En este mismo color tenemos:
El viernes, 9 de febrero, la principal actividad en Yalta fue angloamericana. El día estuvo presidido por una reunión de los altos mandos de ambos países, en la que estuvieron presentes Roosevelt, Leahy, Marshall, King, Kuter, MacFarland, Churchill, Brooke, Portal, Ismay, Cunningham y el general Arthur Thomas Cornwall-Jones. Esta reunión sirvió para que ambos estados mayores comprobasen los avances y ventajas que habían obtenido en las reuniones técnicas trilaterales.
Además
de esta reunión, Roosevelt y Churchill almorzaron juntos. Un
almuerzo en el que el presidente estadounidense estaba exultante. Le
dijo al primer ministro británico: he conseguido todo lo que quería
y pagando un precio muy bajo. En fin, es probable que los
ciudadanos de la que hoy conocemos como Europa del Este, los
coreanos, los vietnamitas, camboyanos o laosianos y otras hierbas
acabasen por no ser de esa opinión; pero para ser apoyados en sus
inquietudes habrían necesitado que el inquilino de la Casa Blanca
supiese más de lo que sabía y, sobre todo, fuese más consciente de lo que no sabía.
Ingleses
y americanos repasaron aquella mañana muchos problemas concretos,
entre ellos las operaciones en el noroeste de Europa, el refuerzo de
todas las medidas antisubmarinas, pues ambos creían que la guerra
debajo del mar se recrudecería en las últimas boqueadas de
Alemania. El traslado al Rhin de unidades afectadas al frente
italiano. La intensificación de los bombardeos en Japón. La
continuación de la ayuda a China.
Como
punto principal, los expertos militares de ambos países
intercambiaron sus puntos de vista sobre la fecha probable del fin de
las hostilidades. Consideraban en ese momento que Alemania aguantaría
como mucho hasta el 1 de julio y como mucho-mucho hasta el 31 de
diciembre; y que Japón tardaría año y medio tras la derrota de
Hitler en Europa.
A las
tres y media de la tarde, Marshall, King y Kuter se desplazaron a
Livadia para encontrarse con Antonov, Khudyakov y Kuznetsov. Antonov
presentó en esa reunión un informe sobre las unidades soviéticas
que serían puestas en juego en el frente de Extremo Oriente, informe
en el que insistió en la idea de que deberían ser los
estadounidenses los que dotasen, por mar y aire, de toda la logística
de estas tropas. Anunció que ya se había dado la orden a los
oficiales soviéticos para que seleccionasen los mejores terrenos
para construir grandes aeródromos en el área de Komsomolsk y
Nikolaevsk. Luego explicó muchas otras operaciones de preparación
que se habían abordado ya, y propuso que la primera acción bélica
de la URSS fuese la toma de Sajalín. Los estadounidenses aprobaron
aquellos planes.
A esa
reunión siguió un cara a cara entre Khyudakov y Kuter, ambos
generales del Aire. Durante dos horas, ambos discutieron el apoyo
aéreo a las operaciones bélicas soviéticas en Extremo Oriente.
EEUU situaría en la zona un grupo de bombarderos B29 y construiría
los depósitos de combustible necesarios para tener allí mismo unas
reservas plenas de carburante.
Los
ministros de Exteriores, por su parte, almorzaron como tenían por
costumbre para analizar diversos temas.
El
principal de los asuntos a estudiar, como ya sabemos, era Polonia,
pues el día anterior los jefes les habían pasado la pelota ante la
imposibilidad de encontrar un acuerdo. Stettinius, esto es el
ministro de Exteriores del presidente que apenas estaba pagando
precio alguno por sus reivindicaciones, anunció al principio de
la reunión que Estados Unidos, analizando las reticencias soviéticas
a su solución para Polonia, había decidido renunciar a la formación
de un comité presidencial de amplio espectro; añadiendo que, de
esta manera, confiaba en que las posiciones se acercasen. Una vez
más, se aprecia en esta intervención de Stettinius la mano larga (y
buenista) de Harry Hopkins, el mismo que el día antes había pensado
que la propuesta americana sería firmada por Stalin en segundos
tres, y que ahora parecía creer que por cambiar el color del balón
los soviéticos iban a aceptar jugar un partido de baloncesto en
lugar de fútbol.
