Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
Una vez que pasó el juicio,
Ulrike se fue a visitar a Renate Riemeck. A su madre putativa le confesaría que
no sabía muy bien qué escribir de aquel juicio, porque a ninguno de los acusados
se lo podía tomar en serio desde un punto de vista político. A pesar de eso, la
cronista finalmente escribió una cerrada defensa de los acusados, lo cual
refleja que, o bien cambió de opinión, o bien le dijeron que esa opinión era la
más coherente con la política de la revista. De hecho, llegó más lejos, puesto
que intervino en un coloquio en Hamburgo sobre el derecho a la desobediencia,
en el que hizo una cerrada defensa de los incendiarios. Al público aquello no
le pareció muy bien. Como el vasco que fue a misa en el chiste, no eran partidarios.
Tras esa reunión, Ulrike se fue
con los Rühmkorf. Allí le dijo a su matrimonio amigo que los activistas estaban
obligados a provocar las actitudes fascistas de la policía para así provocar la
apelación de la sociedad hacia su liderazgo. Como se ve, siempre la idea de la vanguardia
revolucionaria, utilísimo préstamo eclesial al comunismo. Aquellas discusiones cada vez la
separaban más de su amiga Eva María, militante en el SPD y, por lo tanto,
convencida de que el sistema se cambiaba desde dentro del sistema (llegó lejos Eva María; fue ministra del land de Schleswig-Holstein; murió en el 2013). Ulrike, en
cambio, era partidaria de “provocar la eclosión del fascismo latente en la
sociedad”.
El 28 de septiembre de 1968, se
creó en Alemania un nuevo Partido Comunista, basado en el principio estratégico
de la renuncia al derribo del Estado liberal; para entonces, sin embargo,
Ulrike Meinhof era ya incapaz de aceptar una transacción así.
En diciembre, cuando Klaus Rainer
Röhl se dejó caer por Berlín para ver a
sus hijos, su ex mujer le estaba esperando con el borrador de un artículo, artículo
que, le retó, no tenía huevos de publicar en Konkret. El borrador era una crítica feroz contra Röhl, al que
acusaba, entre otras cosas, de haber ninguneado al grupo de Berlín. Era sólo el
principio. En realidad, el grupo de
Berlín estaba buscando la manera de hacerse con la revista echando a su
editor y propietario; una conspiración de la que Röhl se enteró gracias a sus
hijas, quienes le contaron inocentemente las conversaciones que habían
escuchado en casa (los niños, ya se sabe, se enteran de todo). La revista comenzó a llenarse de gente nueva, algunos
extremadamente jóvenes, que pronto reclamó su derecho a hablar en los comités
editoriales; Röhl siempre sospechó que aquello formaba parte de la conspiración
berlinesa. El editor convocó una reunión editorial en la que se presentó Ulrike
y otro montón de gente, claramente para presionar, entre la que se encontraba
Astrid Proll. Se montó la mundial. Al final, hubo que acordar un triunvirato de
editores jefe: el propio Röhl, Rühmkorf, y Uwe Netelbeck (fallecido en 2007, Uwe hizo carrera como periodista, crítico de cine y músico; la Wikipedia le atribuye el mérito de haber renovado el rock alemán en los años setenta del siglo pasado, pero el autor de estas notas no tiene elementos de juicio para apoyar o desmentir dicha aseveración).
Poco después de aquello, Ulrike
escribió un artículo que firmó con la identidad del colectivo berlinés. Röhl se
negó a publicarlo si no era con el nombre ella, y entonces ella, con la
connivencia de otro editor (Neterlbeck), lo coló. Röhl, sin embargo, consiguió
pararlo antes de que se imprimiese. Lo siguiente que pasó en aquella pelea
entre izquierdosos fue que un grupo de chavalotes, conocedores de que Röhl estaba de viaje, ocupó su casa en abril de 1969. Se bebieron hasta el vinagre de
las ensaladas, y se fueron cuando los vecinos comenzaron a protestar. El escrache a la alemana, por lo lo que se ve, incluye el asalto de nevera.
El 3 de mayo, al parecer por
casualidad, Röhl y Rühmkorf se enteraron de que Ulrike preparaba un asalto en toda
regla contra la redacción de Konkret, que
pretendía ocupar en el marco de un movimiento para hacer de la publicación una
auténtica revista de izquierdas. No queriendo avisar a la policía, los dos
editores vaciaron la revista, cuyos muebles y máquinas fueron distribuidos
entre unos cuantos domicilios.
