Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
En torno al año 470, estos son los hechos que más o menos conocemos, los griegos tomaron finalmente la decisión de exiliar a Temístocles y, posteriormente, lo llamaron para responder por sus cargos.
El
caso Temístocles no está nada claro, cuando menos de lo que
sabemos de él. Aparentemente, es cierto que el general ateniense
envió mensajes al rey persa Jerjes a lo largo de la campaña del
480. sin embargo, no está demasiado claro si lo hizo como parte de
una estrategia, por así decirlo, de contraespionaje, para ganarse su
confianza y después actuar contra él; y o si verdaderamente estaba
tratando de jugar con dos barajas a la vez. Lo que sí parece claro
es que un porcentaje significativo de los atenienses creyó esta
última versión y, por lo tanto, las cosas para el gran almirante se
pusieron tan jodidas que tuvo que buscar refugio en Argos, el eterno
enemigo de Esparta. Después tuvo que seguir huyendo por toda la
Grecia septentrional y el Egeo hasta acabar, en lo que sus enemigos
consideraron una confirmación de sus sospechas, en manos del rey
persa. Sin embargo, cuando menos yo no tengo nada claro que no se trate de una profecía autocumplida, causada por la propia actitud de los atenienses.
Temístocles,
por lo tanto, habría de morir en Persia, según unos retenido allí,
según otros, refugiado. Para la mayoría de los áticos, aquello fue a mejor confirmación de que las
sospechas eran ciertas si bien, como acabo de decir, bien pudo ser que fuesen precisamente sus sospechas las que fabricasen un final así.
La
desgracia de Temístocles tuvo un ganador evidente en Atenas. Se
trata de Cimón, hijo de Miltíades, el tirano del Chersoneso (por cierto, nota para mis lectores: uno de mis maestros, puede que equivocadamente, siempre lo llamaba Chersoneso; en éste como en otros casos, yo sigo usando el topónimo por inercia, y porque me gusta recordarlo); y,
sobre todo, el general siempre recordado por haber vencido sobre los
persas en la llanura de Maratón. Miltíades murió en desgracia en
el 489. La razón de ello fue una campaña de castigo que propuso
sobre la isla de Paros, que le había facilitado a los persas un
barco durante la campaña de Maratón. El ataque fue una ful y, de
hecho, los áticos regresaron con las manos vacías. Miltíades, que
había resultado seriamente herido durante el combate, tuvo que
enfrentarse a un juicio a su regreso a Atenas. En el juicio, el
general y tirano fue condenado a pagar una gran indemnización de 50
talentos. Esta deuda fue lo que heredó su hijo Cimón, ya que él
falleció poco después como consecuencia de las heridas.
Con
el tiempo, sin embargo, Cimón habría de reconstruir su carisma,
hasta convertirse, de hecho, en el gran rival de Pericles. Pertenecía
este hombre a una familia o tribu conocida antiguamente como los
filaides, nombrecito que les venía de que ellos se consideraban a sí
mismos descendientes directos de Fileo, hijo de Ajax. Sin embargo, la
más directa parentela de Cimón, y muy especialmente su abuelo,
Cimón Coalemos, no parece tener vínculos muy fuertes con los
filaides; entre eso y la importancia que el propio Cimón tuvo para
la Historia de Atenas, hoy por hoy se prefiere referir a su familia
como los cimónidas.
Igual
que hicieron los alcmeónidas, los primeros cimónidas habían sido
una de las familias que apoyaron la tiranía pisistrátida. De hecho,
sólo con el apoyo de Pisístrato podría haber reinado como reinó
Miltíades en el Chersoneso. En el 524, Miltíades sirvió en Atenas
como arconte epónimo, llamado así porque era el alto cargo que
donaba su nombre al año (que fue, por lo tanto, el año de
Miltíades). En la ceremonia de entrega de la cartera ministerial por
parte del arconte saliente, Miltíades no habría de encontrarse a
otro que Clístenes, pues fue éste quien lo precedió en el cargo.
Obviamente, cuando la dictadura pisistrátida cayó, para los
cimónidas, como para los alcmeónidas, fue un problema convencer a
sus conciudadanos de que no eran caca.
Los
cimónidas, asimismo, fueron acusados de traición por aquel pueblo
ateniense que tenía una compleja relación de amor-odio con la gente
que le sacaba las castañas del fuego. Fueron acusados de haberse
portado de forma nada clara durante la rebelión de los griegos
jónicos del Asia Menor contra el yugo persa. Hablamos del año 513,
cuando el rey persa Darío el Grande quiso invadir Europa a través
del Bósforo. Varios tiranos griegos, muy temerosos de la poderosa
fuerza que Darío había conseguido reunir, decidieron cooperar con
él, y entre ellos estuvo Miltíades, que era crucial para los planes
de los invasores.
