Hasta los más ignorantes de entre los presentes, y yo desde luego me incluyo en la lista, sabemos lo que es la bomba atómica. Y también sabemos que es una invención hecha más o menos cuando el siglo XX se aprestaba a doblar la esquina de su primera mitad, que no llegó a estar presente en la segunda guerra mundial salvo en sus últimos estertores, con las explosiones de Hiroshima y Nagasaki.
Lo que os puedo decir a aquéllos de vosotros que no seáis duchos en las cosas de la ciencia es que la historia del nacimiento de la bomba atómica, valoraciones morales aparte, es, quizá, uno de lo episodios más apasionantes que se pueden contar. A mí no se me ocurre casi ningún argumento mejor para una película histórica. Hay de todo: política, ciencia, amor, rivalidades, ambición. A aquéllos que no lo hayáis hecho ya, os invito encarecidamente a que os sumerjáis cualquier día en estos hechos. Os aseguro que no os decepcionarán.
Este post de hoy se titula mujeres atómicas porque me gustaría desgranar unas notas sobre el primer, e importantísimo paso, para la invención de la bomba atómica, que es la fisión del átomo. Porque es una historia curiosa y porque presenta algunas preguntas interesantes de ciencia-política-ficción. Y, sobre todo, y de ahí el título, porque creo que es justo destacar el papel nada estúpido que en todo aquello tuvo la mujer, a pesar que el mundo, hace setenta y pico años, todavía era un mundo de hombres.
Todo empezó en 1932. Eso sí, ni dios se enteró; pero empezó ahí. En Cambridge, un científico del equipo de Rutherford, James Chadwick, hizo un descubrimiento fundamental para la fisión nuclear: el neutrón. Esta pequeña bolita insulsa, y digo insulsa porque no tiene carga y en este mundo magnético nuestro el que no tiene carga parece como que es un mierda, apareció en el núcleo de los átomos merced a los experimentos de Chadwick y al excelente aparataje de medición con que contaba en el laboratorio Cavendish de la universitaria ciudad británica. En aquel entonces, el entorno de Rutherford allí estaba formado por un equipo impresionante. Cabe destacar a científicos como Pat S. M. Blackett, un marino extraordinariamente paciente que llegó a fotografiar 440.000 trayectorias atómicas. O al físico australiano Marcus Oliphant. Y, sobre todo, al coordinador de todos ellos, el ruso Pjotr L. Kapitza. Kapitza es uno de esos científicos que entra perfectamente en el mito del profesor chiflado. Le divertía sobremanera que sus experimentos terminasen en enormes explosiones; una vez le comentó a Rutherford el fracaso de uno de ellos anunciando orgulloso: «ahora sabemos exactamente qué aspecto tiene un arco de 13.000 amperios». Hombre de un extraño sentido del humor, cierta vez, en una reunión científica, cuando llegó el momento de hacer la foto de los asistentes, se colocó bajo las ruedas de un coche. «quería saber qué aspecto tengo cuando me atropellan», explicó. Lamentablemente para Rutherford, en 1934 Kapitza viajó a la URSS, pues había sido nombrado miembro de la Academia de Ciencias de Leningrado; pero Stalin ya no lo dejó salir.
De aquel caldo de cultivo tan interesante salió el neutrón. A pesar de ser tan pequeñito (aunque mucho mayor que el electrón, el cual es un auténtico enano), el neutrón así lanzado desde Cambridge fue recogido en Roma, donde residía uno de los popes, y no es coña, de la física de aquella época: Enrico Fermi. Si no recuerdo mal la tabla periódica, tanto Rutherford como Fermi le dan su nombre a dos elementos.
Hasta el descubrimiento de Chadwick, cuando los físicos querían hacer experimentos bombardeando materia con partículas, utilizaban las denominadas partículas alfa. A Fermi, sin embargo, el nuevo juguete le pareció más divertido, y comenzó a bombardear materia con neutrones. Los experimentos eran realmente chuscos. Por razones de cómo estaba montado el laboratorio de Fermi, existía un largo pasillo, en uno de cuyos extremos estaba el lugar donde se procedía al bombardeo, y en el otro extremo otra habitación donde estaban los instrumentos de medición de radioactividad. Dado que el bombardeo generaba irradiaciones que duraban unos segundos, nada más proceder al mismo, Fermi y su ayudante salían echando hostias por el pasillo para poder llegar a la otra habitación a tiempo para poder leer los instrumentos.
Bombardearon ocho elementos distintos sin suerte. Pero en el noveno, el flúor, los aparatos de medición se movieron. Fermi había conseguido generar radioactividad de una forma artificial. A partir de ahí, comenzaron a observar los bombardeos con neutrones y observaron que, cuando el elemento bombardeado era el uranio, se originaban varios elementos que denominaron transuránidos. Esto quiere decir que Fermi se equivocó. No había generado ningún elemento nuevo; lo que había hecho era dividir el átomo de uranio. Pero no supo ver su propio descubrimiento.
