Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
Quién sucedió a Mitrídates
II es difícil de saber, si bien son muchas las teorías que defienden que su
sucesor fue el siguiente arsácida del que tenemos noticia: Sanatroeces,
Sinatroces o Sintricus. Sin embargo, otros indicios apuntan a que hubo uno, o
varios reyes, entre ambos. Pero teniendo en cuenta la fuerte fidelidad arsácida
de la monarquía parta, esto no hace sino pensar que, tal vez, el reino se
encontró imbuido en una guerra civil entre diferentes partidarios de allegarse
al trono, probablemente parientes.
En todo caso, en el año 76 antes de Cristo como fecha más
probable, es cuando Sanatroeces asciende al trono de los partos. Que fue una
solución de compromiso respecto de una situación complicada sobre la que poco o
nada sabemos lo sugiere el hecho de que llegó a rey en una edad en la que ya no
es normal acceder al trono (salvo, quizá, en Inglaterra), y mucho menos en su
época. Tenía Sanito nada menos que ochenta palos. Se sospecha si no sería hijo
del primer Mitrídates de los partos, o sea Arsaces VI y, por lo tanto, hermano
del malhadado Fraates II. Si no apareció antes en la Historia de Partia, buen
pudo ser porque los escitas lo capturasen y lo tuviesen como rehén algún tiempo
(algún tiempo que bien pudo ser años, si no décadas).
El caso es que el rey fue elegido para estabilizar la
situación de Partia y, a ser posible, sacarla del marasmo en que se encontraba.
Los años anteriores, de los que como digo sabemos algo menos, debieron de ser
bastante poco productivos para el imperio, que perdió terrenos en sus fronteras
occidentales, normalmente a manos de Tigranes, el belicoso rey armenio que ya
ha aparecido en estas notas. Hay que tener en cuenta que, en el año 88 o de
las mamellas como al parecer lo llaman algunos (según el Trival), toda la
zona de Oriente Medio y Mesopotamia se había visto afectada, de alguna manera,
por el enfrentamiento que estalló entre los dos gallos con mayores espolones de
todo el corral: el Ponto y Roma.
Tigranes tenía una posición envidiable en la zona.
Convirtiéndose en yerno de Mitrídates del Ponto había, desde luego,
perfeccionado una interesante alianza militar con un poder muy importante en la
zona. Y él mismo se había convertido en un poder temible desde que, venciendo
sobre las tropas de Artanes, rey de la llamada Armenia Minor, se convirtió en
señor de toda la Armenia propiamente dicha. Asimismo, como ya he escrito le
había quitado Gordiene a los partos; pero también la rica provincia de
Adiabene, a la altura del Tigris medio, lo cual incluía Asiria Proper (la actual Asiria Don Limpio).
Asimismo, también había conseguido hacer súbdito suyo al rey de Media
Artropatene, que se las había arreglado para hacerse el euskaldún desde los
tiempos de Alejandro. En el año 83, de hecho, algunos de los pueblos de Siria,
que estaban literalmente hasta los cojones de las guerras entre griegos que
tenían los seléucidas sin que las cosas terminasen por rematar bien nunca,
invitaron a Tigranes a aportarles estabilidad; fruto de esta estabilización, el
rey armenio tomó el control de la dolorosa provincia de Cilicia, Siria e incluso una parte de Fenicia.
Más o menos por aquella época, Tigranes, quien cada vez se quería
ver menos como un rey armenio y más como un emperador asiático y había elegido,
además, a los asirios como modelo, albergó el proyecto de construir una nueva
capital fuera de Armenia, como un medio para hacer valer todos estos conceptos.
La zona elegida para la nueva construcción no fue casualidad: la vieja
provincia de Gordiene. El proyecto en sí era una declaración de intenciones:
Tigranes quería construir una nueva capital, con altas murallas y una indudable
demostración de poder, en el patio trasero de Partia; para ser más exactos, en
un patio que había sido de los partos hasta hacía bien poco. Viene a ser, más o
menos, como si Vladimir Putin, mañana, trasladase la capital de la Federación
Rusa a Sebastopol.
Toda esta actitud por parte de Tigranes le puso a los partos
las cosas muy fáciles a la hora de elegir bando en el enfrentamiento entre
pontinos y romanos: puesto que su peor enemigo estaba aliado con los primeros,
la cosa, como digo, estaba clara. Aunque, la verdad, no tanto. Ya se conoce ese
viejo dicho que nos informa de que no se puede engañar a todo el mundo todo el
rato. Roma tiene muchas cosas buenas y una buena caterva de admiradores pero,
la verdad, muy honrada con sus contemporáneos nos es que fuese. Un imperio no
se construye regalándole al personal descuentos en el Carrefour y diciendo la
verdad. Los imperios colonizan, y eso quiere decir que engañan, interpretan
siempre las reglas en su beneficio, traicionan cuando les viene bien pero, al
tiempo, castigan la más mínima traición como si fuese un pecado mortal. Las
potencias asiáticas estaban, pocas décadas antes del cambio de era, hasta los
huevos de las medias palabras de los romanos y de su proclividad por actuar sin
el menor escrúpulo.
