En algunos comentarios previos a artículos anteriores he
dejado caer que algún día sería interesante hablar un poco sobre la corte de
pollas mistabobos que rodeó (o pudo rodear) un día a Adolf Hitler. En realidad, se ha dicho y se ha
escrito mucho sobre este tema de la afición o la fe de Hitler en los magos y
los hacedores de horóscopos aunque, la verdad, se hace muchas veces con un tono
como si la actitud de Hitler tuviese algo de nuevo. Lo cierto es que la
creencia de los grandes hombres de Estado en ideas más o menos incomprobables
sobre fuerzas extrañas que guiarían sus destinos no es cosa que convierta al
Führer en un personaje novedoso en la Historia. Los generales de los ejércitos
del mundo, hasta no hace demasiado tiempo, no movían un dedo si el arúspice del
momento no le otorgaba al día y la hora elegida la vitola de propicios. Bien
conocida es la anécdota atañente a Tiberio (recogida por Graves en su conocida
novela I Claudius) quien,
encontrándose fuera de Roma, semiexiliado y apartado del poder, recibió la
profecía de un astrólogo en el sentido de que sería emperador. Astrólogo al que
Tiberio, siempre según la probablemente dramatizada historia contada en el
libro, había decidido matar el mismo día que le llegó la misiva con el
nombramiento.
Incluso en la guerra civil española encontramos la figura
del coronel Mangada, quien jugó un papel fundamental en los primeros estertores
del conflicto (si no recuerdo mal, fueron
partidas controladas por él las que frenaron a los falangistas de Valladolid,
en el enfrentamiento en el que moriría Onésimo Redondo), y que era, según
testimonios diversos como el de Zugazagoitia, un tipo creyente en la
parasicología y los espíritus y bla.
Esto de creer en lo inmaterial e inexplicable es algo que,
por lo tanto, le da tanto a orientales como a occidentales, negros que blancos,
pailanes y cultivados, truchas y boquerones. Hitler, en esto, no aporta nada
nuevo. Lo realmente importante de su afición tiene que ver, lógicamente, con el
enorme impacto que tuvo en la vida de tantas personas, y es esto lo que hace
tan relevante hablar de esta materia.
Para hablar de este asunto, en todo caso, es importante
deslindar dos planos. Un plano en el de los desarrollos más o menos
intelectuales de teorías teosóficas panalemanas. Es éste un terreno propio de
charlatanes, sin duda, aunque también hubo en él implicadas personas de cierta
altura intelectual. El autor de este blog, por muchos esfuerzos que hiciese, no
lograría llegar, en la descripción de este fenómeno, ni a la mitad de la altura
alcanzada por el para mí mejor libro sobre la materia que se ha publicado: The occult roots of Nazism: secret Aryancults and their influence on nazi ideology. .
Como digo, el lector no puede encontrar una aproximación más seria, exenta de
polladas, y al tiempo sistemática, que este excelente libro de Nicholas
Goodrick-Clarke.
No obstante, como digo, y aunque se toquen o se comuniquen,
una cosa es el desarrollo de teorías, la mayoría puras mamonadas (no puede ser
de otra manera, partiendo casi todas de las alucinaciones de Helena Blavatsky,
la Von Daniken de su siglo), sobre la existencia de unas raíces teosóficas de
la superioridad aria; y otra el tema de los horóscopos, las cábalas, y, sobre
todo, el origen de la cruz esvástica. Esto lo aprendí leyendo a Goodrick-Clarke
y observando el escaso papel que en sus descripciones juegan nombres como Ernst
Schäffer o Louis de Wohl.