Entra aquí en juego la primera mujer de nuestra historia. Se trata de Ida Noddak, apellidada así por estar casada con el también científico Walter Noddak. Pensando en Ida Noddak y en otros ejemplos como el de la propia Marie Curie, uno se pregunta si no será que la mujer está naturalmente dotada para la química. Ida Noddak se aplicó a analizar los transuránidos de Fermi, dado que una de sus líneas de investigación era la búsqueda de transuránidos naturales (es decir, producidos por la naturaleza y no por el hombre). Tras su análisis concluyó que Fermi se había equivocado al considerar que eran elementos nuevos. Escribió un artículo en el que defendía la idea de que el bombardeo con neutrones era capaz de generar reacciones en el núcleo de un átomo que no producían bombardeos con partículas alfa o protones. «Cabe pensar», dijo, «que al bombardear núcleos pesados con neutrones, esos núcleos se descompondrán en varias partes mayores las cuales, si bien serán isótopos de elementos conocidos, no serán vecinos de los elementos sujetos a radiación».
Era 1934. Ida Noddak acababa de escribir, como hipótesis, algo que no se comprobaría fehacientemente hasta 1938. Y cabe preguntarse qué habría pasado si aquel artículo de Noddak hubiese sido escrito por algún científico con más campanillas (hombre, tal vez) y, consecuentemente, más tenido en cuenta por la comunidad científica. Hacerse esa pregunta equivale a preguntarse cuál habría sido la evolución de la segunda guerra mundial si la fisión del átomo se hubiera conocido desde tres o cuatro años antes de lo que se conoció.
En realidad, no hay que reprochar a la comunidad científica que no siguiera los pasos de Noddak. Aceptar esa tesis, en aquel momento, era ir contra toda lógica. Era admitir que neutrones con escasísima fuerza pudiesen destruir núcleos que, según las teorías vigentes, sólo se romperían si fuesen bombardeados con partículas con millones de voltios en la barriga. Es como plantarte delante de un tipo que está intentando sin éxito romper una pared con un martillo pilón, mostrarle un cepillo de dientes y preguntarle con cara de idiota: ¿por qué no pruebas con esto?
Pero las mujeres le habían puesto cerco a la fisión nuclear. A mediados de 1938, Irene Joliot-Curie y el físico yugoeslavo Savitch realizaron y publicaron investigaciones sobre los transuránidos. Ya sabemos que la ciencia avanza por colaboración: uno da un paso, otro lo lee, se apoya en ese paso y da otro. El destino quería que quien diese el paso decisivo a partir de los análisis de Joliot-Curie fuera el físico alemán Otto Hahn. Pero, para que veamos que las historietas personales no son ajenas a los grandes hechos de la Historia, nuestro amigo Hahn no estaba en disposición de creer a la investigadora francesa. La razón es que la persona que más odiaba Irene Joliot-Curie era a la científica Lise Meitner, con la que había tenido una agarrada en 1933 a cuenta del bombardeo del aluminio con neutrones (¿a quién no se le ha ido alguna vez la boca discutiendo sobre el bombardeo del aluminio con neutrones?) y a la que profesaba cierto desprecio felino. La Meitner era discípula de Hahn, y es por esto que don Otto prefería utilizar los artículos de la Joliot-Curie para calzar las patas de las mesas que para leerlos en serio. En cambio, el ayudante de Hahn, Strassmann, sí que leía los artículos de la francesa, y los encontraba interesantísimos. En marzo de 1938, además, la anexión de Austria al Reich había hecho que las leyes de pureza racial también fuesen aplicables a los ciudadanos austriacos, como Meitner, que era judía. Por este motivo, Hahn la perdió, pues se vio obliga a huir a Estocolmo.
Estamos a finales del 38. Irene Joliot-Curie sigue publicando trabajos sobre los transuránidos, Strassmann leyéndolos y devorándolos como quien le ve las nalgas a la Patacky, y Hahn pasando de sus invitaciones a leerlos como de deglutir deposiciones. Hasta que Strassmann se colocó delante de él y le resumió, sí o sí, las conclusiones de la francesa. Según el testimonio de Strassmann, su jefe no tardó ni medio minuto en reconocer que se había equivocado.
¿Qué había descubierto Joliot-Curie? Pues, tras meses y meses bombardeando uranio, había descubierto que se originaba una materia parecida al bario. Los análisis químicos confirmaron que lo que tenían era, efectivamente, bario. O sea: la química aportaba un resultado que la física negaba.
