Recuerda que ya te hemos contado.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
En el momento temporal que relatamos, los líderes revolucionarios franceses, en su mayoría, habían perdido ya la pasión por el proyecto del meridiano. Muchos de ellos, de hecho, lo consideraban una molesta gilipollez. Con el metro provisional en la mano, no veían necesidad de seguir echándole billetes a aquel proyecto, propio de envarados y elitistas científicos (porque la gente, como se verá con claridad en el siglo XX y muy particularmente en España, se siente mucho más cómoda llamando intelectuales no a gentes que saben mucho como los buenos científicos, sino a gentes que hablan mucho como los actores, trovadores, etc.)
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
En el momento temporal que relatamos, los líderes revolucionarios franceses, en su mayoría, habían perdido ya la pasión por el proyecto del meridiano. Muchos de ellos, de hecho, lo consideraban una molesta gilipollez. Con el metro provisional en la mano, no veían necesidad de seguir echándole billetes a aquel proyecto, propio de envarados y elitistas científicos (porque la gente, como se verá con claridad en el siglo XX y muy particularmente en España, se siente mucho más cómoda llamando intelectuales no a gentes que saben mucho como los buenos científicos, sino a gentes que hablan mucho como los actores, trovadores, etc.)
El 1 de julio de 1794 llegó la fecha fijada en la norma para la
obligatoriedad de uso del metro (provisional). Pero eso es lo que
decía el papel. A pesar de que el gobierno era consciente de que
tenía cosas que hacer para educar a la gente y, de hecho, había
albergado el proyecto de construir millones de bastones con la
longitud del nuevo metro, para cuando teóricamente el uso de esos
bastones era obligatorio no había terminado ni 1.000; y toda
Francia, mutatis mutandis, vivía a espaldas de la nueva
unidad de medida. Aunque hubo sus avances: el 7 de diciembre de aquel
año, siguiendo la propuesta de los científicos de que la nueva
moneda que habría de alumbrar el nuevo Estado equivaliese a 0,01
gramos de oro, se declaró esta nueva moneda, el franco, equivalente
a la vieja libra, y divisible en 100 céntimos.
Otro avance importante, en la misma línea racionalizadora, fue el
del tiempo. Considerándose los revolucionarios como gestores de un
nuevo tiempo para Francia y para la Humanidad, para ellos era
evidente que debían cambiar el calendario. El calendario gregoriano,
según su acertada reflexión, no dejaba de ser una división del
tiempo montada sobre unos palafitos que eran las fiestas cristianas.
El primer bastión que quisieron atacar fue el del comienzo del
tiempo, pues obviamente contarlo desde el nacimiento de Jesús no les
molaba. Hubo varias propuestas en este sentido, entre las cuales las
que ganaron más adeptos fueron el 1 de enero de 1789 y, por
supuesto, el 14 de julio: el día de la movida bastillera.
En 1793, un matemático con fuertes conexiones políticas (tal fuertes que acabaría en el cadalso), Gilbert
Romme, propuso una solución. El año I de la nueva era sería
situado en la fundación de la República Francesa, esto es el 22 de
septiembre de 1792. Hay que tener en cuenta, para entender la fuerza
de esta propuesta, que la dicha fecha, además de ser política,
tenía un significado natural, ya que fue el día del equinoccio de
otoño. A partir de ahí, se establecían doce meses de 30 días:
- Vendimiario, el mes de la vendimia.
- Brumario, el mes de las brumas.
- Frimario, el mes de las heladas.
- Nivoso, el mes de las nieves.
- Pluvioso, el mes de las lluvias.
- Ventoso, el mes de los vientos.
- Germinal, el mes de la germinación.
- Floreal, el mes de la floración.
- Prairial, el mes de los prados hermosos.
- Mesidor, el mes de las cosechas.
- Termidor, el mes de la calorina.
- Fructidor, el mes de los frutos.
Cada mes tenía tres semanas de diez días llamadas por los franceses
décadas; semanas que carecían de domingo (el día de Dios).
Evidentemente, con el tiempo los revolucionarios tuvieron que
inventar una fiesta intermedia en la semana, que llamaron quintidi,
porque la gente estaba un poco mosqueada con las semanitas de diez
días.
