jueves, abril 04, 2024

Curso de arriano upper-intermediate (3): Arrio

El sabelianismo
Samosatenses, fotinianos, patripasianos
Arrio
Más Arrio
Semiarrianos, anomoeanos, aecianos, eunomianos y acacianos
Eudoxianos, apolinarianos y pneumatomachi



Arrio, según escribieron sus oponentes, comenzó a difundir sus canciones levemente eróticas, pero cargadas de sentido teológico, entre marineros y mineros. Gente de baja estofa, pues. Pero no fueron los únicos que le siguieron. Los obispos Teodoto de Laodicea y Patrófilo de Escitópolis se apuntaron a su arrianismo. De hecho, Arrio salió a hombros de un sínodo de obispos bitinios. Arrio, por lo demás, trataba de convencer a quien le escuchaba de que sus diferencias con Alejandro de Alejandría eran meramente de matiz; defendiendo estas ideas fue como consiguió ser aceptado en muchas iglesias.

Todo era estrategia, probablemente. Arrio y su gente estaban atizando la hoguera alejandrina al mismo tiempo. Alejandría, una de las grandes metrópolis de aquella Europa, era una ciudad que bullía de intelectuales y especuladores. Arrio y los suyos sabían que, si Alejandro soñaba con apagar el fuero arriano en Palestina, en realidad lo más probable era que su propia sede se incendiase antes. Y así fue, de hecho. Hoy por hoy es muy difícil de imaginarlo, pero en las postrimerías del primer tercio del siglo IV, discutir sobre la naturaleza divina de Jesús de Nazaret se convirtió en la discusión más común en las cenas de cuñados alejandrinos. Los arrianos, además, reclamaban su libertad, incluso en los tribunales, acorralando a la Iglesia oficial, dirigida por Alejandro y su entonces diácono Atanasio.

Alejandro, sin embargo, no cejaba en su empeño. Redactó un corpus doctrinal para el que consiguió la firma de los obispos de Egipto, la Tebaida, Libia, Pentapolis, Capadocia, Licia, Pamfilia, la Asia Proconsular, e incluso algunos sirios. Además, le escribió una larga carta al patriarca Alejandro de Constantinopla; carta que, probablemente, fue la que provocó la intervención del emperador Constantino.

Constantino acababa de vencer a Licinio, convirtiéndose en dueño y señor del Imperio oriental. Le interesaba que sus nuevos territorios no le diesen mucho por culo; así pues, le escribió una carta a Alejandro y a Arrio, en la que venía a decir que los separaban temas de mero matiz (obviamente, a Constantino todas aquellas cosas sobre las personas y las sustancias le parecían conachadas). Envió al sacerdote en quien más confiaba, el obispo Osio de Córdoba, a Alejandría, para entregar la carta en persona. Una vez en la ciudad egipcia, Osio organizó una asamblea de prelados, que, por así decirlo, se declaró incapaz de resolver la cuestión; fue el resultado de aquella asamblea lo que movió a Osio a recomendarle al emperador la convocatoria de un concilio. El resultado es lo que conocemos como concilio de Nicea. Allí se encontraron: los atanasianos u ortodoxos; los arrianos; los arrianizantes o eusebianos; los más o menos indiferentes, casi todos ellos proclives a ponerse del lado de Atanasio.

En los inicios, el concilio albergó debates más o menos privados en los cuales Arrio, Eusebio de Nicomedia, Maris y Theognis, los principales portavoces arrianos, se enfrentaron a los atanasianos. Sin embargo, este carácter semiprivado de la discusión se acabó en cuanto el concilio se planteó la fabricación de un Credo. Arrio ofreció una fórmula, en realidad desarrollada por Eusebio de Cesarea, en la cual al Hijo se le dedicaban diversos apelativos de gran honor, pero en un lenguaje genérico y oscuro que evitase definirlo como Dios él mismo. Pero no fue suficiente.

La cuestión estaba sobre la mesa o, más bien, sobre el altar: ¿Es el Hijo Dios en el mismo sentido que el Padre aunque sin ser visto como algo separado de Él; o es una creación del Padre? O, dicho de una manera: ¿adoramos en el Hijo a la misma sustancia, la misma esencia indivisible que adoramos en el Padre; o adoramos una sustancia que tuvo un inicio, es decir, que fue creada en algún momento del tiempo por el Padre? Obviamente, para los arrianos, el Hijo fue creado (y para negarlo es por lo que el Credo niceno reza: engendrado y no creado); para los atanasianos u ortodoxos, el Hijo es Dios Padre.

Para los católicos, el gran problema residía en decir que el Hijo era el Padre, igual de Dios que Dios mismo, aunque sin ser visto como algo separado de él. Es decir, su problema era huir del Diteísmo o Triteísmo. Para eso fue para lo que Osio sacó a pasear el concepto de Homoousion; personas distintas, pero la misma sustancia. El mismo tipo de misterio que se produce en la Eucaristía, ya que en la misma el vino que usa el cura se convierte en la sangre de Cristo, pero obviamente sigue siendo vino. Eso es así porque sangre y vino son sustancias diferentes, pero en ese momento comparten la misma esencia (o al menos eso es lo que dice en el libro de instrucciones).

