Recuerda que ya te hemos contado cómo se montó la movida y cómo los marineros tomaron el control del acorazado.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin, y el movidón que se montó cuando ya habían llegado, y que inmortalizó Einsenstein. Después comenzó el toma y daca entre los marineros y los revolucionarios, y algún que otro susto. Finalmente, los marineros del Potemkin logran enterrar al marinero Vakulinchuk, aunque con incidentes. Y, finalmente, hemos pasado al bombardeo de Odessa por el acorazado y, posteriormente, sus consecuencias y los movimientos de la Flota del Mar Negro.
En efecto, en la noche del 29 al 30 de junio, con la excitación del bombardeo y las novedades, poca gente pudo dormir en el acorazado amotinado. Mucho menos los miembros del Comité Popular, los cuales, tras el regreso de la delegación con el niet del general Korkhanov, estuvieron reunidos hasta más allá de la medianoche. Pero durante toda la madrugada hubo asambleíllas improvisadas en cualquier rincón del barco.
La
marinería del Potemkin,
por así decirlo, comenzaba a darse cuenta de que se había
amotinado, y lo que ello significaba. En su relativo pesimismo,
pesaba mucho también el hecho de que, según los testimonios de que
disponemos, los líderes de la movida ya no pareciesen los tersos
superhombres de horas atrás. Matushenko, que apenas habría dormido
cuatro o cinco horas en dos días, aparecía lógicamente deshecho.
Dymitchenko, ejemplo como poco de líder sanguíneo, de vozarrón y
sentencia lapidaria, aparecía mucho menos mordedor con las horas.
Kirill estaba incluso afónico. En lo que se refiere a los teóricos
de tierra, Feldmann había quedado tan laminado tras su última
intervención mitinera, que apenas se atrevía a dar las buenas
noches.
Este
deslizamiento hacia el pesimismo se producía, además, en medio de
la confusión revolucionaria provocada por la dinámica de todos los
movimientos de este tipo, que automáticamente habían generado una
miríada de comités y subcomités para discutir esto y aquello;
lugares de tertulia revolucionaria que no servían para otra cosa que
para orear las sombrías ideas de cada uno.
En
la madrugada del día 30, la radio del Potemkin
capta una serie de mensajes inconexos que para el telegrafista del
acorazado no hay duda provienen del Rotislav.
Uno de los mensajes captados dice “claramente visible”, y esto es
lo que pone a Matushenko de los nervios. Todo el Comité Popular es
despertado inmediatamente y congregado en el colmado del
telegrafista.
En
pocos minutos parece claro que al menos dos navíos de la Flota
se acercan. Consiguientemente, se da la voz de alarma en el barco.
Matushenko salta al Smely,
el pequeño y veloz vapor anclado junto al acorazado, y con él sale
del puerto para intentar avistar los barcos. Este barco regresará a
las nueve de la mañana, habiendo visto tres acorazados y varios
barcos ligeros que han abandonado la bahía de Tendra para dirigirse
a Odessa. Todos ellos llevan la cruz de San Andrés, esto es, no se
han rebelado.
Paradójicamente,
como suele ocurrir, las malas noticias sirven para galvanizar a quien
está un poco bajo de biorritmos. Matushenko, en concreto, declara
una total confianza en la potencia de fuego de su barco, así como en
la acción de las células revolucionarias en los otros barcos; y es
más que probable que no mintiese.
Ya
es de día cuando el vigía logra ver tres columnas de humo en el
horizonte. Se le unen Matushenko, Alexeyev, Kovalenko, Dymitchenko,
Kirill, Mikishin y Feldmann, y ante ellos el observador reconoce al
Jorge el
Victorioso,
el Doce
Apóstoles
y el Santísima
Trinidad,
más al menos un crucero y varios torpederos.
Matushenko
toma los prismáticos y, cuando observa por sí mismo, los suelta, se
dirige a Alexeyev (teórico comandante de la nave) y le ordena
que el Potemkin
leve
anclas y se ponga en movimiento, para así evitar ser cogido en el
puerto como en una ratonera.
Algunos
minutos más tarde, el Potemkin
sale del puerto haciendo señales que significan: “rendiros o
haremos fuego”. Se encuentra a unos 9 kilómetros de los barcos de
la Flota.
Las
unidades de Vishnevetsky, sin embargo, siguieron acercándose. Cuando
se encontraban a unas cuatro millas del Potemkin,
los tres acorazados comenzaron a maniobrar para formar un frente en
lugar de una fila. En el acorazado amotinado, se hace evidente que las
unidades están creando una formación de ataque, y que muy pronto,
tal vez en apenas un minuto, abrirán fuego.
Se
equivocan, sin embargo. El contraalmirante Vishnevetsky, y hay que
decir que será luego seriamente castigado por ello, ha visto las
señales del Potemkin
y, al encontrar que no dejan espacio alguno para la negociación, ha
decidido pedir refuerzos y esperar. Sus tres acorazados, por lo
tanto, tomarán rumbo hacia el sur, protegidos en los flancos por sus
torpederos. Finalmente, formarán en dos columnas de ataque: una con
el Rotislav a
la cabeza, la otra con el Santísima
Trinidad,
con los torpederos en retaguardia y el crucero ligero patrullando el intercolumnio.
En
el Potemkin,
la alerta permanece durante toda la mañana, aunque es cierto que con el tiempo se produjo cierta relajación: los
cañoneros, por ejemplo, abandonaron sus posiciones a la hora del papeo. De hecho,
la ausencia de un ataque al alba había llevado a la marinería a
dejarse llevar por una corriente de optimismo. Durante la mañana,
fueron bastantes las fiestas con cánticos que se celebraron en
cubierta.
A
las doce y cuarto del mediodía, sin embargo, los vigías dan una
nueva alarma. A la vista se encontraban, no tres acorazados, sino
cinco. Esto es: con la única excepción del Catalina
II,
la totalidad de la Flota del Mar Negro; lo cual, tras los desastres
ocurridos contra Japón en el los mares bálticos, en realidad era
toda
la flota rusa.
De
nuevo se da orden de salir a toda máquina, y el Potemkin,
acompañado del N267,
se dirige hacia sus enemigos. Afanasy Matushenko, como ya hemos dicho en estas notas, tenía la ilusión de ver llegar a los barcos de la Flota enarbolando la bandera roja. Esto es: confiaba en que se hubiese producido, tras la noticia de lo de su acorazado, una rebelión general tras la cual los barcos, ya unidos, supongo que se iban a dedicar a pasear la cosa bombardeando fachas. Como ya también hemos, yo escrito y vosotros leído, sin embargo fue precisamente el motín del Potemkin el que se cargó esa posibilidad, puesto que, a causa de los gusanos en la carne, la tripulación del barco, torpemente secundada por los elementos revolucionarios (que, en buena teoría de vanguardia bolchevique, tendrían que haberles parado los pies y esperar hasta julio), se cargó a sus mandos y sobre todo generó un mártir, el marinero Vakulinchuk, hechos tras los cuales había entrado en un punto amotinado de no retorno.
En estas condiciones, Matushenko sólo tenía tres opciones: una, esperar a que la Flota se sublevase, esto es que la ingeniería revolucionaria adelantase su calendario para sintonizarse con la rebelión del Potemkin. Ésta primera posibilidad es la que había desaparecido desde que el propio Matushenko vio las banderas ondeando en los mástiles de los acorazados de la Flota. Las otras dos eran: enfrentarse a los barcos de la Flota, esperando que la marinería se negase a disparar y, por lo tanto, prender él la mecha revolucionaria con su actitud; o huir. Estas dos oportunidades que le quedaban pasaban, ambas, por el gesto que ordenó: salir del puerto y dirigirse hacia la Flota, como los buenos caballos de picar, dando los pechos al toro.