Darío
entró en Europa y se dirigió hacia las riberas del Danubio, para
atacara a los siempre duros escitas. Encargó a varios jefes griegos
que le eran leales que guardasen los puentes sobre el río, esto es,
les entregó su capacidad de retirada. De hecho, los escitas supieron
contestar al empuje persa y Darío hubo de volver, cosa que pudo
hacer sin problemas porque los griegos aliados cumplieron su palabra.
No
obstante, entonces se decía que los escitas habían propuesto a los
griegos que derrumbasen el puente para, de esta manera, aislar a
Darío y permitir con ello que la Jonia pudiera liberarse del yugo
persa. Sin embargo, los griegos decidieron mantener su compromiso con
el rey oriental, pero aun así la posibilidad de una colaboración
con los escitas acabó por convertirse en uno de los principales
argumentos de los cimónidas a la hora de defenderse contra las
acusaciones (que yo, personalmente, encuentro difíciles de
contestar) de que habían sido abiertamente pro persas. Los
cimónidas, lejos de ello, siempre defendieron que Miltíades era
partidario de echar abajo el puente sobre el Danubio, pero que fueron
otros griegos los que se acojonaron.
Digo
que cuando menos yo, en la distancia de 2.500 años, sigo relapso,
sin querer creer a los cimónidas, porque hay un hecho que jamás,
cuando menos en nuestro estado de información, fueron capaces de
contrarrestar o explicar: ¿por qué, si Miltíades se habría
colocado en contra de Darío, éste nunca tomó represalias contra
él? Es obvio que el gran rey persa siempre lo consideró un aliado.
¿Cómo hubiera podido Miltíades permanecer en el poder absoluto del
Chernoseso durante veinte años más sin haber sufrido el zarpazo de
unos supuestamente cabreados persas? Miltíades acabaría, a su
regreso a Atenas, frente a los jueces, imputado ante los atenienses
por tiranía; si bien fue declarado inocente de aquellos cargos, todo
parece indicar que los cimónidas hubieron de enfrentarse a eso que
hoy llamamos un serio problema reputacional. Los hechos, por otra
parte, siguieron “conspirando” para vincular a los cimónidas con
Persia: así, poco después de que Miltíades abandonase el
Chersoneso, los persas(493) lograron apresar allí a uno de sus
hijos, medio hermano de Cimón, Metiocos. Si tan ciertos eran los
relatos distribuidos por la propia familia sobre el enfrentamiento a
muerte contra Darío, el futuro de este Metiocos debería ser
bastante desgraciado. Lejos de ello, sin embargo, el rey persa lo
recibió en su Corte y le dio una mujer local con la que tuvo varios
hijos que, según nos refiere Heródoto, fueron tenidos por persas de
pura cepa.
Allá
por el 480, pues, Cimón era un joven político de unos veinte años
con muchos problemas para conseguir el favor de los atenienses. Su
padre había sido acusado de tiranía y todo el mundo se hacía
lenguas en la calle de sus relaciones con los persas; y más lejos en
su árbol genealógico, todo lo que podían encontrar los
desconfiados áticos era colaboracionistas con la dictadura
pisistrátida. Su padre era el héroe de Maratón, pero mejor habría
hecho muriendo en la batalla, pues sobrevivir a ella no le había
servido para otra cosa que para morir en desgracia. Su hermanastro
estaba en Persia viviendo un vida totalmente libre y persificada, lo
cual, ayudarle, ayudarle, lo que se dice ayudarle, a Cimón no le
ayudaba mucho.
Era,
pues, como Pericles, un tipo por el que cualquier persona con dos
dedos de frente no apostaría ni un mango.
Cimón
empezó por la pasta. Se las arregló, yo al menos no sé cómo, para
pagar la impagable multa de 50 talentos que le habían impuesto a su
padre. Plutarco nos informa de que la hermana de Cimón, Elpinike, se
casó con Calias, el hombre más rico de Atenas, lo cual sugiere que
fue el cuñado el que al final hizo de pagafantas con la multa.
Tiempo después, cuando Cimón escogiese su segunda esposa, elegiría
a una alcmeónida, Isodike. Y Pericles, por su parte, acabó viendo
cómo su primera mujer se casaba con un Calias. Las cosas, pues,
sugieren que las tres familias: cimónidas, alcmeónidas y queriques
(la familia de Calias), todas ellas por cierto vinculadas a los
pisistrátidas en el pasado, y al menos dos de ellas (las de
Cimón y Pericles) duramente golpeadas por la volátil afición por
el castigo de los atenienses, pudieron tener o armar algún tipo de
alianza estratégica que explicaría que el millonario acudiese en
rescate del cimónida, permitiéndole lavar la gran mancha dejada por
su padre. Son todo, claro, teorías.
