Recuerda que ya te hemos contado cómo se montó la movida y cómo los marineros tomaron el control del acorazado.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin, y el movidón que se montó cuando ya habían llegado, y que inmortalizó Einsenstein. Después comenzó el toma y daca entre los marineros y los revolucionarios, y algún que otro susto. Finalmente, los marineros del Potemkin logran enterrar al marinero Vakulinchuk, aunque con incidentes. Y, finalmente, hemos pasado al bombardeo de Odessa por el acorazado.
Tras la cagada del bombardeo interruptus, las prioridades en el Potemkin, y en su Comité Popular, eran dos: por un lado, procurarse ese mapa de la ciudad que demandaba Bedermeyer para así poder disparar con precisión; y, en segundo lugar, elaborar un nuevo ultimátum para Korkhanov. El Comité, que andaba un poco nerviosillo, tardó más de una hora en elaborar el nuevo ultimátum. En un notable ejercicio de transparencia, los líderes del acorazado, que en realidad eran los únicos que sabían que la habían cagado, le contaron a sus compañeros que se habían limitado a realizar dos disparos de intimidación.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin, y el movidón que se montó cuando ya habían llegado, y que inmortalizó Einsenstein. Después comenzó el toma y daca entre los marineros y los revolucionarios, y algún que otro susto. Finalmente, los marineros del Potemkin logran enterrar al marinero Vakulinchuk, aunque con incidentes. Y, finalmente, hemos pasado al bombardeo de Odessa por el acorazado.
Tras la cagada del bombardeo interruptus, las prioridades en el Potemkin, y en su Comité Popular, eran dos: por un lado, procurarse ese mapa de la ciudad que demandaba Bedermeyer para así poder disparar con precisión; y, en segundo lugar, elaborar un nuevo ultimátum para Korkhanov. El Comité, que andaba un poco nerviosillo, tardó más de una hora en elaborar el nuevo ultimátum. En un notable ejercicio de transparencia, los líderes del acorazado, que en realidad eran los únicos que sabían que la habían cagado, le contaron a sus compañeros que se habían limitado a realizar dos disparos de intimidación.
¿Dónde
habían ido los dos proyectiles? Bueno, para suerte de la revolución,
su destino había sido relativamente modesto. El primero de ellos
había impactado en el techo de una vivienda de la calle
Nyesjenskaya. El segundo había causado algunos daños materiales en
la fachada de un hotelito en el que, probablemente, se hacían otras
cosas además de tomar café. Es probable, pues, que a alguno los pepinazos lo pillasen con el culo al aire, pero no había habido víctimas
personales.
Fue
a última hora de la tarde cuando el general Protopopov, que era el
principal adjunto de Korkhanov (podría ser Alexander Protopopov, quien llegaría a ser ministro del Interior, pero no puedo aseverarlo), recibió a una delegación de los
amotinados en el cuartel general del gobierno militar de la plaza.
Los marineros le dijeron al general más o menos que habían
bombardeado esa mañana la capital con conocimiento de lo que hacían,
en plan advertencia. Por ello, invitaron al comandante en jefe a
rendirse ante el Potemkin.
Si no se produjese dicha rendición, dijeron, se sentirían liberados
de tomar la acción que les pareciese. Muy particularmente, si la
delegación no estaba de vuelta en el barco a las diez de la noche,
el bombardeo recomenzaría.
Protopopov
hizo lo que tenía que hacer, esto es comunicar que le iba a comentar
la movida a su jefe. Pero la cosa no pintaba de rendición, la
verdad. Korkhanov había recibido ese día 10.000 hombres más, y
sabía que había más tropas de camino. Para entonces, además,
disponía ya de artillería tanto pesada como ligera. Además, era un
militar experimentado rodeado de otros militares experimentados,
todos los cuales comprendieron que lo de los disparos de aviso había
sido una chulería de los del Potemkin.
Los militares de Odessa comprendían muy bien cuál había sido
objetivo del bombardeo, y la puta mierda de resultado que habían
obtenido los revolucionarios. Además, en el momento de la entrevista
Korkhanov podía dar por terminada la operación de limpieza en seco
de revolucionarios que había realizado en la ciudad, que por lo
tanto podía considerar suya.
No
tenía ni un solo motivo para pensar que los amotinados tenían una
posición de fuerza sobre él.
Por
esa razón, esa misma noche respondió: no tenía intención de
comenzar negociación alguna con los amotinados. Si éstos querían
responder bombardeando a civiles inocentes, allá ellos con el juicio
de Dios, y del Zar. Y les dejó marchar.
Al
regreso al barco, el relato de la fría reacción de Korkhanov
sublevó a los marineros. Pero tuvo el efecto esperado, porque, en
medio de las esperables chulerías en plan vamos a bombardearle y se
va a enterar de lo que vale un peine y tal, comenzó a haber sectores
dentro de la marinería que ya no estaban tan convencidos de su
poder.
