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El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no
Al igual que ocurrió en el resto de la URSS, las purgas georgianas se aprovecharon también para ajustar cuentas dentro de la NKVD. El otrora jefe de Beria, Kvantaliani, fue uno de los que fue para dentro. Como también Argba, un tal I. F. Stanskii, que había sido vicedirector de la NKVD transcaucásica; A. N. Mikeladze, viejo conocido de Ordzhonikidze; obviamente, los respetados fueron los chekistas que trabajaban con Beria.
En agosto de 1937, se celebró un nuevo macrojuicio en Georgia. Los acusados, diez, eran antiguos dirigentes del raion de Signakhsk, y se los acusaba de ser terroristas. El juicio fue público porque todos los acusados confesaron sus delitos. El principal acusado era el más alto cargo de entre ellos, Artem Dimitrievitch Tsitlidze, quien incluso se adornó dando pelos y señales de cómo y cuándo había organizado unos atentados que sólo existieron en la imaginación de sus torturadores. En septiembre, hubo otro juicio a un grupo de cuadros abjazios, el principal de ellos el ex presidente del Comité Ejecutivo Central local, Z. D. Lordkipanidze. (Está jorobado esto. Aparentemente, 1937 fue el teatro de la muerte por la misma causa, es decir la represión de las purgas, de tres personas con el mismo apellido: Iván Nestorovitch Lordkipanidze, antiguo socialrrevolucionario, Grigol Lordkipanidze, antiguo menchevique; y este Z. D., cuyas iniciales no he podido desentrañar).
A finales de octubre se celebró otro juicio de comunistas abjazios, incluido Milhail, el hermano de Néstor Lakoba. Beria tenía especial interés en humillar a la familia Lakoba. La mujer de Milhail fue arrestada poco después de su ejecución. La NKVD la torturaba durante la noche entera, devolviéndola a la celda cada mañana empapada en sangre. Como ya os he contado, trataban de que firmase la confesión de que su marido había tratado de entregar Abjazia a Turquía, pero ella se negó. Entonces trajeron delante de ella a su hijo Rauf, de 14 años, y lo mamaron a hostias delante de ella. Pero, aún así, no firmó. Ella, finalmente, murió después de una paliza y su hijo fue internado en un campo de concentración para niños y adolescentes. Rauf fue el chaval que solicitó tiempo después a Beria salir del campo para poder seguir sus estudios junto con dos compañeros presos más. Beria ordenó su traslado a Tibilisi, donde fueron asesinados.
Otro que tenía que morir era E. D. Bediia, el negro que había escrito el libro de Beria. Beria lo hizo arrestar y torturar. Bediia firmó una confesión, pero Beria quería más y organizó una especie de careo con él mismo en el que Bediia se desdijo de lo que había confesado. No tuvo ni siquiera juicio; fue asesinado el 2 de diciembre de 1937.
Otro tema en el que las purgas de Beria se centraron especialmente fue el ámbito de la cultura. Beria se ocupó en el X Congreso de introducir en su discurso fuertes críticas hacia los escritores desviacionistas y traidores. El 27 de mayo, el Presidium de la Unión de Escritores Georgianos se reunió para discutir estas acusaciones. Curiosamente, los principales acusados fueron aquellos escritores que más pro régimen se habían mostrado, como el poeta Paolo Iashvili.
Por mucho que intentaron los acusados solucionar el tema a base de comepollismo, el 22 de julio de 1937, en una nueva sesión de la Unión de Escritores, Iashvili sacó un arma y se pegó un tiro. A partir de ahí, los arrestos vinieron en puñados. Se estima que uno de cada cuatro miembros de la Unión acabó bajo tierra. Un escritor conocidísimo, Mikheil Dzhavakhishvili o Javakhishvili, fue arrestado por orden de Beria y apaleado hasta la muerte. Otra víctima fue el director de orquesta Evgeni Mikeladze, arrestado a finales de aquel año de 1937. Estaba casado con una hija de Mamia Orakhelashvili, Tekevan, que tenía dos hijos pequeños pero, aun así, también fue arrestada. Bogdan Kobulov, que llevó el caso, sometió a Mikeladze a 48 días de interrogatorio, tras lo cual fue ejecutado.
En este campo cultural, Beria había decidido de crear un museo aprovechando un aniversario del escritor Rustaveli. Para crear este museo quería derribar una iglesia de gran valor artístico, la iglesia de Metekhi. El pintor Dimitri Shevardnazde, junto con otros artistas, trató de convencerle de no tirar la iglesia, Beria le dijo a Schevardnazde que, si se dejaba de mamonadas, lo nombraría director del nuevo museo. El pintor se negó y fue arrestado unos pocos días después. El hijo de un primo suyo sería Edvard Shevardnazde, uno de los hombres de Gorvachev. Y, antes de eso, devotísimo comunista.