Y,
claro, fue que no. Molotov, que había recibido con seguridad
instrucciones precisas de un Stalin que había olido ya las
dubitativas posiciones de Washington, no hizo sino intervenir para
defender que la solución para Polonia era ampliar el gobierno de
Varsovia, sin inventar nuevas mandangas.
La
fórmula que se propuso entonces fue ésta: el actual gobierno
provisional de Polonia [primer paso: aceptar que lo de Londres no era
un gobierno ni era nada] será reorganizado en un gobierno plenamente
representativo basado en todas las fuerzas democráticas de Polonia
[segundo paso: aceptar que aquéllos que querían terminar con la
democracia en Polonia también eran demócratas por el mero hecho de tener la vitola de antifascistas], incluidos los jefes
demócratas polacos emplazados en el extranjero. Así, tomaría el
nombre de gobierno provisional de unidad nacional, y como tal sería
reconocido por las tres potencias [tercer paso: dar plena legalidad
internacional a un gobierno no surgido de las urnas, a cambio de la
vaga promesa de que los polacos votarían algún día].
Incluso
analistas mucho menos críticos con Roosevelt de lo que lo pueda ser
este relator suelen atizarle bastante a este texto propuesto por
Stettinius porque, es interpretación bastante generalizada, supura
candor y optimismo antropológico por todos sus poros. El problema
básico para las potencias democráticas, que no se olvide habían
empezado toda la guerra por defender a Polonia, era no dejar esa
democracia en manos de los no demócratas; y había que ser muy
imbécil para no darse cuenta de que era hacia eso adonde se estaba
avanzando en Yalta, todo a cambio de las Naciones Unidas y de que la
URSS se apuntase a una guerra que ya estaba ganada.
Eden,
por supuesto, no era de la opinión del Departamento de Estado de
Washington. Intervino para decir, una vez más, que Londres nunca
reconocería la representatividad del llamado gobierno de Lublin. Así
las cosas, los ministros de Exteriores, que habían recibido aquella
patata ardiente porque sus jefes no se ponían de acuerdo sobre la
materia, no tuvieron más remedio que hacer lo mismo, y se la
devolvieron igual de caliente.
Eso
sí, los ministros tomaron algunas decisiones sobre los temas que por
lo visto eran más importantes. Por ejemplo: se pusieron de acuerdo
en que los firmantes de la carta de invitación a la asamblea
fundacional de las Naciones Unidas la firmarían los tres grandes,
China y Francia. Alger Hiss, alto funcionario del departamento de
Estado, hizo notar, con un lenguaje muy estadounidense, que Francia
tenía mucho ascendente ante bastantes naciones pequeñas, así pues
era “muy útil para vender nuestra mercancía”; y Molotov,
probablemente alucinado de que aquellos sajones se batiesen tanto el
cobre por imbecilidades, concedió gustoso.
En el
tema yugoslavo, Molotov observó que antes de cerrar el tema sería
necesario que Chubachitch y Tito llegasen a acuerdos definitivos.
Eden, por su parte, solicitó el apoyo de los otros dos grandes a dos
enmiendas que defendía en el texto de dichos acuerdos: la primera,
para que la Asamblea Antifascista Yugoslava de Liberación Nacional
fuese ampliada para incluir todos aquellos miembros del Parlamento de
antes de la guerra que no se habían comprometido con Hitler. Y la
segunda, en el sentido de que todos los actos legislativos de esta
Asamblea debieran ser ratificados posteriormente por una Asamblea
Constituyente. Como no hubo acuerdo, los ministros cogieron el
dossier, lo apretaron bien, y luego le dieron una patada a seguir en
dirección al plenario.
Sobre
el tema de las reparaciones, llegaron a un acuerdo apenas sobre dos
puntos. Según el primero de ellos, las indemnizaciones serían
percibidas en primer lugar por los países que soportaron una carga
superior en la guerra. Asimismo, se aceptó que los pagos en especie
se exigirían en productos a Alemania durante diez años, amén de
una especie de tasa sobre su riqueza anual; el asunto de la
posibilidad de utilizar trabajadores alemanes quedó en paso, pues se
acordó que era necesario estudiarlo más a fondo. A pesar de estos
acuerditos, siguieron las discrepancias. Molotov se negó a
aceptar otra cifra que no fuesen 20.000 millones de dólares,
siquiera como punto de partida de una discusión.
