Aquí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.
La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode
Alejandro Farnesio, duque de Parma, Plasencia y Castro y gobernador general de las Provincias Unidas en nombre de su rey, Felipe de España, conoció la noticia de la muerte de María incluso antes de que Bernardino de Mendoza se la comunicase. Estaba en Bruselas, hibernando, y muy contento no se quedó. Desde que Farnesio se había unido a su tío, Juan de Austria, en el teatro holandés (1577), había estado obsesionado con una operación de rescate de María, la toma de Londres a sangre y fuego y la reinstauración en Inglaterra de la verdadera Fe. Tanto Parma como Juan de Austria habían llegado a la conclusión, personalmente creo que cierta, de que la única manera de que las Provincias Unidas se pacificasen bajo un gobierno católico era que el bastión puritano inglés cayese. Mientras tanto, los rebeldes siempre contarían con un oleoducto de dinero, medios y hombres. Para los españoles, intentar controlar las Provincias Unidas sin controlar Inglaterra venía a ser el mismo error que intentar controlar Vietnam sin controlar China.
En Parma, además, el ejército español de las Provincias
Unidas encontró al estratega que necesitaba. No se trata exactamente de que las
tropas españolas antes de su llegada fuesen una mierda; pero estaban menos profesionalizadas y poco cohesionadas. Farnesio resolvió eso, mejorando
significativamente, por ejemplo, las capacidades de asedio de las tropas de
mando español (formadas por españoles, italianos, alemanes y valones), lo que
les hizo recuperar buena parte de su pasado prestigio.
Con un ejército sorpresivamente eficiente, Parma comenzó la
paciente conquista de una sólida base territorial al sur de las Provincias
Unidas. En agosto de 1585, Parma cantó el bingo que esperaba, al imponerse en
el sitio de Amberes; prácticamente un año después del asesinato del príncipe
Vodafone.
Ambos hechos: la muerte de Orange y la toma de Amberes por Sandro Farne,
habían colocado la rebelión holandesa contra las cuerdas. Fue por esta razón
que Isabel, como siempre nada convencida de lo que hacía, acabó metiendo a
Inglaterra en aquel Vietnam en plan gouda. Sin embargo, no le quedaba otra. Si los españoles
lograban dominar una parte fundamental del paso del Canal, toda la opción
estratégica que le quedaría a Isabel sería Francia; en ese punto, Inglaterra se
convertiría en uno de esos equipos deportivos que no dependen de sí mismos para
una clasificación; y el partido francés lo podía ganar Felipe II con bastante
probabilidad. Además, como bien sabemos los españoles en nuestra larga Historia, quien tiene a un francés por aliado nunca sabe, a ciencia cierta, lo que tiene.
A pesar de que quien se emperró en ir a las Provincias
Unidas a ganar puntos delante de su reina: Roberty Dudley, conde de Leicester,
no era el mejor de los generales del mundo (la verdad es que Leicester, aparte
de labia para enamoriscar reinas, no era el mejor del mundo en nada; ni el
segundo, ni el tercero), la ayuda inglesa, muy relevante (y muy cara), se notó
enseguida. La añada bélica de 1586 se saldaría con muchos menos avances y
victorias de Farnesio de lo que él mismo había estimado. Consiguió, eso sí,
conservar sus rutas logísticas y controlar Zutphen, pero su proyectado avance
por las provincias del norte no se produjo, porque allí los angloholandeses se
defendieron como gato panza arriba.
En diversos sitios se ha dicho y escrito que si Farnesio era
un loco chocoperas que quería invadir Inglaterra sí o sí, y que no veía las
dificultades intrínsecas de sus propuestas. Yo, sinceramente, no lo creo. El
duque de Parma era un militar con un perfil extraordinariamente moderno para su
tiempo, yo diría que incluso adelantado a él en algunos aspectos; y, desde
luego, juzgaba las cosas, o por lo menos yo pienso que las juzgaba, con la
frialdad de un buen jefe de Estado Mayor; uno de esos a los que el “Dios lo
quiere” le importa mucho menos que el “se puede/no se puede hacer”.
Cuando Felipe II le consultó a Parma la posibilidad de una
invasión de Inglaterra, él, a pesar de que personalmente aquélla era la idea que más lo excitaba del mundo, le expresó su escepticismo. Básicamente, el pero
planteado por Farnesio se debía al hecho de que un eventual desplazamiento de
las tropas españolas situadas en las Provincias Unidas a las islas dejaría unas
tropas de reserva en el territorio de origen que podrían ser fácilmente
atacadas desde Francia. Como se ve, Farnesio tenía esa percepción de los buenos
militares profesionales; la consciencia de que las batallas no se ganan sólo
con las tropas que combaten en ellas; y, además, tenía una percepción muy precisa de lo cabrones que podían llegar a ser los franceses.