Lo primero que hay que decir, en todo caso, es que Adolf
Hitler era una persona evidentemente proclive a este tipo de milongas. El movimiento
völkitsch al que Hitler se unió en
los años veinte para hacerlo suyo (entre otras cosas, absorbiendo las
tendencias anticapitalistas del Partido de los Trabajadores Alemanes, de donde
le viene esa pátina que tenía en sus primeros tiempos) ni de lejos es por completo un movimiento místico. Sin
embargo, muy pronto las teorías que sustentan la idea de la superioridad aria
comienzan a contar con personal que las mezcla con ideas míticas que quieren
enraizar a los alemanes con todo tipo de mitos del pasado (una pulsión que, si nos ponemos, está hasta en Wagner). Es probable que la
repugnancia hacia todos los pueblos europeos (pues el ultranacionalismo alemán
presupone la superioridad sobre todos ellos) hacía necesario desplazar el origen
mítico mucho más allá. En apoyo de esta idea acudieron, poco a poco, dos vías:
una, el mito de la Atlántida, que hacía a los arios los habitantes originales
de la isla perdida; otra, el Tibet y zonas de la India, conocidas cunas de la
Humanidad, así como de la espiritualidad humana.
En todo este tema ocupa un lugar interesante la cruz gamada.
Voy a ser un tanto epidérmico en mi descripción porque, la verdad, aquí lo
confieso, a mí leer sobre estas memeces me levanta dolor de cabeza. Al parecer,
tanto Hitler como los miembros de la Sociedad de Thule y otros mistabobos de
parecido jaez creían a pies juntillas en una teoría numerológica que le será
muy familiar a los aficionados a los sudokus. Se trata de elaboraciones de
casillas, cuadros con casillas en cada una de las cuales se pone un número, de
manera que todas las líneas sumen lo mismo. Se consideraba que estos cuadros
establecían puntos de equilibrio y tal, siendo la más famosa de estas casillas
la de nueve (tres por tres), donde por lo tanto se colocaban los enteros
menores que la decena y mayores que uno, con el 5 en el centro (en los libros
que he leído se explica que es que el 5 es el número del equilibrio y el poder
y bla; yo creía que era el 7, pero, vaya…). Una vez hecha la combinación guay,
las cifras periféricas, que no son el 5, se hacen rotar, formando cada combinación
un conjunto de casillas ligado con un elemento. Entonces se toma una de esas
enéadas, la, por decirlo así, positiva, se agrupan sus números adecuadamente y
se busca una secuencia de suma que dé por resultado 360, que por lo visto es el número de
la perfección. Y se toma otra enéada, la chunga, y usando la misma secuencia
los números suman 666 que, como todo el mundo sabe, es el Número de la Bestia,
el número hiperchungo, la puta mierda total. Pues bien: dibujadas las
trayectorias de esta secuencia de sumas, en ambos casos se dibuja una cruz
gamada.
Si no tenéis mejor plan para masturbaros hoy, id a la página
140 del libro de Robert Ambelain, Los
arcanos negros de Hitler, que allí os la frotarán a gusto con esta movida.
Hitler sería, según algunas versiones, todo un señor
creyente de este rollo de las cifras místicas tibetanas. Según escribe Richard
de Grandmaison (autor de cuya seriedad no puedo hablar, aunque sí que sus datos
fueron publicados, en septiembre de 1977, por una publicación tan seria como la
francesa Historia. El mismo artículo,
meramente traducido, fue portada del número 115 de Historia y vida, algo menos de un año después), Hitler creía en el
poder de las cifras y los colores de los cinco dhyani-budas, que no sé muy bien
lo que es pero parece ser eran como cinco divinidades, más una sexta que sería
conocida como el portador de la piedra fulminante.
El primer personaje de este desfile de conseguidores,
cortabolsas y charlatanes es el húngaro Trebitsch Lincoln, quien fallecería en Shanghai en 1943 portando
el nombre, entre gallego y chino, de Chao Kring.
Lincoln fue siempre un vendedor de corbatas de puta madre.
En 1909 consiguió la nacionalidad británica, tras lo cual consiguió comerle la
oreja a diversos capitalistas británicos hasta el punto de ser diputado en la
Cámara de los Comunes; que, la verdad, tiene huevos. Los ingleses probablemente
consideran que los españoles somos tontos; pero nosotros, al menos, todavía no
hemos nombrado a Rappel diputado.
