Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
Durante los últimos años de la
década de los cincuenta, el principal hilo conductor político en Alemania fue
la progresiva actitud de alejamiento entre un SPD que valoraba las
posibilidades de obtener el poder de forma cuasipermanente (como de hecho
ocurrió) y las formaciones a su izquierda. Así las cosas, en junio de aquel
año, tanto el SPD como la SDS anunciaron que la militancia en sus
organizaciones era incompatible con ser columnista de Konkret. Con estos mimbres, apenas dos meses después, Ulrike
Meinhof escribió su primer artículo en la revista. Un artículo en el que, sólo
por casualidad, se ocupaba de la visita de Nikita Kurschev al presidente Dwight
Eisenhower, precisamente las gestiones que la URSS estaba más interesada en
airear en ese momento; y, sólo por casualidad, la autora defendía la necesidad
de un mayor acercamiento hacia los países comunistas que, de nuevo por
casualidad, era la tesis defendida, sobre todo, por la Alemania Oriental.
Ulrike Meinhof no sólo comenzó a
escribir en la revista de Röhl, sino que se convirtió en su editora de Asuntos
Internacionales. En ese tiempo, además, su relación con el editor fraguó y se
hizo más intensa, aunque parece que el concepto de pareja era diferente según a cuál de ellos le preguntases. En una conferencia de la revista en la que se reunieron diversos de
sus colaboradores y, entre ellos Erika Runge, Ulrike tuvo algo más que pruebas
de que ésta seguía, de alguna manera, vinculada a quien Ulrike consideraba su
novio. Descubrir aquello la deprimió de tal manera que la mejor amiga de
Ulrike, Eva Marie Titze, y la propia Erika, se juramentaron para hacer guardia
durante la noche, ante el temor de que hiciese alguna gilipollez.
Meinhof trató de sacarse de
encima la pena viajando a Jena, en la Alemania Oriental, para investigar
materiales sobre una tesis que estaba escribiendo sobre un oscuro pedagogo, y
que nunca terminó (periodo durante el cual, por cierto, el objeto de sus penas
se lió con una peluquera de Hesse). En 1960, Ulrike dejó su absurda investigación
y regresó a Hamburgo. Retomó el trabajo para Konkret y las relaciones con Röhl. El 13 de septiembre de aquel
año, la pareja dio una fiesta para anunciar que era eso mismo: una pareja.
Ambos, sin embargo, no se casaron hasta un año después. El año que pasó entre
la fiesta y el matrimonio lo invirtió Röhl trabajando como propagandista de la
DFU o Unión Alemana por la Paz, una organización fundada por el conde de
Westfalia y dirigida por éste mismo y dos personas más, una de las cuales era
Renate Riemeck. La DFU era un grupo nacido como consecuencia de la defección
del SPD respecto de sus militantes y simpatizantes más a la izquierda.
Por lo que se refiere a Ulrike,
se convirtió en la editora jefe de Konkret.
A los tres meses de asumir la tarea de dirimir lo que era o no demasiado
subidito como para ser publicado, escribió y publicó un artículo, titulado Hitler en ti, dedicado a glosar una de
las figuras más importantes de la política alemana de aquella década: el líder
cristianosocial bávaro Franz Joseph Strauss, que entonces era ministro de
Defensa en Bonn. Strauss es un ejemplo de extraño político de derechas,
dirigente de una formación con un fuerte sentido confesional pero que, sin
embargo, tenía una vida más bien disipada que sus electores le perdonaban.
Político decididamente occidentalista, estaba por el rearme y la estrecha colaboración
de la República Federal con los Estados Unidos. El comunismo alemán no podía
encontrar un pimpampum mejor.
Ulrike terminaba con una frase
que, de haber tenido Konkret otro
editor jefe, tal vez nunca habría salido publicada: “Igual que nosotros le
preguntamos hoy a nuestros padres sobre Hitler, algún día nuestros hijos nos
preguntarán por Herr Strauss”.
El líder cristianosocial se fue
directo a los tribunales. El caso tardó en ser fallado, pero finalmente la
revista ganó. Fue, sobre todo, gracias a la profesional defensa desplegada por
un abogado, Gustav Heinemann, que no tardaría en ser nada menos que presidente de
la República.
El trabajo de Röhl, y de Riemeck,
en la DFU, tenía una meta: las elecciones de septiembre. Y un objetivo: pasar
del 5% de los votos que son necesarios en Alemania para poder lamer el cuero de
al menos un escaño en el Bundestag. Pero fallaron. Ellos, como le suele ocurrir
a muchos idealistas, a base de ir siempre por los mismos barrios, de hablar con
la misma gente, de discutir siempre los mismos temas con los mismos
contertulios, pensaban que toda Alemania era como ellos; pero, cuando se
abrieron las urnas, comprobaron con dolor que los frikis, en realidad, eran
ellos.
La razón fundamental por la que
la DFU fracasó en aquellas elecciones fue que sus dirigentes nunca entendieron
que para estar a la izquierda de un socialista no es estrictamente necesario
ser comunista o anarquista. Mejor dicho: no entendieron que, si querían ser
atractivos a determinada clase media y acomodada alemana que nunca votaría a la
CDU ni a la CSU, y que tras los giros del SPD también estaba cabreada con los
socialdemócratas, su apuesta debería haber sido por ser unos auténticos
socialistas, no unos comunistas. Esta lección no la aprendería la izquierda
alemana hasta la aparición del movimiento verde, y todavía quedaba.
El fracaso de la DFU tuvo como
consecuencia, en todo caso, liberar las manos del comunismo alemán, que se
había moderado un tanto en los meses anteriores, como siempre que busca que le vote gente que no cree en él. Como
ya se podían soltar el pelo, Konkret lanzó
una campaña a favor de la existencia
del Muro de Berlín. Este muro de la vergüenza había sido muy recientemente
levantado, influyendo notablemente en la juventud berlinesa que, de pronto, y
durante unos años por lo menos, se volvió anticomunista en un porcentaje
respetable. Los artículos de Konkret fueron,
en Berlín, como echar gasolina a la hoguera. En algunas universidades
berlinesas se quemaron en público ejemplares de la revista, cuya venta también
se llegó a prohibir en algunos campus.
En octubre, Röhl estaba roto por
el trabajo previo a las elecciones. Así pues, la pareja decidió darse unas
vacaciones. Se fueron a Bulgaria; en diciembre se casaron.
En 1962, apenas unas semanas
después del casorio, los financiadores germanorientales amagaron con dejar de
financiar Konkret. En ese momento, la
revista vendía unos 30.000 ejemplares, así pues Klaus Steffens, el gerente,
comenzó a hacer planes y cálculos para ver cómo podría mantenerla con ese nivel
de ventas. Ulrike seguía siendo editora en jefe y escribía en casi todos los
números.
También por entonces, principios
de 1962, se produjeron, por lo que se ve, dos embarazos casi simultáneos: el de
mi madre (su cuarto, o sea, el mío), y el de Ulrike Meinhof. Sin embargo, el segundo de ellos fue bastante
más problemático que el primero, puesto que mi madre prácticamente parió en el ascensor del hospital porque yo saqué la cabeza sin tocar el timbre pero, por el contrario, en el verano de aquel 62 Ulrike empezó a sufrir
fuertes dolores de cabeza y problemas de visión borrosa que dieron con ella en
la consulta del neurólogo. El médico sospechó casi inmediatamente de un tumor. Como
en cualquier episodio de House,
Ulrike fue sometida a una punción lumbar y, cuando los doctores revisaron el
agua tónica que habían sacado de la médula, le dijeron a la joven paciente que
tenía que elegir entre tener a su hijo y operarse para sacarle el tumor. Sus síntomas,
por lo demás, estaban empeorando: uno de sus ojos entraba en fase REM en plena
mañana, y uno de sus párpados se cerraba sin que ella lo controlase. Eso sí, no era lupus.
Cuando ya llevaba siete meses y
medio embarazada, fue al hospital para provocar el parto de su bebé mediante
cesárea. El bebé eran dos bebés: Bettina y Regina, ambas nacidas el 21 de septiembre
de 1962 (apenas once días antes que yo). Recién nacidas, quedaron a cargo de Renate,
su abuelastra, mientras Ulrike se sometía a una operación cerebral. El tumor
resultó no ser un tumor, sino un problema circulatorio. Cuando se recuperó, recuperó
también a sus hijas; pero sólo en el primer año de su vida, las niñas acabaron
con Renate tres veces.
