Tenía dos tomas, y no lo sabía, en la carpeta de borradores, numeradas con el 5. Ésta es la verdadera 5 y la que ya he publicado, el niño asustado y envidioso de Carlota, era la 6. Ya la he numerado como debe de ser pero, lo siento, ésta la tendréis que leer ahora por culpa de mi mala mano.
¿No volverá a pasar? Y una leche. Seguro que volverá a pasar.
En fin, vamos allá.
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Ya hemos pasado por esto:
Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
El niño asustado y envidioso de Carlota
El último enemigo totalmente europeo que le queda a Napoleón es
Inglaterra. Un enemigo contra el que ya sabe que no podrá, porque
Trafalgar ha repartido ya para siempre las cartas de la soberanía
naval europea. Por ello, el francés opta por aislar a Inglaterra, ya
que no puede invadirla. Desde Berlín, el 21 de noviembre de 1806,
dicta su decreto de bloqueo continental. El bloqueo puede ya ser muy
efectivo pero, la verdad, a Inglaterra todavía le queda una grieta
por donde colarse: el continente oriental. Para tapar esa grieta es
por lo que Napoleón se meterá en la campaña contra Rusia.
Camino de Rusia,
por cierto, al pararse en la villa polaca de Bronia para ver un
cambio de guardia, Napoleón fue cumplimentado por los polacos, que
lo veían como un libertador. Entre las gentes que se acercaron a su
carruaje había una bonita mujer de ojos azules que resultó ser la
condesa Walewska, María Laczinski, mujer que lo era del conde
Colonna de Walewice-Walewski. Napoleón se quedó tan encoñado de la
rubia que la invitó a un baile y allí, viendo a dos oficiales
franceses que se le adelantaron en plan aguililla, inmediatamente los
destinó a la otra punta del continente para que se quitasen de
en medio.
A
partir de ahí, lo típico: cartas, citas, frotamientos y, como
cantan Les Luthiers, proceden de sus mimos excitantes/los
infantes. El 4 de mayo de 1810,
la Walewska parirá un niño.
La
guerra en Rusia se define en Fridland (14 de junio de 1807) y el
consiguiente tratado de Tilsit (7 de julio). Entre otras cosas, en
ese tratado se acuerda que José Bonaparte, quien ya es rey de
Nápoles, lo será también de Dos Sicilias; Napoleón sigue
ofreciéndole las Baleares a los Borbones desalojados.
Inglaterra,
mientras tanto, ataca a España en sus colonias. Llega incluso a
tomar Buenos Aires aunque, en una acción que los británicos
considerarán casi vergonzosa, Santiago Liniers y los propios
porteños le obligarán a izar la bandera española en el fuerte.
Inasequibles al desaliento, los ingleses después sitiaron
Montevideo, que fue suya después de cuatro meses de asedio. Luego
regresaron a Buenos Aires, pero de nuevo la resistencia fue excesiva
para ellos.
En todo
caso, para Napoleón tener el paso franco por España no será un
problema, pues el gobierno le cederá con gusto esa prerrogativa.
Como es sabido, la teoría que cuenta con más adeptos, y que yo creo
básicamente cierta, es que Manuel de Godoy operó en este tema
básicamente siguiendo intereses personales, puesto que en el año
1806 un enviado personal suyo, Eugenio Izquierdo, había estado
negociando en París la concesión en su persona de la corona de
Portugal, de la que es cierto que el general francés quería ya
desalojar a los Braganza.
En
realidad, Francia e Inglaterra estuvieron, aquel 1807, en
negociaciones para llegar a algún tipo de entente, por personas
interpuestas. Sin embargo, la decisión inglesa de controlar
Dinamarca y su flota, que los ingleses acabarán salvando de las
manos francesas por un cortacabeza, será la que decida al francés
de que debe invadir Portugal para secar a los ingleses de puertos
amigos en la Europa occidental. Sin embargo, la intención de llegar
las tropas francesas hasta Portugal no se para simplemente en
conseguir que Carlos IV les deje pasar; en realidad, lo que quieren
los franceses es derribar a la dinastía española, como ambicionan
derribar a la lusa. Carlos IV no se ha mostrado muy partidario de los
franceses en las postrimerías de la batalla de Jena, y ésa es la
típica cosa que Napoleón no olvida fácilmente. Historiadores
franceses como Thiers no dudaron en describir a Napoleón como
alguien que tenía una opinión bastante mala, pero aun así
civilizada, del rey; pero que, sin embargo, practicaba un odio
africano hacia la reina, a la que consideraba “criminal”; y hacia
Godoy, al que apelaba de “innoble”. Una vez más, pues, y ya no
sé ni cuántas irían, un prohombre español, en este caso Godoy, se
encontró construyendo la Historia de España y, al tiempo, desoyendo
el principal de sus consejos: timeo francos et dona ferentes.