Siempre en conflicto con su cuenta corriente, Trebitsch
Lincoln dio muchos barrigazos por Europa durante sus años de juventud, hasta
que, a finales de los años veinte, se convirtió al budismo… bueno, a un budismo
un tanto raro, porque se consideraba a sí mismo Buda resucitado, y tal.
Tras la I guerra mundial, Hitler podría, según algunas
versiones, haber tomado contacto con este Ignatius Timothy (tal era su nombre
verdadero), en Munich. Otras versiones nos dicen que el conocimiento le vino
por su relación con Erich Ludendorff, con mucho el militar alemán más
aficionado a las teorías teosóficas arianistas, quien le habría nombrado jefe
de censura tras el golpe de estado de Kapp, tras cuyo fracaso el futuro Führer
y el pollas éste se habrían conocido. En realidad, la caída en desgracia de
Timothy fue rápida cuando Hitler empezó a tocar poder. En el momento en que el
NSDAP empezó a ser un gran negocio, las tensiones para apartar a este estafador
fueron muchas; y las posibilidades no pocas porque, siendo como había sido un
truquero durante años, tenía el armario lleno de escándalos y escandalillos,
que la Gestapo supo usar con mano diestra. Aun así, algunas fuentes dicen que,
tras haber sido exiliado por Himmler de Alemania y de Europa, recaló en
Sanghai, donde abrió su segundo templo budista (el primero fue en Berlín) y,
desde allí, habría llegado a ofrecer a los nazis el levantamiento de todos los
budistas del mundo en favor del Eje. Lo cual revela la catadura del muchacho,
pues no hace falta ser budólogo para saber que los budistas no
obedecen como un solo hombre, mucho menos en cuestiones temporales o bélicas.
No obstante, el papel de Chao Kring en la vida de Hitler
podría no ser despreciable, pues quizás fue el húngaro el que reconvertió, en
la cabeza del alemán, las teorías teosóficas arianistas que con seguridad ya
conocía, mezclándolas con los arcanos tibetanos, algunos mitos serios o
inventados de por allí, y generando el totumrevolutum
que acabaría cristalizando cuando aparezcan en escena los hermanos Schäffer.
En 1919, en casa del escritor alemán Hans Heinz Ewers, le
presentaron a Hitler a un astrólogo llamado Louis Christian Hausser. Este
Hausser era todo un tipo. Lo habían expulsado de Inglaterra por un asunto
bastante oscuro del que, desgraciadamente, poco sé. Se fue a París, donde
trabajó de corredor de apuestas. Dilapidó el dinero de su mujer y para mantener
su tren de vida tuvo que realizar algunos robos, por lo que hubo de huir del
país, a Suiza. Luego fue a Londres y, finalmente, a su ciudad natal, la capital
de Baviera.
El día que conoció a Hitler, Hausser le leyó la mano,
afirmando haber leído todo tipo de poderes y bellezas futuras; y, además, le
habló largo y tendido sobre su teoría de una nueva era en la que Alemania
surgiría liberada de sus ponzoñas. Luego le trazó el horóscopo, el cual “decía”
que Hitler sería el continuador de la obra del propio Hausser (que, se me ha
olvidado mencionarlo, igual de Chao Kring se reputaba a sí mismo el Mesías).
A partir de aquel momento mágico, Hausser acompañó a Hitler
en algunos de sus viajes propagandísticos. Aunque se separaron cuando Hausser
decidió presentarse a las elecciones como diputado socialista. En 1939, durante
una entrevista con un periodista francés, Hitler todavía recordaba a Hausser, y
destacaba la importancia que había tenido para él; ello a pesar de que el mago
había muerto once años atrás.
Louis Christian Hausser es considerado como uno de los
iniciadores de Hitler en los misterios de la esvástica; de ser cierto esto,
sería una de las principales causas de que el Führer, una vez que estuvo en el
poder, se empeñase en organizar una histórica expedición alemana al Tibet;
expedición que, si bien sirvió poco para los objetivos mistabobos que portaba,
es hoy de gran importancia para los etnólogos, así como para muchos budistas,
por la cantidad de información relevante y sistemática que aporta sobre aquel
lugar, entonces tan inaccesible en más de un sentido.
Sin embargo, el realizador de aquel sueño no sería
obviamente Hausser, ya muerto, sino Ernst Schäffer y su hermana Otti. Schäffer
era muy aficionado a los estudios orientalistas, que le sirvieron para llegar
al entorno de Hitler. Por lo que se refiere a su hermana, al parecer gozó
durante algún tiempo de las preferencias de Hitler, siempre equívoco en sus
relaciones con las mujeres, incluso por encima de algunas grandes musas del
Führer bien conocidas de la historia, correspondientes al periodo entre Geli
Raubal y Eva Braun, como la inglesa Unity Midford o la cineasta Leni
Riefenstahl.
Schäffer partió hacia el Tibet antes de que estallase la
guerra, esto es, en lo mejor del hitlerismo en términos de poder. Fue
acompañado por cinco orientalistas y veinte miembros de la SS, al parecer
escogidos por su lealtad. De mis lecturas no saco en claro si fue Hitler o
Himmler quien dirigió con mayor presencia la expedición; personalmente, me
decanto por el segundo, que estaba igual de obsesionado que su jefe por
aquellas cosas, era igual de gilipollas pero, teniendo en cuenta el fuerte
papel de las SS en el viaje, tiene lógica que fuese su muñidor.
Algunas teorías (de las que se hace eco Grandmaison) dicen
que Himmler poseía un mapa con la localización exacta de los lugares donde
habrían de encontrarse, enterrados, los fragmentos de una piedra mítica que
explicaría los orígenes de la cruz gamada. Sinceramente, me parece una historia
bastante difícil de creer. No está claro de dónde podía haber sacado Himmler
ese mapa, y, por lo que se refiere a la piedra, Grandmaison, que escribía en
los años setenta del siglo pasado, aseguraba que los alemanes la encontraron y
que incluso estuvo expuesta en un museo secreto de la Gestapo, pero que se la llevaron los rusos.
Pero los rusos, o sea los soviéticos, se fueron a tomar por culo, las cosas han
cambiado, al menos algo, y la puñetera piedra, que yo sepa, sigue sin aparecer.
En todo caso, el enorme parecido de la historia con las típicas fábulas de
piratas huele demasiado como para que pueda ser tomada por verdadera.
Schäffer volvió de aquella expedición, muy poco antes de
empezar la guerra, con innúmeros datos etnológicos de altísimo valor pero, al
menos que yo sepa, huero de las cosas que se suponía debía traer, tales como
impresiones milenarias o cuadrillas de superhombres. Eso sí, Schäffer, que no
debía de ser ningún atontao, resulta que regresó del Tibet siendo todo un crack
en la movida ésa de las nueve casillas de las narices, y habiendo desarrollado
una habilidad para hacer horóscopos como otros se tiran cuescos, lo cual le
granjeó la constante confianza de Hitler (otros dicen que dependencia). Nunca sabremos, la verdad, si la
acción de enviar a personas a la muerte mediante tal o cual acción guerrera
pudo estar influenciada, a la postre, porque a Hitler le hubiese dicho el pollo
éste que el sudoku del día lo mandaba. Según Grandmaison, Schäffer habría traído
del Tibet un acuerdo entre Alemania y los tibetanos para repartir sus zonas de
influencia en el porvenir místico del mundo (sic). Otra movida de esta historia
que a mí, la verdad, me cuesta bastante creer; por el lado tibetano.
Al comenzar el año 1944, Ernst Schäffer introdujo en el entourage hitleriano a un discípulo suyo
que sería, según al menos lo leído, el último Octavio Acebes de Hitler: un
suizo llamado Krafft. Probablemente, este movimiento por parte del jefe de la
expedición tibetana tuvo como motivo el hecho de que los dos hermanos
estuviesen perdiendo caché ante Hitler (sobre todo porque Eva Braun le había
puesto la proa a Otti), y como forma de introducir un nuevo elemento de
influencia.
Y aquí, mientras Krafft traza sus muchos horóscopos, nos
encontramos con el último personaje de esta extraña nómina. Pronto los
alemanes, al parecer, se dieron cuenta de que los aliados, a veces, eran
capaces de adelantarse a decisiones que se tomaban de acuerdo con proyecciones
astrológicas. Lo cual podría no ser casualidad. El responsable podría ser Louis
de Wohl, un refugiado húngaro en Inglaterra que se ganaba la vida como echador
de cartas. Al parecer, tenía la costumbre de enviar al Ministerio de la Guerra
predicciones astrológicas sin firma. Es posible incluso que, como destacan
quienes han escrito sobre el tema, acertara con alguna (es vieja estrategia del
astrólogo predecir muchas cosas, hasta que acierta).
Aquel acierto y otros que pudieron haberse producido (hay
quien dice que describió con acierto el futuro de Montgomery y de Rommel… será,
en todo caso, el de Rommel; porque el de Montgomery no quedo claro hasta el
final de la guerra, pero, en fin…) le valieron ser reclutado por el ejército británico
para “predecir” las predicciones de Krafft, esto es, adelantarse a los
movimientos del ejército alemán ordenados por un Hitler fuertemente mediatizado
por los movimientos astrales. A Louis de Wohl se le atribuye, por ejemplo,
haber predicho, ante el escepticismo general aliado, la batalla de las Ardenas.
De Wohl, en todo caso, nunca aclaró estos hechos, pues mutó tras la guerra,
convirtiéndose en un novelista histórico de no escaso valor, y acercándose a la
Iglesia católica, asunto sobre el que escribió varios libros, especialmente
tras una entrevista con Pio XII, en 1950.
Hasta aquí lo que este bloguero sabe sobre los magos de
Hitler, porque lo haya leído en libros y artículos que no fuesen, bajo su
criterio, una mera sarta de imbecilidades. Debéis comprenderlo: al contrario
que con otros muchos temas tratados en este blog, este de la vertiente mística
y teósofa de Hitler es un tema en el que se han escrito toneladas de
barbaridades, teorías sin cuento y sin base real alguna, y simples y directas
estafas al lector; tantas, tantas, que ni yo mismo puedo aseguraros no haber
sido estafado en algún punto de este artículo.
Lo que sí tengo por cierto es que todas las cosas que he
contado en este artículo: la obsesión por la cruz gamada, por una presunta
numerología india o tibetana; la convicción de que en Tibet podían ser
encontrados unos superhombres descendientes, como los alemanes, de una
primigenia raza aria destinada a dominar el mundo; todas estas cosas son, desde
luego, coherentes con la teosofía pangermanista; un edificio teórico que
existía desde antes que al padre de Hitler le saliesen pelos en los huevos, y
algunos de cuyos principales arquitectos, de hecho, incluso a pesar de ser
contemporáneos de Hitler, o no lo conocieron, o lo conocieron apenas.
El testimonio que nos dejó el doctor finés Félix Kersten,
quien trató largamente a Heinrich Himmler y dejó escrito una especie de diario
de notas de sus encuentros, dibuja a un lugarteniente de Hitler constantemente
proclive a creer teorías, digamos, alternativas (en una de las jornadas,
diserta interminablemente sobre la pertinencia de las teorías del famoso doctor
Kneipp, que todo lo curaba con hierbajos) y de no mucha inteligencia personal.
Himmler, de hecho, era lo suficientemente bobo como para pensar cosas como: que
era posible una alianza entre Alemania y los EEUU; que era posible recluir a
todos los judíos del mundo en la isla de Madagascar; o que, con ofrecerle al
final de la guerra al conde Bernadotte (intermediario oficioso con los aliados)
la vida de 40.000 judíos, le sería olvidada por sus enemigos la muerte de todos
los demás. Parece el tipo de capacidad analítica capaz de creer que el mundo se
rige con fuerzas inmanentes que hacen a unos hombres fuertes y a otros débiles,
y que todo está escrito en un canto rodao que alguien enterró en el Tibet.
Pero hay, a mi modo de ver, datos que apuntan en la
dirección contraria. Como es sabido, Hitler decidió, tras el desastre de
Stalingrado, tomar notas taquigráficas de sus reuniones de Estado Mayor, ante
la sospecha que tenía de que sus generales lo engañaban. Parte de estas actas
sobrevivió a la guerra, y han sido publicadas ya con profusión. Me las he
leído, y puedo decir que lo que se ve en esos papeles es a un jefe supremo de
las Fuerzas Armadas que se rige por factores como la disponibilidad de unidades
motorizadas, la orografía, etc.; el tipo de factores que todo militar tendrá en
cuenta en una guerra. No hay traza de que Hitler llegase a esas reuniones
habiendo consultado antes con astrólogos o similar.
Otro elemento sospechoso es que en esta historia, como en
otras de los escritores misbabobos, se produce con mucha frecuencia el fenómeno
de que las afirmaciones no sean comprobables. Así, muchos autores nos dicen que
al círculo astrológico de Hitler se contrapondría otro formado por Himmler, su
astrólogo particular (un tal Wulf), Eva Braun y Martin Bormann. Qué casualidad:
al terminar la guerra, ninguno de ellos estaba en condición de prestar
testimonio a favor, o en contra.
También se dice que algo hay en las actas de Nuremberg,
donde algunos imputados, por ejemplo Schellenberg, habrían hablado sobre el
tema, pero fueron cortados rápidamente por la Corte, por considerar que aquello
era irse por las ramas. Honradamente, todavía no he podido pensar en leerme las
actas de Nuremberg de cabo a rabo, así pues no puedo adverar que sea así.
En fin, todas éstas son afirmaciones incomprobables. Yo lo
único que sé es que cuando le saco este tema a mis amigos budistas, les falta
poco para buscar un bonito barranco por el que despeñarme.
Creo que la esvástica fue adoptada como símbolo en rumanía antes que en alemania por alexandru cuza en los años 20. Todo un tema para investigar desde luego.
ResponderBorrary el mal rollo que da ver una esvástica en los templos budistas...
ResponderBorrarDe hecho, la esvástica ya era usada por Finlandia como símbolo de fuerza aerea en 1918, es decir, en plena guerra de independencia contra la Rusia-camino-de-ser-soviética, pero sin ninguna relación con la simbología nazi. Evidentemente, luego la cambiaron
ResponderBorrarhttp://avioncitos.creatuforo.com/breve-historia-de-la-esvstica-finlandesa-tema282.html
No conocía tu blog. Pedazo de artículo, como sean todos así estoy de enhorabuena. Modesto cuando has de ser modesto, cuando no, no. Se nota que te lo has currado y trabajado echando toda la mano posible de fuentes primarias... etc.
ResponderBorrarMi enhorabuena más absoluta. Mira que no suelo leer tostones tan largos. Este me ha llamado la atención y he decidido desde el párrafo dos tragármelo entero.
Hay que ver que cabron era Hitler, primero jode un tipo de bigote, que por haberlo llevado el es basicamente de mal gusto, y luego se hace con el simbolo de la esvastica y lo condena a ser un simbolo del mal.
ResponderBorrarNo es por hurgar en viejas heridas, pero la cruz gamada se parece sospechosamente al "lauburu".
ResponderBorrarSalud y enhorabuena por hacer un blog tan ameno.