Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo
Horas después del suicidio de Shehu, a las ocho y media de la mañana del 18 de diciembre de 1981, Enver Hoxha estaba desayunando en su casa cuando llegó Ramiz Alia. Alia había estado hablando con Ali Çeno, responsable de la seguridad de Shehu, quien le había informado de que el primer ministro había sido encontrado muerto en su dormitorio. Alia también le informó de la existencia de la carta, y de la orden que había dado al Ministerio del Interior de que aislase el cuerpo del fallecido y no dejase que nadie lo tocase.
Alia siempre contó que, al iniciarse el desayuno, antes de
poder hablar él, Enver Hoxha le dijo que estaba de acuerdo con su propuesta de
que en la sesión de aquel día (que debía de terminar el juicio político del primer
ministro) Shehu saliese con una advertencia nada más. Alia, obviamente le
contestó diciéndole que no había lugar, porque Shehu se había suicidado. La
noticia, siempre según Alia, dejó helado a Hoxha.
Pero eso es lo que dice Alia. Lo cierto es que, aquella
mañana, Hoxha apareció ante otros testigos relajado y en full control,
lo que hace pensar que sabía perfectamente que le iban a dar la noticia de la
muerte de su número dos. Autorizó inmediatamente las investigaciones. El
ministro de Defensa, Kadri Hazbiu, se presentó en la casa de Shehu,
fundamentalmente para recuperar la carta. De seguro, cumplió órdenes de Hoxha;
lo que también es seguro que no podía imaginar era cómo la estaba cagando. Un
año después, cuando Hoxha impulsase el juicio político del propio Hazbiu, su
principal acusación fue que, esa mañana, se presentó en la casa para borrar las
huellas de una conspiración de la que el ministro habría formado parte.
El Politburo se reunió como si nada hubiera pasado, y
sostuvo una larga sesión hasta las últimas horas de la tarde. Hoxha entró
teatralmente en la reunión y comenzó a hablar del tema de Shehu. Lo acusó de
haber sido siempre un agente anti-albanés, y adujo documentos que dijo que
guardaba desde 1964, que demostraban que Shehu había sido un espía de los
británicos durante la guerra. Así las cosas, el primer ministro fue condenado
como enemigo del Pueblo, agente exterior de varios países, incluidas las
potencias occidentales en la guerra, los nazis, los fascistas italianos, los
yugoslavos y la KGB. Ah, y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas.
Aquel mismo 18 de diciembre, a eso de las doce, dos agentes de la Sigurimi aporrearon la puerta de la habitación que ocupaba Behgjet Pacolli en el Hotel Dajti. Pacolli estaba en Tirana en viaje de negocios, pues era representante de una empresa suiza. Los oficiales de policía le informaron fríamente de que la reunión que tenía esa tarde con la empresa de importación albanesa había sido cancelada; y que no sólo eso, sino que tenía que desplazarse a Yugoslavia inmediatamente, saliendo del país. Cuando Pacolli bajó para el check out, se dio cuenta de que no estaba solo: en realidad, la Sigurimi estaba echando a todos los huéspedes del hotel.
De hecho, todos los ciudadanos extranjeros que estaban en
Albania aquel 18 de diciembre fueron conminados a abandonar el país antes de
las ocho de la tarde.
El 19 de diciembre, Kadri Hazbiu, el ministro de Defensa que
estaba ya condenado aunque no lo sabía, cursó una orden a todos los cuarteles
del país, conminándoles a retirar cagando hostias todas las fotos que tuviesen
de Mehmet Shehu (que eran muchísimas). Se ordenaba, también, que con efecto
inmediato sus citas desapareciesen de los textos de formación militar.
Bueno, y hablemos del elefante en la habitación. ¿Realmente
se suicidó Mehmet Shehu? Pues, la verdad, nadie lo sabe, y yo creo que ya nadie
lo sabrá. Yo creo, de hecho, que la suerte de Kadri Hazbiu, represaliado un año
después de los hechos, fue la señal que envió Enver Hoxha a las pocas personas
que pudieran estar en el secreto (Alia, o su mujer Mexhmije) de que lo mejor
era estar calladitos; y ambos cumplieron.
Enver Hoxha no volvió a su oficina de trabajo hasta el 14 de
enero de 1982. Al parecer, ocupó aquel día en escribir unas notas bastante
positivas sobre Kadri Hazbiu. Sin embargo, como otras muchas veces los actos
escritos o verbales de Hoxha eran una cosa, y los reales, otra. Pronto, Hazbiu
fue acusado de formar parte de un grupo especialmente formado contra Mehmet
Shehu. Fue arrestado en septiembre de 1982. Fue poco tiempo después de que unos
exiliados albaneses, comandados por Xhevdet Mustafá, desembarcasen en el país.