Como ya se ha dicho en estas notas, el viento racionalizador métrico
llevó pronto a los políticos a plantearse la posibilidad de dividir
el día en diez horas, y cada hora en 100 minutos. El 11 de brumario
del año II (1 de noviembre de 1793) una ley decretó esta nueva
forma de medir el tiempo. Mediodía pasaron a ser las cinco, y
medianoche, las diez.
El rollo decimal siguió con el círculo, que pasó a dividirse en
400 grados para que así el ángulo recto tuviese 100. Estos cambios,
obviamente, reclamaban hacer nuevas tablas trigonométricas y de
logaritmos. Condorcet, por cierto, propuso en este terreno que este
tedioso trabajo de recálculo fuese encargado a alumnos de escuelas
para sordos; argumentando, y no le faltaba razón, que por definición
eran menos susceptibles de ser distraídos. Aunque hoy en día todos los estudiantes son sordos al mundo exterior, viven ensimismados en un mundo interior de violadores del verso y extraños conjuntos indie, y la verdad es que no se les ve muy capaces de recalcular logaritmos.
La cosa, sin embargo, comenzaría a torcerse con la evolución
revolucionaria. En sus inicios, la Revolución Francesa contó con
los científicos y les hizo un sitio. Condorcet, de hecho, fue
elegido para la Asamblea, donde defendió ideas muy avanzadas. Sin
embargo, nunca se llevó bien con los jacobinos, lo cual no ayudó
nada cuando llegaron al poder. Finalmente, el que entonces se
consideraba primer científico de Francia fue condenado por el Comité
de Salud Pública, y tuvo que esconderse. En mayo de 1794, ante la
posibilidad de ser ejecutado en la plaza pública, se suicidó.
Laviosier nunca fue diputado, pero, como tesorero de la Academia
mientras ésta existió, ocupó un lugar preeminente en la comunidad
científica. Hombre de enorme influencia, permanente huésped de los
mejores salones de París, hizo cosas como librar del servicio de
armas a todas las personas implicadas en el proyecto del meridiano.
Sin embargo, acabó estando en el punto de mira del Comité, que lo
encarceló en la prisión de Porte-Libre.
Borda terció a su favor, solicitando su liberación a las
autoridades. Pero ése fue el momento en el que los abogados del
proyecto del meridiano se dieron cuenta de lo bajo que había caído
ante los revolucionarios. El Comité respondió a la carta de Borda
dictando su expulsión del Comité de Pesos y Medidas, junto con
otros miembros como Laplace; y Delambre, pues ése fue el momento en
que fue despedido, aunque se enteraría semanas después.
El principal pecado de Lavoisier era haber invitado a más de una
reunión en sus salones al hombre fuerte del Comité, Prieur de la
Coté d'Or. Yo, personalmente, ignoro por qué Prieur se había
sentido tan atraído por un salón en el que se hablaba de fluidos,
presión y órbitas excéntricas, asuntos todos ellos sobre los que
él no sabía nada. Parece ser, además, que no pocas veces se había
quedado solo defendiendo a la revolución. Estas humillaciones
acabaron por trabajarse su personalidad vengativa. En cuanto tuvo
poder, Prieur convenció al Comité de que era necesario purgar el
Comité de Pesas y Medidas, liberarlo de la misión del meridiano, y
centrarlo en la labor (en verdad, ingente) de implantar el sistema
métrico.
A finales de enero de 1794, Delambre se presentó en París, devolvió
sus círculos de Borda, y se presentó al comité de su vecindario.
Le urgía hacer algo. Días antes, la revolución había arrestado a
su mentor, Geoffroy d'Assy. En ese momento era fundamental poder
escamotearle a los investigadores del Comité cualquier objeto o
pista comprometedora, y por eso Delambre quería entrar en el
domicilio parisino de D'Assy; para eso, y para sacar de allí sus
propios papeles para que no le incriminasen. Aprovechó que,
oficialmente, también era su domicilio (el número 1 de la rue
Paradis) y le dijo al comité de barrio que tenía que entrar en la
casa, que había sido sellada, para recoger unos objetos
astronómicos. Por supuesto, no les contó que para entonces ya le
habían despedido.