De los 644 delegados que asistieron al X Congreso del Partido Comunista georgiano, 425 habían sido arrestados y asesinados unos meses después. Entre enero de 1937 y enero de 1938, 4.000 miembros del Partido georgiano fueron purgados; y, ojo, que eso son las estadísticas oficiales del propio Partido, así pues, la cifra probablemente es muy superior. Tan superior como 10.000 personas asesinadas en el paredón. Mínimo.
El 2 de diciembre de 1937, Anastas Mikoyan llegó de Moscú a Tibilisi para reunirse con Beria y Goglidze. Si alguien pudo pensar que la instrucción era bajar el pistón, se quedó con las ganas. El resultado de esa reunión fue la apertura de un juicio contra ejecutivos del Ministerio de Agricultura. La apertura de este juicio fue simultánea a las noticias aparecidas en la Prensa georgiana, en el sentido de que Yenukidze y Orakhelashvili habían sido juzgados en un consejo de guerra y fusilados el 16 de diciembre. Orakhelashvili había seguido siendo vicedirector del Instituto de Marxismo-Leninismo de Moscú hasta abril de 1937, cuando Yezhov ordenó que se le retirase el carné del Partido, signo inequívoco de que iba para dentro. Lo torturaron salvajemente hasta que firmó una confesión admitiendo que Ordzhonikidze siempre había sido un cabrón. Le dispararon en la cabeza delante de su mujer Maria, antigua viceministra de Educación georgiana, que fue subsiguientemente ejecutada.
La represión no sólo ocurrió en Georgia. La élite política azerí y armenia también fue laminada. En Azerbayán, el único que se salvó fue el amigo de Beria, Bagirov. Amatuni Simoni Amatuni, el líder armenio, recibió una visita en septiembre de 1937 por parte de Malenkov y Beria, tras lo cual toda la cúpula comunista armenia fue arrestada. Beria aprovechó el hueco para colocar a un amigo suyo, Grigory Artemievitch Arutinov (o Grigor Artemi Harutyunyan).
Una excelente demostración de la enorme flexibilidad y capacidad del Partido Comunista de la URSS es que en el otoño de 1937 cuando los altos rangos comunistas estaban siendo severamente diezmados, se celebraron las elecciones al Soviet Supremo de la URSS. La mayoría de los representantes caucasianos fueron amigos, clientes o libertos de Beria. En todo caso, la primera sesión del Soviet Supremo en enero de 1938 tendría recompensa para el jefe del comunismo georgiano. Fue elegido miembro del Presidium del Soviet Supremo y en la Comisión de Asuntos Exteriores.
A inicios de 1938, las autoridades georgianas comenzaron a tascar el freno. Para entonces, de la vieja guardia del partido ya sólo quedaba Lavrentii Kartvelishvili; pero, vaya, no os sobréis, que se lo llevaron por delante en agosto de aquel año. El Comité Central georgiano celebró un pleno posterior a aquél de 14 de enero en Moscú en el que se habían criticado los “excesos” en la represión; en el mismo, intervino Beria quien, con el mismo desparpajo con que había lanzado las purgas, ahora vino a decir que “alguien” (los famosérrimos “incontrolados” de la izquierda) se había pasado tres pueblos.
A pesar de estas declaraciones para la galería, Stalin, todavía preocupado por la posible existencia de oposición en el Partido, impulsó una resolución a finales de enero que exigía todavía 57.200 arrestos más, de los que a Georgia le tocaban 1.500 arrestos. Todo tenía que estar resuelto en dos meses, porque, se venía a decir, las declaraciones sobre los excesos de las purgas eran sinceras. Así las cosas, en Tibilisi todavía se celebró un gran juicio a finales de enero.
En la primavera de 1938, Lavrentii Beria, a pesar de los muchos y eficientes esfuerzos realizados en los meses anteriores, tenía problemas. Había declarado oficialmente en Pravda la victoria sobre los enemigos de la URSS, y aseveraba que ahora había que centrarse en la economía georgiana. Como siempre en el comunismo soviético, había que fiarse de los indicios, como que la Prensa citaba a Beria detrás del nombre de otros dirigentes comunistas teóricamente inferiores. En mayo, además, Iuvelian Davidovitch Sumbatov-Topuridze, jefe de la NKVD azerbayana y protegido de Beria, fue inesperadamente cesado.