Ulrike Meinhof no recuperó su
ritmo normal de trabajo hasta finales de 1963. Para entonces, de vez en cuando
visitaba a Renate, visitas durante las cuales le confesó que estaba pensando en
dejar a Röhl; sin embargo, en lo que cabe ver un resabio de su educación
religiosa, se retractaba de hacer nada porque, decía, quería que sus hijas
creciesen en un hogar normal, con un padre y una madre.
En la primavera de 1964, la bomba
atómica cayó sobre la redacción de Konkret:
el dinero de Berlín Este dejó de fluir. Probablemente, los financiadores de la
revista escogieron el momento con mucha meticulosidad para que el golpe
terminase con el proyecto. En ese momento, había un sindicato que había
iniciado una campaña contra la publicación, sobre la que, además, pesaba una
reciente querella. Lo lógico, efectivamente, es que la revista hubiera
desaparecido. Sin embargo, Röhl sólo dejó de publicar el número de julio, y se
las arregló para conseguir apoyo de influyentes lectores. No sólo eso, sino que
encontró un mirlo blanco: el principal accionista de una de las revistas más
exitosas de la Prensa alemana, la revista Stern.
Las ventas mejoraron a 50.000 ejemplares. Der
Spiegel, la Biblia del periodismo serio alemán, los apoyó; ya no hizo falta
mucho más. Bueno, la verdad es que sí.
Aquel año de 1964, Eva Marie
Tutze, la amiga de Ulrike, se casó con Peter Rühmkorf; y, aunque no importe
mucho, se casó en contra de la opinión de su amiga, que no lo veía su tipo. La
importancia de Peter reside en que fue la persona que le susurró algo realmente
curioso a su amigo Röhl: cuando una revista quiere ganar lectores, lo que hace
es introducir sexo. Ya sé que, tratándose de una revista dedicada a artículos
contra el imperialismo mundial la cosa suena mal; pero eran otros tiempos. En los
años sesenta, la gente decía que follaba lo mismo que ahora, pero follaba cero
coma. El personal, sobre todo el masculino, se pasaba el día más empalmado que
un congreso de mandriles; por eso mismo, la teta-culo y la pornografía vendían
muchísimo más que ahora. Röhl, en su papel de editor, había comprado los
derechos de una novela pornográfica sueca; así que comenzó a publicarla por
entregas en la revista. Le salió redondo. Konkret
se convirtió, de la noche a la mañana, en el Playboy de los jovencitos alemanes de izquierdas; chicos que, en caso de estar emparejados a casados, tuvieron que empezar a esconder su revista preferida detrás de algún armario del cuarto de baño, para poder seguir leyendo tranquilamente artículos sobre las prácticas esclavistas de las multinacionales de la fruta en Guatemala.
El matrimonio, en todo caso,
tenía ya otro origen de recursos, puesto que en 1964 Ulrike comenzó a ganar
dinero en el sector audiovisual, gracias al cobro de los derechos por algunos
guiones. En noviembre, volvió a atacar a Strauss en la revista, en un texto en
el que lo calificaba del “peor político de Alemania”. Paradójicamente Strauss,
que había perdido en los tribunales cuando Meinhof lo había comparado con
Hitler, se querelló esta vez, y ganó; eso sí, los jueces dictaron una de esas
sentencias pírricas en la que condenaban a Ulrike a indemnizarlo con una
cantidad bastante modesta de 600 marcos.
Además, Ulrike habría de
experimentar otra de las melodías continuas de la civilización occidental: la
constante proclividad de los periodistas a defender a todo el mundo y a
todo lo que ellos consideran libertad de expresión. Que Der Spiegel defendiese a Ulrike frente a Strauss tiene un pase; la
verdad es que el sistema judicial alemán había elegido el peor de los supuestos
para castigarla, pues el artículo por el que fue condenada era mucho más
lenitivo que aquél por el que la absolvieron. Lo jodido está en que el redactor
de la primera revista de Alemania no se paró en defenderla; también tuvo que
alabarla y llamarla “valiente columnista”. Supongo que al pobre diablo que
escribió aquello, al pasar los años, lo correrían a gorrazos por la redacción
más de una vez.
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