A la una de la mañana del día 7
de mayo, efectivamente, una caravana de coches salió de Berlín camino de
Hamburgo. Eran 18 ocupas, entre ellos Astrid Proll y Bernward Vesper, el ex de
Gudrun Ensslin. Incluso iban dos reporteros de Der Spiegel… sí, colegas. Aquellos tipos iban a cometer un delito,
iban a violar la entrada de unas oficinas y meterse dentro, y dos periodistas
pretendían documentarlo. Porque la Prensa, que tan rápida es a la hora de
reclamar el cumplimiento de la ley cuando la ley habla de la libertad de
expresión, luego tiene sus problemas a la hora de comprender que la ley hay
que cumplirla siempre y que en eso consisten las democracias.
Para su desgracia, cuando a las
10 de la mañana estaban frente a las oficinas del Gänsemarkt, también estaba la
policía. Alguien se fue de la lengua; hay quien dice que alguno de los dos
periodistas aunque yo, la verdad, tiendo a pensar que debían de ser un buen par
de subnormales para haberse metido en aquel berenjenal, así pues es difícil que
supieran marcar un teléfono (en su descargo hay que decir que entonces era más
difícil que ahora, con la ruedita aquélla que volvía a su sitio).
Ulrike llegó a las 11 (había
viajado en avión) y, ante la imposibilidad de tomar la revista, ordenó el
traslado al domicilio de Röhl. Hasta allí se fueron todos los coches (y la
Prensa, que ya había aparecido en masa). Le pintaron una polla en la pared de
la fachada. Entraron en el jardín, rompieron muebles, tiraron de los cables del
teléfono, rompieron todo lo que encontraron y miccionaron en la cama de su
explotador. Evidentemente, lo que seguiría en los meses siguientes fue una
purga en toda regla por parte del dueño de la revista; aunque, desde luego, estoy seguro de que, por ejemplo, en la España de hoy hay más de uno, y más de dos, magistrados de lo social, que se negarían a considerar como causa lícita de despido que tu trabajador haya destrozado tus muebles y se haya meado en tu cama. Ulrike también dejó de
escribir.
Para entonces, la levantisca
columnista vivía en Berlín con Peter Homann. La vida no le iba mal. Acababa de
terminar de escribir su serie para televisión Bambule, que estaba empezando a filmarse. Por esa época, bastante
cansada de ser periodista, fue cuando tomó conocimiento del proyecto que Gudrun
Ensslin y Andreas Baader habían lanzado para “reeducar” a jóvenes
problemáticos. Inmediatamente, Ulrike, además de intentar reclutarlos para sus
movidas como ya comenté, pensó en montar su propia red reeducacional berlinesa.
Fue en esa tentativa donde conoció a Irene Görgens.
Ulrike se compró un apartamento
en la Kufsteinerstrasse, en el centro pijo de Berlín (las vanguardias
proletarias, siempre tan necesitadas de experimentar los prejuicios burgueses
en primera persona para así poder criticarlos mejor) y se trasladó allí en
octubre de 1969. La casa pronto se llenó de gente. Además de las gemelas y de
Homann, que ya venían de anteriores residencias, también se apuntaron
Mitscherlich Seifert, hermano de una amiga suya; una tal Marianne Herzog y un
tipo llamado Jan-Carl Raspe. Raspe era un caso de buena suerte. Ciudadano de
Berlín Oriental, la noche que levantaron el Muro estaba visitando a unos
parientes en el Oeste, y ya no volvió. Se fue ideologizando crecientemente,
cada vez más identificado con las movidas estudiantiles. Su conversión definitiva,
como la de otros muchos, se produjo con la muerte de Benno Ohnesorg. Se metió
en la SDS y, en 1967, fue uno de los fundadores de Kommune II.
El apartamento de Ulrike, pues,
se había convertido en uno de los centros de la oposición política de
izquierdas en Berlín.
Ulrike Meinhof tenía una buena
vida. Un apartamento céntrico, dinero más que suficiente para vivir, un
reciente trabajo como lectora en la Libre que le aportaba nuevos recursos sin
exigirle mucho esfuerzo; y, para colmo, su consagración como guionista
televisiva estaba a punto de llegar, puesto que la televisión programó el
estreno de Bambule para el prime time del 24 de mayo de 1970. Ese
día, sin embargo, el programa no fue emitido. Ni ese día, ni nunca. Porque
antes de la fecha del estreno, Ulrike Meinhof había decidido cambiar su vida,
ayudar a Andreas Baader a escapar, y convertirse en una ilegal.
Cuando a Andreas lo detuvieron, a
Gudrun Ensslin le entró el parraque. Lo echaba tremendamente de menos y decía que no
podía vivir sin él. Por ello, le exigió a Ulrike y, sobre todo, a Horst Mahler
que hiciesen algo. Ulrike no lo dudó. Siempre necesitada de formar parte
de grupos, siempre demandando la solidaridad de la manada, ni se planteó
quitarse de en medio. En realidad, la única precaución que tomó fue prever que,
pasara lo que pasara, sus hijas no terminasen en manos de su padre.