Existen indicios de que Yezhov, como en el crimen de los Urquijo, solo o en compañía de otros, estaba preparando un caso contra Beria. Tras las purgas, las NKVD territoriales habían perdido prácticamente toda su autonomía y eran teledirigidas desde Moscú. En julio de 1938, Yezhov le ordenó a Goglidze que arrestase a Beria bajo la acusación de estar implicado en un “centro militar-fascista”. El caso estaba ya construyéndose en Moscú. Goglidze, hay que reconocer que echándole un par, decidió ser fiel a su patrón y, en lugar de arrestar a Beria, se fue a verlo y le cantó la gallina. Beria, con los huevos pegados al yeyuno, cogió un avión hacia Moscú para ir a ver a Stalin.
Lavrentii fue extremadamente hábil en Moscú. Con la información que ya tuviese y la que fue capaz de acopiar en apenas unas horas en la capital, se dio cuenta de que Yezhov estaba volando muy alto con sus casos. Aparentemente, también estaba tratando de ir contra un miembro del Politburo, Lazar Kaganovitch. Eso le dio un poco de espacio para poder lanzar el triple sin oposición, y lo metió. Firmando una inmediata y provisional alianza con uno de los hombres que más periódicamente despachaban con Stalin, consiguió hacerle llegar al secretario general una contraversión de aquélla que defendía Yezhov. Stalin decidió crear una comisión para investigar a la NKVD, de la que formaban parte Georgi Malenkov, Viacheslav Molotov, Andrei Vyshinski… y Beria.
El siguiente paso de Stalin fue convocar a Yezhov e informarle de que la NKVD debía reforzarse con el nombramiento de un vicedirector. Le preguntó a Yezhov si se le ocurría algún candidato y, como éste callase, Stalin sugirió a Beria (aunque parece que la idea fue de Kaganovitch).
Vsevold Merkulov, el amigo de Beria que, tras su detención en 1953, trataría de defenderlo repasando su carrera, diría que Beria, cuando fue a aquella reunión con Stalin, no tenía ni idea de que le iban a proponer. La afirmación es creíble. Es muy posible que la queja de Beria y Kaganovitch acabase por convencer a Stalin de algo a lo que ya llevaba dándole vueltas, que era la necesidad que tenía de deshacerse de Yezhov. Sin ese gesto, las purgas siempre seguirían vivas. Sin embargo, no era el estilo de Stalin contarle a nadie, mucho a menos a Beria, esas cosas por adelantado.
Así las cosas, en agosto de 1938, Laventii Beria estaba volando de nuevo para Moscú, pero esta vez para quedarse como vicedirector de la NKVD.
A Beria lo sustituyó Kandid Charkviani, hasta entonces tercer secretario del Comité Central georgiano. No era del grupo de Beria; éste, de hecho, hubiera preferido ser sucedido por Valerian Minaevitch Bakradze quien, además de serle fiel, estaba relativamente emparentado (su hijo se había casado con una sobrina de Nino Beria). Es muy probable que Stalin intentase, con este nombramiento, desacoplar al Partido en Georgia de Beria, pero lo cierto es que no lo consiguió. El viejo secretario general tenía demasiadas terminales instaladas en la república caucásica.
Hasta octubre de 1938, Beria desplegó ante Yezhov todo un muestrario de comepollismo. Iba muy a menudo a su dacha a lamerle los pies. Sin embargo, aquel otoño ya dos directos subordinados del jefe de la NKVD habían caído en desgracia. Yezhov, que se conocía el mojo perfectamente porque lo había inventado él en buena medida, comprendió. Comenzó a beber en modo industrial.
El 17 de noviembre de 1938, una sesión conjunta del Sovnarkom y el Comité Central tomó una decisión secreta titulada Sobre arrestos, supervisión por la Fiscalía y la conducta de las investigaciones. Suponía una renuncia a las purgas y denunciaba la irregularidad de las prácticas que eran generales en las investigaciones. Pero, claro, el problema no era el comunismo, mucho menos Stalin. El problema eran “los enemigos de pueblo infiltrados en la NKVD y la Fiscalía”, que estaban falsificando documentos y casos para arrestar a personas inocentes.
Los arrestos, a partir de ese momento, sólo podrían hacerse por orden de la Fiscalía. Las infames troikas de la NKVD, que tenían poder para incluso asesinar a lo sospechosos en el momento de arrestarlos, poder que les habían concedido los mismos tipos que ahora los acusaban de haberse pasado seis pueblos, desaparecieron. Porque el problema eran las troikas, claro. Se nombrarían en los puestos directivos de la policía política a miembros del Partido considerados “políticamente confiables”.
La resolución no lo decía; pero era una condena para Yezhov. El 23 de noviembre, el ejecutor de las purgas de Stalin le escribió una carta al jefe pidiéndole que lo relevase de sus responsabilidades en la NKVD y admitiendo que todos los errores de la policía política los había cometido él. Stalin aceptó la dimisión al día siguiente, y Beria ascendió accordingly. Meses después, ya en 1939, sería el fiscal Vyshinski quien perdería el curro.
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