrefutables de la inocencia de Dreyfus, sin dignarse utilizarlas, de culpable de lesa humanidad y lesa justicia, movido por un fin político y para salvar al Estado Mayor, comprometido.

Yo acuso al general De Pellieux y al comandante Ravary de haber instruido un sumario infame, quiero decir, una obra de monstruosa parcialidad, de la que es monumento imperecedero el informe mezcla de osadía y necedad del segundo.

Yo acuso a los tres peritos calígrafos: Belhome, Varimard y Conard, de haber emitido informes mentirosos y fraudulentos, y les tacho de parciales, a menos que, por examen médico, se me demuestre que están enfermos de la vista y el juicio.

Yo acuso a las oficinas de Guerra de haber emprendido en la prensa, especialmente en L’Eclair y L’Echo de Paris, una campaña abominable para cohonestar sus faltas y extraviar a la opinión pública.

Yo acuso, por último, al primer consejo de guerra de haber violado el derecho condenando a un acusado por un documento secreto, y acuso al segundo consejo de guerra de haber procurado justificar por orden superior esta legalidad, cometiendo a su vez el crimen jurídico de absolver a un culpable.

Al formular estas acusaciones caigo bajo la sanción de los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que castiga los delitos de difamación; pero estoy dispuesto a arrostrar las consecuencias de mi acto.

En cuanto a las gentes a quienes acuso, no los conozco ni les he visto jamás, ni abrigo contra ellos odio o rencor. En mi sentir no son más entidades, espíritus del mal social. Y mi acto es sólo un medio revolucionario para apresurar la explosión de la verdad y de la justicia.

Una sola pasión me anima: la de la luz. Y trabajo por la Humanidad, que tanto padece y tiene derecho a la felicidad. Mi ardiente protesta es el grito de mi conciencia. ¡Que me lleven al tribunal, y que mi proceso sea del dominio público!

Eso es lo que yo quiero.

martes, diciembre 26, 2023

El caso Dreyfus (4): Cualquier cosa menos un nuevo juicio

El conde arruinado
Comienza el juicio
Otro traidor entre nosotros
Cualquier cosa menos un nuevo juicio
Zola
El principio del fin
Por la República 


Fuese como fuese que se había conseguido la carta, no estaba timbrada. Eso es: o bien Schwartzkoppen la había escrito y la había roto; o bien alguien la había sacado del buzón. Esto, con el tiempo, le daría problemas a Picquart, puesto que muchas personas llegarían a decir que aquel telegrama era totalmente falso.