Peter Homann, quien como sabemos
era el convivente con Ulrike, el hombre que la acompañó a la clandestinidad
tras la acción y que incluso ha sido a veces (yo creo que erróneamente)
identificado como el hombre del pasamontañas en la acción de la huida de Baader, diría tiempo después, cuando ya
hubiera abandonado la organización, que lo de la Fracción del Ejército Rojo
vino después; que, en realidad, el primer deseo, el primario, era, tan sólo, la
necesidad de liberar a Baader para que estuviese con Gudrun. Según Homann, el
hecho que influyó en la creación de la RAF fue la publicación en Alemania, en
mayo de 1970 (tras la acción de liberación de Baader) de una de las
Biblias del terrorismo urbano: la Pequeña
guía de la guerrilla urbana brasileña, de Carlos Marighela.
El 14 de mayo de 1970, Konkret celebraba su décimo quinto
aniversario con una fiesta. Allí estaban todos: Peter Rühmkorf, recién llegado
de los Estados Unidos; su mujer Eva María, la futura ministra; incluso Erika Runge. Y, por
supuesto, Karl Rainer Röhl, que dio un pequeño discurso de celebración. Nada
más terminarlo, sin embargo, alguien se le acercó para decirle que era
imperativo que se pusiera al teléfono. La radio había dado minutos antes la
noticia de la huida de Andreas Baader de la biblioteca del Instituto de
Estudios Sociales. Por supuesto, la filiación de una de sus cómplices, Ulrike
Meinhof, no ofrecía duda alguna.
Inmediatamente, Röhl se puso a
telefonear a todos los amigos de Ulrike que conocía en Berlín, para buscar a
sus hijas. Pero no las encontró. En realidad, las niñas llevaban días en casa
de Jürgen Holtkamp, amigo de su madre, quien se encontraba en la fiesta de Konkret. Jürgen se limitó a despedirse
con calma y volver a casa sin decir nada a nadie.
Como puede verse, aunque la
temeraria acción de huida acabó por generar la marca por la que todos conocemos
a la Fracción del Ejército Rojo, es decir como banda Baader-Meinhof, en
realidad la relación entre los dos protagonistas de dicha marca era, si no
superficial, si, desde luego, no demasiado estrecha. En el momento en que
Ulrike Meinhof decidió implicarse personalmente, y de una forma que tenía que
saber que no la podría hurtar de la persecución policial, en la acción de
liberación, Baader no era, ni de lejos, el miembro del círculo de izquierdistas
alemanes con el que ella había tenido más que ver y más que compartir. Es
cierto que en los tiempos inmediatamente anteriores a la acción, los tiempos en
los que Ulrike se ilusionó con los programas relativos a jóvenes con problemas,
su relación debió de ser más intensa. Pero lo cierto es que el círculo íntimo
de Ulrike estaba trazado y tenía más que ver con las personas que habían
crecido alrededor de Konkret. En este
sentido, cabe pensar, yo por lo menos lo pienso, que, participando en aquella
acción, Ulrike Meinhof, más que actuar en beneficio de su camarada Andreas
Baader, actuaba por necesidades de sí misma. Actuaba para dar sentido a muchos
de sus pensamientos, a las cosas en las que se sentía insatisfecha, y a las
consecuencias de su ideología, crecientemente radicalizada. Pocas veces nos
encontraremos en la Historia del terrorismo, creo yo, un ejemplo más diáfano de
persona que tuvo perfectamente a mano la opción de no hacer lo que hizo. En ese
sentido, pues, el acto de Ulrike Meinhof fue puramente consciente, y
voluntario.
Ayer tuve ganas de comentar, pero tenía lío en el curro, a pesar de estar haciéndolo desde casa, como es ahora tan común.
ResponderBorrarVeo, pues, que Twitter es un buen muestrario del revolucionario común: los aliados feministas pidiendo fotos de desnudos, las peleas vergonzosas y las llamadas a desobedecer a la autoridad para luego actuar como tiranos no son precisamente un invento de las modernas redes sociales.
Y aún así se siguen considerando novedosos, ¡oye!
Nihil novum sub solem.
BorrarPerdona mi ignorancia, ¿Cómo es el chiste del vasco que fué a misa?
ResponderBorrarDos amigos de Bilbao se encuentran por la calle. Paxti le pregunta a Kepa de dónde viene, y Kepa le dice que de misa. Patxi le dice: ¡pero si tú nunca vas a misa! Y Kepa le dice: ya, pero me dio por ahí. ¿Y qué tal, le pregunta Patxi? Y Kepa contesta: bueno, hacen ahí varias cosas, y luego el cura se tiró un rato largo hablando. Patxi le pregunta: ¿y de qué habló? Y Kepa contesta: del pecado. Patxi pregunta. ¿y qué dijo? Y Kepa, alzándose de hombros, contesta: pues, ¿qué quieres que te diga? Que no es partidario.
BorrarJeje...Lo imaginaba más "de Bilbao"...
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