En estas condiciones, Matushenko sólo tenía tres opciones: una, esperar a que la Flota se sublevase, esto es que la ingeniería revolucionaria adelantase su calendario para sintonizarse con la rebelión del Potemkin. Ésta primera posibilidad es la que había desaparecido desde que el propio Matushenko vio las banderas ondeando en los mástiles de los acorazados de la Flota. Las otras dos eran: enfrentarse a los barcos de la Flota, esperando que la marinería se negase a disparar y, por lo tanto, prender él la mecha revolucionaria con su actitud; o huir. Estas dos oportunidades que le quedaban pasaban, ambas, por el gesto que ordenó: salir del puerto y dirigirse hacia la Flota, como los buenos caballos de picar, dando los pechos al toro.
En
la pasarela, Matushenko, Dymitchenko, Kirill y Feldmann discuten
acaloradamente. Feldmann, que la verdad durante todo este episodio da
demasiadas veces la impresión de ser un teórico revolucionario al
cual las vidas de los marineros se la soplan, todavía sigue
reprochándole a sus compañeros que no se haya perseguido a los
barcos del Vishnevetsky cuando viraron al sur. Si les hubiésemos
acosado, argumenta Feldmann, sus tripulaciones se habrían amotinado.
Están
todos los barcos a menos de siete millas de distancia, cuando el
Potemkin capta
un mensaje del Rotislav.
Se trata de una llamada del almirante Krieger.
Hombres de la Flota del Mar Negro, estoy sorprendido de vuestra actitud.
Rendiros inmediatamente.
Martushenko
ordena responder: La
Escuadra debe detenerse y su comandante en jefe venir al
Potemkin para
discutir las condiciones de la capitulación. Nosotros garantizamos
su seguridad.
La
distancia era ya sólo de cinco millas cuando llegó la respuesta de
Krieger.
No
sabéis lo que habéis hecho. Rendiros inmediatamente. Sólo si
capituláis inmediatamente podréis ser bien tratados.
Matushenko
contesta con su primera oferta, salpimentada con la información de
que si no se le hace caso, el barco abrirá fuego.
Krieger
ni siquiera responde. Y no hay que extrañarse. En ese momento,
dispone para la batalla con más fuerzas de las que tuvo el almirante
Togo cuando había enviado al fondo del mar la armada del almirante
Rojestvensky en Tsushima. Y sólo combate contra un acorazado.
Ambos
contendientes están ya a 3,5 millas, pero Matushenko (ya no
Alexeyev, que es probable que para entonces estuviese deponiendo en
alguna letrina del barco) ordena mantener el rumbo, justo hacia la
mitad de las dos columnas.
Cuando
están ya a menos de una milla, el crucero ligero Kazarsky, que como sabemos forma parte de la escuadra de la Flota, pasa tan cerca de los amotinados se ve obligado a hacer una maniobra para no ser embestido por el
Potemkin,
dejando a éste la línea libre entre las dos columnas de acorazados.
Finalmente, el barco amotinado llega a la altura del Rotislav
y
del Santísima
Trinidad.
Es de suponer que en el Potemkin quien más, quien menos, se agarra las pelotas y se despide de ellas.
Pero, para su sorpresa, nada ocurre.
Es de suponer que en el Potemkin quien más, quien menos, se agarra las pelotas y se despide de ellas.
Pero, para su sorpresa, nada ocurre.
Será del Jorge el Victorioso de donde provenga la primera respuesta al Potemkin. Este acorazado está emplazado en tercera posición de una de las columnas dispuestas por Vishnevetsky. Cuando el Potemkin pasa a su lado, los miembros amotinados ven a la tripulación del barco asomándose por la cubierta, agitando sus boinas y dándoles vivas. Poco a poco, observan como en otros de los barcos ocurre lo mismo.
No,
no habrá disparos. Todo lo más, habrá revolución.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario