Corría en siglo XV en Francia. Un tal Paulon de Montesquiou
se casó con una mujer llamada Jaquemette d’Artagnan, por ser de esa comarca
situada en Bigorre. Jacquecita, a su muerte, legó sus tierras a su marido,
quien se convirtió, por ello, en señor de Montesquiou-d’Artagnan.
La familia siguió su curso hasta 1623, fecha aproximada, en
la que debió nacer, en Béarn, más concretamente en un pueblo llamado Lupiac,
Charles de Batz-Castelmore. Tuvo tres hermanos y tres hermanas y, con 17 años,
decidió marcharse a París, con lo que se convirtió en lo que en aquella época
se conocía como les cadets de Gascogne,
o los chicos gascones. Casi todos estos cadets
eran hijos de buena familia que, sin embargo, por las circunstancias de los
muchos hijos que entonces tenían éstas, solían ser pobres y, por eso, iban a la
capital a buscar fortuna. Según el historiador francés Charles Pasteur, en
aquella época nuestro Charles era como “un gallo que desplegase sus primeros
espolones”.
En aquel entonces, el cuerpo de los mosqueteros del reino
estaba al mando de un gascón que tenía gran aprecio por estos jóvenes sin
presente: el famoso señor de Tréville. Lo llama a integrarse en el cuerpo, y
pronto comienza para Charles d’Artagnan esa vida que Alexandre Dumas describirá
tan bien: juegos, pendencias, asuntos de faldas. Gentilhombre del cardenal Mazarino, tendrá la oportunidad de implicarse en los grandes asuntos políticos
del momento, como los conflictos de la Fronda.
Según escribió a mediados del siglo pasado un descendiente
directo de D’Artagnan, el diputado de la república Pierre de Montesquiou, duque de
Montesquiou-Fezensac, el expurgado de los archivos familiares denota que no fue
tan rocambolesca la vida real del mosquetero. En realidad, su vida fue muy
intensa, pero desde el punto de vista político. Era el hombre de enlace de
Mazarino para sus relaciones con muchos políticos de la época. También trabajó
de emisario de confianza para la reina madre, y no le era desconocido al joven
rey.
El 5 de marzo de 1659, Charles d’Artagnan se casó con una
joven viuda, la dama Charlotte-Anne de Chanlecy, quien tras la muerte de su
marido había heredado un río de pasta relativamente caudaloso. Es muy probable
que el joven mosquetero la hubiese enamorado bien; pero alguien tenía que haber
por ahí que no se fiaba del gascón, porque el contrato de matrimonio es un
meticuloso documento jurídico cuyo constante objetivo es proteger el patrimonio
de la esposa de las eventuales prodigalidades del marido.
La cosa era, verdaderamente, como para no fiarse. A base de
quemar París noche sí, noche también, el marido se casó, en realidad, con más
deudas que patrimonio. Era persona de ingresos modestos, aún a pesar de las
gabelas del cardenal y los miembros de la familia real por servicios prestados;
y, aun así, tenía una pasión desmedida por los uniformes, que tenía muy lujosos
y en gran número; los caballos y las armas, cosas todas que necesitaba criados
para poder cuidar. Era asimismo jugador y no tenía rubor, como de hecho hacían
muchos hombres en su época, en aceptar dinero de sus amantes.
De hecho, tras tener casi inmediatamente dos hijos, el
matrimonio se separa de facto. La mujer abandona París para irse a vivir a sus
posesiones campestres, y el marido le tiende un puente de plata. A partir de
ese momento, vivirá en la capital en mancebía, cada vez más cercano a su
sobrino Pierre, que también ha recalado en París y se ha unido a los
mosqueteros, acumulando el favor del joven Luis XIV, quien encuentra divertido
a este oficial tan expansivo y libertino. Incluso, cuando el rey destituya y
meta en la cárcel a su superintendente de Finanzas, Fouquet, será a d’Artagnan
a quien encargue la vigilancia del preso durante los primeros cuatro de los
quince años de su cautiverio.
Al iniciarse la guerra en Flandes, d’Artagnan parte a la
misma como brigadier de infantería, y tras el sitio de Lille es nombrado
mariscal de campo. Finalizada la guerra, es nombrado gobernador de Lille. En el
oficio de nombramiento, el rey escribe: “Nos hemos puesto nuestros ojos en
usted, sabiendo que no podríamos posarlos sobre algo más digno”.
Pero el conflicto, latente, vuelve a intensificarse y, algún
tiempo después, se produce el sitio de Maastricht, en el que participan tropas
aliadas francesas e inglesas. En las segundas se encuentra el duque de
Malborough, antecesor de un personaje muy importante para la Historia de su
país que se llamó Winston Churchill. Según los recuerdos del inglés recogidos
en las memorias de Churchill, el duque de Monmouth tenía que dirigir un ataque
por un pasaje estrecho. Charles d’Artagnan solicitó el honor de pasar el
primero, porque dijo, “un oficial francés no puede sino preceder a los
oficiales ingleses, que son invitados del rey de Francia”. Tal expresión de
chovinismo (que, como se ve, existía antes de que el famoso Chauvin siquiera
tomase su primera leche) le costó muy cara. Fue alcanzado por una bala en la
garganta. Con riesgo de sus vidas, los mosqueteros lo rescataron de la línea de
fuego.
Como escribiría hace décadas el duque de
Montesquiou-Fezensac, la escena inventada por Dumas en la que el exangüe d’Artagnan
recibe el bastón de mariscal de Francia para morir con él en las manos, es eso:
inventada. En realidad fue su sobrino, al que todos conocieron como le petit d’Artagnan, el que llegaría a
ser mariscal de Francia; y por méritos propios, además.
Una prueba del enorme respeto que tenía el rey por el
auténtico d’Artagnan nos la da el dato de que, aprovechando el hecho de que a
su muerte sus hijos no estaban aun bautizados, el monarca quiso ser su padrino.
Los hijos de D’Artagnan fueron, por lo tanto, patrocinados por el rey y la
reina en persona, en una ceremonia, para más inri, oficiada por Bossuet. Yo no
creo que haya ningún civil en la Historia de España que haya sido objeto de
homenaje de parecido jaez (excepción hecha de Urdangarín, claro).
La señora D’Artagnan, por su parte, renunció a la herencia
que le correspondía. Chica lista, porque la herencia dejaba una cola de
acreedores que daba varias vueltas al Louvre.
Charles d’Artagnan fue una personalidad tan fuerte e
importante que, de hecho, eclipsa a su sobrino Pierre, una figura histórica en
modo alguno desdeñable. Se encontró por primera vez con su tío en San Juan de
Luz, durante las celebraciones de los esponsales de Luis XIV. Entonces tenía 14
años. Quedó tan impresionado de la figura de su tío, ricamente vestido con ese
uniforme tan impresionante de los mosqueteros, viéndole cómo lo aclamaba la
gente cuando pasaba por la calle, que decidió seguir sus pasos. Consiguió ser
mosquetero en 1669. Tanto admira a su tío y desea emularlo que se casa, como
él, con una viuda. Es 1672 y la afortunada es Jeanne Peaudeloup, de familia
burguesa. Estuvieron casados 27 años y, por lo que parece, felices.
Más ambicioso que su tío en realidad, Pierre d’Artagnan
abandona los mosqueteros en 1670 para convertirse en lugarteniente de la
guardia y participar, en primera línea, en las importantes reformas militares
abordadas por Luis XIV.
Enrique IV y Luis
XIII se habían conformado con juntar armadas de entre 10.000 y 15.000 hombres
para sus acciones. Luis XIV, sin embargo, ambicionaba un ejército de 300.000
hombres; y lo obtuvo. Pero esa construcción suponía cambiar radicalmente el
régimen de la vida militar, a partir de ahora más disciplinada y ordenada, así
como las relaciones entre soldados y mandos, por no hablar del crecimiento
exponencial de los problemas logísticos. Todo esto hubo de hacerse en
relativamente poco tiempo, y le petit D’Artagnan
fue un elemento crucial de ello. Como ya hemos dicho, en 1710 estos esfuerzos
cristalizan en el nombramiento de D’Artagnan como mariscal de Francia. Falleció
en 1729 en su castillo de Plessis-Piquet.
Resulta curioso, pero, cuando lo nombraron mariscal de
Francia, Pierre de Montesquiou abandonó completamente el nombre D’Artagnan; de
no haber sido por Dumas, hoy no lo conocería nadie. Un abad de Montesquiou fue
ministro del Interior de Luis XVIII, cargo en el cual redactó la Carta Otorgada
del rey a los franceses (especie de Constitución a la remanguillé de los reyes absolutistas). Asimismo, creó el
cuerpo de bomberos de París y de él se rumoreaba que era el verdadero padre de
Teophile Gauthier.
Otro Montesquiou, en este caso otra, entró en la Historia
por ser observadora. Madame de Montesquiou era gobernanta del rey de Roma, o
sea Napoleón II. Cuando el rey de Roma nació, todos los que estaban en la
habitación lo dieron por muerto y, ni cortos ni perezosos, dejaron el niño
sobre la alfombra para atender a su débil madre. La Montesquiou, sin embargo,
se fijó en el niño, y dudó de que hubiese nacido muerto. Así pues, lo cogió en
sus brazos, le puso una gota de vino en los labios y, al instante, el niño se
puso a llorar (quizá es que le gustaba más el ribera del Duero). Napoleón mismo
le regaló por ello un camafeo que, al menos en vida de Pierre de Montesquiou, seguía en
poder de la familia.
El libro del duque de Montesquiou-Fezensac, Le vrai D’Artagnan, es de lectura
interesantísima. Editado en 1963, se puede llegar a encontrar en librerías de
reventa francesas, y en la propia Amazon. También se pueden encontrar las Memoires de Monsieur d’Artagnan,
escritas por Gatien Courtilz de Sandras, libro anterior al de Dumas y algo más
respetuoso con la verdad.
Y la cosa sigue. Hoy es el día que en el mismo centro del
hemiciclo del Senado francés, en primera fila, se sienta el senador Aymeri deMontesquiou, a quien bien podríamos llamar, si él quisiera, D’Artagnan.
Chauvin; ¿General?
ResponderBorrarQué razón tienes. Lo que no sé es quién me metió a mí en la cabeza que Chauvin era general...
BorrarEl Montesquiou este, el del siglo XX, digo, tendría algún parentesco con Robert de Montesquiou, en el que dicen que se basó Proust para su Barón de Charlus, ¿no?
ResponderBorrarEs posible, sí, aunque, que yo recuerde, Pierre de Montesquiou no cita esta circunstancia en el repaso de su familia.
BorrarPero todo cuadra, porque los Montesquiou son familia de rancio abolengo francés. Hasta el punto de que, en tiempos del Rey Sol, se consideraban incluso con más derechos para ocupar el trono de Francia que los capetos. Que ya les vale...
Si yo tuviera un pariente con la pinta con la que aparece el tal Robert de Montesquiou en su retrato más conocido, tampoco me daría demasiada prisa en incluirlo en los repasos de mi familia...
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