Rápidamente, se dijo que venían a matar a Hoxha, y que Hazbiu los protegía.
Además, Hazbiu fue acusado de haber estado en casa de Shehu
horas antes de su muerte y, como sabemos, a la mañana siguiente. El ministro
adujo que el 17 por la tarde había estado en una fiesta de cumpleaños con otras
30 personas; pero en el comunismo ese tipo de coartadas eran una mierda de
coartadas. En cuanto a su visita del día siguiente, dijo que había recibido la orden
personal de recabar la carta, y que se la había dado en persona a Enver Hoxha.
Por aquel entonces, Fiqirete Shehu estaba declarando (bajo tortura) que Hazbiu,
su marido y Feçor Shehu pertenecían al mismo grupo disidente. Los cargos contra
Hazbiu se remontaron a la segunda guerra mundial.
Kadri Hazbiu fue probablemente fusilado en algún momento de
1983, más o menos al mismo tiempo, o quizás al mismo tiempo, que el ex ministro
del Interior Feçor Shehu, el de salud, Llambi Ziçishti, y un alto mando de la
Sigurimi, Llambi Peçini. Lo de Ziçishti poca gente se lo ha podido explicar. No
era una figura prominente, así pues difícilmente podía presentar la
característica que, se dice, labró la desgracia de muchos: poder hacer sombra
al ascenso de Ramiz Alia. Pero, sin embargo, parece que se sorprendió de que
nunca hubiera una autopsia del cuerpo de Mehmet Shehu; otras versiones dicen
que llegó a ver el cuerpo y se percató de que había sido asesinado. Feçor
Shehu, por su parte, fue uno de esos escasos purgados comunistas que, en el
juicio, declaró que había sido torturado y que todo lo que había confesado era
mentira. El juez, Aranit Çela, y debo decir que no sin razón, le retrucó
diciendo que resultaba poco creíble un ministro del Interior que se mostrase
sorprendido de que se hubiese usado la tortura al interrogarlo. “¿Acaso no
sabía usted”, le dijo, “que en las comisarías albanesas se tortura?”
Con la muerte de Feçor Shehu, Enver Hoxha batió un récord:
había ejecutado a todos los ministros del Interior de sus gobiernos
desde el final de la guerra (Mehmet Shehu, Feçor Shehu y Koçi Xoxe).
Tras esta paciente y constante labor, por fin Enver Hoxha
había conseguido el objetivo que seguro buscaba, puesto que era el mismo que
tuvo Stalin: convertirse, en la práctica, en el único comunista albanés vivo de su
generación. Con un pastueño sucesor más o menos designado (Alia) que,
además, ya se ocupaba de purgar a todo aquél que le hiciese algo de sombra,
podía estar tranquilo. Llegaron los años más estables para la vida de Hoxha.
Solía estar en su mansión en el Bllok, y sus apariciones públicas eran muy
medidas. Su casa había sido renovada en 1973, con materiales y equipamientos
importados, y tenía una presencia especial de los libros, de los que el
autócrata era un apasionado y gran comprador, tanto en el interior como en el
exterior. Se decía incluso que el gobierno francés había instituido un fondo
para comprarle libros. Hoxha era un coleccionista especialmente dedicado de
libros dedicados; tenía muchos de intelectuales y políticos comunistas o de
izquierdas, como Dolores Ibárruri, La Demócrata. Muchos de los libros que
poseía estaban prohibidos en Albania (lo cual es algo bastante habitual en los
jerifaltes comunistas). Curiosamente, una parte importante de la biblioteca eran
novelas de vampiros que, aparentemente, lo fascinaban.
Enver Hoxha y Nexhmije Hoxha, por otra parte, tenían el
típico problema del matrimonio maduro cuyos polluelos han abandonado el nido:
estaban solos. Pero encontraron algo que hacer. Hoxha, en realidad, perdió poco
después de la muerte de Shehu todo interés por los temas políticos del día a
día. Comenzó a preocuparse seriamente por la Historia y por su imagen en ella.
Como todo comunista que, sobre tonto, no es gilipollas, algo se barruntaría,
seguro, de que tal vez su figura sería discutida con el tiempo; y, tal vez, tan
sólo temía que quien lo sucediese acabase por, una vez muerto, borrarlo o,
peor, denigrarlo ante el mundo y ante los albaneses. Dado que Nexhmije tenía
una amplia experiencia como editora de sus escritos, cosa que ya había hecho en
el Instituto Marxista-Leninista, la tarea estaba clara: escribir sus memorias.
Este equipo colorao, en efecto, escribió y editó trece
libros de memorias, lo cual hace de Hoxha, de lejos, el marxista más prolífico
de la Historia. La publicación de las obras completas de Hoxha fue una labor
hercúlea, en la que colaboraron muchos escritores como editores, y muchos otros
como traductores.
