El principal objetivo de la WADA
era la creación de un código contra el dopaje que pudiera ser universalmente
utilizado. Para entonces, sus planes contaban ya con un amplio respaldo en el
mundo deportivo mundial, incluyendo la práctica totalidad de los comités
olímpicos nacionales y sus gobiernos, así como las federaciones internacionales
de medio centenar de deportes. El consenso era tal que, por primera vez, un
dirigente contra el dopaje, en este caso Dick Pound, pudo decirle a las
posibles delegaciones de los juegos de Atenas aquello de «son lentejas»: si
aceptas el código estarás en Atenas; y si no, no. Eso iba tanto por los países
como por los deportes.
Durante todo el año 2002, la
primera mitad internamente en la WADA y la segunda en el mundo mundial, se
produjo un trabajo intenso de diseño del borrador del futuro código antidopaje,
que tuvo que ser redactado varias veces hasta su presentación, en marzo del
2003, ante la Conferencia Mundial sobre el Dopaje en el Deporte que se celebró
en Copenhage. De aquella reunión salió la conocida como Declaración de
Copenhage, que aseveraba la voluntad férrea de luchar contra el dopaje por
parte de todos aquellos que hasta 18 meses antes lo habían promocionado; así
como la indiscutible autoridad internacional de la WADA en este terreno.
A veces, los aficionados al
ciclismo se quejan de que en esto del dopaje, a su deporte se la encaloma la
culpa de ser el que más se droga. Pero, la verdad, a veces pasan cosas… Por
ejemplo, durante todo el año 2003, el trabajo fundamental de la WADA y del COI
fue monitorizar la integración del nuevo código en las reglas de los diferentes
países y federaciones, con la amenaza, realizada por el mismo Rogge, de que
quien no lo hiciese no participaría en los juegos del 2004 en Atenas. Sin
embargo, ya en el 2003 se produjo el primer problema cuando la, ya lo siento,
Unión Ciclista Internacional trató de evitar que la WADA coordinase los
análisis antidopaje durante su campeonato del mundo.
Para la WADA, era fundamental que
se aprobase una convención internacional que vinculase y obligase a los
gobiernos del mundo en la lucha contra el dopaje. Sin embargo, alguien estaba
de canto, y ese alguien era nada menos que EEUU. Los Estados Unidos, en efecto,
eran uno de los tres morosos de la WADA, pues solamente Italia, Ucrania y ellos
no habían soltado la pasta acordada para financiar la agencia. El COI les
amenazó con echarlos de Atenas y con pasar de la candidatura de Nueva York para
los juegos del 2012 (que, de todas formas, no ganó, tal vez un poco por esta
política del avestruz; y es que, señores del deporte y la Administración
españolas, mostrarse comprensivo con el dopaje, hoy, tiene costes muy caros cuando
se pretende organizar unos juegos, por mucho que ello se quiera mitigar
con una relaxing cup of café con leche). Visto que en Washington George
Bush Jr. no se mostraba nada dedicado a la idea, la WADA contraatacó
presentando su proyecto de convención ante la UNESCO, donde obtuvo un apoyo unánime de 191 votos. La Convención Internacional de la UNESCO contra el Dopaje
entraría en vigor en cuanto hubiera 30 países que la firmasen. El 25 de noviembre
del 2005, Suecia se convirtió en el primer firmante. Todo el mundo esperaba que
para el 2006, en la apertura de los juegos invierno de Turín, al menos 30
hubieran firmado. Pero en febrero de dicho año, la convención apenas tenía
siete ratificaciones. Los juegos, en contra de lo afirmado por el COI, tuvieron
que comenzar, y desarrollarse, con un montón de peña sin estar vinculada a la
convención; que, de hecho, tardó un año más en tener existencia jurídica.