Ciertamente, el duque de Parma, en algún momento, había
coqueteado con la idea de una invasión de Inglaterra desde el otro lado del
Canal, llevada a cabo por sus propias tropas en barcazas usando la oscuridad de
la noche. Pero en los tiempos que relatamos, era consciente de que una
operación así era posible únicamente en tiempos en los que nadie o casi nadie
la esperase; ahora que la invasión española de Inglaterra era uno de los
principales comecome en las Cortes europeas, una operación así sólo era posible
mediante la existencia de una flota armada de escolta para toda la operación. Ya no se trataba, pues, de atravesar el Canal como culebrillas en la oscuridad, sino de hacerlo entre filas de carros de combate que protegiesen de los pepinos del enemigo. Y
eso añadía un tercer elemento que había que combinar. O sea, la invasión
demandaba: que hubiese tropas dispuestas al otro lado; que en Francia la Santa
Liga estuviese en condiciones, como poco, de taponar un ataque sobre la reserva
en las Provincias Unidas; y que hubiese una flota que escoltase las barcazas. Y
todo eso había que coordinarlo al segundo en un mundo en el que retrasos de días, de semanas y aun de meses eran la norma.
Había otro problema, además: esa flota sólo podía llegar de
España. No había otra posibilidad. España era la dueña de medio mundo; pero de todo ese medio mundo todo, absolutamente todo, quedaba a tomar por culo del teatro bélico previsto para la invasión. Sin embargo, si barcos españoles se presentaban en
el canal para escoltar las barcazas, ¿dónde dormirían los barcos? Farnesio no
contaba con un solo puerto de calado suficiente como para albergar las naves
que vendrían; cuando menos hasta que consiguiera tomar Brill o Flesinga.
En consecuencia, Alex tendía a modificar el orden de los
factores. La mayoría de los asesores del rey Felipe le decía que no podría
pacificar las Provincias Unidas si no invadía Inglaterra. Parma consideraba que
para invadir Inglaterra era necesario pacificar las Provincias Unidas. Sin
embargo, la ejecución de María, reina de los escoceses, cambió este
planteamiento. Un hecho así, consideraba, había convertido la acción española
en un asunto de honor.
Mendoza, pues, si no lo sospechó de salida, pronto habría de
saber que uno de los obstáculos para la operación que había decidido
patrocinar, el rápido ataque español a Inglaterra, había desaparecido, porque
Farnesio pronto se sacudiría sus escepticismos. Pero había otro flanco que
tenía que tratar de asegurar.
Las tres personas con las que el embajador español en París
había compartido la noticia de la muerte de María habían sido su rey, Farnesio,
y Enrique de Guzmán, conde de Olivares, quien en ese momento era embajador en
Roma.
María había muerto martirizada a causa de su fe católica,
cierto. Pero, meses antes de que eso ocurriese, él tenía la carta, había
desheredado de sus derechos dinásticos a su hijo Jacobo, rey de Escocia, al que
consideraba herético; y, consecuentemente, había colocado los derechos de la
corona de Inglaterra en manos del rey Felipe.
Lo que Mendoza le urgía a su colega Guzmán era que se
trabajase al Papa. Debía, le dijo, convencerlo de que en Francia la Santa Sede
no tenía en quien confiar salvo en los Guisa de la casa de Lorena. Bernardino
de Guzmán decía tener pruebas de que la embajada enviada por Enrique III a
Londres, presuntamente para terciar por la vida de María, en realidad lo que
había hecho había sido urgir su ejecución. El Papa debía de tener claro quiénes
eran sus amigos en Francia, como debía ser consciente de que necesitaba
“fabricar” un capitán católico inglés que pudiera dirigir a los papistas
locales cuando los españoles invadiesen Inglaterra. Por eso, Mendoza instruía a
Guzmán para que asimismo presionase al Papa en el nombramiento como cardenal de
William Allen, el hombre que los españoles consideraban idóneo para realizar
dicho liderazgo.
El 24 de marzo de 1587, después de un difícil viaje desde
París, el correo llegaba a la embajada de España. Llegó por la mañana y por la
tarde Guzmán estaba ya entrevistándose con el cardenal Caraffa, secretario de
Estado vaticano. Los españoles sugerían al
Papa que celebrase un Requiem en Roma por el alma de María pero, sobre todo,
querían hablar de pasta. La plata de América se estaba retrasando aquel año y,
por ello, buscaban que el Papa adelantase la pasta, además de la propia promesa
del pontífice de entregar de su bolsillo un millón de ducados de oro en el
momento en que los españoles pusieran pie en la isla. España proponía usar esta
promesa como colateral del préstamo que ahora pedía.