Así, el primer paso en la dirección correcta de Hahn lo dio la inteligencia; la inteligencia de saber reconocer un resultado interesante incluso aunque lo haya descubierto una hija de puta. El segundo paso lo dio la nostalgia.
En las navidades de 1938, conforme enviaba un artículo con estos primeros descubrimientos, un artículo más especulativo que asertivo, Hahn, que echaba de menos a su colaboradora, le envió a Estocolmo una carta a Lise Meitner contándole toda la movida. La carta le llegó a la judía cuando estaba en el balneario de Kungelv en compañía de su sobrino O. R. Frisch, también físico. Nada más leerla, Meitner tuvo claro que estaba ante un descubrimiento extraordinario.
Lise Meitner y O. R. Frisch pasaron aquella noche entera en el salón de su hotelito de Kungelv, discutiendo. Se dieron cuenta de que la división del uranio en dos partes más o menos iguales (el peso del bario es más o menos la mitad que el del uranio) sólo se podía explicar de una forma: imaginaron que el núcleo se alarga y estrecha, como cuando hacemos un puro de plastilina, luego se estrecha por el centro y, finalmente, se escinde. Cuando el biólogo norteamericano James Arnold, que trabajaba igual que Frisch con Niels Bohr en Copenhague, le escuchó estas explicaciones, le recordó que en biología se produce un proceso muy parecido, el de la multiplicación de los protozoos por escisión, en inglés fission. Fue Arnold, por lo tanto, quien le dio a Frisch la idea de llamar a eso fisión nuclear.
La bomba atómica, y en general la física de primera mitad del siglo XX, tiene muchos padres. Y tiene que ser así, porque raro es el gran descubrimiento científico moderno que ha podido hacerse por una sola persona en solitario. La guerra del conocimiento es, desde hace mucho tiempo, una guerra de coaliciones.
Pero también tiene madres. La fisión nuclear, que ni de coña ha servido sólo para matar, tiene una deuda con Ida Noddak, con Irene Juliot-Curie, y con la no aria Lise Meitner.
jueves, noviembre 13, 2008
miércoles, noviembre 12, 2008
Y al final de la cadena estaba....
... Fidel Castro, sí. Godzi es el empleado del mes.
Es jodido esto de las respuestas encadenadas. Una vez leí que algunas universidades con fuertes numerus clausus lo usan en sus exámenes de acceso, y no me extraña que la gente suspenda. Y si no, ahí está la prueba: teniendo que llegar a Fidel Castro, llegas a Jaume Carner.
El político al que Gil Robles acusa de haberle amenazado con una pistola es Indalecio Prieto. Si no recuerdo mal, incluso Azaña, en sus memorias, se cachondea del político de derechas por pretender que tal cosa fuera cierta. Resulta, en efecto, difícil de creer que Prieto llevase pistola, y menos aún en un debate parlamentario.
Prieto fue el gran ministro de la guerra durante la guerra civil hasta que Negrín tomó el mando directo de la cosa, entre otras cosas porque Prieto estaba ya convencido de que la República no podía hacer otra cosa que perder la guerra civil y, verdaderamente, no se puede tener al frente de un ejército en guerra a un tipo que no cree en la victoria. Como era una presencia hasta cierto punto incómoda en los últimos meses de la guerra, él que era un socialista moderado mientras el banco republicano se comunistizaba crecientemente, Negrín decidió encargarle a Prieto que se fuera a dar unos cuantos barrigazos por el exterior.
Así pues, a Prieto el final de la guerra le pilla representando a España en la toma de posesión del nuevo presidente de Chile, ese país tan delgadito $$5%··%%(&"3$%&7$323 (aquí había escrito: «que inventó el pisco»; pero me he autocensurado al recordar que también tengo amables lectores en Perú).
Saliera el pisco de donde saliera, lo cierto es que el doctor Salvador Allende Gossens sí que es un recio y auténtico producto chileno cien por cien. Presidente de la República que fue, pronunció entonces esta frase que yo recordaba: «mis enemigos han dicho todo de mí, salvo que soy homosexual o que he robado». Lo dijo, sobre todo, para destacar lo segundo; es decir, que nadie podía decir de él que había metido la mano en la caja.
Aunque la muerte de Allende lleva camino de ser uno de esos misterios históricos insondables, la hipótesis más aceptada y lógica es que se suicidó. Estaba cercado en el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile por las tropas golpistas comandadas por Augusto Pinochet et altera y con nulas posibilidades de darle la vuelta a la tortilla. Hay quien dice que Allende se quería rendir e incluso que estaba dispuesto a aceptar la oferta militar (teórica, nunca sabremos si realmente seria) de dejarle salir del país. Lo cierto es que cuando todo terminó y los golpistas entraron en el palacio, el presidente estaba muerto.
Lo último que tocó fue su arma, fuera porque era lo que tenía en la mano, fuera porque es lo que utilizó para dispararse. Y ese arma era un regalo de Fidel Castro y, de hecho, llevaba una plaquita que así lo conmemoraba. Aunque también hay quien dice que el arma concreta regalo de Fidel no es la que Allende usó esa mañana porque la auténtica la tenía guardada en otro sitio. No obstante, incluso esas versiones, por lo que he podido leer, aceptan que el arma con que lo encontraron quería ser como el regalo real de Fidel, porque tenía la citada plaquita conmemorativa.
Así pues, hemos viajado de Indalecio Prieto a Fidel Castro en unos pocos pasos.
Puestos a complicaros un poco la vida, os comentaré que ayer, comentando yo asimismo este jueguecito con un amigo de mi, digamos, vida oficial, me insinuó que también se puede hacer al revés. Por ejemplo: ¿alguien es capaz de llegar desde Felipe V hasta Pol Pot en tres o cuatro pasos (entiéndase: personajes históricos relacionados)? Confieso que la perspectiva me alucinó un poco; de hecho, llevo desde la noche de ayer intentándolo...
Es jodido esto de las respuestas encadenadas. Una vez leí que algunas universidades con fuertes numerus clausus lo usan en sus exámenes de acceso, y no me extraña que la gente suspenda. Y si no, ahí está la prueba: teniendo que llegar a Fidel Castro, llegas a Jaume Carner.
El político al que Gil Robles acusa de haberle amenazado con una pistola es Indalecio Prieto. Si no recuerdo mal, incluso Azaña, en sus memorias, se cachondea del político de derechas por pretender que tal cosa fuera cierta. Resulta, en efecto, difícil de creer que Prieto llevase pistola, y menos aún en un debate parlamentario.
Prieto fue el gran ministro de la guerra durante la guerra civil hasta que Negrín tomó el mando directo de la cosa, entre otras cosas porque Prieto estaba ya convencido de que la República no podía hacer otra cosa que perder la guerra civil y, verdaderamente, no se puede tener al frente de un ejército en guerra a un tipo que no cree en la victoria. Como era una presencia hasta cierto punto incómoda en los últimos meses de la guerra, él que era un socialista moderado mientras el banco republicano se comunistizaba crecientemente, Negrín decidió encargarle a Prieto que se fuera a dar unos cuantos barrigazos por el exterior.
Así pues, a Prieto el final de la guerra le pilla representando a España en la toma de posesión del nuevo presidente de Chile, ese país tan delgadito $$5%··%%(&"3$%&7$323 (aquí había escrito: «que inventó el pisco»; pero me he autocensurado al recordar que también tengo amables lectores en Perú).
Saliera el pisco de donde saliera, lo cierto es que el doctor Salvador Allende Gossens sí que es un recio y auténtico producto chileno cien por cien. Presidente de la República que fue, pronunció entonces esta frase que yo recordaba: «mis enemigos han dicho todo de mí, salvo que soy homosexual o que he robado». Lo dijo, sobre todo, para destacar lo segundo; es decir, que nadie podía decir de él que había metido la mano en la caja.
Aunque la muerte de Allende lleva camino de ser uno de esos misterios históricos insondables, la hipótesis más aceptada y lógica es que se suicidó. Estaba cercado en el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile por las tropas golpistas comandadas por Augusto Pinochet et altera y con nulas posibilidades de darle la vuelta a la tortilla. Hay quien dice que Allende se quería rendir e incluso que estaba dispuesto a aceptar la oferta militar (teórica, nunca sabremos si realmente seria) de dejarle salir del país. Lo cierto es que cuando todo terminó y los golpistas entraron en el palacio, el presidente estaba muerto.
Lo último que tocó fue su arma, fuera porque era lo que tenía en la mano, fuera porque es lo que utilizó para dispararse. Y ese arma era un regalo de Fidel Castro y, de hecho, llevaba una plaquita que así lo conmemoraba. Aunque también hay quien dice que el arma concreta regalo de Fidel no es la que Allende usó esa mañana porque la auténtica la tenía guardada en otro sitio. No obstante, incluso esas versiones, por lo que he podido leer, aceptan que el arma con que lo encontraron quería ser como el regalo real de Fidel, porque tenía la citada plaquita conmemorativa.
Así pues, hemos viajado de Indalecio Prieto a Fidel Castro en unos pocos pasos.