En este
orden de cosas, los franceses y los españoles firmaron el tratado de
Fontainebleau. La gran discusión de este tratado en París tuvo que
ver con la integridad territorial española. En la capital francesa,
y en el gobierno francés, había toda una tendencia, representada
por Talleyrand, formada por políticos franceses de la pura cepa de
Richelieu, esto es, personas a las cuales los bienes o males de todo
lo que no fuese Francia se les daba una puta higa; gentes, por lo
tanto, que no consideraban que en los arreglos diplomáticos con
España hubiera de mantenerse la integridad de su territorio.
Talleyrand, de hecho, quería correr la frontera de Francia hasta el
Ebro; pero Napoleón, tal vez aconsejado por gentes que temían que,
en ese caso, se liase parda como luego se lió, acabó por desechar
esa idea, que tuvo en la punta de los dedos.
Fontainebleau,
por lo tanto, obligaba a España a entrar en guerra con Francia y,
muy particularmente, a dejar que las tropas de Jean Andoche Junot
entrasen en el país. Asimismo, por mor del tratado el Portugal
septentrional (conocido como la provincia de Entre Duero y Miño),
más la ciudad de Porto, se entregaban al rey de Etruria con el
título de rey de la Lusitania Septentrional; el rey, sin embargo,
cedía dicho reino al emperador. La provincia de Alentejo y la de Los
Algarves pasaban a ser de Godoy con el título de Príncipe de los
Algarves; y el resto del país quedaba en depósito, a la expectativa
de destino. Los dos reinos creados en Portugal se sometían al
protectorado del de España. Se firmó el tratado el 27 de octubre de
1807 pero, la verdad de las verdades, las tropas francesas llevaban
entonces ya días entrando en España. Fue más bien, y nunca mejor
dicho, un fait accompli.
Godoy,
pues, ya tenía lo que quería; su Ínsula Barataria particular.
Portugal, por otra parte, no presentó batalla. El rey Joao, amparado
por los ingleses, se marchó a Brasil.
El mes
de octubre de 1807 y los que le siguen no se pueden repasar con la
sola mención de este hecho. En realidad, fue un tiempo mucho más
intenso, que sigue, a mi modo de ver, un tanto oscuro en sus detalles
para la Historia. Un tiempo crucial para la Historia de España desde
varios puntos de vista, puesto que fue el mes en el que, en la
familia real, padre e hijo se enfrentaron mientras Napoleón los
observaba.
Primero
nos ocuparemos de Godoy, y después lo haremos de la movida en sí.
Como
hemos dicho, el tratado de Fontainebleau, y consecuentemente el
placet a los franceses para que entrasen en España, llegó a
finales del mes de octubre. Pero a principios del mismo mes, los
gabachos habían comenzado a hacer lo que luego harían legalmente
usando el simple y puro argumento L'Oreal: porque yo lo valgo. A
principios de mes, los franceses ocuparon plazas fuertes en Guipúzcoa
y en las zonas limítrofes de Cataluña, lo que movió a Godoy a
convocar un consejo en el que intimó al rey para que se opusiera
firmemente a estos movimientos. El Consejo, sin embargo, resolvió no
hacer nada, hecho éste ante el que Godoy dimitió de todos sus
cargos, aunque el rey no le aceptó dichas renuncias. Este gesto ha
sido siempre oro molido para los historiadores fluyentes con el
valido pero, la verdad, a mí siempre este tipo de cosas me han
sonado a milonguilla cubana. Nunca he entendido eso de que dimitas y
no te acepten la dimisión. Si dimites, dimites, y te vas; y nadie
puede impedir que te vayas si es lo que quieres hacer. La dimisión
que se presenta con la intención de que no sea aceptada es una
especie de cuestión de confianza extraparlamentaria; es otra cosa, y
no es justo decir que si se presenta es porque se está en desacuerdo con lo decidido. La historiografía pro-Godoy se centra en
esta dimisión para “demostrar" que el Príncipe de la Paz ya había
calado a Napoleón, ya se había dado cuenta de que los franceses no
eran amigos de los españoles, así pues lo apela de clarividente
patriota. Para mí, la propia postura de Godoy en el Consejo fue una
impostura. Él tenía que saber, mejor que nadie, que el ejército
español no estaba en condiciones de presentar resistencia al coloso
francés, así pues la política que él propugnaba no significaba
sino darle a Napoleón la disculpa que necesitaba para barrer a los Borbones de España como había hecho con la misma dinastía en
Nápoles. Así, pues, hizo la propuesta, tal es mi idea, para que se
la rechazasen y él pudiese realizar el teatral gesto de dimitir,
cosa que no pensaba hacer.