En el año 2004, la política internacional
contra el dopaje alcanzó su mayoría de edad. Fue durante el debate sobre el Estado
de la Unión, en Washington. El presidente Georges Bush incluyó el asunto dentro
de los temas tratados durante su discurso, lo cual dejó claro a todo el mundo
que los Estados Unidos habían decidido apoyar el movimiento internacional. En
realidad, EEUU hizo más: la estrella velocista americana Marion Jones fue
condenada a seis meses de prisión por mentir a las autoridades federales sobre
su dopaje, lo cual provocó que la federación internacional la suspendiera por
dos años y le revocase las cinco medallas ganadas en Sidney.
Lo que ha pasado a partir de
Pekín es bastante difícil de determinar. La documentación relativa a los juegos
más cercanos en el tiempo todavía no ha sido del todo publicada, así pues
todavía tenemos que saber si, por ejemplo, China está verdaderamente implicada
en la lucha contra el dopaje o, por el contrario, pretende ser la nueva
República Democrática Alemana.
Incertidumbres aparte, creo que
hay algunas cosas que se pueden decir de este resumen, a modo de conclusión.
La primera de ellas es que cualquier
dirigente deportivo que se atreva a afirmar que el mundo del deporte siempre ha
estado comprometido contra el uso de drogas, miente. En realidad,
miente como un bellaco de proporciones galácticas, porque el deporte de
competición, a lo largo de su existencia, lo que ha hecho ha sido, más que
permitir o tolerar el dopaje, fomentarlo y multiplicarlo.
Son bastante comunes, en los
programas de ciencia, esos modelos temporales que nos cuentan la vida del Universo como si fuera un día; modelos que nos sorprenden cuando se nos dice
que el hombre, en realidad, lleva en el Universo apenas unos cuantos segundos o minutos de
la última hora de dicho día. Es evidente que para nosotros, que como Humanidad
tenemos una Historia y una Prehistoria conocida que abarca centenares de
generaciones, nos parece que el hombre siempre ha estado ahí. Pues con el
dopaje pasa lo mismo. Como muchos de nosotros, especialmente los más jóvenes,
hemos crecido como personas sabiendo de operaciones contra el dopaje, pensamos
que esta lucha ha sido la misma siempre. Pero no es verdad. El deporte internacional,
y muy especialmente el olimpismo, se han construido, hasta hace apenas unos
segundos, a base de dejar, cuando no aconsejar u obligar, a los atletas que se
dopen. Inmisericordemente. Incluso poniendo en riesgo sus vidas presentes y
futuras.
En realidad, es que el deporte
internacional, y como decimos muy particularmente el olimpismo, se han hecho
grandes, se han hecho mitos, se han hecho negocio, a base de que quienes tenían
que atraer a las masas a los estadios compitiesen garantizando, by the chemical way, que lo harían altius, citius, fortius. Hay deportes,
como el atletismo, cuyo negocio se basa en que el año que viene llegue un tipo
que corra más rápido que el del año anterior, o salte más, o lance la bolita más
lejos. Récords como el de Beamon en México son mala cosa. Por lo que se refiere
a otros deportes, notablemente los de equipo, cuanto más famosos son, cuanto
más interés concitan, más necesarios se hacen en las parrillas de la tele. Hay
que jugar más partidos, y eso las rodillas no lo aguantan tan fácilmente. El
ejemplo más claro me parece la NBA. A los jugadores americanos, en los juegos de Londres, les
dieron vara ancha con los análisis de sangre y orina. Es lógico: el baloncesto
de elite, de mates estratosféricos, de pases imposibles, o se juega 86 veces al
año, o se juega a base de gazpacho sin aditivos. Las dos cosas a la vez son
imposibles.
¿Tendríamos la Liga de las
Estrellas, el Calcio, la Bundesliga o la Liga Inglesa que tenemos si sus
protagonistas sólo pudiesen tomar Nocilla untada en pan con doble horneado? La
respuesta es más o menos la misma que la de esta pregunta: ¿cómo es posible que
las marcas atléticas nunca alcancen un tope insuperable? ¿Es que no hay una
marca de cien metros lisos que ya ningún hombre pueda superar? Siempre puede
ser que, de repente, salga un atleta que supere las marcas anteriores. Pero, en
un deporte limpio… ¿es normal que eso
pase en cada nueva generación de
competidores?
El dopaje, a mi modo de ver,
tiene dos grandes debates morales.
El primero es el que ya he dicho: así es el negocio; si las cosas cambian, ¿lo será?
El segundo es: ¿y por qué no?
En Japón hay un deporte que
arrastra masas de espectadores llamado sumo. Es una modalidad de lucha, una
especie de judo de gordacos. Sus luchadores son la antítesis del atleta. Para
ellos es muy importante acometer con fuerza al adversario para sacarlo del
círculo de competición, y es por esa razón que los grandes luchadores de sumo
engordan de manera industrial. Comen tanta basura, y tantas veces, para
engordar, que muchos saben que se condenan a la diabetes temprana o a otras dolencias
vinculadas a la obesidad, algunas de las cuales son candidatas a apiolárselos
antes de llegar a viejos. Pero, para ellos, vale mucho más la gloria.
La cuestión es: ¿no debería
permitírsele al deporte de elite una sumo
approach? El atleta que se mete cosas con
una jeringa no puede estar pensando que ése es un acto natural
precisamente. Hoy, la mayoría, si no todos, pueden imaginar las consecuencias
de ponerse todo lo que se ponen. Si es su elección, ¿quiénes somos los demás,
moralmente hablando, para afeársela?
En todo caso, y sea cual sea la
posición frente al dopaje, queda, como importante conclusión, el hecho
palmario, que ya he citado, de que el mundo del deporte internacional apenas
lleva desde ayer por la tarde seriamente comprometido en luchar contra el
mismo. Sinceramente, la retirada de las medallas de Marion Jones, la de Ben
Johnson, me parecen de chiste. ¿Qué pasa con todas las medallas obtenidas en los juegos, cuando menos, desde
México hasta Seúl? Los dirigentes olímpicos saben bien que si todos esos
entorchados fuesen anulados, serían muchos más los pecadores castigados que los
justos agraviados. Muchísimos más; yo diría que, cuando menos, en una relación
de 40 a 1. Mantener las cosas como están no deja de ser utilizar ese solitario
1 para salvar a 40 pollas, a sus entrenadores, a sus dirigentes deportivos y hasta a sus gobiernos, que, no lo olvidemos, sabían
muy bien lo que se hacían, y que estaba mal hecho.
El olimpismo puede decir ahora
que está comprometido contra el dopaje. Eso, la verdad, lo veremos. Algún día.
Porque el deporte es hoy tan importante que sólo es cuestión de tiempo que (re)aflore
como elemento de orgullo nacional, o ideológico; y obtener medallas vuelva a
ser lo que fue en el pasado. El día que los grandes poderes del mundo
sentencien, otra vez, «hay que hacer lo
que sea para que no nos ganen», ¿se posicionará de verdad el olimpismo contra ello y nadará contra corriente? La
respuesta, desde ya, es: no. A menos que al olimpismo lo colonice una horda de
monjes budistas sordociegos.
Uno de los argumentos respecto al uso permitido del dopaje más lúcidos es que existe una falsa percepción de lo que es el deporte de elite. Es una actividad peligrosa, sin importar que uno se dope o no, por la manera en que se fuerza al organismo es tremendamente. Nótese esas repentinas muertes de futbolistas muy jóvenes. Por tanto, ¿por qué no limitamos los entrenamientos también?
ResponderBorrarSin entrar en argumentos éticos, si descubren que un corredor de moto GP tiene una máquina de 600 lo descalifican. Las reglas dicen que la máquina tiene que ser de 500. Con el dopaje es igual: hay sustancias que convierten la moto en una de 600. Quien las tome se arriesga a que lo descalifiquen. Permitirlas supondría obligar a todos a jugar con las mismas reglas para estar en igualdad de condiciones.
ResponderBorrarSaludos
Precisamente lo que Juan se pregunta es si se debe permitir que TODOS se puedan dopar a gusto dado que es una actividad en la que conscientemente se busca la gloria por encima de la salud. Es decir, convertir todos los deportes en sumo japonés. No tengo claro si sería mejor o peor, pero en ese escenario, se trataría de dejar claro que el deporte de élite, por su condición de espectáculo de masas, es una actividad de (mucho) riesgo. Y el que quiera otra cosa que haga deporte en su barrio.
BorrarEn realidad, como dice Ozanu, ya lo es en cualquier caso. Y yo añadiría que no sólo es el deporte. Otras actividades ligadas al espectáculo y la fama como la música o el cine también. Sin hacer estudios estadísticos me apuesto el pescuezo a que la esperanza de vida, y en todo caso la salud física y mental, de tales personas no es la del común de los mortales.
E históricamente, las actividades científicas. Recuerdo que en la carrera de química siempre nos contaban que los alquimistas y los primeros químicos tenían la mala costumbre de probar las sustancias que sintetizaban, con lo cual la mortandad entre estos era de echarse a temblar. El ejemplo más popular es Marie Curie y su ayudante, fallecidas por los primeros experimentos con sustancias radioactivas. Ocurre que, claro, aquí se puede argüir que los riesgos que sufren dan como frutos conocimientos útiles.
BorrarMiren, el propio Justus von Liebig se lo decía a kekulé: "Si quieres ser un buen químico. tienes que estar dispuesto a arruinar tu salud. Quien no lo haga a causa de sus investigaciones, no llegará a ocupar un lugar en la química."
Y no hablemos de los astronautas y el Apolo XIII...
El deporte se ha convertido en un negocio más. Ser deportista de élite es una profesión: las cantidades de dinero que hacen falta para serlo no es tan al alcance de todos.
ResponderBorrar¿Por qué no tomar el deporte como una variedad del negocio farmacéutico? Fulano de la Bayer compitiendo contra Mengano de Pfizer. ¿Que Fulano sabe que a cambio del oro a los 21 se está condenando a morir de una cardiopatía a los 31? También hay gente a los 20 que se fuma tres cajetillas diarias, se pone hasta arriba de alcohol y folla sin condón. Son opciones de vida, pero no pidas llegar a los 70 con buena salud.
Yo permitiría el dopaje y asistiría a los juegos con asisto a la Bolsa. Sería mucho más honesto y al Barón de Coubertin que le den
En mi opinión dar barra libre sería como permitir correr un maratón por atajos. No ganaría el mejor, sino el que supiese cuáles son y dónde están los mejores atajos. En el caso de la barra libre no ganaría el mejor, sino el que tomase mejores drogas.
ResponderBorrarSaludos
Me ha gustado el ejemplo del Sumo. Yo hasta ahora, para defender este argumento de "barra libre" utilizaba el de la Fórmula 1. Mayor riesgo que correr a 340 km/h en un vehículo de plastiquito, creo que solo se compara con los descensos en BTT. En cualquier caso, si el deportista se asegura, se protege y sabe lo que hace... (y no lo que le dicen...)
ResponderBorrarYo creo que, independientemente de los debates morales acerca de la salud de los deportistas, el problema de la "barra libre" es que acabaría con el negocio. Una buena parte del negocio del deporte es la admiración del esfuerzo, entrenamiento etc... Si no se crea al menos la ilusión de que los resultados de un deportista dependen del esfuerzo que haga (entrenamientos, dietas... y esto incluye al Sumo. Ponerse gordaco requiere un esfuerzo, no es llegar con una jeringa y ya...), la gente perdería gran parte del interés. Imagino al comentarista: "Con este atleta, Bayer ha demostrado su superioridad, y a Pfizer le queda mucho que invertir en investigación de dopantes si quiere estar a la altura".
ResponderBorrarY por otro lado, si entra la barra libre total, la competencia hará que mucha gente llegue a extremos de autolesión mucho mayores. En los deportes en los que sólo gane el más mazado (¿halterofilia?) y sin tener que preocuparse de controles, la dosis mínima para tener opción a medalla será la que marque el más grillado de los aspirantes. ¿Estamos preparados para ver a los atletas caer como moscas, el lugar de los "casos aislados" que se ven actualmente?