Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
A partir del
momento en que Godoy regresó a la Corte con todas las de la ley,
comenzó ese extraño periodo de nuestra Historia que se puede bien
definir como la dialéctica entre Napoleón y el Príncipe de la Paz;
periodo que no es tan fácil de valorar como parece. Aunque es cierto
que los Borbones españoles acabarían haciendo gala de un
entreguismo total respecto de los deseos de París; y aunque también
es cierto que Napoleón jugaría sus cartas con fuerza frente al
valido, cortejándolo incluso con ofertas que podían terminar
haciéndolo rey, tampoco hay que olvidar que Godoy, en diversos
momentos, actuó en contra de los intereses de la potencia ya casi
invasora y desde luego plenipotenciaria, de la que España dependía
cada vez en un grado mayor. Fue, pues, una relación complicada con
muchos cambios estratégicos.
Luciano Bonaparte, la verdad, no tardó
en darse cuenta, pero para no hacerlo habría que haber sido tonto de
la baba, de que Godoy era quien partía el bacalao en aquel palacio.
Llegó, como hemos dicho, Luciano a la vista del rey en la noche del
6 de diciembre del 1800, y el 29 de enero de 1801, apenas unas
semanas después por lo tanto, ya tenía una primera muesca en la
culata de su Winchester: el conocido como Convenio de Madrid, un
acuerdo por medio del cual España aceptaba exigirle a Portugal que
cerrase sus puertos a los barcos ingleses en lógico interés de
Francia. Portugal, como es sabido, se negó, por lo que el 27 de
febrero habría de sobrevenir la guerra.
Napoleón se tomó muy en serio aquella
guerra, que quería ganar para así dejar a los ingleses sin
posibilidad de tocar tierra en el Atlántico. Envió a su cuñado, el
general Charles Victoire Emmanuel Leclerc, para que ayudase a los
españoles. La guerra, que como he dicho se declaró a finales de
febrero, se fue retrasando por razones logísticas. No fue hasta el 3
de mayo, de hecho, que Godoy, nombrado generalísimo de las tropas,
no sentó sus reales en Castuera, su cuartel general.
La campaña fue corta, tres semanas, y
fue conocida en su momento como la Guerra de las Naranjas; no porque
participara en ella Ciudadanos, sino porque, tras la primera
acometida, las tropas al mando de Godoy le regalaron a éste, en
Yelves, un ramo de naranjas, que el valido se apresuró a regalarle a
la reina. La consecuencia más permanente de aquella campaña fue el definitivo (de momento) emplazamiento de Olivenza dentro del territorio
español.
¿Pudieron las tropas españolas ocupar
el Portugal entero? Pues sí, probablemente, pudieron. La razón de
que no lo hicieran puede ser variada. En mi opinión, cuando Godoy
avanzaba por Portugal, probablemente ya sabía por Azara, el
representante español en París, que se estaba empezando a cocer lo
que luego sería la paz de Amiens y, por lo tanto, es probable que
los españoles considerasen que, de hacerse con el control del país
vecino, ello podía suponer un obstáculo para los acuerdos. No hay
que descartar tampoco, desde luego, los puros y simples asuntos de
familia, ya que reina de Portugal era Carlota Joaquina, hija de
Carlos IV. También hay que tener en cuenta que, por aquel entonces,
Godoy le escribía a los reyes, y muy especialmente a la reina que
era con quien se sinceraba más, que su desconfianza respecto de los
franceses estaba creciendo. No es desde luego nada descartable que ya
en esos momentos Napoleón tuviese la nada escondida ambición de
controlar personalmente la península ibérica, razón por la cual
los generales españoles preferían que los galos se marchasen lo antes
posible; pero para que se marchasen hacía falta que la campaña
portuguesa no se prolongase.