Obviamente, Hoxha contó, desde el principio, con que su
versión sería la versión de los hechos. Pero eso comenzó a quebrarse
pronto. El segundo canal de la televisión yugoslava comenzó a emitir unos
programas sobre la segunda guerra mundial, con inclusión de testimonios varios
de testigos directos y el uso de documentación del Partido Comunista Yugoslavo.
En varios de esos episodios se describieron las cosas de formas muy distintas a
como las contaba Hoxha. En algunos casos, al autócrata albanés le costaba
desmentir lo dicho, puesto que la fuente eran sus propias cartas, o de su mujer,
a los enlaces yugoslavos del momento.
A mediados de los años ochenta, conforme la vida de Hoxha se
hacía más plana y aburrida, el descenso de Albania a los infiernos se hacía
cada vez más evidente. Se trataba de un país totalmente aislado, un paria internacional,
con todas sus fronteras llenas de alambre de espino y el 64% de su costa
declarada zona militar. Desde el inicio del régimen, la guardia fronteriza se
había desempeñado de forma violenta con cualquier persona que intentase salir
del país, a menudo asesinándolos en el momento; de hecho, en 45 años apenas
6.000 personas lograron huir. El país estaba repleto de zhurmues, unas
máquinas enormes que hacían ruido, cuyo objetivo era impedir que las estaciones
de radio y televisión italianas o yugoslavas se pudiesen escuchar y ver en
Albania. Además, el país era el tercero más pobre del mundo. Los habitantes de
Tirana vivían en pisos-patera, ocupando de cuatro a diez personas pisos de 50
metros cuadrados. En todo el país, en 1984 había 1.265 coches.
A mediados de 1984, la salud de Hoxha empeoró. Liljana Hoxha
lo recuerda en esos tiempos, sentado en silencio y con la cabeza caída, y nos
informa de que en 1982 ya tuvo que ser portado en andas al podio del desfile
del 1 de mayo.
El 29 de noviembre de 1984, Enver Hoxha apareció en público
por última vez. Llevaba exactamente 40 años en el poder. Era, efectivamente, el
XL aniversario del gobierno comunista de Albania. Los cámaras de televisión
recibieron instrucciones precisas de no hacer primeros planos. Un día antes,
Hoxha había invitado a cenar a su viejo amigo el doctor Milliez. En esa cena le
presentó a Ramiz Alia y, por primera y única vez en su vida, lo señaló como su
sucesor.
Poco tiempo después de la que sería su última aparición en
público, Enver Hoxha comenzó a demenciarse. En una reunión del Politburo, en
febrero de 1985, Hoxha mostró un nivel total de desorientación e, incluso,
muestras de pensar que estaba en 1955 y no 30 años después. Fue aquélla la
última vez que estuvo en las instalaciones del Partido. Rápidamente después,
perdió la capacidad de moverse, y de hablar.
El 7 de abril, por la mañana, se las arregló para hacerse
entender. Quería ver a sus hijos y sus nietos. Al día siguiente, a eso de las
11, Nexhmije llamó al enfermero y le ordenó que sacase a su marido al jardín.
Se tomó película de esa escena. Son las últimas imágenes que se filmaron de él.
Desde las 9 de la mañana del 9, Enver Hoxha estuvo ya
clínicamente muerto. Minutos antes, cuando la enfermera lo estaba aviando, se
había levantado, y caído al suelo. Los médicos consiguieron que el corazón le
latiese de nuevo; pero ya no volvió a vivir, aunque muerto, muerto, lo que se
dice muerto, no estuvo hasta las 2 horas y 10 minutos del 11 de abril. Entre medias podríamos decir que estuvo no-muerto, que es algo que supongo le gustaría, admirador como era de las historias vampíricas.
Al día siguiente, el cuerpo de Enver Hoxha fue llevado al
edificio llamado de La Oficina del Presidente; había sido construido en 1960
para ser la embajada soviética en Tirana, pero nunca había sido ocupado por
soviéticos. A las siete de la mañana, el primer ministro, Adil Çarçani, hizo el
anuncio oficial. Hekuran Isai, ministro del Interior, colocó a la Sigurimi y el
resto de fuerzas armadas en alerta máxima. Sólo ese día se emitieron 45 órdenes
de seguridad.
A las 10 de la mañana, Radio Tirana leyó el comunicado
conjunto del Politburo y el Comité Central del Partido. A las 13 horas, Reuters
publicó la noticia en el exterior.
Diversos grupos marxistas fueron invitados a participar en
el funeral pero, sin embargo, el gobierno no dio audiencia a las condolencias
soviéticas (ni británicas). Estados Unidos, más prudente, escogió no decir
nada, ni bueno, ni malo. Se declararon siete días de luto, durante tres de los
cuales los albaneses desfilaron delante del cuerpo para darle su último adiós (como con Franco o Tierno Galván, sí).
El 14 de abril, día del funeral, el Politburo declaró que 14
granjas colectivas y fábricas llevarían el nombre de Enver Hoxha; la
universidad de Tirana recibió su nombre también. Se decidió erigir tres
monumentos: en Gjirokastra, Korçë y Tirana.
El comunismo albano sobrevivió a Hoxha cinco años. En
diciembre de 1990, los albaneses decidieron acabar con aquella movida. Habían
sido 46 años de dictadura que produjeron 5.037 hombres y 450 mujeres fusilados,
16.788 hombres y 7.367 mujeres encarcelados. El 20 de febrero de 1991, en el
marco de una manifa, unas 100.000 personas se juntaron cerca de la estatua de
bronce de Enver Hoxha, en la plaza Skanderberg, y la tiraron al suelo; luego la
engancharon a un tractor que la paseó por la ciudad. Para entonces, los
estudiantes de la universidad estaban en huelga de hambre para reclamar que a
su universidad le cambiasen el nombre otra vez.
En mayo de 1992, los restos de Hoxha fueron trasladados al
cementerio de Tirana mientras que, en un movimiento simultáneo, muchos
opositores asesinados fueron trasladados al cementerio de los mártires de la
patria.
A mi modo de ver, estas breves notas aquí elaboradas vienen a apuntar una tesis bien clara: desde noviembre de 1944, cuando Enver Hoxha consiguió que Miladin Popovic, el hombre de Tito en Albania y el verdadero hombre de poder en el país, confiase en él para colocarse al frente del comunismo del país, Hoxha no hizo otra cosa que eliminar enemigos; y, cuando se le acabaron los enemigos, amigos que pudieran ser enemigos. La conciencia de que había sido Tito quien lo había colocado donde lo colocó (más que probablemente, para que no diese por culo con Kosovo) hizo que su odio a Yugoslavia rigiese toda su vida. Hoxha no rompió con los otros comunismos porque los consideraba poco marxistas; rompió con todo aquél que decidió llevarse bien con Belgrado. Cortando ese cordón umbilical, Enver Hoxha condenó a su país a ser uno de los más pobres de la Tierra. Pero ni a él, ni a ninguno de sus turiferarios, eso pareció importarle.
La Historia de Enver Hoxha y el comunismo albanés, junto con la herencia tan jodida que dejó tras de sí, se explica de una de tres maneras:
- Los comunistas son la hostia en verso; pero no Hoxha. Hoxha era un comunista equivocado.
- Hoxha era un gran gobernante, solo que el aislamiento internacional, como a la rebelde Jeanette, le hizo así.
- Los regímenes comunistas tienden a ser una mierda siempre.
Como eres mayorcito, escoge tú.
Leí hace ya tiempo que algunas de las prácticas más repugnantes del Ingsoc se dieron en la Albania comunista, tales como los hijos que denunciaban a sus padres.
ResponderBorrar¡Qué monstruo tan olvidado por haber aparecido en un país que aún arrastra el aislamiento al que lo sometió!
Oh... pero si Hoza tenía tan mala salud, cómo consiguió que los militares y los jefes de la policía secreta no intentasen derrocarlo? Les garantizaba una buena vida o algo así? Por otro lado felicitaciones por la serie; la verdad este señor hizo tanto daño que hasta pensaba seguramente que estaba haciendo bien...
ResponderBorrarBueno, los controló como siempre: apiolándoselos. Para los mandos del ejército albanés, la suerte de Bakullu marcó la tónica, igual que pasó con Tukhachevsky en la URSS. Cuando cae alguien así, ya todos los culos están en peligro.
BorrarGracias por las felicitaciones, enigüey.
Ahora empiezo a comprender sus mecanismos de control... Por otro lado, si algún día quieres explicar la caída de Yugoslavia y sus conseucencias, te compro todos tus libros :). Por cierto, como soy invidente quisiera adquirir tus libros digitales de la derrrota de aquiles y otros; solo que se me complica entender el sistema de pagos por internet :(
ResponderBorrarYa no están a la venta. Pero si me escribes a granmiserable@gmail,com, te mando una copia (si los encuentro)
BorrarMuchas gracias; te escribiré :)
ResponderBorrarLlevo un tiempo que sin querer queriendo me estoy tragando un montón de medios sobre Yugoslavia antes y después y yo también me alegraría muchísimo si le dedicases un tiempo a su derrumbamiento. Yo soy de los que cree que con Tito muerto estaba condenada pero veo a mucha gente últimamente que acusa a Estados Unidos de gestarlo todo con medidas económicas. Lo de que sean también de los que quitan cualquier culpa a los serbios es otro tema.
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