William Allen, el campeón católico defendido por los
españoles, era fundador y presidente del Colegio Inglés de Douai, así como
cofundador de dicha institución en Roma. En el momento que María, reina de los
escoceses, fue ejecutada, Allen llevaba ya 22 años sin pisar Inglaterra. Sin
embargo, si algo lo distinguía era su convicción de que algún día regresaría a su
país, y el trabajo incansable que había desplegado, y seguía desplegando, en
esa dirección.
Como muchos católicos ingleses, y éste es un efecto bastante
común pues lo encontramos de nuevo, por ejemplo, en los exiliados españoles de
la guerra civil, Allen, en el momento de dimitir de su puesto de director del
Saint Mary’s Hall de Oxford, había pensado, más que probablemente, que su
renuncia era un movimiento estratégico que tendría escasa duración en el
tiempo. En ese momento, más o menos, María, la reina viuda de Francia, había
navegado hasta las cosas de Escocia, y las apuestas de los católicos eran
claras en el sentido de que la tortilla se iba a dar la vuelta más pronto que
tarde. De hecho, los católicos ingleses esperaban la publicación de una bula papal
ordenando la reinstauración católica en el país, que sería llevaba a cabo por
España, Francia o, incluso, ambas a la vez.
En todo caso, la mayoría de los católicos no creía en
soluciones que implicasen la violencia. Esta mayoría creía que sería la propia
Isabel de Inglaterra la que favorecería el regreso del orden católico al país.
Juzgaban que mucho cariño no le podía tener a su padre, puesto que al fin y al
cabo había matado a su madre; y, desde luego, no esperaban que la reina fuese a
mostrarse ni tan recalcitrantemente propuritana ni, sobre todo, fuese a mostrar
la providencial longevidad de los reyes ingleses.
Allen, sin embargo, había podido regresar a Inglaterra
brevemente en 1562, en un viaje que lo dejó bastante patidifuso. Como le ocurre
siempre a los exiliados de largo plazo, el buen católico tenía una imagen de su
país que no era la que su país le ofreció. En la Inglaterra que visitó, el catolicismo estaba
literalmente barrido de la vida social. Sobre todo, tuvo una buena ración del
legendario pragmatismo británico, pues se encontró con conocidos de cuyas
convicciones católicas no podría dudar, acudiendo a los servicios anglicanos
incluso con el conocimiento por parte de sus pastores de sus verdaderas creencias. Aquel viaje lo convenció de que,
cuando la verdadera fe se impusiera de nuevo en Inglaterra, sería necesaria una
nueva generación de sacerdotes, muy distinta de la que había con antelación;
éste fue el principio rector general que instiló la función del Colegio Inglés
de Douai.
Inmediatamente después, se produjo el levantamiento del Norte, severísimamente reprimido por los ingleses y que provocó una auténtica marabunta de refugiados hacia el continente. Isabel y sus asesores puritanos no estuvieron muy hábiles en la represión (es un gesto que se repetirá en la Historia inglesa y que irá provocando cositas sin importancia, como el problema irlandés) pues, además de actuar contra los cabecillas, realizaron una política sistemática de deprivación de medios de sospechosos e incluso tibios, en un proceso de ¡exprópiese!, digno de cualquier pígnico burócrata venezolano; lo que hizo que las Provincias Unidas, París, Roma y hasta Madrid se petasen de personas cuyo único deseo en la vida era, ya, ver a Isabel de Inglaterra colgada de un árbol y desventrada. Hay que decir, sin embargo, que las grandes potencias católicas acogieron toda la aquella rabia con bastante tibieza. Felipe II no tenía el ánimo para loterías, con el tema holandés como estaba, la revuelta de los musulmanes en España y el problema en el mar con el Turco. Sólo recibieron aquellos exiliados el apoyo, más moral de otra cosa, de Pío V, su Papa, quien, en su bula Regnans in excelsis, declaró a Isabel herética, perseguidora de la verdadera religión, y excomulgada.
La lectura de esta serie sobre la Armada Invencible me ha hecho leer aquella otra sobre Isabel I de Inglaterra. Es increíble la similitud entre lo que se relata en la entrega 19 ("las cosas salen peor que el orto"), y lo que está pasando ahora con la pandemia de coronavirus...
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