Luciano y Godoy, por otra parte,
tuvieron que desplegar sus artes para sacar adelante el final de la
guerra sin problemas. Teóricamente, el pacto de la paz tenía que
firmarse en Badajoz el día 7 de junio por la mañana. Pero ese día,
Luciano recibió despachos que llegaron de París, procedentes de su
hermano. Napoleón quería que el tratado con los portugueses
incluyese condiciones imposibles de admitir por los lusos. Es
entonces cuando ambos maquinan una doble estrategia: por un lado,
eliminar la posibilidad de firmar un acuerdo tripartito, sino hacer
que España y Francia firmen sendos tratados de paz con Portugal. Por
otra parte, manipulan las fechas de firma de los documentos, que
pretenden lo fueron el día 6, antes de la llegada de las
instrucciones de París.
Ni qué decir tiene que Napoleón se
cogió un globo de la hostia cuando se enteró. Se negó el francés
a ratificar el acuerdo de París con Lisboa, pero no pudo hacer nada
con el de Madrid, que, supuestamente, ya estaba firmado. El hecho de
que España y Portugal estuviesen ya amigados evitó una nueva
invasión del país atlántico; Napoleón no firmaría hasta el 29 de
septiembre.
La Paz de Amiens, ésa que tal vez no
se quiso obstaculizar mediante la invasión de Portugal, se firmó el
27 de marzo de 1802. En lo que se refiere a España, supuso la
restitución de Menorca pero, al tiempo, la pérdida de la isla de
Trinidad. En aquellos tiempos, asimismo, el duque Fernando de Parma,
que era hermano de la reina de España, había cedido la Toscana a
Francia. Napoleón, en el tratado de Luneville, 9 de febrero de 1801,
había creado el Reino de Toscana, al frente del cual había situado
a Luis de Borbón, hijo de Fernando, quien se casó con María Luisa
Josefina, hija pues de los reyes de España. A cambio de esta cesión,
Francia recibió de España la Luisiana, aunque fue ésta una
condición mantenida secreta para no alarmar a los ingleses.
Así pues, Luis de Borbón y su prima
hermana María Luisa partieron de Aranjuez para reinar en Toscana en
abril de 1801. Siempre se consideraron reyes de Toscana, aunque el
Directorio cambió este nombre por ese otro, ampuloso a la par que inexacto, de reyes de Etruria, que es
como se los conoce mayoritariamente.
La creación del reino de Etruria fue
una operación política. Napoleón colocó al frente de la Toscana a
Luis de Borbón a sabiendas de que el tipo era epiléptico y, además, medio
lerdo (es importante este "además", porque la epilepsia no es dolencia que afecte en modo alguno al rendimiento intelectual de quien la sufre; en los tiempos que relatamos, sin embargo, sí tenía su importancia, pues se tendía a pensar que los epilépticos morirían pronto, algo que seguramente pesó en la decisión de Napoleón). De hecho, cuando lo vio partir de París, donde lo agasajó
antes de llegarse a Italia, le dijo a sus íntimos: “éste no
pasará el Rubicón”. No se equivocaba, pues el tipo habría de
morir en 1803 de tuberculosis.
Dejemos por el momento estos apliques y
fijémonos en las cuestiones de la mar. Desde el pacto de San
Ildefonso y, posteriormente, los gobiernos de Saavedra y de Urquijo,
la suerte y posición estratégica de la flota española había
quedado estrechamente ligada a los deseos del Directorio en París.
De hecho, la parte fundamental de la flota española, al mando de
José de Mazarredo Salazar Muñatones y Gortázar, se encontraba
desde el 8 de agosto de 1799 en Brest.
Napoleón, haciendo uso de su carácter
muy particular, pretendió, nada más ser nombrado primer cónsul,
manejar los barcos españoles como si fuesen un anexo de la flota
francesa. A esto, tanto Urquijo como Mazarredo se negaron en redondo,
y éste último bien a las claras, pues se encontraba en París como
plenipotenciario de España. Urquijo, bastante hasta las pelotas,
acaba por mandarle un Whatsapp a Mazarredo en el que le conmina a
abandonar la capital francesa, allegarse a Brest, unirse allí al
almirante Federico Carlos Gravina y Nápoli, que comanda las naves; y
salir de allí hacia Cádiz a la primera oportunidad. Napoleón, sin
embargo, fue prontamente informado de estas órdenes y se dedicó a
presionar al rey Carlos hasta que le arrancó la marcha atrás de las
mismas. A la larga, todo aquel conflicto acabaría costándole el
puesto al propio Urquijo.