Hay
que tener en cuenta, además, que es un error histórico de primera
magnitud el asumir que, en cada momento histórico, todo el mundo
tenía claro cómo iban a terminar las cosas, es decir, exactamente
como acabaron por desplegarse. Dicho de otra forma: no todo el mundo
en el Palacio de Aranjuez pensaba, en ese momento, que Napoleón
entraba en España para echar a los Borbones. De hecho, todos los
partidarios, crecientes, del príncipe de Asturias, que en ese
momento era la rutilante estrella naciente del firmamento español,
consideraban que las intenciones de Napoleón no eran echar a los Borbones, sino echar a Godoy para coronar a Fernando en lugar
de su padre. Así pues, también es más que probable que la actitud
del Príncipe de la Paz en aquel Consejo de gobierno fuese la que fue
por la simple y pura razón que la de Fernando era la contraria.
Godoy,
tras el Consejo, ordena la concentración de tropas en Aranjuez, para
proteger al rey, para quien proyecta un viaje al sur de la península,
y aun a América, lejos de los franceses. Entre otras unidades que
son movilizadas con el Tren de la Fresa, se encuentra la guarnición
madrileña. Este movimiento no le gusta nada a los gatos, que se
soliviantan. En Aranjuez las cosas no están mejor. La tranquila
villa se va llenando de gentes extrañas, no todas españolas, que
nunca faltan en toda agitación semi-seudo-revolucionaria.
El 17
de marzo por la noche, la gente, unos dicen que teledirigida, otros
que en medio de un proceso espontáneo (los célebres incontrolados
de la Historia de España, que lo mismo sirven para un roto que
para un descosido) se presenta en la casa de Godoy. Alguien comienza
con arengas que incitan y excitan al pueblo. La gente está muy hasta
los huevos de Godoy, un hombre que, además, ha acumulado tanto poder
que difícilmente podrá aducir en su defensa eso de que los errores
de gobierno son errores colectivos. La gente entra en la casa y la
saquea. Godoy, que está dentro, se refugia en un desván, acojonado
en un rincón detrás de unas cajas o de unos muebles, hasta que la
sed puede con él y sale en busca de algo que beber. En ese momento
es detenido por la Guardia de Corps, que no podrá, o no querrá,
impedir que la gente le arree unas cuantas hostias por el camino.
Los
guardias, al mando de Ramón Patiño, marqués de Castelar, se llevan al Príncipe al maco. Días después, incluso albergarán la idea de
trasladarlo a Madrid, pero Murat se apresurará a argumentarle a
Javier Negrete, capitán general de Madrid, que debe olvidarse de esa
idea porque se puede liar la de Dios es Cristo. Así pues, Godoy es
detenido en Pinto, que entonces quedaba donde Cristo perdió las tres
voces. Como prueba de la inquina que tenía Fernando hacia el valido
de su padre, daré dos datos: uno, fue ya el día 28 cuando el rey
consintió en que pasase a verlo un médico, pero dio orden de que en
la sala se introdujese a alguien que hablase francés y que pudiese
enterarse de lo que hablasen el facultativo y Godoy si usaban ese
idioma, signo de que Fernando creía a Godoy en secreta solidaridad
con los franceses; y, dos, no fue hasta el 29, doce días después de
haber sido apresado, que consintió que se afeitase. El 1 de abril es
trasladado a Villaviciosa.
Desde
El Escorial, adonde se han trasladado, Carlos IV y su mujer
interceden en favor de la libertad de Godoy. Y no son los únicos.
Napoleón, en una carta que, la verdad, le hace un flaco favor a los
pro-Godoy que intentan verlo como un clarividente antifrancés;
Napoleón, digo, le escribe a Murat: “no importa el medio que
empleéis para sacar de su encierro al prisionero. Lo principal es
que salga de España. Deseo verle en Bayona antes de tomar partido
alguno”. Es evidente que, entre Fernando, quien parece tener a
España detrás, y Godoy, Napoleón ya ha elegido; así pues, el
Príncipe de la Paz tan antigabacho no creo que fuese.
Los
franceses, sin embargo, no se atreven a sacar a Godoy de su prisión
por la fuerza, temerosos de que esa pieza no les sirva de nada si lo
hacen. El 29 de marzo de 1808, pocos días antes de que, el 3 de
abril, comenzase el juicio contra Godoy, sus bienes fueron
embargados; decisión la que se dio inmediata marcha atrás cuando
los hombres de Fernando fueron informados de una cosita tan simple
como que los embargos son el resultado de una sentencia, no del
principio del juicio. El 3 de abril, como digo, el marqués de
Caballero, José Antonio Caballero, ministro de Gracia y Justicia y
enemigo acérrimo de Godoy, comunica su procesamiento y el
procesamiento separado de Diego de Godoy, Luis Viguri y otros.
Jueces
fueron nombrados los miembros del Consejo Real, el conde del Pinar,
José Antonio Mon y Velarde, y Juan Antonio Inguanzo. Los
nombramientos no eran baladíes, sobre todo el de Mon. El conde del
Pinar había sido despedido por Carlos IV (o sea, por Godoy) sin
explicación alguna (aunque la exigió) y había tenido que vivir
exiliado en las posesiones de su mujer en Chiclana durante diez años.
Su presencia en la Corte y en el Consejo había sido rehabilitada por
Fernando. Así pues, digamos que le tenía unas cuantas ganas al
encausado. Actuaron de fiscales Jerónimo Antonio Díez y Nicolás
María de Sierra.
El
juicio, sin embargo, duró poco. Los franceses se metieron por medio
con una oferta para llevarse al Príncipe fuera de España, con la
promesa de que lo mantendrían exiliado permanentemente. En la noche
del 20 al 21 de abril, el general Rémi Joseph Isidore Exelmans y el
comandante Rosetti se lo llevaron en una carroza. El 26 llegó a
Bayona; Napoleón cumplió su promesa, pues nunca más volvió a
pisar España.
Aunque
formalmente, es lógico, el regalo de Godoy se vistió como una
graciable cesión de Fernando ante los franceses, no fue tal.
Napoleón le había ordenado a Murat que liberase a Godoy sí o sí;
y Fernando tuvo tan poco papel en todo eso que el Consejo Real ni
siquiera se atrevió a publicar la noticia hasta que el antiguo
valido estaba ya casi fuera de España. Días después, Murat
(repetimos: Murat) decidió y ejecutó la liberación de todos los
parciales y amigos de Godoy que estaban presos, desembargó todos sus
bienes y también los del Príncipe de la Paz.
La
movida, en general, era más general. Aquel 20 de abril, otro español
notable había cruzado la frontera de España con Francia: Fernando
de Borbón. Pero, claro, eso es algo sobre lo que tenemos que volver
más a fondo.
Éste
es el punto del relato, por lo tanto, en el que Godoy pierde
importancia, y la gana Fernando. Es por ello que haremos mejor
parándonos aquí, volviendo la espalda, y dejando los hechos en
suspenso aquí hasta que los hayamos recuperado tras haber contado un
montón de cosas que todavía no hemos contado: la vida de Fernando
de Borbón. Es a lo que nos aplicaremos a partir de la siguiente
toma.
Como la otra entrada era un flashback, ni me enteré. Sospecho que la mayoría de los lectores no lo hubiéramos pillado.
ResponderBorrar...Y ganó el absolutismo.
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