lunes, enero 08, 2024

Francorrupción: La Hermanísima (4): La prima de Zumosol

La capital que quería ser mayor
El funcionario catastral antifascista
Hacienda pica como la membrilla que es
La prima de Zumosol
Los estafadores pierden una batalla, pero no la guerra
Mola el franquismo, ¿eh?

 

La Fundación puso el asunto en manos de uno de los condueños, un abogado llamado Joaquín Matut. Lo primero que hizo Matut es lo que hay que hacer cuando se sabe de estas cosas, y es por eso que las expropiaciones públicas, tantas veces, son auténticas estafas a los propietarios: poner las cosas en su sitio. En su habitual forma de hacer chulesca y mediocre, que la verdad da igual que lo dirija el conde de Mayalde, el marqués viudo de Pontejos, Alberto Ruiz Gallardón, Manuela Carmena o Batman, la mierda de Ayuntamiento de esta ciudad, sabedor de que La Escuadra era una finca única, por así decirlo, resolvía expropiarla toda. Tó p'a mi, tó p'a mi. Matut, sin embargo, tiró de planos y de planificaciones urbanísticas y pronto descubrió que, en realidad, lo que entonces el Ayuntamiento llamaba Parque del Este era sólo el espacio situado al este de la calle Sainz de Baranda, es decir, entre ésta y la M30; y eso era sólo una parte de la finca. Así pues, a base de escritos y otras mamonadas que la calculada estupidez del Ayuntamiento de Madrid obliga a hacer (hecho éste que el autor de estas notas puede certificar sin mácula de duda), se consiguió situar la expropiación en sus justos términos métricos decimales. Lo siguiente que hizo Matut fue contestarle al Ayuntamiento, educadamente, que no mamase con la valoración.

La respuesta del Ayuntamiento fue reconocer que de los 20.841 metros cuadrados que inicialmente quería expropiar sólo necesitaba 4.941 (tócate los remueldes, María Remigia; pensad en la cantidad de humildes, y no duchos en derecho de la propiedad, propietarios de terrenos en España, que han sido, son y serán engañados por la maquinaria de la Administración Pública). Aunque, eso sí, no se movió de la valoración inicial. Ahora, pues, se ofrecía a soltar 150.869 pesetas. Esto, obviamente, era un problema. Pero Matut tenía pensada una solución, que era proponerle al Ayuntamiento una permuta. Matut, excelentemente bien informado, sabía que, años atrás, el Ayuntamiento le había comprado a los herederos del jardinero Cecilio Rodríguez los terrenos que una vez le había regalado en la llamada Huerta del Cordero, al norte (para que lo entendáis: hacia el Pirulí) de los terrenos que ahora quería expropiar. Esos terrenos no formaban parte de la planificación del Parque del Este; así pues, el plan de Matut era proponerle al Ayuntamiento que pagase la expropiación con esos terrenos. En mayo de 1957, y tras consultarlo con otro abogado (Miguel García Obeso, letrado de Banesto), presentaron un escrito en tal sentido. El Ayuntamiento acabaría aceptando, y la permuta se firmó el 1 de marzo de 1958. La parcela permutada, de 1.860 metros cuadrados entre el Camino Alto de Vicálvaro y la prolongación de las calles Elvira y Gorbea, tenía una edificabilidad de 11.000 metros cuadrados; los condueños podrían resarcirse sobradamente de la expropiación. Pero con lo que os tenéis que quedar es con el dato de que, en el momento en que aceptó la permuta el Ayuntamiento, los condueños de La Escuadra dispusieron de un documento legal de toda legalidad en el que: primero, se delimitaban perfectamente los lindes de La Escuadra; segundo, se adveraba sin mácula de duda la propiedad de la misma por sus legítimos y reales propietarios; y, tercero, se adveraba la propiedad municipal de los otrora terrenos de Cecilio Rodríguez, y su voluntad de permutarlos.

Como podéis comprobar, pues, tenemos: un grupo de estafadores que decide engañar a un tercero estafador él mismo (el usurero) inventándose una finca que dicen poseer pero no poseen, para así avalar un préstamo; además, se plantean seguir con el momio después, buscando incautos gilipollas que acaben comprando dicha finca que, repetimos de nuevo, no poseen. Y resulta que esa finca está emplazada sobre unos terrenos que tienen unos dueños bien claros y establecidos documentalmente, que son, básicamente: Antonio López, el que podemos denominar “pequeño terrateniente de Sáinz de Baranda”; la Fundación Caldeiro y otros condueños; y el Banco Central/Dragados y Construcciones. Y por medio se mete el Ayuntamiento de Madrid, pretendiendo expropiar una parte de esos terrenos; pretendiendo, por lo tanto, expropiar una parte de esa finca inventada.

Y os preguntaréis: todo esto, ¿qué tiene que ver con Pilar Franco?

Y yo os contesto: paciencia, joven Padawan. Paciencia.

De todas las circunstancias que rodeaban la estafa de Bruguera, el primero que fue consciente fue Sergio Orbaneja. El avispado conseguidor visitó la zona un domingo y se encontró, para su sorpresa, con un partido de fútbol. Indagó y habló, sobre todo, con Claudio Jadraque, el utillero. Así pues: tomó conciencia de que los terrenos que Bruguera había “ocupado” con su certificado de Hacienda y su escritura privada falsa tenían dueños muy bien definidos y, lo que es peor, había centenares de testigos de ello: labriegos de la zona, inquilinos de la Casa Blanca, jugadores, árbitros y público. De hecho, al ser partidos de fútbol oficiales, incluso había policías que asistían a los mismos por seguridad.

Sergio Orbaneja descubrió, desalentado, que la finca llamada Casa Blanca, lindante al norte con la carretera de Vicálvaro y la Huerta del Cordero, por el este con los herederos de Pedro Barbería, por el sur de nuevo con los Barbería hereus y un foso, y por el oeste con el hospital de San Juan de Dios y terrenos de la Diputación; esa finca, digo, estaba perfectamente registrada en el Registro de la Propiedad número 2 de Madrid como finca 574. El registro de la Propiedad hacía notaría de todos los cambios de propiedad que se habían producido desde la primera inscripción, en 1871, a nombre de los herederos de doña María Josefa Mosquera y Moscoso Guimarey, más conocida como la marquesa de Aranda.

Ni qué decir tiene que estas constataciones dejaron a los estafadores más fríos que Yolanda Díaz escuchando el Sermón de las Siete Palabras. Sergio Orbaneja, que había tomado la dirección de la estafa, consideró la parte fundamental de la misma totalmente perdida. Pero no todo. Todavía pensaba que, si no eran demasiado ambiciosos, todavía podían pillar cacho. De la enorme finca que Bruguera había “construido” en su beneficio, podían todavía quedarse con parte si sabían evitar los problemas mayores. Para el conseguidor, el mayor problema estaba en la Casa Blanca, la finca del Central y Dragados porque, como ya os he explicado, al propietario, que además no era cualquier propietario, le resultaría muy fácil adverar su propiedad; y sería muy difícil instar nada, ni expediente de dominio ni leches, sin que notarios o jueces diesen con el legítimo dueño.

Había que ir a por un objetivo más fácil. Por eso se fijó en la parte de aquellos terrenos que era un vertedero de tiempo atrás. Es decir: la parte de los terrenos de la Fundación Caldeiro que ahora el Ayuntamiento se quería chupar.

El tema, sin embargo, estaba en un stalemate. Es un momento en el que los estafadores de poca monta ya no pueden seguir solos; necesitan un primo, o prima, de Zumosol. Y, por eso, es aquí donde se produce un giro dramático de los acontecimientos.

Todo lo que sabía Mercedes Romeu Vaqué de aquella movida era que su novio, Manuel Bruguera, le había hecho dueña de unos terrenos en las afueras de Madrid, con los que podía soñar con una jubilación dorada. Esa jubilación, sin embargo, pasaba porque Merche lograse vender aquello; y para venderlo, necesitaba registrarlo en el Registro de la Propiedad. Y esto era lo que ahora parecía imposible, por lo que le decía Bruguera.

Para desatascar la cosa, Mercedes le habló a su novio de una amiga suya, Julia Rodríguez Álvarez, viuda de Núñez. Esta señora tenía un hijo, José Luis Núñez Rodríguez, de quien se decía que había hecho una fortuna en América y que estaba excelentemente empleado en España como asistente y apoderado de una señora principal.

Esa señora principal era Pilar Franco Bahamonde, viuda de Jaráiz y Hermanísima de la España del Nuevo Amanecer.

No podemos saber si a Bruguera le pareció buena o mala idea meter a una Franco en aquel embrollo. Siendo como era un hombre que llevaba sesenta y pico años nadando en aguas muy turbias y conociendo a todo tipo de hijos de puta como él, es difícil que no se maliciase que tan importante señora, en el caso de carecer de moral, pudiera soltar alguna que otra puñalada de pícaro en sus mismos riñones. Pero, probablemente, lo que pensó fue: no queda otra. Aquí estamos hablando de subvertir la bien engrasada maquinaria de la fe pública y el registro de la propiedad; y eso sólo lo puede conseguir alguien que esté por encima del bien y, sobre todo, del mal. Así pues, dio su placet a la gestión. Se pactó el contacto. El tema llegó a Núñez y, de Núñez, a la hermanísima. Y, de la hermanísima, a su abogado: Alfredo Gómez de la Serna. Un nota de muchas gónadas, como podréis ver.

Gómez de la Serna ya era la Champions League. Hasta ahora, hemos visto abogados expulsados y timadores que pretenden ser ingenieros sin serlo. Pero De la Serna estaba a otro nivel. Era abogado en ejercicio y, además, registrador de la Propiedad; esto es, se sabía de memoria cada rincón del laberinto normativo de la propiedad inmobiliaria. Era el registrador de Ocaña, provincia de Toledo; y, obviamente, esto le hacía conocer muy bien al notario local, Miguel González Rodríguez; por eso sabía que Miguel era el profesional de la fe pública ideal para plantear un bisnes como el proyectado.

Manuel Bruguera y Alfredo Gómez de la Serna se conocieron al inicio del verano de 1957. En dicha entrevista, Bruguera le entregó al registrador copia de todo lo que había hecho hasta el momento: el acta de Hacienda, la escritura falsa, las hojas kilométricas, la cédula parcelaria de la finca de la marquesa de Aranda y una certificación del Catastro indicando en su día la inexistencia de las cédulas parcelarias causada por los conflictos de Pedro Barbería con sus vecinos colindantes. En aquel acto, pues, Manuel Bruguera, se podría decir, vendió su alma; no al Diablo, pero sí a Pilar Franco.

Ahora el tema estaba en manos de Gómez de la Serna. El abogado era hombre de recursos, y de contactos. Sabía que necesitaba implicar a más personas en lo que estaba imaginando; personas que fuesen lo suficientemente estafadoras como para participar en una estafa. Afortunadamente para él, tenía todo tipo de clientes.

Pensó enseguida en José María Gutiérrez Soto. Se trataba de un conocido suyo que no era lo que se dice una perita en dulce. Ni él, ni su amigo y asociado a ratos, Claudio Pardo Fernández. Ambos eran timadores habituales y, llevados por la necesidad, habían puesto en circulación una gran letra de cambio, por 110.000 pesetas, bastante dinero hace setenta años, librada por Gutiérrez Soto y aceptada por Pardo, que éste le había endosado posteriormente a un tal Feliciano Ballestín.

Cuando la letra venció, Ballestín exigió su dinero pero, claro, los dos estafadores no tenían con qué pagar. Pardo ganó tiempo con un cheque sin fondos; pero aquello tenía toda la pinta de ir a estallar. Ballestín los denunció y fueron citados por un juzgado; en ese momento, habían acudido a Gómez de la Serna.

Lo cierto es que no salieron indemnes. La operación de las 110.000 pesetas les acabaría por costar la cárcel a ambos. Pardo salió al poco en libertad provisional y huyó a México, donde una mujer, probablemente su amante, le clavó un cuchillo en el cuello y lo mató. Por su parte, Gutiérrez Soto, tras todo el follón que ahora contamos, fue condenado por otra estafa y, en 1974, fue declarado en busca y captura por abandono familiar.

Gutiérrez Soto, que era quien debía pagarle las 110.000 pesetas a Ballestín, salió sin embargo pronto de la cárcel, puesto que Gómez de la Serna pagó su deuda (aunque, con el tiempo, el abogado sostendría, falsamente, que había sido absuelto). ¿Por qué hizo eso? Pues porque Gutiérrez Soto tenía los mismos apellidos que un afamado arquitecto madrileño. Jugando al equívoco, Gómez de la Serna había decidido que Gutiérrez Soto fuese, por ello, el “comprador” de la “finca” “vendida” por Mercedes Romeu. Dado que Pardo había desaparecido (de hecho, pronto estaría muerto), lo podía guardar en la manga para echarle toda la culpa si se descubría el engaño.

En paralelo a todo esto que os cuento, y que conforma el tronco fundamental de los sucesos, estaba Arcadio Cruz Velasco, el estafador original por así decirlo, tratando de convencer a un cada vez más escéptico Alfonso Sergio Orbaneja de que tirase para delante con el “negocio”. Orbaneja, ya os lo he dicho, cada vez creía menos en todo aquello. Pero, presionado por Cruz Velasco, se avino a preparar el documento de compraventa de una parcela de una hectárea, segregada de la parcela total; es decir, aceptó comprarle a Mercedes Romeu una parte de lo que en realidad no poseía. Escogió el vertedero al sur del campo de fútbol del Banco Central; como ya os he contado, era la parte de la finca con el que Orbaneja consideraba que todavía se podía perpetrar una estafa, pues consideraba que sus dueños estaban menos claros (Orbaneja, claro, desconocía que el aleve Ayuntamiento había puesto sus ojos de vieja'l'visillo sobre aquel albañal). El 30 de junio de 1957, Bruguera, como apoderado de su amante, y Sergio Orbaneja, firmaron la venta de aquella finca que ni vendedor ni comprador poseían, y que estaba a piques de ser expropiada.

La misma mañana en que firmaron la venta, Bruguera se marchó, mintiéndole a Cruz Velasco y a Orbaneja (les dijo que iba a visitar a una pariente) al cercano edificio de los juzgados, donde se había citado con Alfredo Gómez de la Serna y su cliente José María Gutiérrez Soto.

Gómez de la Serna presentó a los dos estafadores (que, por suerte para el abogado, no se conocían) e informó de que “el señor Gutiérrez” estaba interesado en comprar la parcela del “señor Bruguera”. Gómez de la Serna le dijo que ya tenía preparada la escritura de venta de la totalidad de la finca y que ya había concertado una cita con su amigo, el notario de Ocaña, Miguel González Rodríguez. Bruguera, pues, supo al instante que iba a vender una parcela que no poseía; pero que, en realidad, el tema era peor, porque una hectárea de dicha parcela, en realidad, la iba a vender dos veces, porque la acababa de enajenar en una mesa del Chun-Chao.

Así las cosas, Alfredo Gómez de la Serna citó a Bruguera en Ocaña el día 12 de julio. Cuando hizo eso, ya había hablado con su amigo el notario. González, parece ser, había puesto algunos peros al principio; pero cuando Gómez de la Serna le insinuó que podía sacar tajada del negocio (que, como veremos, la sacó), accedió a no ser muy porculo con la operación.

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