Puestos a complicaros un poco la vida, os comentaré que ayer, comentando yo asimismo este jueguecito con un amigo de mi, digamos, vida oficial, me insinuó que también se puede hacer al revés. Por ejemplo: ¿alguien es capaz de llegar desde Felipe V hasta Pol Pot en tres o cuatro pasos (entiéndase: personajes históricos relacionados)? Confieso que la perspectiva me alucinó un poco; de hecho, llevo desde la noche de ayer intentándolo...
lunes, noviembre 10, 2008
De cómo un anarquista salvó a la virgen
Esta foto que preside este post la he sacado de mis recortes de prensa sobre la guerra civil española. Es la sevillana virgen de la Amargura vestida de civil en su escondite. La foto, al parecer, se la hizo quien salvó la talla de su iglesia cuando empezaron las agresiones contra los templos.
El ejemplo de la virgen de la Amargura es uno más de muchos. En esto de la relación del bando republicano con las imágenes y los tesoros de las iglesias hay versiones diversas. Hay no pocas ocasiones en las que las fuentes republicanas insisten en que el comportamiento para con las riquezas artísticas fue impoluto; los milicianos, en estos casos, supieron entender que el arte religioso era, además de expresión de religiosidad, un patrimonio que era necesario conservar, y lo respetaron. En otros casos, no fueron tan respetuosos. En todo caso, el salvador de imágenes es una de las muchas figuras extrañas que creó aquella guerra tan difícil. A despecho de su propia vida, el salvador de imágenes dio cobijo a esas representaciones de Jesucristo, la virgen o los santos, en su propio domicilio, movido por sus creencias.
Hoy me asomo a esta pequeña ventana para contaros la historia de cómo una muy famosa virgen española se salvó de ser víctima de las iras de los milicianos. Y os la contaré como la cuenta Juan Antonio Cabezas en su libro de memorias Asturias: catorce meses de guerra civil.
Cabezas es una de las fuentes, con razonables dotes de fiabilidad en mi opinión, que abonan la tesis de que no todo en el bando republicano fue rabia hacia lo religioso y ciega matanza del arte. Poco después de comenzada la guerra el gobierno de Madrid, consciente de que en la zona de Asturias había no pocas muestras de arte de gran valor y de lo proclives que podían ser a destruirlas las masas obreras, probablemente las más radicalizadas de España, nombró delegado de Bellas Artes en la provincia al escultor Goico Aguirre, con la orden de recoger cuantos libros y obras de arte pudieran estar en peligro de acabar en la hoguera o chocando contra la cabeza de un martillo. Con tal motivo, Aguirre montó en el pueblo de Cimadevilla una casa donde fue acopiando, un poco a mogollón, todo lo que pillaba, con la intención de clasificarlo más adelante.
Como ya hemos visto aquí, aquí y aquí, la relación del bando republicano con la Iglesia católica no fue fácil, aunque no estuvo exenta de un sentimiento por parte republicana de consciencia hacia la necesidad de no permitir gestos que sirviesen de disculpa al entorno católico para dar completamente la espalda al bando que luchaba contra Franco. A este cálculo estratégico se debe, probablemente, la orden dictada por Indalecio Prieto, dirigida al delegado de Bellas Artes de Asturias. Se le ordenaba que tomase en su poder a la virgen de Covadonga y tomase las medidas pertinentes para depositar la imagen en la embajada española de París.
Aunque no podemos saberlo con certeza, parece bastante obvio lo que tenía Prieto en la cabeza para dar dicha orden. La intención del político del PSOE, intención probablemente personal puesto que Prieto era asturiano y teniendo en cuenta que sus responsabilidades de gobierno no eran directamente las que afectaban a las bellas artes, era impedir un eventual atentado contra una imagen señera para los asturianos y los españoles, una imagen insertada en el mito de la españolidad. No se equivocaba Prieto. De haber sido la Santina pasto de las violencias de los incontrolados, la República nunca se habría recuperado de ello.
Según Cabezas, Belarmino Tomás, uno de los factótums de esa Asturias obrerista que ya se había alzado en golpe de Estado en octubre de 1934, le dio la instrucción a Aguirre de transportar la imagen desde el santuario de Covadonga hasta Gijón. No obstante, al llegar al santuario, el escultor se encontró con la cueva quemada y la catedral saqueada. Había llegado tarde.
La virgen, sin embargo, se había salvado, milagrosamente diría un católico, de la quema, y nunca mejor dicho. Goico Aguirre entró en contacto en Oviedo con su amigo el doctor Clavería, el cual dirigía el principal hospital de campaña en el que hasta entonces había sido hotel Pelayo. Clavería era hombre creyente y de derechas, pero su pericia como cirujano había hecho que los milicianos lo respetasen. Amigo que era de la familia Aguirre, cuando el enviado le confesó su misión le informó de que la virgen había sido salvada del incendio por unas monjas que él mismo, el doctor Clavería, tenía escondidas en su casa, vestidas de civil. Esto era bastante común en aquel entonces. Uno de mis abuelos tuvo escondidas en el sótano de su tienda a cuatro o cinco monjas y, en los últimos años de su vida, todavía recordaba lo mucho que le costaba convencerlas de que no anduviesen en fila por la calle pues, por muy de civil que vistiesen, si caminaban en fila estaban «cantando» su condición.
