El rey francés Luis XIII, llamado por sus paisanos El Justo,
tiene como principal mérito ante la Historia el de ser el padre de Luis XIV,
considerado por los franceses, tal vez, como el mejor rey que nunca tuvo
Francia. Ese mérito, sin embargo, es dudoso, a decir de muchas
interpretaciones. Interpretaciones que recuerdan las difíciles relaciones que
tuvo Luis con su esposa, la española Ana de Austria; y, en general, la
repugnancia o rechazo del contacto sexual, que también le ha valido a este
rey el apodo de El Casto.
El de Luis XIII, sin embargo, difícilmente se puede
considerar un caso de impotencia, como los observados o sospechados en otros
reyes. El del rey francés es un caso de sexualidad compleja, en el que bien
harían en bucear los estudiosos de las parafilias.
Lo primero que hay que decir de Luis XIII es que era hijo de
Enrique IV. Esto que, así de principio, parece una gilipollez, no lo es tanto
si al tiempo decimos que Enrique IV es, probablemente, el rey francés (y,
quizás, no francés) más putero de la era moderna. De él se dijo que tuvo más de
50 amantes y una gran multiplicidad de bastardos. Era la suya una rijosidad
democrática, pues igual le daba irse a la cama con una condesa dueña de una
gran heredad que con la mujer de su jardinero. Era, pues, un hombre disoluto,
como se decía antiguamente, que, como consecuencia, coqueteó con las
enfermedades venéreas, habiendo sufrido, cuando menos dos veces, incapacidad de
orinar por causa de afecciones gonorreicas.
Ese carácter no muy ejemplar afecta en gran medida a su hijo
y delfín, que se crió en un ambiente un tanto extraño y no muy ordenado, en
compañía de algunos de sus hermanos bastardos. Cabe adivinar que, a lo largo de
aquellos años, desarrolló una extraña atracción por el sexo, combinada con el
rechazo del mismo por el rechazo a su padre.
La vida de Luis XIII está extraordinariamente bien
documentada gracias al diario de su médico, Jean Hérouard, quien realizó, a
través de sus anotaciones, una descripción minuciosa de la infancia del Delfín.
Descripción en la que quedan pocas dudas de la distancia entre padre e hijo.
Nos cuenta el médico, en efecto, que, siendo Luis un niño, una de las damas de
la reina le dijo: “no iréis a ser vosotros un lujurioso como vuestro padre”; a
lo que el niño respondió con un seco, y frío “no”.
Hérouard nos informa que Luis XIII nació recio, musculoso y
sano, aunque pronto se le presentó un problema que pudo ser de gran influencia
en su sicología. Al día siguiente de haber nacido, su aya notó que sufría al
mamar, por lo que le observó la boca para encontrar que aún tenía el frenillo,
que le fue cortado por Gillemeau, cirujano del rey. Lamentablemente, la
operación no salió del todo bien; o, tal vez, el niño tenía otro problema “de
salida”. El caso es que, cuando empezó a hablar, se observó que tartamudeaba y
pronunciaba algunos sonidos fónicos de mala manera. Si el gran problema de Luis
XIII, como aseguran algunos historiadores, fue la timidez, aquello no pudo
colaborar para hacerlo más extrovertido. Por cierto, que en Luis XIII se da una
historia bastante parecida a la que cuenta la película El discurso del rey, puesto que en la más importante perorata de su
vida, aquélla ante el Parlamento para sancionar su mayoría de edad, no se
equivocó ni una sola vez. Se ignora si alguien le ayudó para ello.
En la infancia de Luis, éste tuvo un preceptor, Nicolas
Vauquelin, que, dato importante, fue despedido muy poco después de la muerte
del rey Enrique IV. A este hombre le adjudican no pocos libros la
responsabilidad de haber dirigido una educación para el Delfín que no reparó en
impulsar sus vicios. Siendo apenas un niño, el paje del señor de Longueville
cumple su función de darle la novedad al rey-niño; servicio que éste contesta lui montrant sa guillery, que viene a
querer decir, cuarta arriba, cuarta abajo, enseñándole la polla. El diario
acontecer palaciego registra el mismo gesto de Luisito ante los embajadores de
Saboya (tal vez, por la rima…) y de Escocia. Incluso delante del señor de
Bonnières, aristócrata galo que le rendía en ese momento visita… acompañado de
su hija. El médico real, con precisión notarial, nos hace ver que Luis niño
juega constantemente con su ciruelo e incluso insinúa que va a hacer que la
gente se lo bese. Tiene la costumbre de acostarse boca arriba para que todo el
mundo que está con él pueda contemplar el espectáculo.
El matrimonio entre Luis XIII y Ana de Austria fue
medio acordado cuando ambos eran apenas unos niños. Y, según diversos indicios,
el niño Luis estaba como obsesionado con tirársela, aunque tal vez no
entendiese muy bien el significado real de la cosa. El médico Hérouard le
pregunta un día: “¿Dónde está la lindura de papá?”, refiriéndose a él; y el
niño se golpea en el estómago. Luego le pregunta: “¿Y dónde está la lindura de
Infanta [española: Ana de Austria, su futura mujer]; y el niño, por toda
respuesta, se mete la mano en la bragueta.
A tiernísimos tres años, el 5 de agosto de 1604, la señora
de Vendôme (a la que volveremos a encontrar en este relato, seriamente
humillada por el rey), tras desnudar a su pariente, le pregunta si querrá
que duerman juntos. “No”, le contesta el niño; “tú no eres la Infanta”.
Hay cosas que han intrigado a los historiadores de aquel
niño pero que, probablemente, son más normales. Provenientes de la imitación
realizada por un niño especial que puede hacer casi lo que le dé la gana. Un
día ve a dos mujeres de la corte, y repara en que una le da a la otra un
cachete en el culo. A partir de aquel día, él quiere golpear a las mujeres que
le rodean con una pequeña fusta.
Hay que tener en cuenta que el propio rey tenía la
costumbre, cada vez que regresaba de una jornada de caza (lo cual era muy
habitual), de desnudarse, tumbarse en la cama y hacer desnudar a su hijo para
que se acostara con él. Es posible que Enrique considerase que su hijo era poco
viril y que haciendo cosas como ésa buscase corregir la situación. Mantuvo
aquella costumbre de machotes acostándose en pelotas juntos hasta su propia
muerte, que tuvo lugar cuando el Delfín tenía 9 años.
El diario de Hérouard, de hecho,
es útil a la hora de valorar hasta qué punto al rey le preocupaba que su hijo
pudiera ser un nenaza, y hasta qué punto lo presionaba por razones de Estado.
Anota, entre otras cosas, que en 1605, cuando Luis tenía cuatro años, su padre
lo llevó con él a contemplar un nuevo tapiz que representaba a unos niños, y
allí le dijo: “Quiero que le hagas un
hijo a la Infanta”. El niño le dijo que no lo haría. O sea, le dijo lo que cualquier niño le habría contestado.
A pesar de ese rechazo, son
varias veces en el diario del médico en que se anota que Luis le ha asegurado a
sus ayas que “la Infanta de España yacerá conmigo y yo le haré un hijo con mi
polla”. Todo indica, además, que, conforme va avanzando la infancia del Delfín,
todos estos conflictos van degenerando en una sexualidad mal asumida. Una
noche, el niño tiene una pesadilla y su aya decide meterlo en su cama para que
duerma tranquilo. En la mañana, el niño se despierta y le dice a la mujer:
“Buenos días, perra, bésame”. Cuando el aya le inquiere por qué la llama perra,
el niño contesta: “porque te estás acostando conmigo”. Suena a historia de su
padre, el rey, mal contada, mal escuchada y mal comprendida.
Teniendo Luis XII catorce años (Ana de
Austria apenas unas horas más que él), las diplomacias francesa y española
deciden que ya es momento de que se casen. En el palacio del arzobispo de
Burdeos se conocen el novio y la novia.
El Estado francés publicó un
folletito, titulado Détail singulier de
ce qui se passa le jour de la consommation du mariage de Louis XIII (25
décembre 1615). Según dicha obra oficial, todo fue de pila máster. Un poco
en contra de las costumbres normales de la corona francesa, la reina madre,
María de Medicis, solicitó de las dos camareras reales cuya función era pasar
la noche entera en la alcoba de los novios que les dejasen una o dos horas a
solas; tiempo tras el cual las dos mayordomas penetraron en la habitación para
comprobar que el rey había consumado el matrimonio; dos veces. El texto está
destinado a los miembros del cuerpo diplomático, pero éstos no parecen estar
muy seguros de que lo referido sea la verdad. El embajador de Mantua, por ejemplo, le escribe a su jefe que el
rey ha consumado el matrimonio “si es que se cree lo que se ha dicho”. La
verdad es que muy pronto la historiografía francesa se dio cuenta de que
aquella relación era un cuento; que, en realidad, Luis XIII no había tocado a
Anita la Española. Y que, de hecho, tras aquella primera noche de Navidad, no
regresó a su tálamo en cuatro años. Cuatro años.
Esta ausencia, unida al hecho de
que los dos amores del rey, la señora d’Hautreufort y la señora de La Fayette,
son muy posteriores (tenía casi treinta años) y de carácter meramente platónico
(jamás les puso la mano encima) son las que han sostenido la teoría de que este
rey francés debía ser llamado El Casto. Sin embargo, ya hemos referido varios
testimonios, y podríamos referir más, que abonan la teoría de que, o bien dicha
castidad era falsa, o bien se desarrollaba en el marco de una sexualidad
bastante torticera y mal asumida.
Varios indicios parecen indicar,
en todo caso, que conforme el rey fue cumpliendo años, esta asunción enfermiza
de su sexualidad fue llevándole por derroteros cada vez más extraños. Y es aquí
donde volvemos a encontrar a la señora de Vendôme, hija ella misma de Enrique
IV. Esta miembra de la casa real francesa se casó el 20 de enero de 1619 con el
duque d’Elboeuf. Los esposos se aprestaron, tras los esponsales, a llevar
adelante su noche de bodas. Entonces el rey, haciendo uso del poder absoluto de
que disponía, se hizo introducir en la cámara donde estaban los esposos porque,
dicen las crónicas, “quería estar
presente en su propia cama para así ver cómo se consumaba el matrimonio; acto
que fue coronado más de una vez, con gran gusto por parte de Su Majestad”.
Parece que la Vendôme nunca le perdonó al rey aquel voyeurismo inesperado y
humillante; según el embajador de Venecia, le espetó: “Sire, faites vous aussi la même chose avec la Reine, et bien vous
ferez” (señor, haced Vos lo mismo con la reina, y bien que haréis).
Cuatro días más tarde, Luis XIII
regresó al tálamo de su esposa, por primera vez desde su noche de bodas, pero no sin que el señor De Leynes, su mano
derecha, le impulsase a ello. A las once de la noche, el noble entró en la
habitación del rey, y lo sacó de allí para, literalmente, ir a follarse a la
reina. Prácticamente lo llevó de la oreja por los pasillos. Los meticulosos
diarios de la Corte francesa registran con puntillosidad las escasas noches
que, a partir de entonces, el rey visitó a la reina.
Pero la reina se quedó
embarazada. En 1637, y después de haber hecho montones de rogativas ante la
catedral madrileña de San Isidro, santo al que los madrileños creían capaz de
preñar a las estrechas; y de, incluso, haber enviado a un cura francés, el
padre Bachelier, ante la Corte española, para hacerse prestar por el rey español
una reliquia del santo.
¿Era aquel niño, que sería el muy
rijoso Luis XIV, hijo de Luis XIII? Difícilmente. El propio pueblo francés lo
apeló, desde el inicio, con el chanzudo sobrenombre de Dieudonné, o don de Dios. Tan segura estaba la calle de que Luis
XIV no era hijo de su padre que la tesis más extendida, que otorgaba la
paternidad al noble señor marqués de Ancre, incluso se cantaba por las calles,
con esta letra cuyo chiste es intraducible.
Si la Reine allait avoir
un enfant dans le ventre,
il serait bien noir
car il serait d’encre.
(Si la Reina fuese a tener/un
niño en el vientre/sería con seguridad negro/pues sería de tinta. Obviamente,
se juega con el chiste de que il serait
d’Ancre, sería [hijo del marqués de] Ancre, suena como il serait d’encre, sería de tinta).
Para solaz de los naturales de comunidades forales, se debe decir que la historiografía francesa y, en general, aquel pueblo, siempre sintió que, con la llegada al Louvre de un rey que, en realidad, sabe Dios de quién era hijo, se perdió el porte euskaldún que, hasta entonces, vía casa de Navarra, tenían los reyes franceses.
Algo había leído de que el tío era, en efecto, más raro que un perro verde en temas eróticos. Si hubiera nacido en una familia no noble, quizás habría sido un reprimido patológico un tanto rarito, con ocasionales escapadas a un burdel, pero al pobre desgraciado le tocó ser rey, el puesto donde más importa que echas un buen casquete.
ResponderBorrarPerdona, Juan. Creo que mezclas a los dos Luises (XIII y XIV) y me hago un poco de lío.
ResponderBorrarPor cierto, como Rey putero, dicen las crónicas que ya hay quien gana a Enrique IV y que lo tenemos cerca
Luis XIV con quien se confunde es con Enrique IV, aunque también, dices bien, en algo con su teórico padre. Pero eso es inevitable.
BorrarAmbos, trece y catorce, tuvieron una sexualidad muy precoz; aunque el catorce, tal vez por rechazo a su padre legal el trece, salió más como el abuelo teórico, y se dedicó a tirar a todo lo que se movía. De hecho, Luis XIV, igual que su abuelo, también sufrió de dolencias gonorreicas, que están también muy documentadas por el médico real de la época; aparte de someterse a lo que en la Historia francesa se califica a veces como "la grande operation", que fue un sajado de fístula perianal a lo vivo.
Lamentablemente, creo que las confusiones son inevitables.
A lo mejor el XIV era hijo de su abuelo legal. Un poco de semen congelado o una necrofilia bastarían para explicarlo.
BorrarLa historiografia francesa, tanto la seria como la popular (por ejemplo su papel en Los Tres mosqueteros) muestra gran simpatia por Ana de Austria. Consideran que era una princesa bella, simpatica y que había crecido en un ambiente familiar cariñoso y sano, mientras que Luis XIII, bueno, pues todo lo contrario. Ana sufrio diversos abortos (entre dos y cuatro, depende de las fuentes), al principio de su matrimonio. Se lió demasiado con algunos intrigantes notorios de la corte francesa (la Duquesa de Chevreuse) e intentó decantar la política francesa en favor de su hermano Felipe IV (con la consiguiente inquina, mutua, con Richelieu). Se dejó galantear por el duque de Buckingham, y los franceses, visto lo triste que era su matrimonio con el rey, no se lo reprocharon demasiado que digamos.
ResponderBorrarEl nacimiento de Luis XIV se atribuye a una tormenta, asi, literalmente. Los esposo vivian ya prácticamente separados, pero durante una tempestad el rey tuvo que alojarse donde la reina y nueve meses despues... Bueno, eso dicen. La paternidad de Luis XIV tiene muchas atribuciones raras (entre estudios serios y novelas varias), aunque la razón puede ser mas prosaica. Como muchas parejas estresadas por conseguir descendencia, es cuando ya no la esperan que el embarazo llega...
Por cierto, recomiendo mucho las novelas de Jean D'Aillon, serie sobre Louis Fronsac. El bueno de M. Fronsac tiene una especial vena deductiva y se dedica a solventar misterios. Novela policiaca historica, vaya. Pero muy bien ambientada y documentada sobre el periodo entre el final del reinado de Luis XIII, la regencia de Ana de Austria, la Fronda, y los inicios de Luis XIV...
Entonces, Luis XIII era putero o solo un rarito?
ResponderBorrarYo he leído por ahí que era homosexual o algo así.
Más que rarito, era rarazo.
Borrar