En el primer viaje que hizo, descubrió que su secreter estaba
cerrado, y que no tenía la llave. Aquella anécdota le permitió
volver a la casa un mes más tarde. Los oficiales que lo acompañaron,
a pesar de recelar de todos esos papeles llenos de fórmulas y
cálculos que no entendían pero sospechaban podían ser mensajes
secretos, le dejaron llevárselos.
Delambre tuvo suerte. No así Lavoisier, que fue ejecutado el 8 de
mayo de aquel año. La crueldad con el régimen del Terror trató a
los científicos, no pocos de ellos personas de extracción social
relativamente elevada, les hizo huir de París. Borda se encastilló
en su casa de campo. Laplace hizo lo propio, acompañado de su
familia. Cassini, sin embargo, no tuvo tanta suerte. Su vivienda era
el observatorio de París, donde había contratado, tiempo atrás,
tres personas para que lo asistiesen. Ahora, estas tres personas
reclamaron igualdad de trato respecto de su jefe. Para horror de
Cassini, uno de estos tres contratados, el sacerdote Nicolas Antoine
Nouet, le comunicó su deseo de casarse con su criada. Los adjuntos
acusaron a Cassini de haberles robado su trabajo y haberlo publicado
como propio; algo que, la verdad, tratándose de científicos de
nombre, nunca podemos descartar.
Fuera como fuere, el gobierno, como es lógico teniendo en cuenta su
ADN, reorganizó el observatorio bajo normas egalitarias. Creó
cuatro puestos de profesores de observatorio. Uno fue para Cassini,
pero los otros tres, que en lógica científica debieron ser para
Lalande, Delambre y Méchain, fueron para los tres adjuntos, a los
que no les costó convencer a los jacobinos de que los otros
candidatos eran demasiado amigos de la aristocracia. Uno de ellos,
Jean Perny, que una noche había vuelvo mamado de su club
revolucionario y había aporreado la puerta de Cassini clamando para
su ejecución, fue nombrado el primer director rotatorio. Ante
semejante situación, Cassini dimitió, cortando más de un siglo de
relación de su familia con el observatorio parisino. Con eso no
consiguió sino empeorar sus perspectivas, pues pronto terminaría en
la cárcel.
Las cosas durante aquel año, sin embargo, se movieron mucho, como
los conocedores de la Revolución Francesa saben bien. Cayó
Robespierre, y eso supuso que, repentinamente, pertenecer a los
bandos más radicales de la revolución dejó de ser buen negocio.
Esto le pasó a Alexandre Ruelle, uno de los tres profesores del
observatorio, quien además fue atacado por sus propios adjuntos por
haber cometido un error de 10 segundos en una observación. El 22 de
agosto, Ruelle pasaba también a la prisión y, en ese momento, Nouet
y Perny le ofrecieron a Delambre incorporarse como el tercer
profesor.
Los cambios, de todas formas, eran más profundos. Los
revolucionarios posteriores a Robespierre eran más moderados, y
tenían una comprensión bastante adecuada del enorme daño que el
Terror le había hecho al prestigio científico de Francia, hasta
entonces puntero. En junio de 1795, como fruto de estas
preocupaciones y discusiones, crearon una nueva institución, el
Bureau de Longitudes, burda imitación del organismo inglés del
mismo nombre, adonde fueron llamados, de nuevo, los huidos
científicos de la nación: Lalande, Laplace, Legendre, Borda,
Delambre y Méchain. Luego restituyeron la Academia de Ciencias.
Cassini, sin embargo, se negó a volver, y se retiró a sus
posesiones en Thury junto a su madre, sus cinco hijos y nueve monjas
que habían sido liberadas, o expulsadas según se vea, de un
convento local.