Las
teorías, por supuesto, también tienen contrateorías. Existen otras
pistas de que entre cimónidas y alcmeónidas existía una larga
rivalidad. Sabemos con más certeza que Pericles y Cimón estuvieron
frontalmente enfrentados; pero hay cosas en sus pasados que sugieren
que dicho enfrentamiento no era nuevo. Parece ser, en este sentido,
que en el 489, tras la cagada de Paros, uno de los principales
encargados de la imputación de Miltíades fue precisamente Xántipo,
el padre de Pericles. El problema que presenta este dato, para mí,
es que es un estricto paralelismo con lo que pasaría años después,
cuando fuese Pericles quien imputase a Cimón. Sé que las
casualidades existen y, desde luego, en un sistema político como el
griego, bastante cerrado y con muy pocos actores de importancia, es
desde luego muy posible que padre e hijo imputasen a padre e hijo con
apenas un cuarto de siglo de distancia. Pero la coincidencia, cuando
menos a mí, siempre me ha parecido, por así decirlo, demasiado
bonita; demasiado novelesca. Dado que la historigrafía griega es un
poco novelesca de por sí, siempre me he preguntado si alguna de
estas dos imputaciones (y yo apuesto por la de Xántipo sin dudarlo)
no será una invención posterior para hacer cuadrar las cosas en la
mente de los lectores. Además, está el dato de que si
verdaderamente Cimón casó con la prima pericleana Igualdike, que no
se entiende por qué los cronistas griegos iban a inventarse ese
detalle, tuvo que hacerlo después
del
juicio de Miltíades; y no cuadra mucho con la versión de que para
entonces los alcmeónidas y los cimónidas anduviesen escupiéndose
por las calles. Si hubiera ocurrido antes el matrimonio, tampoco se
explica por qué habría Xántipo de aceptar su papel de acusador de
su emparentado y más que probable aliado político (en ese momento).
Eso
sí, también puede ser que Xántipo aceptase ser acusador de
Miltíades, precisamente, para “matar” el proceso. Esto es,
básicamente, lo que parece ser hizo años después Pericles, cuando acusó a
Cimón.
En
fin, regresemos a los hechos o, por lo menos, a lo que sabemos de
ellos. Estamos aproximadamente en el 470. Los persas han sido
vencidos en tierra y en mar y, de forma muy especial, sus capacidades
navales han sido emasculadas por un inteligente almirante,
Temístocles, quien, sin embargo, tras la victoria se ha convertido
en un proscrito. Vista la afición de los atenienses por hacer jefes
de gobierno a sus héroes militares, no es ninguna tontería pensar
que Temístocles era quien estaba llamado a mecer la cuna ática tras
la marcha de los persas; y que la evolución de los acontecimientos
en su contra dejó un importante agujero negro en la política
ateniense que, para colmo, las reformas de Clístenes tendían a
convertir en un entorno mucho más abierto.
En
este entorno, fue Cimón quien mejor aprovechó la necesidad de un
líder inexistente. Su gesto más inteligente fue, probablemente,
darse cuenta de que, tras los hechos ocurridos en la guerra sobre los
persas, había quedado claro que el mejor activo de Atenas era su
flota.
Atenas
tenía dos ejércitos: el de tierra y el de la mar. Dos ejércitos
suponían diez generales en jefe (strategoi
es el término concreto), que eran elegidos cada año pero que, ojo,
de forma diferente a otros elementos del sistema clisténico, podían
repetir en el mando un año tras otro si los atenienses así lo
decidían. En la práctica, pues, se producía un efecto que yo
sospecho que Clístenes no deseaba y que se le escapó a la hora de
diseñar el Estado ateniense: el efecto por el cual un general
suficientemente apoyado era más poderoso que, por así decirlo, los
políticos. Este problema, lo sabemos bien, se reprodujo en la
República romana hasta colapsarla; y, de hecho, siguió ahí,
larvado, durante mil años en la Historia del hombre, hasta rebrotar
con fuerza tras la Revolución Francesa en la persona de Napoleón
Bonaparte, quien de nuevo entregó al ejército, como clase, el poder
de dar y poner y de gobernar por sí mismo en eso que llamamos las
dictaduras militares (aunque tanta y tanta gente, en un alarde de
lerdez Defcon 1, a eso lo llame fascismo). Aunque hoy en día, en los
sistemas constitucionales, este tema esté más o menos orillado (y
no siempre), en la Atenas que relatamos no lo estaba ni de coña.
Elegido casi cada año durante quince dentro de la lista de
strategoi,
Cimón pudo convertirse en dueño y señor de la flota ateniense,
verdadero tampón de la ciudad contra las invasiones y, también, la
sala de máquinas de su poder. Cimón hizo el mar Egeo suyo,
por mucho que dijera que todo lo hacía por Atenas. Su poder se
incrementó de forma muy relevante, pues siempre hay vías para ser
una especie de ávido dictador en medio de una democracia; y en
aquella democracia ateniense, que hoy los ignorantes tienen por lo
más de lo más dado que usualmente no saben nada de ella, era, si
cabe, más fácil que hoy (y mira que lo es).
Ya
seguiremos.
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