El nuevo Credo fue presentado a los obispos para que lo firmasen. Como en una asamblea de Podemos, la mayoría lo firmó sin rechistar, y allí siguen. Eusebio de Cesarea lo aceptó después de muchas dudas con la coña del homoousion, que no terminaba de convencerlo. Eusebio de Nicomedia y Theognias lo firmaron también, pero no sin antes quitarle un anexo que llevaba con anatemas sobre Arrio. Al final, los únicos relapsos fueron el propio Arrio, Segundo y Theonas. Los tres fueron excomulgados.

Tras Nicea, la Iglesia quedó en paz, aunque, en realidad, bajo lo que estaba era la bota de Constantino. Poco tiempo después de la asamblea, murió Alejandro, y fue sustituido por Atanasio. En el año 328, en todo caso, los problemas regresaron.

No podemos saber con exactitud en qué medida. Pero sí sabemos, por los hechos, que el tema del arrianismo se convirtió pronto en un tema político. Como ya os he explicado muchas veces, la clave del éxito de la Iglesia constantiniana reside en su riqueza; en su capacidad de allegar recursos para favorecer a emperadores y gobernadores que los necesitaban. Parece claro que, de formas que nos son muy difíciles de adverar, Arrio y los suyos consiguieron mantenerse en algunos territorios dominando las cristiandades locales; y sólo era cuestión de tiempo que Constantino, que al fin y al cabo lo que había hecho en Nicea era apoyar a quien creía era la vertiente mayoritaria de la Iglesia y, consiguientemente, aquélla a la que debía apoyar para seguir recibiendo pasta; sólo era cuestión de tiempo, digo, que Constantino se diese cuenta de que los arrianos no eran ningunos mismundis. Al parecer su hermana Constancia no fue ajena a este tema; pero el caso es que los arrianos fueron sorpresivamente invitados a expresar sus ideas y teorías.

Los arrianos, en un gesto muy político, formularon su fe en unos términos muy moderados, que consideran al Hijo, Palabra de Dios, engendrado por el Padre antes de todos los tiempos. Arrio, pues, fue llamado a la metrópoli en el 330; y, desde entonces, los arrianos comenzaron una estrategia clara de ocupación de obispados clave.

Eustacio, obispo de Antioquía, fue acusado de herejía y de otros crímenes en una imputación fake (y no es que lo diga yo; es que el principal testigo acabaría por confesar que se lo había inventado todo; fue un poco como el bulo del culo); lo que provocó que un sínodo arriano lo depusiera, con el apoyo de Constantino. Después el atacado fue el mismísimo Atanasio. El obispo de Alejandría se negó a acudir a un concilio organizado por Eusebio en Cesarea; pero Eusebio organizó otro al año siguiente en Tiro, y ya no se pudo negar de nuevo. Atanasio se libró de las acusaciones; pero más tarde, cuando se marchó a Constantinopla para departir con el emperador, los arrianos le montaron un Hermano de Ayuso en su propia casa, o sea, Alejandría, con lo que fue depuesto sin haber siquiera podido regresar. En la capital, Constantino se sintió partidario de apoyarlo; pero, entonces, Atanasio fue acusado de haber parado la entrega gratuita de alimento a sacerdotes, viudas y mujeres vírgenes en Alejandría, y Constantino, de buena o mala gana, lo exilió a Trieste (336). Aquel mismo año, Constantino iba a decretar el regreso a la comunión de Arrio en Constantinopla. Pero Arrio murió el día antes, mientras estaba cagando, en un suceso nunca totalmente aclarado que, en mi opinión,  hace pareja con la muerte del Papa Albino Luciani, Juan Pablo I, como uno de los dos grandes misterios de la Iglesia. Bastante más misterioso de la transubstanciación, de hecho.

Constantino la roscó en el 337, con lo que el poder se dividió entre sus tres hijos: Constantino, Constancio y Constante. La situación no muy definida en La Moncloa hizo que los temas en la Iglesia se tranquilizasen; así pues, al año siguiente, 338, Atanasio regresó a su sede alejandrina. Sin embargo, esta vuelta no desanimó a los arrianos, quienes tenían un campeón en un tal Pisto; adujeron un tecnicismo para argumentar que el regreso de Atanasio había sido irregular. Un concilio de padres egipcios declaró la total inocencia de Atanasio (aunque, claro, esto lo sabemos porque nos lo cuenta el propio Atanasio). En el año 341, sin embargo, los eusebianos de Antioquía aprovecharon la consagración de la iglesia de Constantino en la ciudad para montar un concilio, en el que aprobaron un canon ladino, según el cual un obispo depuesto no podía volver a ser obispo. En ese mismo concilio se llegaron a usar tres textos distintos para el Credo, ninguno de ellos basado en la homoousion de Osio. Los eusebianos nombraron un obispo para Alejandría en la persona de Gregorio de Capadocia; Gregorio se llegó a Alejandría repartiendo hostias, y no precisamente consagradas, entre los ortodoxos. Atanasio, por su parte, huyó a Roma, donde fue muy bien recibido por el obispo local, es decir el pre-Francisquito Julio.