El primer cónsul, notablemente
enaltecido y fortalecido por la victoria de Marengo y las condiciones
impuestas en la paz de Luneville, presiona más a Madrid para que
esto no pueda volver a ocurrir. Fruto de dichas presiones, ya durante
el gobierno Cevallos (en realidad, gobierno Godoy) es la firma entre
España y Francia de un acuerdo marítimo cuya primera consecuencia
es el cese de Mazarredo al frente de la Escuadra de la Mar Océana.
Así le pagó Napoleón al marino español su abierta sinceridad,
pues Mazarredo solía recordarle al francés la absoluta superioridad
de la marina inglesa sobre todas las demás, y eso era algo que el
general francés llevaba muy mal.
Las cosas, sin embargo, empeoraron
notablemente cuando se rompió la paz de Amiens. Nuevamente en guerra en Europa, Napoleón consideró lógico convocar a su ayuda a todos sus
aliados, y España era el mayor de todos. Sin embargo, tanto el rey
Carlos como su valido preferían mantenerse neutrales, creo yo que no
tanto por no compartir los objetivos del francés como por la
desastrosa situación del Tesoro español, que se comunicaba a sus
fuerzas armadas y que, de hecho, había provocado que muchas de las
previsiones del acuerdo marítimo con Francia nunca llegasen a
cumplirse. Ya en ese momento Napoleón, quien ya tenía claro que el
control de la península ibérica era fundamental para sus planes,
planteó que si Madrid seguía poniéndose de canto, él mismo
invadiría personalmente el país. Para evitar estos problemas,
Carlos y Godoy impulsaron la firma del tratado de 19 de octubre de
1803, conocido como de los Subsidios. Apenas quedaba medio año para
que Napoleón fuese proclamado emperador.
Inglaterra habría de contestar a estos
hechos con una acción discutible. Sin haber mediado declaración de
guerra, los ingleses pasaron sin embargo a considerar los buques
españoles como integrantes de sus enemigos y, en consecuencia, en el
año 1804 atacaron a cuatro fragatas españolas que venían con
muchas riquezas de América. Tres de ellas fueron apresadas y la
cuarta, la Mercedes, hundida.
Digo que esta
acción es discutible porque generó una oleada de rabia anti inglesa
en España que culminó el 12 de diciembre de aquel año en la
declaración de guerra, más un nuevo tratado de unión con Francia
el 5 de enero del año siguiente. Por ello, en ocasiones los ingleses
han sido criticados por los historiadores por esta acción, con el
argumento de que se la podían haber ahorrado. Yo, sinceramente, no
entiendo este argumento. La prudencia inglesa habría tenido sentido
en el caso de que existiese alguna posibilidad racional de llamar a
España fuera de la galaxia francesa; pero eso, sinceramente, era
algo punto menos que imposible, y tampoco es muy lógico imaginar que
los ingleses no lo supiesen. Londres sabía bien que, tras la ruptura
de Amiens y el avance en Francia hacia el poder unipersonal, iría a
la guerra con Francia; y que eso la enfrentaría también con España
sí o sí. De haber sido más cuidadoso Londres, las cosas no habrían cambiado demasiado, cuando menos, digo, en mi opinión.