Es probable que la herencia del rey Atalo, a pesar de que ya
en sí mismo fue un episodio manipulativo de primer nivel, no inquietase mucho
las conciencias. Sin embargo, cuando los romanos se aplicaron una parte de
Frigia para cumplir con el Ponto, los pelos comenzaron a erizarse. Poco
después, los romanos comenzaron a llevar a cabo en Asia la práctica de colocar
en los reinos a monarcas que les eran fieles, que en realidad eran meras
marionetas suyas; y eso ya disparó todas las alarmas.
Esta natural desconfianza fue la que llevó a Sanatroeces a
tratar de buscar eso que en Star wars llama Han Solo “un vuelo
indiferente” en el momento en que la guerra propiamente dicha estalló, en el
año 74 AC. Trató de permanecer entre los dos bandos, no sabría decir si neutral
o no beligerante. En el año 72, Mitrídates habría de dirigirle una petición de
ayuda, supongo que basada en la condición de colegas asiáticos de los dos
reinos; pero el rey parto se negó. De hecho, Partia siguió haciendo como que no
había una guerra a gran escala en su subcontinente hasta que, en el año 69,
alcanzó el vestíbulo de su propio país. En ese punto, los dos bandos
contendientes le comunicaron peticiones de ayuda; Sanatroeces optó por darle a
ambos buenas palabras, pero sin ayudar a ninguno; quería ser, por lo que se ve, el Ciudadanos asiático. Plutarco nos cuenta que esta
actitud asténica encabronó a Lúculo, el general romano, quien por lo tanto
prefirió aplazar algún tiempo su ofensiva sobre el ticket Mitrídates-Tigranes
para atacar Partia. Si verdaderamente ésos fueron sus planes, no pudo llevarlos
a cabo. La ciudad de Nisibis ofreció gran resistencia y, para colmo, en el
Ponto Mitrídates recobró posiciones, por lo que Lúculo tuvo que dirigirse al
norte. Partia fue, pues, salvada por la campana.
Todo aquel follón era, verdaderamente, demasiado para un
octogenario. Sanatroeces falleció en medio de todos estos movimientos, y fue
sustituido por su hijo, quien reinó como Fraates III. Fratti, inicialmente,
parece haber seguido la actuación, y más que probablemente, los consejos de su
padre, pues Partia siguió siendo la nación indefinida en la guerra que había
sido. Sin embargo, en el año 66 Pompeyo, finalmente, cantó bingo al dar con la
oferta que podía cambiar el punto de vista de los partos: si se unían a los
romanos, le dijo a los embajadores de Fraates, Roma les restituiría los
territorios un día apiolados por Tigranes.
A Fraates, la idea de recuperar la Gordiene en la puta cara
de Trigranes le ponía cantidad, y por eso, finalmente, decidió hacerse aliado
de los romanos. Éstos, merced al acuerdo, se centrarían en el frente pontino,
porque serían los partos los que atacasen por Armenia. Además, un factor vino a
ayudarle más todavía: Tigranes, el hijo mayor de Tigranes, había iniciado una
rebelión en Armenia que no le debió de salir muy bien, porque el caso es que
tuvo que salir por patas de su propio país, y fue a refugiarse precisamente en
Partia.
Así pues, Fraates marchó sobre Armenia, oficialmente, en
apoyo de Tigranes el Joven, aunque en realidad, como sabemos, estaba bastante
más preocupado por sus propios intereses territoriales. Los partos se hicieron
pronto con el control de la Armenia rural y avanzaron sobre Artaxata, la
capital. Tigranes el Viejo, viendo lo que se le venía encima, salió de la
ciudad y se refugió en las montañas.
En ese momento, Fraates cometió un error de cálculo que yo
creo que viene a demostrar que no era un buen estratega. Al rey parto el asedio
de Artaxata le tocaba bastante los cojones; no era su tema. Queriendo ocuparse
de otras cosas, pues, dejó allí a Tigranes el Joven con algunas tropas y él se
marchó con el resto. Debió haber valorado el hecho de que, según cuando menos
los indicios, Tigranes el Joven no debía de ser ningún buen general, porque el
hecho es que, en cuanto se quedó solo, su padre cayó sobre él desde las
montañas, lo derrotó y lo puso en fuga. Si las cosas terminaron bien para los
intereses de los partos fue gracias a Roma, pues Pompeyo, entre tanto, había
derrotado a Mitrídates, por lo que Tigranes tuvo que someterse al poder romano.