Aguirre contactó con las monjas y les conminó a que le diesen la talla. En sus memorias, Cabezas se limita a informar que lloraron mucho al entregársela, pero eso hace sospechar que, tal vez, le pudo costar convencerlas de que lo hicieran. Así que Aguirre se marchó a Gijón con una imagen de madera, desposeída de todos sus oropeles, y la guardó en un armario del Ateneo gijonés. Con la ayuda de otro pintor amigo suyo, la trasladó después a la sede del Consejo de Asturias; lugar que, no sé muy bien por qué, tenía el poco marxista nombre de La Casa Blanca.
En la Casa Blanca que nunca pisará Barack Obama se celebró, pues, la sesión del Consejo de Asturias destinada a escuchar el informe de Goico Aguirre y tomar las decisiones pertinentes. Las decisiones pertinentes eran designar al que debería irse a París con la virgen. Y, según nos relata Cabezas que le contó Aguirre, no eran pocos los que deseaban recibir esa merced. Vale que la valentía y el compromiso son virtudes acendradas, pero una guerra es una guerra y, si tiene uno la oportunidad de regatearla por tener que realizar una alta misión, a nadie le amarga un dulce. Pero el caso es que nadie se atrevía a confesar sus intenciones, no fuera a ser que le saliese el tiro por la culata, o sea, que finalmente fuese designado otro y, al tiempo, Belarmino Tomás y los más significados le tomasen la matrícula al voluntario.
Estaba en la reunión, siempre según este relato, un profesor anarquista, ya entonces provecto, llamado Eleuterio Quintanilla. Don Eleuterio decía haber sido discípulo de Ferrer Guardia, el fundador de la Escuela Moderna que fue apiolado tras los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, lo cual entre los ácratas de aquel entonces tenía mucha importancia. Había fundado en Gijón una escuela anarquista, la llamada Escuela Neutra, donde la inmensa mayoría de los cenetistas asturianos habían pasado algún que otro rato. El caso es que Quintanilla, entre temblores y vacilaciones, acabó ofreciéndose, y la propuesta se aceptó. Cabezas pone en los labios de Aguirre esta frase: «yo creo que le concedieron la salida en atención a su escasa salud y su excesivo miedo». Una forma muy elegante de decir que el profesor Quintanilla se estaba yendo por los pantys, aunque es una afirmación que hay que tomar con cuidado, porque puede, también, estar movida por la envidia, o por el desprecio. Valoraciones así las hay a cientos en los testimonios directos de nuestra guerra.
Así pues, he aquí una muestra más de la forma española de hacer las cosas, siempre tan, tan absurda, tan equívoca, tan parecida al negativo de una imagen real. La virgen de Covadonga fue salvada de la barbarie de la guerra, primero por unas monjas, y después por uno de los mayores gurús del anarquismo asturiano, es decir por una de las personas que había llenado la cabeza de tantos y tantos milicianos rojinegros de las ideas que los impulsaban a intentar hacer añicos aquella imagen que él salvó. Dice Goico Aguirre en el libro de Cabezas: «Puede decirse que él salvó a la virgen, y que la virgen lo salvó a él»; esto último porque Quintanilla, al parecer, una vez en París se las arregló para no volver.
El ejemplo de la virgen de la Amargura es uno más de muchos. En esto de la relación del bando republicano con las imágenes y los tesoros de las iglesias hay versiones diversas. Hay no pocas ocasiones en las que las fuentes republicanas insisten en que el comportamiento para con las riquezas artísticas fue impoluto; los milicianos, en estos casos, supieron entender que el arte religioso era, además de expresión de religiosidad, un patrimonio que era necesario conservar, y lo respetaron. En otros casos, no fueron tan respetuosos. En todo caso, el salvador de imágenes es una de las muchas figuras extrañas que creó aquella guerra tan difícil. A despecho de su propia vida, el salvador de imágenes dio cobijo a esas representaciones de Jesucristo, la virgen o los santos, en su propio domicilio, movido por sus creencias.
Hoy me asomo a esta pequeña ventana para contaros la historia de cómo una muy famosa virgen española se salvó de ser víctima de las iras de los milicianos. Y os la contaré como la cuenta Juan Antonio Cabezas en su libro de memorias Asturias: catorce meses de guerra civil.
Cabezas es una de las fuentes, con razonables dotes de fiabilidad en mi opinión, que abonan la tesis de que no todo en el bando republicano fue rabia hacia lo religioso y ciega matanza del arte. Poco después de comenzada la guerra el gobierno de Madrid, consciente de que en la zona de Asturias había no pocas muestras de arte de gran valor y de lo proclives que podían ser a destruirlas las masas obreras, probablemente las más radicalizadas de España, nombró delegado de Bellas Artes en la provincia al escultor Goico Aguirre, con la orden de recoger cuantos libros y obras de arte pudieran estar en peligro de acabar en la hoguera o chocando contra la cabeza de un martillo. Con tal motivo, Aguirre montó en el pueblo de Cimadevilla una casa donde fue acopiando, un poco a mogollón, todo lo que pillaba, con la intención de clasificarlo más adelante.
Como ya hemos visto aquí, aquí y aquí, la relación del bando republicano con la Iglesia católica no fue fácil, aunque no estuvo exenta de un sentimiento por parte republicana de consciencia hacia la necesidad de no permitir gestos que sirviesen de disculpa al entorno católico para dar completamente la espalda al bando que luchaba contra Franco. A este cálculo estratégico se debe, probablemente, la orden dictada por Indalecio Prieto, dirigida al delegado de Bellas Artes de Asturias. Se le ordenaba que tomase en su poder a la virgen de Covadonga y tomase las medidas pertinentes para depositar la imagen en la embajada española de París.
Aunque no podemos saberlo con certeza, parece bastante obvio lo que tenía Prieto en la cabeza para dar dicha orden. La intención del político del PSOE, intención probablemente personal puesto que Prieto era asturiano y teniendo en cuenta que sus responsabilidades de gobierno no eran directamente las que afectaban a las bellas artes, era impedir un eventual atentado contra una imagen señera para los asturianos y los españoles, una imagen insertada en el mito de la españolidad. No se equivocaba Prieto. De haber sido la Santina pasto de las violencias de los incontrolados, la República nunca se habría recuperado de ello.
Según Cabezas, Belarmino Tomás, uno de los factótums de esa Asturias obrerista que ya se había alzado en golpe de Estado en octubre de 1934, le dio la instrucción a Aguirre de transportar la imagen desde el santuario de Covadonga hasta Gijón. No obstante, al llegar al santuario, el escultor se encontró con la cueva quemada y la catedral saqueada. Había llegado tarde.
La virgen, sin embargo, se había salvado, milagrosamente diría un católico, de la quema, y nunca mejor dicho. Goico Aguirre entró en contacto en Oviedo con su amigo el doctor Clavería, el cual dirigía el principal hospital de campaña en el que hasta entonces había sido hotel Pelayo. Clavería era hombre creyente y de derechas, pero su pericia como cirujano había hecho que los milicianos lo respetasen. Amigo que era de la familia Aguirre, cuando el enviado le confesó su misión le informó de que la virgen había sido salvada del incendio por unas monjas que él mismo, el doctor Clavería, tenía escondidas en su casa, vestidas de civil. Esto era bastante común en aquel entonces. Uno de mis abuelos tuvo escondidas en el sótano de su tienda a cuatro o cinco monjas y, en los últimos años de su vida, todavía recordaba lo mucho que le costaba convencerlas de que no anduviesen en fila por la calle pues, por muy de civil que vistiesen, si caminaban en fila estaban «cantando» su condición.
Aguirre contactó con las monjas y les conminó a que le diesen la talla. En sus memorias, Cabezas se limita a informar que lloraron mucho al entregársela, pero eso hace sospechar que, tal vez, le pudo costar convencerlas de que lo hicieran. Así que Aguirre se marchó a Gijón con una imagen de madera, desposeída de todos sus oropeles, y la guardó en un armario del Ateneo gijonés. Con la ayuda de otro pintor amigo suyo, la trasladó después a la sede del Consejo de Asturias; lugar que, no sé muy bien por qué, tenía el poco marxista nombre de La Casa Blanca.
En la Casa Blanca que nunca pisará Barack Obama se celebró, pues, la sesión del Consejo de Asturias destinada a escuchar el informe de Goico Aguirre y tomar las decisiones pertinentes. Las decisiones pertinentes eran designar al que debería irse a París con la virgen. Y, según nos relata Cabezas que le contó Aguirre, no eran pocos los que deseaban recibir esa merced. Vale que la valentía y el compromiso son virtudes acendradas, pero una guerra es una guerra y, si tiene uno la oportunidad de regatearla por tener que realizar una alta misión, a nadie le amarga un dulce. Pero el caso es que nadie se atrevía a confesar sus intenciones, no fuera a ser que le saliese el tiro por la culata, o sea, que finalmente fuese designado otro y, al tiempo, Belarmino Tomás y los más significados le tomasen la matrícula al voluntario.