El exilio de Atanasio, sin embargo, no fue muy largo. En el año 349, Constancio lo llamó de nuevo a su sede original. En el ínterin, los ortodoxos habían hecho grandes progresos, pues habían conseguido, en el 345, que el concilio de Milán rechazase el Credo Macróstico, un texto semiarriano. Otro concilio (Sardica, 347) volvió a afirmar la fe niceica. Los prelados arrianos y semiarrianos, que habían sido convocados a Sardica para reunirse con Atanasio y llegar a algún acuerdo, decidieron, ante su obvia inferioridad, desviarse a Filipópolis, donde, impasible el arriano, condenaron a Atanasio de Alejandría, a Julio de Roma, a los obispos de Córdoba, Trieste y Sardica. Siguieron dos años de enfrentamientos frontales, que terminaron, sin embargo, cuando Atanasio, como os he comentado, logró ganarse a Constancio, y prevaleció en su sede arzobispal (o no).

En el año 350, Dios tiró los dados de nuevo. Constante fue asesinado, con lo que el poder en el Imperio occidental fue a las manos de Constancio; y esto revolucionó las aguas de nuevo.

Para entonces, en todo caso, el arrianismo se había escindido. Una parte de los arrianos habían llevado sus creencias hasta sus últimas consecuencias. Éstos, que fueron llamados anomoeanos, sostenían que el Hijo era esencialmente distinto del Padre. Por otra parte, Eusebio de Cesarea, quien como ya os he contado tenía sus serias dudas sobre la homoousion, había desarrollado una matización de la misma, que la mayoría de los autores consideran arriana aunque en parte supone algo distinto. Su concepto era el de homoiousion; la introducción de esa vocal parece poca cosa, pero supone cambiar el concepto “distinta naturaleza, misma esencia”, por el concepto “iguales como en esencia”, pero no en esencia. El eusebianismo, por lo tanto, trataba de desarrollar una afirmación arriana (el Hijo no es el Padre) pero salvando los muebles, o cuando menos algunos muebles, de Nicea. Esto se conoce como una fórmula semiarriana (ya nos encargaremos del semiarraianismo en profundo).

La otra gran rama arriana (la primera, como os he dicho, son los anomoeanos o arrianos puros) evolucionó desde el semiarrianismo eusebiano, pero abandonando el concepto de homoiousion, sustituyéndolo por el de homoion, es decir, “parecido” a secas. Venían a decir estos arrianos: el Hijo es “como” el Padre, se “parece” al Padre, pero no es el Padre. Y descartaban meter en la ecuación el concepto de esencia. Estos segundos arrianos suelen ser conocidos como acacianos, pues toman su nombre de Acacio de Cesarea, que fue alumno de Eusebio. Personas distintas, pensamientos distintos, pero un enemigo común: el Credo niceno.

El hecho de que la administración del Imperio se unificase bajo un solo emperador, como en los viejos tiempos, supuso un acicate para los arrianos. Nuevas fronteras. Se celebró un concilio en Arlés, en el 353; y otro en Milán dos años después; además de dos conferencias en Sirmium en los años 356 y 357. Aunque en citas como Milán, ya lo hemos dicho, los nicenos fueron respaldados, en algunas de estas ediciones se atacó a Hilario de Poitiers, al Papa Liberio, y el viejo obispo cordobés Osio fue encarcelado. En Alejandría, los arrianos levantaron una espiral de violencia que, una vez más, aconsejó a Atanasio abandonar la ciudad.

En Sirmium se produjo un Credo homoeano o acaciano; los integrantes de la conferencia trataron de obligar a Osio, que llevaba un año preso y al que habían dado varias palizas, para que lo firmase. Osio firmó y fue autorizado a regresar a España; aunque dos años después, en su lecho de muerte, se desdijo. Liberio, sin sede ni modo de vida, aceptó firmar un Credo semiarriano,. Así las cosas, en el año 357 el arrianismo parecía triunfar en occidente.

Al mismo tiempo, en Asia, Cirilo de Jerusalén había sido depuesto y expulsado de la ciudad mientras que, en Antioquía, el obispo Eudoxio patrocinaba las prédicas del herético Aecio, inspirador de los aecianos. Un concilio celebrado en el 358 en Ancira, de clara inspiración eusebiana, condenó al mismo tiempo la homoousios y la homoion. Tanto Eudoxio como Aecio fueron invitados a retirarse, lo cual creó un nuevo cisma en el arrianismo, pues muchos de estos creyentes eran renuentes a la unificación de las creencias arrianas, todas ellas, al calor de la homoiousion eusebiana.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario