Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.
Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson.
Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.
Las elecciones presidenciales de 1844 se vieron presididas por la cuestión de Texas y la de Oregón. En 1834, Jason Lee, al frente de un grupo de misioneros metodistas, había realizado la primera colonización del valle de Willamette en Oregón. Aquel lugar era tan fértil que, con bastante rapidez, los colonos se fueron olvidando de su objetivo primigenio, que era hablarle de Dios a los indios, y se convirtieron en agricultores y ganaderos. Sin embargo, en 1836 la escasa pasión evangelizadora metodista funcionó de efecto llamada para los presbiterianos, los cuales, al mando de Martus Whitman, se establecieron en un lugar que parece fundado por los teletubbies. Fort Walla Walla.
Whitman
y los suyos no terminaron bien. Al año siguiente de su llegada, los
indios se los llevaron por delante. En 1840 los que probaron fueron
los jesuitas, comandados por el padre Pierre Jean de Smet.
De
todas formas, la fertilidad de Oregón no sólo atrajo curas. En 1843
se produjo la primera ola migratoria que podríamos llamar civil, en
número de nada menos que mil personas que salieron de Independence,
Missouri. Ese mismo año, vista la avenida de gente, se organizó un
gobierno local provisional. Fue un movimiento expansionista (esto quiere decir anexionista respecto de la Unión) destinado
a excitar el sentimiento de los locales, comprometidos con resistir a
los pretendidos derechos de Inglaterra sobre el territorio.
Con
estos mimbres, es lógico que el expansionismo fuese la ideología
puesta a prueba electoral con las votaciones a la presidencia. Tanto
es así que Martin van Buren, un decidido enemigo de la anexión de
Texas, perdió toda oportunidad por ello de ser nominado por los
demócratas. El partido, de hecho, nominó a otro candidato
decididamente expansionista, el político de Tennessee con apellido de grifo que gotea, James K. Polk.
Los demócratas fueron a las elecciones con la propuesta de reocupar
Oregón y reanexionar Texas, y Polk la abrazó con toda la pasión de
que fue capaz. Que era mucha.
En
el bando whig se nominó al eterno John Clay, que para entonces era una especie de Manolo Fraga de la política americana, y quien también se había
opuesto a la anexión texana y, por eso, comprometía claramente las
posibilidades de su formación. Polk le ganó por unos 40.000 votos, con
170 votos electorales contra 105 de Clay. Todos los estados del
Oeste, salvo Ohio que de toda la vida ha trabajado su hecho diferencial, votaron al presidente.
En
marzo de 1845, con ocasión de su primer discurso como presidente,
Polk se preocupó de ubicar su posición claramente al reivindicar el
derecho de los Estados Unidos de quedarse con el terreno que, según
él, le pertenecía más allá de las Rocosas. Los derechos sobre
Oregón, en su opinión, eran claros y evidentes pero, además, se
ocupó de aclarar, estaban siendo confirmados mediante la
colonización masiva (como veremos algún día si escribo sobre la Antártida, en realidad no le faltaba razón, pues de toda la vida de Dios la ocupación permanente ha sido el argumento más sólido para reclamar la posesión de tierras). En diciembre del mismo año, en su primer
mensaje al Congreso, dio un discurso que lo haría famoso para la
Historia de los Estados Unidos al establecer dos afirmaciones que
ampliaban la Doctrina Monroe: la primera, que el pueblo del
continente americano tenía el derecho de decidir su propio destino;
y la segunda, que los Estados Unidos no podían permitir que uno o
varios Estados europeos impidiesen que un Estado independiente
decidiese entrar en la Unión. En realidad, pues, si nos ponemos estupendos, cuando citamos la Doctrina Monroe en términos actuales, en realidad deberíamos decir la Doctrina Monroe-Polk, pues es este último presidente la que le da un tono, digamos, imperialista.
Esto,
sin embargo, eran palabras. En realidad, un presidente de la nación,
en 1845, necesitaba ser cauto y saber jugar sus manos, y Polk lo era.
Muy en particular, enfangado como estaba en una guerra con México
por la cuestión texana, evitó muy hábilmente entrar en otra con
Inglaterra por la cuestión de Oregón. Polk, además, sabía que
llevar las reivindicaciones estadounidenses demasiado lejos podía
ser incluso poco útil. Ciertamente, había ganado unas elecciones
presidenciales con el curioso eslógan “59 grados 40 minutos, o
guerra”, en alusión al paralelo hacia el que, según los
expansionistas, llegaban los derechos estadounidenses (porque hubo un momento, querido lector, en el que el votante medio incluso tenía conocimientos básicos de geodesia). No obstante, también
sabía el presidente que por encima del paralelo 49 los rendimientos
agrícolas de Oregón descendían muy significativamente y, sin
embargo, por debajo del mismo se encontraban los estrechos de Fuca,
Admiralty Inlet y Puget's Sound, con importantes posibilidades
comerciales y de transportes. Consecuentemente, a ver si por pelear por el copo luego iba y se perdía la mitad buena.
Por
tres veces, Inglaterra había propuesto un acuerdo basado en dicho
paralelo 49, aduciendo además que era la prolongación lógica de la
frontera norte de los EEUU al este de las Rocosas. En 1845, cuando se
hubieron apagado los fogosos argumentos de la campaña, Polk aceptó
negociar, y el 15 de junio de 1846 se firmó el Tratado de Oregón,
fijando la frontera en lo que hoy es el borde septentrional del
Estado de Washington (con el nivel que hay en este blog me parece que no hace falta recordarlo; pero, por si acaso, recuérdese que el Estado de Washington y la ciudad de Washington son dos cosas diferentes).
En
esos años, eso lo sabe todo el mundo, todo Dios iba hacia el Oeste.
En su totalidad, aquellos colonos buscaban la riqueza y un futuro
para ellos mismos y sus hijos. Sólo había una excepción; la
excepción de un grupo de migrantes que lo hacían para huir del
gobierno de los Estados Unidos. Eran aquéllos que conocemos como
mormones, esto es, esos simpáticos jóvenes rubios y trajeados que invadieron nuestras grandes ciudades otrora, y que nos paraban muy amables en la calle para hablarnos de la Biblia y tal.
El
ciudadano de Vermont Joseph Smith aseguró en 1823 haber encontrado
un ejemplar del Libro de Mormon, un texto mitológico y profético
que recordaba una vieja leyenda según la cual los indios eran
descendientes de las tribus de Israel; por lo que Smith y sus
seguidores debían asumir la tarea de convertirlos a su fe primera.
Con esta premisa, Smith fundó la Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días en 1830. El mormonismo se extendió con mucha
rapidez hacia el Oeste sobre todo. Finalmente, se establecieron en
Kirkland, Ohio.
Los
mormones tuvieron una existencia más bien complicada hasta 1846,
cuando se convirtió en su líder un tipo de acendrada inteligencia
estratégica, Brigham Young. Para entonces, la iglesia mormona estaba
arruinada y se había tenido que mudar a Missouri. Luego, por
presiones políticas, se había ido a Illinois. Y en Illinois había
sido directamente perseguida por su defensa de la poligamia, que
procede de una visión que tuvo Smith en 1843 (lo cual provocó,
entre otras cosas, que el propio Smith y su hermano fuesen
linchados). Young, a la vista de todos estos problemas, decidió, con
bastante buen criterio, que los mormones nunca serían aceptados
dentro de los límites de los Estados Unidos. Así pues, decidió
autodeterminarse y emigrar al valle de Salt Lake, entonces una
desértica parte de México. Allí creó una teocracia, pero no la
llamó Vaticano; la llamó Deseret.
El
resultado de la guerra americano-mexicana, sin embargo, tuvo como
consecuencia que, dos años después, los mormones se volviesen a
encontrar dentro de los Estados Unidos, o cuando menos sometidos a su
jurisdicción. Estando además el valle de Lago Salado en una de las
rutas de emigración hacia California, la vida ideal de aislamiento
que los mormones habían imaginado se hizo imposible. Finalmente, sin
embargo, encontrarían la manera de encajar su Utah en los Estados
Unidos, lo cual les ha permitido hacer cosas grandes como acunar una
franquicia de la NBA en la que jugó Winnie Johnson, apodado The
Microwave,
uno de los mejores, sino el mejor, sexto hombre de las últimas
décadas (y, que conste para los comentarios, ésta no es una
afirmación sometida a discusión).
Los
problemas de los mormones, ya se ha dicho, tenían mucho que ver con
el grito del momento: ¡California!
California
fue tierra española, pero España nunca tuvo la intención seria de
administrarla. En el siglo XVIII, Madrid promovió la apertura allí
de varias misiones franciscanas, en parte para convertir a los
indios, y en parte para prevenir la expansión rusa o británica por
la costa californiana; y poco más. Teóricamente, una vez que las
misiones terminasen sus labores frente a los indios locales, se irían
a otra parte, dejando el terreno para propietarios privados. Cuando
México consiguió su independencia, la presión para el reparto de
estas tierras misionales se hizo más intensa. En paralelo, barcos
balleneros americanos solían detenerse en Monterrey y San Francisco.
Algunos de estos marineros que decidían quedarse en puerto, además
de colonos de Oregón y Mississippi, comenzaron a comprar tierras en
la zona y a monopolizar la actividad económica. Entre ellos destacan
Thomas Larkin y, sobre todo, el capitán John Sutter, que creó un
pequeño emporio comercial en Sacramento.
Nadie
habló de California en la campaña de 1844, pero conforme la
polémica en torno a Oregón cogió momento, era inevitable que
también se comenzase a hablar de ella. Los expansionistas le comían
la oreja a Polk para que moviese ficha antes que los ingleses. Polk,
de hecho, albergaba el proyecto de construir una gran línea férrea
trascontinental, desde San Francisco hasta el valle del Mississippi.
El
problema para Washington era que sus derechos sobre California eran
más bien tenues. Jackson y Tyler habían intentado comprarla, pero
eso, igual que en el caso de Texas, no hizo sino levantar sospechas
entre los mexicanos. Más o menos cuando Polk llegó a la
presidencia, Larkin reportó que los británicos tenían un plan para
quedarse con la región. Así las cosas, el presidente mandó a un
representante, John Slidell, a la zona. Era noviembre de 1845 y en la
cartera llevaba una oferta para adquirir Nuevo México y California.
Pero los mexicanos ni siquiera lo recibieron.
Larkin
tenía un plan para excitar la rebelión dentro de California a favor
de la anexión. Pero salió mal, porque se le adelantó John Frémont,
quien el 5 de julio de 1846 estableció la llamada Bear
Flag Republic.
Así las cosas, los mexicanos ya no se fiaban.
La
palabra es guerra.
Vinnie Johnson nunca jugó en los Jazz. El grueso de su carrera fue en Detroit.
ResponderBorrarCoño, es verdad. Me tendré que hacer metodista.
BorrarGinobili tiene algo que decir
ResponderBorrarY Kukoc, y tantos otros. Pero la capacidad que tenía Johnson de calentar un partido que estaba frío para los suyos y voltear marcadores es épica.
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