Napoleón, como
otros muchos antes que él y después de él, quería invadir
Inglaterra; cosa que, la verdad, tras haber probado el porridge, las baked beans y la eel pie cuando menos sucedánea, se entiende malamente. Para ello, tenía acumulados un montón de pertrechos y
tropas en Boulogne. No le servía de nada, sin embargo, mientras la
flota inglesa siguiese patrullando el Canal y ejerciendo el bloqueo
casi total de los puertos franceses. Porque necesitaba algún tipo de
diversión en la acción de la flota inglesa fue por lo que concibió
la idea de concentrar barcos franceses y españoles en La Martinica;
hacia donde había partido ya la flota al mando del almirante Édouard
Thomas Burgues de Missiessy, el 11 de enero de 1805. La idea de los
franceses era que Inglaterra, al saber de la concentración bélica en
Martinica, vería en peligro su posesión de Trinidad, recientemente
arrancada a España como ya hemos contado, por lo que se irían
contra ellos. La flota combinada francoespañola, sin embargo, sin
interés alguno en ese enfrentamiento, pondría velas rápidamente
hacia Europa, buscando romper el bloqueo del Canal.
Los planes, sin
embargo, no siempre salen como se diseñan sobre la mesa; en
realidad, casi nunca salen así. El vicealmirante Honoré Joseph
Antoine Ganteaume, que comandaba la flota surta en Brest, fue incapaz
de salvar el bloqueo; había contado para ello con una típica mar
picada en la zona de principio de primavera; sin embargo, aquel año
la estación llegó con días de calma que se lo pusieron muy fácil
a los ingleses para costear y vigilar. El hecho de que Gaunteame
quedase parado en Brest lógicamente le impidió llegarse hasta el
puerto de Ferrol, donde tenía que liberar de su bloqueo a cinco
navíos franceses y siete españoles.
La escuadra al
mando del almirante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve, por su
parte, levó anclas del puerto de La Vaca Lechera (Tolon) con fecha 18 de marzo. Sin
embargo, era un gigante con pies de barro, pues aquellos barcos
estaban pobremente mantenidos y sus tripulaciones no eran, que
digamos, las mejores del mundo; además de que, ejem, eran franceses. De hecho, las inclemencias del tiempo
pronto dispersaron los navíos y Villeneuve, consciente de que un
encuentro en esas circunstancias con Nelson, que patrullaba el
Mediterráneo, podía tener consecuencias muy poco edificantes para
los franceses, decidió dejarse de mariconadas y volver a puerto.
Allí se quedó sin poder salir hasta el 30 de marzo. Tras salir otra vez, llegó a Cádiz
y allí se reunió con Gravina, tras lo cual puso proa hacia el
oeste. El principal problema, en este punto, era la moral de
Villeneuve, un almirante que era consciente de mandar sobre una flota
de escasa calidad, con tripulaciones de escasa calidad. En ese
entorno, era Gravina quien tenía que animarlo y argumentar que la
victoria era posible.
Las naves reunidas
en Cádiz llegaron a las Antillas a mediados de mayo; pero Missiessy
ya no estaba allí pues, falto de noticias ciertas sobre los
movimientos de Villeneuve, había regresado a Europa. El almirante
francés también carecía de información sobre la suerte de
Ganteaume. Nelson, mientras tanto, estaba en Gibraltar, pero mucho
mejor informado que los franceses de los movimientos del enemigo. A
pesar de que tenía una fuerza relativamente pequeña, resolvió
partir para perseguir a Villeneuve, pues contaba con encontrarse por
el camino con los barcos al mando de Thomas Cochrane (quien es, por
cierto, el verdadero inspirador de las series de novelas Master
and commander).
Villeneuve pensaba
dirigirse a Barbuda, sabedor de que allí los ingleses concentraban
tropas. Sin embargo, antes de llegar recibió noticias de París
donde se le notificaban las nuevas órdenes del emperador. Napoleón
quería que esperase a Ganteaume hasta el 21 de junio y, caso de que
en dicha fecha no hubiese aparecido, regresar a Europa para batirse
contra los ingleses en Brest. Sin embargo, también recibió
información puntual de la llegada del propio Nelson a Barbuda donde,
tal y como había previsto, se había reunido con Cochrane. Superado
por el miedo que le tenía a los ingleses (a pesar de que, aún
después de la unión, éstos tenían menos efectivos que él),
Villeneuve decidió no acercarse por Barbuda ni por Martinica y, de
hecho, decidió regresar a Europa antes de tiempo.
Dejemos al
acobardado francés camino de casa hasta la próxima toma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario