Luján tenía en las manos un ejemplar del Ya.
-Aquí dice que es una gripe.
-¡A la mierda lo que dice! –Estalló Lastres, el que nunca elevaba una palabra por encima de la otra-. Es un infarto, ¿entiendes? ¡Un infarto! ¡La puta condena de muerte!
Carlos Luján trató de respirar despacio. Trucos de interrogador. Para dar tiempo a su interlocutor a reposarse, siquiera ligeramente. Pensó: ni siquiera me he cerciorado sobre de quién estamos hablando. Y sintió un escalofrío.
-Una vez tuvo una bala en la barriga y también lo dieron por muerto –dijo despacio, tratando de dominar la ira de su compañero-; y luego ha vivido medio siglo.
-Ten por seguro que si hubiese recibido ese balazo con 82 años, la habría palmado –respondió, sombríamente, el otrora sonriente Felipe Lastres.
Luján se levantó. Dio dos pasos hacia Lastres y le puso una mano en el hombro.
-Mi coronel… o lo que seas. No subestimes a tu Caudillo.
Luján lo recordó repentinamente, sentado frente a él, con una carpeta apoyada sobre los muslos y las manos entrelazadas sobre ella, mirándolo fríamente.
No me decepcione, Luján.
Y no nos falles tú ahora, Mi General.
-Esto es muy grave… ¡muy grave! –Lastres hablaba como para sí, mirando a todos las paredes de la habitación con gestos eléctricos-. No es sólo el hecho… el hecho en sí. Quiero decir, que se muera. Es cuándo. El momento.
-¿Lo dices por El Moro1?
Lastres lo miró con fastidio.
-No lo decía por él aunque, ahora que lo mentas, no me extrañaría que ese hijo de puta terminase por darle la puntilla. No, el momento es malo porque aún no lo hemos montado.
-¿Montado? ¿El qué?
-¡Pues qué va a ser! ¡El montaje, Luján, el montaje! ¡Todo, todo! La nueva legislatura, las nuevas Cortes, los ayuntamientos, todo…
Luján sintió que comprendía.
-Ya entiendo. Te refieres a que si Franco se muere antes de que Arias haya puesto en marcha lo de las asociaciones…
-Si Franco se muere con estas Cortes, las próximas ya no tendrían por qué ser las suyas.
-Lo dices como si las Cortes gobernasen España. Están los organismos del Movimiento, están…
En ese momento, Lastres rió. Pero lo hizo amargamente, sin ganas.
-¿Las instituciones? ¡La mitad están en manos de los que se las quieren cargar, hombre! No, las cosas no eran así. No iban a ser así. La cosa iba de retirarse con el montaje hecho, dejarle al idiota el poder, y Franco sentado en una ventana de El Pardo con el catalejo. Vigilante. Franco y los que le siguen, los que son él.
-Los que somos él.
-Exacto. Los que somos él. Si el Borbón pensaba hacer otra cosa, con Franco tocándole los cojones no se atrevería. Y pasado el tiempo, estaría tan pringado como el que más. Si alguna vez soñó con que los de más allá de la frontera le viesen como una alternativa viable, ya no lo sería. En esas circunstancias, tendría que hacer lo que han hecho de toda la puta vida los Borbones: luchar para mantenerse.
Luján se rascó la barbilla. Su espíritu de interrogador que busca todos los ángulos de un hecho le pudo.
-Eso que estás diciendo nos lleva a la pregunta de por qué no se ha ido antes.
Esperaba la ira de su interlocutor. Pero no hubo tal. Lastres suspiró y dejó caer los brazos, como rindiéndose. El ojo clínico de Luján le dijo que había planteado una pregunta que su compañero ya se había hecho mil veces.
-El príncipe es sucesor desde hace sólo siete años. Repásalos. Tuvimos lo del proceso de Burgos; los problemas en la universidad. Luego la crisis económica. Supongo que nunca encontró el momento.
-Pues, por mucho que haya querido, le va a dejar una herencia jodida, quiera o no.
Felipe Lastres endureció el gesto. Apretó fuertemente los labios. Luego miró a Luján, tratando de sonreír.
-¡En fin! Todavía no está muerto, ¿no te parece? Aún no hemos dicho nuestra última palabra.
Carlos Luján se quedó pensativo tras escuchar el chasquido de la puerta del despacho cerrándose detrás de Lastres. Trataba de poner en orden todos los datos que tenía y los que imaginaba. Se concentró tanto en el trabajo que apenas escuchó cómo unos nudillos llamaban suavemente a la puerta. Acostumbraba a tratar de imaginarse quién sería el que venía, y para qué.