Es
hora de hablar un poco de la gran amenaza, y al mismo tiempo la gran
esperanza, de los amotinados del Potemkin:
la flota del Mar Negro.
A
principios del siglo XX, Rusia era una de las grandes potencias
navales del mundo. La tercera, para ser más exactos. Había una
razón para tener tanto tonelaje, una razón muy evidente para
cualquiera que mire un mapa: proteger el Imperio por mar suponía
estar presente en tres palanganas que no tenían directa conexión
entre ellas: el mar Báltico, el Extremo Oriente y el Mar Negro.
España no tiene ese problema; toda su costa se puede circunnavegar
sin problema sin abandonar aguas territoriales nacionales. Pero las
naciones de dimensiones continentales, como Rusia o Estados
Unidos, pagan su tochez con el condicionante de no tener esa suerte.
Entre
Libau, Sebastopol y Port Arthur , cójase el lector un mapa (en el
sentido hispánico del verbo, ojo) y observe que es medio mundo,
Rusia no disponía ni de bases navales ni de puertos para el
aprovisionamiento de carbón. En la práctica, eso quería decir que
Rusia no tenía una flota: tenía tres, de hecho incapaces de
asistirse las unas a las otras. En consecuencia, Rusia tenía la
tercera mayor flota del mundo, pero en la realidad era un país de
segundo orden en lo que acometida en los mares se refiere.
En
principio (siglo XVIII), Rusia no se había preocupado por tener una
flota en el Mar Negro propiamente dicha. Sin embargo, tanto en la
guerra de Crimea como, sobre todo, en la conflagración con los
turcos, se les hizo bastante evidente que estaban haciendo el lila en
este aspecto. Fue tras dicha guerra, en la novena década del siglo
XIX pues, cuando Rusia se embarcó (nunca mejor dicho) en una carrera
naval que recuerda bastante a la que veintipico años después
acabaría provocando la primera guerra mundial. Como el enemigo más
cierto de Rusia eran los otomanos, la niña bonita del presupuesto de
Marina fue la Flota del Mar Negro.
Esta
apuesta se hizo a pesar de que el Mar Negro había sido convertido
por el Tratado de Berlín de 1878 en una bañera, dado que dicho
documento establecía que sólo los buques bajo pabellón turco
podrían atravesar el Bósforo. En 1882, sin embargo, los rusos
comenzaron a poner los astilleros en modo experto. Cuatro años
después, botaron dos acorazados de 10.000 toneladas cada uno, y en
la misma década todavía acabarían dos grandes embarcaciones más,
y tres más en la década siguiente. En 1900, por último, botaron a
la unidad más poderosa de las nuevas inversiones, el Potemkin.
Cuando
el Potemkin puso
las nalgas sobre el agua y comenzó a flotar, la flota del Mar Negro
se convirtió en la mayor concentración naval de su momento. Sin
embargo, no todo era tan bonito. Expertos hay que suelen leer este
blog y saben que construir un barco de guerra lleva su tiempo por
muchas razones. Las grandes unidades del Mar Negro habían sido
construidas a pelo puta, y eso se notaba en diversos fallos de
funcionamiento de los que siempre adolecieron.
A
esto hay que unir que Rusia, en realidad, no tenía tradición naval,
lo cual se comunicaba a la calidad media de sus tripulaciones. Los
marineros eran reclutados de una forma más o menos voluntaria en
todo el país, a pesar de que éste tenía extensas zonas donde no
sabían ni lo que era el mar; y la recluta de oficiales era tan pobre
que la mayoría de los barcos acusaban una proporción muy baja de
los mismos (menos de quince oficiales para 600 marineros, o más).
Los
revolucionarios socialdemócratas habían comenzado a infiltrarse en
la marinería en 1903. Poco a poco, consiguieron constituir una
célula en cada barco, y un sistema de comunicación entre las
mismas. A los revolucionarios les vino Dios a ver cuando el almirante
de la flota Grigory Pavlovitch Chukin, preocupado por las largas
jornadas ociosas de los marineros, decretó que sustituyesen por
turnos a los obreros de los astilleros de Sebastopol y Nikolaiev; los
contactos, entonces, se estrecharon.
En
1905, los líderes socialdemócratas llegaron a la conclusión de que
la situación era la correcta para un levantamiento. El decreto de
los astilleros les había permitido coordinarse con la gente de
tierra, y, además, estaban cercanos la masacre del Palacio de
Invierno, la pérdida de Port Arthur y la catástrofe de las flotas
báltica y de Extremo Oriente. Decidieron que habría un golpe
revolucionario en julio, coincidiendo con unas grandes maniobras
previstas en la bahía de Tendra. En un momento dado y coordinado,
los marineros revolucionarios irrumpirían en los dormitorios de los
oficiales, inmovilizándolos. A la mañana siguiente, ante el fait
accompli,
el resto de las tripulaciones se les uniría.