De
aquel mediodía es de cuanto datan la mayoría de las fotos de Yalta
que conocemos, pues fue entonces cuando los participantes en la
reunión se sometieron a una larga sesión de fotos y tomas de cine.
La sesión, por cierto, enfureció a Churchill, porque todos los
focos se centraron en Roosevelt, y porque no pudo hacer su famoso
gesto de victoria.
Con
la coñita de las fotos y toda la movida, la sesión plenaria se
retrasó levemente a las cuatro y media de la tarde.
Nada
más comenzar la sesión, Molotov propuso un nuevo texto sobre el
tema del gobierno polaco. Decía: “el actual gobierno polaco
será reorganizado sobre una base más ampliamente democrática e
incluirá a los jefes demócratas presentes en Polonia o en el
extranjero”. Propuso que todos los partidos democráticos fuesen
apelados de antifascistas, y, aquí está la clave, rechazó
la propuesta de Stettinius de que las elecciones polacas fuesen
supervisadas por los tres grandes porque, dijo, eso molestaría a los
polacos. A los polacos no sé; a los soviéticos, desde luego, les
habría puesto de los nervios.
Churchill
intervino para decir que tal vez estaban todos queriendo ir demasiado
deprisa, y que sería bueno tomarse un tiempo para reflexionar.
Exultantes tras haber recibido la sugerencia de hacer lo que mejor se
les daba: dejar los temas en paso, todos estuvieron de acuerdo en
dejar el tema polaco para más adelante.
Así
las cosas, pasaron a la cuestión de las reparaciones de guerra. En
este asunto, finalmente se admitió la cifra de 20.000 millones de
dólares, la mitad para la URSS. Maisky sacó la propuesta, y la
arrancó, de que estas reparaciones se calculasen a los precios de
1938, pero que además se aprobase la posibilidad de incrementarlos
de un 15% a un 20% en artículos concretos. Los soviéticos, supongo
que el lector ya se habrá dado cuenta, habían preparado aquella
conferencia mucho más meticulosamente que sus compañeros de mesa, y
no dejaban hilo sin puntada.
El
tema yugoslavo no concitó tantos consensos. Churchill y Stalin, para
mí en uno de los momentos más sinceros, más antidiplomáticos por
así decirlo, de Yalta, se embarcaron en una discusión muy
interesante sobre si Tito era un gobernante democrático o un
dictador. A Stalin esa discusión no debió gustarle demasiado,
más que nada porque probablemente sabía que Tito no era sino un
símbolo que designaba otras cosas (tal vez él mismo), así que,
manejando magistralmente los tiempos y el pathos de aquella
reunión, decidió anunciar que apoyaba las dos enmiendas que en el
almuerzo había explicado Eden. Con ello, Tito y Chubachitch fueron
invitados a darse un piquito cuanto antes.
Inmediatamente
después, Stettinius presentó un proyecto, preparado por Alger Hiss
(otro cráneo previlegiado de aquel encuentro), según el cual los
cinco gobiernos con silla permanente en el Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas deberían consultarse entre ellos antes de la
primera asamblea mundial, para regular en la carta de las Naciones
Unidas un mecanismo para los territorios protegidos o bajo mandato.
La
propuesta provocó un auténtico estallido de rabia de Churchill. “No
aceptaré”, dijo, “ni una palabra en tal sentido. Además, estoy
tristemente sorprendido de no haber sido ni siquiera consultado para
dicha propuesta. Nunca, en mi vida, permitiré que cuarenta o
cincuenta naciones del mundo metan sus manos en la forma de vida del
Imperio Británico”.
Stettinius,
balbuceante, trató de explicarle que el texto ni siquiera citaba el
Imperio Británico y que estaba pensado para la península coreana,
Indochina y otros territorios o británicos que se deberían liberar
del yugo japonés. Pero, claro, con eso no hacía sino abrir en canal
la exorbitante ingenuidad con la que su jefe, Roosevelt, había
abordado la negociación de este tema (y de otros) directamente con
Stalin, sin pensar en las consecuencias colaterales de lo que estaba
acordando (¡hay que ver lo barato que me salió!). Y la vasta,
inexplicable, falta de profesionalidad de un Departamento de Estado
que se suponía petado de fontaneros, pero que a la hora de la verdad
no distinguía una cañería de PVC de un palimpsesto bizantino.
Stalin...
¡Stalin!, fue el que tuvo que intentar calmar los ánimos. Pero no
lo consiguió; en realidad, todo lo que consiguió fue llevarse un
zasca. Ante sus intentos por convencer a Churchill de que estaba
haciendo una montaña con un leptón, el primer ministro lo miró a
los ojos y le dijo: “señor Mariscal, trate de imaginar que se
decidiese colocar Crimea bajo mandato internacional para construir
aquí un complejo de balnearios”. Stalin, prudente, calló.
Así
las cosas, Roosevelt propuso disolver provisionalmente la reunión,
para ver si Hiss, el lissssto de Hiss, era capaz de encontrar un
texto que cupiese en los calzoncillos de los británicos.
Cuando
todos volvieron al plenario, ya no pudieron regresar al tema del
Consejo de Seguridad. La pausa les había servido para darse cuenta
de que no estaban nada de acuerdo en otro tema.
Polonia.
Again, and again, and again.
Roosevelt,
al parecer porque su Departamento de Estado había pensado las cosas
un poco por fin, regresó a la reunión con serias reticencias a la
expresión gobierno provisional que quería usar Molotov. En
su sustitución, prefería la expresión “gobierno que funciona
actualmente en Polonia”. Además, insistió sobre la necesidad de
que se procediese en Polonia a unas elecciones libres incontestables,
lo cual quería decir bajo el control de los tres grandes. Churchill
abonó esta postura argumentando que Tito, con seguridad, dejaría
que observadores internacionales estuviesen en las elecciones
yugoslavas, y que éstos eran comunes en Italia y en Grecia.
Stalin,
sin embargo, permaneció impasible en la opinión de que un control
extranjero de las elecciones en Polonia sería una ofensa para los
polacos (afirmación ésta que supongo que le moverá a la carcajada
a cualquier lector polaco de estas notas); y se extendió sobre la
gran formación del pueblo polaco, capaz de alumbrar sabios como
Copérnico.
Así
las cosas, el tema volvió a quedar en paso, y los miembros de la
reunión se pusieron de acuerdo sobre la conocida como Declaración
de la Europa Liberada. Una declaración que, entre otras cosas,
afirma el derecho de todos lo países a elegir su forma de gobierno y
quién les gobierne; declaración ésta que fue muchas veces usada
por la República española en el exilio contra Franco, pero que sin
embargo apenas fue blandida contra uno de sus firmantes quien, que se
sepa, jamás le dio a los pueblos que gobernó ni media oportunidad
de decidir si querían ser gobernados por él.
Finalmente,
la sesión terminó con un reflexión sobre los criminales de guerra.
Churchill tenía una lista de todos los que, en su opinión, debían
ser pasados por las armas. Stalin preguntó, con un poco de mala
leche, por la suerte de Rudolf Hess que, contestó Churchill, sería
“actualizada de acuerdo con los acontecimientos”.
A las
diez y media de la noche, los ministros de Exteriores se reunieron en
el palacio Yusupov, para discutir el tema polaco. La discusión fue
bronca y complicada, pero al final se pusieron de acuerdo en un texto
que decía:
Se ha creado una
situación nueva por la liberación completa de Polonia por el
Ejército Rojo. Esta situación exige el establecimiento de un
gobierno polaco provisional sobre las bases más amplias en este
momento respecto del tiempo anterior a la liberación de la Polonia
occidental. El gobierno actualmente en funciones en Polonia será
reorganizado sobre bases democráticas más amplias mediante la
inclusión de los jefes demócratas residentes en Polonia, más otros
jefes elegidos de entre los que se encuentran en el extranjero. Este
nuevo gobierno tomará el nombre de gobierno provisional polaco de unidad nacional. Los señores Molotov, Harriman y sir Archibald Clark
Kerr son autorizados a consultar en primer lugar a Moscú los
miembros del actual gobierno provisional así como los jefes
demócratas emplazados en Polonia y en el extranjero, para así
reorganizar el gobierno en la línea que aquí se describe. Este
gobierno se encargará de proceder a unas elecciones libres y sin
obstáculos lo antes posible, sobre la base del sufragio universal y
el escrutinio secreto. Todos los partidos demócratas y antinazis
tendrán derecho a participar en estas elecciones y presentar
candidatos. Desde el momento en que el gobierno se haya formado
siguiendo estas directivas, los tres grandes lo reconocerán.
No
se pudo llegar a ningún acuerdo sobre la supervisión de las
elecciones.
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