La retirada de Cassini, en todo caso, fue el tiempo de Lalande. El 17
de mayo de 1795, Jerôme se convirtió en el nuevo director del
observatorio. El tema tenía su lógica pues si por algo se podía
definir a Lalande, era por sus convicciones igualitarias y por su
pasión por las estrellas. Las primeras las había mostrado, por
ejemplo, cuando fue puesto en 1791 al frente del Collège de France,
y anunció como primera medida la admisión de las mujeres de todas
las clases. Lo segundo lo demostraba su bestial catálogo personal de
estrellas que, para cuando Robespierre cayó en desgracia, superaba
las 22.000. En 1796, decidió atacar la marca de 50.000 estrellas. La
pasión por la astronomía de Lalande era tan grande que puso a su
hija a hacer cálculos con él, y a otro de sus hijos, Issac, lo dio
a la beneficencia porque distraía a la familia.
Delambre, mientras tanto, se encontraba en Bruyères, realizando
discretas observaciones astronómicas en la finca de los d'Assy.
Había conseguido una autorización del ayuntamiento local, para así
evitar sorpresas desagradables, que en aquel entonces eran muy
desagradables. Su intención era permanecer ajeno a los ojos
públicos, pero no pudo ser. La culpa la tuvo él mismo cuando
encontró un error en el nuevo calendario.
La obsesión del nuevo calendario revolucionario, ya lo hemos
apuntado, era mantener incólume la feliz coincidencia de que el
comienzo de la república fuese a coincidir con el equinoccio de
otoño. Para que esto siguiera siendo así, el calendario había
establecido el llamado franciade, un año en el que saltarían
un día. Delambre, sin embargo, se dio cuenta de que el alineamiento
era bastante más complicado. Haciendo cálculos relativos a los 150
años siguientes (esto es, llegando hasta el final de la segunda
guerra mundial), Delambre descubrió un año en el que resultaría
imposible predecir si el equinoccio se produciría antes o después
de la medianoche del 22 de septiembre. En términos más prácticos,
el problema residía en que el franciade no caería
necesariamente cada cuatro años, como había previsto el calendario;
ocasionalmente, ocurriría cada cinco. Movido por su espíritu
científico, Delambre no pudo escuchar las llamadas a la prudencia
que seguro se producían dentro de su cabeza, y le comunicó su
descubrimiento a Lalande, quien lo hizo rular por París; muy pronto,
los responsables del calendario se dirigieron a Delambre para
solicitarle que les ayudase a resolver el problema.
Delambre, con una inocencia propia de los verdaderos científicos,
informó a París de que había detectado inconsistencias que se
presentarían cada 36.000 años. Ni cortos ni perezosos, los
científicos de París se dirigieron al gobierno instándole a que
legislase su compromiso de revisar el sistema de calendario dentro de
36.000 años, y un asombrado comité gubernamental así lo aprobó.
Supongo, aunque no lo puedo adverar, que este decreto tiene el récord
mundial a la legislación prospectiva; nunca, jamás, ha legislado el
ser humano a un periodo vista tan largo.
En 1794, el general Etienne Nicolas Calon fue nombrado director del
Dépôt de la Guerre et de la Marine, nombramiento que centralizó
todos los cartógrafos militares franceses en un solo cuerpo. Para
suerte del moribundo proyecto del meridiano, Calon era un decidido
partidario de la realización de mapas nuevos, especialmente de los
territorios que, en su frente oriental, habían conquistado los
franceses. Él mismo era cartógrafo, y para valorar la posibilidad
de llevar a cabo sus ideas decidió consultar a Delambre. Lo buscó
primero en las prisiones, asumiendo que alguien lo habría
encarcelado, pero cuando supo que estaba en la campiña lo hizo
llamar a París.
Calon quería comunicarle lo que el astrónomo ya no esperaba: tenía
el proyecto de solicitar al Comité de Salud Pública el reinicio de
la expedición del meridiano, y el nombramiento de nuevo del propio
Delambre y de Méchain para terminarlo.
Recuerdo que, en la época de los Indignaos, un chaval escribió una carta a un periódico diciendo que era la primera vez desde la Revolución Francesa que se podía marcar tan bien los dos bandos, buenos y malos. Tal cual. Que la Revolución Francesa trajo sus cosas buenas, pues sí, pero en el Reino Unido fueron capaces de bajarles los humos a sus reyes sin necesidad de revoluciones tan sangrientas.
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