Curiosamente,
la valoración que hicieron los revolucionarios consideró que el
Catalina II era
el barco más proclive a la revolución, y aquél en el que sería
más difícil ganar, precisamente, el Potemkin.
En el pasado, su tripulación se había mostrado renuente a esquemas
o ideas revolucionarias. Afanasy Matushenko había recibido la orden
de presionar todo lo que pudiese (hecho éste que, por cierto, abona
la tesis de quienes dicen que la carne no estaba en realidad en tan
mal estado). Matushenko, en todo caso, comunicó en su día a la
célula socialdemócrata de Sebastopol que la rebelión podía
incluso adelantarse en el tiempo, porque el ambiente dentro del
acorazado estaba bastante enrabietado.
La
contraorden dada al marinero, sin embargo, fue estarse quieto. Ya
hemos escrito que el esquema de los revolucionarios profesionales era
dar un golpe cooordinado, en todos los barcos el mismo día y a la
misma hora de la noche. Los revolucionarios sabían que un grupo de
levantamientos aislados, cada uno a su bola, no les servía. Por eso
es difícil creer que, al fin y a la postre, el tema de la carne
fuese más o menos inventado, porque las probabilidades son nulas de
que el motín del Potemkin
formase
parte de una estrategia revolucionaria coordinada. Más bien al
contrario.
En
un hecho, sin embargo, que Matushenko adelantó la revolución en el
Potemkin.
A mi modo de ver, la opción más plausible es que, realmente,
tuviese claro que la marinería del barco no estaba dispuesta a
aceptar un motín, y se diese cuenta, cuando se presentó el
conflicto de la carne, de que era eso o fracasar días después cuando
se diese la orden. Evidentemente, en el momento en que la bala
impactó en el cuerpo del marinero Vakulinchuk, la situación alcanzó
un punto de no retorno.
La
noticia del motín del Potemkin
se conoció en Sebastopol por telegrama en la misma mañana del 28 de
junio, antes de la llegada del acorazado a la rada de Odessa. Ante la
ausencia de Gregorio Pableras, el vicealmirante Alexander Krieger
estaba al mando de la Flota. Krieger convocó una conferencia de
mandos en el Rotislav,
uno de los últimos acorazados botados en la carrera naval de los
últimos veinte años. Para entonces, Krieger tenía diversos
chivatazos de la rebelión general que se preparaba en la Flota, así
pues tenía sus razones para pensar que lo que le comunicaban no era
sino un primer golpe.
El
vicealmirante reclamó de cada una de las unidades navales una
expresión explícita de fidelidad, así como informes sobre el
ambiente entre la marinería. Los informes fueron excelentes para el
Rotislav,
no tan buenos para el Jorge
Victorioso
y los peores en el caso del Catalina
II;
el comandante de ese mismo barco reportó que aquella misma mañana,
los marineros se habían negado a cantar el Dios
salve al Zar,
el Nuestro Padre
y
el Te saludo
María.
Todos
estos argumentos convencieron a Krieger de que, en cualquier
decisión, sería mejor dejar anclado el Catalina
II.
De esta manera, el vicealmirante contaba con los siguientes buques:
- El Rotislav, que tenía 4 cañones de 280, 8 de 152, 12 de 47 y 8 torpederas.
- El Catalina II, como hemos dicho en reserva, que tenía 6 cañones de 305, 7 de 152, 8 de 47 y 8 torpederas.
- El Tria Sviatilelia, o sea Santísima Trinidad, con 4 cañones de 305, 8 de 152, 4 de 120, 10 de 47 y 6 torpederas.
- El Dvienadsat Apostolov o Doce Apóstoles, con 4 cañones de 305, 4 e 152, 12 de 47 y 5 torpederas.
- Y, por último, el Georguy Pobiedonotsev, o Jorge el Victorioso, con 6 cañones de 305, 7 de 152, 8 de 75 y 7 torpederas.
Tras
dos horas de reunión, los comandantes de todas estas naves regresaron
a ellas. La Trinidad,
el Jorge y
los Doce
Apóstoles
tenían orden de encender las calderas y poner proa a Odessa,
acompañados por el crucero ligero Kazarsky
y cuatro torpederos. Al mando de esta escuadrilla se encontraba el
contraalmirante Fiodor Fiodorovitch Vishnevetsky. Sus órdenes eran
localizar el Potemkin,
tomar control del mismo si veía la circunstancia para ello, y
regresar en dos días a Tendra.
Abandonó
el puerto de Sebastopol a las once de la noche de aquel 28, en medio
de rumores sobre una rebelión general de la marinería de la Flota.
Así pues, los marineros del Potemkin tenían sus razones para dormir malamente en la noche del 29 al 30 de junio.
Así pues, los marineros del Potemkin tenían sus razones para dormir malamente en la noche del 29 al 30 de junio.
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