Estaba en la reunión, siempre según este relato, un profesor anarquista, ya entonces provecto, llamado Eleuterio Quintanilla. Don Eleuterio decía haber sido discípulo de Ferrer Guardia, el fundador de la Escuela Moderna que fue apiolado tras los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, lo cual entre los ácratas de aquel entonces tenía mucha importancia. Había fundado en Gijón una escuela anarquista, la llamada Escuela Neutra, donde la inmensa mayoría de los cenetistas asturianos habían pasado algún que otro rato. El caso es que Quintanilla, entre temblores y vacilaciones, acabó ofreciéndose, y la propuesta se aceptó. Cabezas pone en los labios de Aguirre esta frase: «yo creo que le concedieron la salida en atención a su escasa salud y su excesivo miedo». Una forma muy elegante de decir que el profesor Quintanilla se estaba yendo por los pantys, aunque es una afirmación que hay que tomar con cuidado, porque puede, también, estar movida por la envidia, o por el desprecio. Valoraciones así las hay a cientos en los testimonios directos de nuestra guerra.
Así pues, he aquí una muestra más de la forma española de hacer las cosas, siempre tan, tan absurda, tan equívoca, tan parecida al negativo de una imagen real. La virgen de Covadonga fue salvada de la barbarie de la guerra, primero por unas monjas, y después por uno de los mayores gurús del anarquismo asturiano, es decir por una de las personas que había llenado la cabeza de tantos y tantos milicianos rojinegros de las ideas que los impulsaban a intentar hacer añicos aquella imagen que él salvó. Dice Goico Aguirre en el libro de Cabezas: «Puede decirse que él salvó a la virgen, y que la virgen lo salvó a él»; esto último porque Quintanilla, al parecer, una vez en París se las arregló para no volver.
Readivinanzas.. ¡caray!
Caray, pues sí que os ha sido fácil lo de Camerún. En efecto, el nombre de este país proviene del nombre de Río Camarones que recibió su principal vía fluvial, la cual estaba, al parecer, hasta el culo de crustáceos.
Me dicen mis más íntimos que tendría que ser un poco más cabrón con las adivinanzas. En fin , a mí me parece que esto es algo en lo que se puede ser infinitamente cabrón, porque todos somos susceptibles de encontrar en la Historia un detallito que sea imposible de rastrear. ´
Por esta razón, lo he pensado un poco y he llegado a la conclusión de que la mejor forma de (intentar) subir el nivel sería plantear adivinanzas encadenadas. Esto es, para llegar a la pregunta final, antes hay que contestar otra u otras y, si éstas se fallan, obviamente la final también, porque las referencias anteriores no son las adecuadas.
Veamos a ver si acierto con la dificultad:
Al personaje que está en el inicio de esta adivinanza lo acusa José María Gil-Robles en sus memorias de haberle amenazado con una pistola en mitad de un debate parlamentario. Este nuestro personaje ya no estaba en España el día que terminó la guerra civil. Se encontraba en un país, uno de cuyos presidentes pronunciaría la frase: «mis enemigos lo han dicho todo de mí, salvo que soy homosexual o que he robado».
Lo último que usó este hombre antes de morir (aunque hay quien lo discute) fue un regalo de quien, tal vez, era su mejor amigo.
¿Cuál es el nombre de este mejor amigo?
A mí me parece fácil...
Me dicen mis más íntimos que tendría que ser un poco más cabrón con las adivinanzas. En fin , a mí me parece que esto es algo en lo que se puede ser infinitamente cabrón, porque todos somos susceptibles de encontrar en la Historia un detallito que sea imposible de rastrear. ´
Por esta razón, lo he pensado un poco y he llegado a la conclusión de que la mejor forma de (intentar) subir el nivel sería plantear adivinanzas encadenadas. Esto es, para llegar a la pregunta final, antes hay que contestar otra u otras y, si éstas se fallan, obviamente la final también, porque las referencias anteriores no son las adecuadas.
Veamos a ver si acierto con la dificultad:
Al personaje que está en el inicio de esta adivinanza lo acusa José María Gil-Robles en sus memorias de haberle amenazado con una pistola en mitad de un debate parlamentario. Este nuestro personaje ya no estaba en España el día que terminó la guerra civil. Se encontraba en un país, uno de cuyos presidentes pronunciaría la frase: «mis enemigos lo han dicho todo de mí, salvo que soy homosexual o que he robado».
Lo último que usó este hombre antes de morir (aunque hay quien lo discute) fue un regalo de quien, tal vez, era su mejor amigo.
¿Cuál es el nombre de este mejor amigo?
A mí me parece fácil...