En fin, una vez terminada la guerra con la victoria de los
suyos, Fraates consideraba que había llegado el momento de que los romanos
honrasen lo comprometido. Pero, claro, ya lo hemos dicho: uno no se hace grande
a base de cumplir promesas que no le van bien. A Roma la excesiva expansión de
Partia no le gustaba, por la simple razón de que acababa de librar una dura
guerra contra un reino asiático que había acabado provocándoles precisamente
porque había crecido en exceso. Así las cosas, con la misma tranquilidad con
que Pompeyo realizó aquellas promesas ante Fraates, las incumplió. Para ser más
exactos, los romanos no pusieron ningún impedimento en que Adiabene volviese a
ser parte de Partia; pero Gordiene, dijeron, no way.
Gordiene quedó bajo la soberanía de Tigranes el Joven,
aunque no por mucho tiempo pues el reyezuelo, la verdad, no tardó en ofender a
los orgullosos romanos; momento en que la provincia se la pasaron a
Ariobarzanes, el rey de la Capadocia. En una buena demostración de que para una
potencia verdaderamente poderosa no hay enemigos ni aliados sino solo la
posición de hoy mismo, cuando el control capadocio sobre Gordiene se demostró
imposible, los que quedaban en pie para reclamar el poder sobre la provincia eran Fraates y
Tigranes; y a Roma, sin embargo, no le tembló la mano a la hora de otorgar el
territorio a su otrora enemigo armenio, cuya expansión territorial reputaba
mucho menos peligrosa. Al mismo tiempo, los romanos ofendieron gravemente a
Fraates al no reconocerle el tratamiento de rey de reyes.
Partia acababa de aprender cómo se las gastaban los romanos.
Luego, claro, los romanos habrían de quejarse, pues quien está acostumbrado a
llevar siempre la razón también lo está a no tener nunca la culpa. Esto es algo
que dos minutos en Twitter demuestra rápidamente.
El cambio de ánimo de los partos no pasó desapercibido de
los romanos, por lo que Pompeyo resolvió atacarlos. Sin embargo, finalmente no
lo hizo. Probablemente, en cuanto repasó los mapas y charló un poco con sus
tribunos, se dio cuenta de cosas que otros generales romanos después de él
quizás no valoraron tanto como él con su agudo sentido militar y, por lo tanto,
concluyó que la expedición a Partia era algo que no se podía realizar sin un
riesgo de fracaso. Pompeyo, además, no podía exponerse a dicho fracaso, pues
las cosas en Roma estaban muy calientes, tenía muchos y poderosos enemigos y,
por lo tanto, podía acabar pagando un muy alto precio por su precipitación.
Así las cosas, Pompeyo se unió a una estrategia muy común
por parte de las naciones que no quieren líos: declaró que todo lo que estaba
en discusión eran asuntos internos entre Partia y Armenia; que Roma poco tenía
que decir ahí; y, todo lo más, se ofreció de hombre bueno (Roma, hombre bueno.
En fin...) para designar algún tipo de árbitro que resolviese los conflictos
entre las dos naciones. Partos y armenios, entendiendo el espíritu del mensaje
pompeyano, aceptaron resolver sus diferencias mediante la negociación.
Poco tiempo después de que Pompeyo abandonase el teatro
asiático, en el año 62, Fraates fue asesinado. Sus más que probables
pasaporteadores fueron sus hijos Mitrídates y Orodes. No sabemos gran cosa
acerca de la causa de tan acerada inquina de los hijos contra el padre; tal vez
es que no les dejó irse de botellón, o les chuleaba la wifi, o algo. En el año 60 aproximadamente, los
megistanes eligieron al mayor de los dos, Mitrídates, para que ocupase el trono
de la nación. En mi opinión, que no puede ser más que una conjetura, los
nobles del reino elevaron a Mitrídates al trono para que hiciera lo que hizo,
esto es: aprovechar que los romanos se habían pirado de la zona para atacar a
los armenios. Cuando menos yo creo adivinar que en la Corte de Partía la
posición favorable al arbitraje y la negociación con Armenia no debía de ser
muy popular. Tal vez incluso Fraates compró todos los boletos para ser asesinado
con ese gesto de paz, que a los modernos nos puede parecer muy inteligente pero
que, la verdad, en el tiempo que relatamos tuvo que parecer extraño,
atrabiliario y un tanto nenaza. Es posible, por lo tanto, que Fraates perdiese
la vida por negarse ante el consejo de nobles a solucionar el tema de Armenia
como siempre se solucionaba todo en aquellos tiempos, es decir, a hostia
limpia.
El nuevo Mitri, sin embargo, lo tenía muy claro. Había que
atacar.
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