Aquella vez, aquel 17 de octubre de 1975, Carlos Luján no podía imaginar, ni por asomo, que era el caso Anselmo López el que, por tercera vez en su vida, llamaba a su puerta.
Y lo que menos podía imaginar que ese día que el caso llamase a su puerta lo haría en la forma de un hombre entrado en carnes, casi calvo pero aún con los nítidos perfiles faciales que él recordaba tan bien. Apareció detrás del joven teniente que lo anunció.
-¡Azpíriz! ¡José Antonio Azpíriz!
El teniente había anunciado al comisario de cierta ciudad del sur de Madrid pero, de alguna manera, Luján había sospechado que sería alguien conocido. Ambos amigos se abrazaron, se observaron, ponderaron mentirosamente lo bien que cada uno de los dos había aguantado el paso del tiempo, y luego se intercambiaron habanos.
Luján tomó una silla de las que tenía junto a su mesa, una inútil atención hacia visitas que nunca tenía, y la acercó al sofá en que Azpíriz había depositado sus carnes, que el tiempo había hecho abundantes. Aspiró una bocanada de su puro y luego se sacó con el dedo de la punta de la lengua una lasca de tabaco que se le había quedado prendida. Durante todo ese tiempo, Azpíriz esperó. Como no podía ser de otra manera, no había cambiado.
-Ya sé que te gusta mirar y callar –terminó por decir Luján-, pero esta vez creo que no tienes derecho. Al fin y al cabo, eres tú quien ha venido a buscarme. Y te habrá costado lo tuyo encontrarme.
-No sé por qué dices eso –se defendió Azpíriz-. Soy policía.
-Policía no: comisario –le corrigió Luján-. Pero yo sé lo suficiente sobre lo que soy yo como para apostar a que casi ningún comisario puede dar conmigo.
Azpíriz esbozó una sonrisa leve. Luego fumó un poco más antes de volver a hablar.
-Tienes razón. He movido Roma con Santiago para encontrarte. Es cierto que la tierra se te había tragado, pero yo tampoco he estado quieto estos años, y tengo mis contactos muy cerca de la sala de máquinas donde tú trabajas… ¿cómo lo diríamos? ¿De engrasador?
Carlos Luján asintió con media sonrisa en los labios.
-Es una buena definición, sí. Engrasador. Me gusta.
-Y, ¿qué se habla bajo la línea de flotación del barco sobre nuestro capitán?
Luján abrió los ojos exageradamente.
-¿Has venido a informarte sobre la salud del Caudillo?
-No. He venido a informarte a ti de una cosa. Pero algo me tendré que llevar, ¿no?
Luján suspiró. Hacía casi veinte años que no veía a su compañero. Y, sin embargo, en el fondo de su rostro, bajo un camuflaje de papadas, estaba el joven muchacho que había sido, con la única excepción del difunto Rebollo, su confidente y amigo en los primeros tiempos en la Brigada. Durante unos pocos segundos, el tiempo se tensó y sintió la misma corriente de solidaridad y confianza del pasado.
-Como todas las personas que hablan poco, eres alguien poco significado, José Antonio. El barco zozobra, y hay un montón de lanchas alrededor recogiendo a marineros que quieren salvarse. Quizá el mejor consejo es que aproveches la ocasión.
-Mientras tú te hundes con el barco.
Luján asintió con la cabeza.
-Digamos que presté juramento.
-Y yo.
-Tú has jurado los principios del Movimiento. Pero el movimiento se demuestra andando.
-Vaya chiste de mierda. Manido, además.
-Lo sé. Pero es el único que se me ocurre para no ser verdaderamente original y tener que informarte de que se muere.
La información de que el Caudillo estaba en trance de muerte hizo en el rostro estólido del policía navarro el mismo efecto que todas las demás confesiones que Luján había tenido la ocasión de transmitirle. El ojo experto del ex policía, sin embargo, captó su inquietud en un detalle: apoyó el habano en un enorme cenicero que había en una mesita baja junto al sofá, y dejó de fumar.
-¿Mañana, pasado? –Fue su pregunta.
Luján sonrió y agitó la mano, como espantando la pregunta de su interlocutor.
-No creo, no creo. O sea: quiero creer que, si fuese tan inminente la cosa, yo lo sabría. E incluso tú, si me permites el comentario un poco despectivo.
-La cuestión no es si te lo permito, puesto que ya lo has hecho.
-Ya. Bueno, el caso es que el Caudillo no está ahora en el Pardo secretamente conectado a una máquina que suena como un teléfono comunicando y que lo mantiene como Walt Disney2. Estará sentado en su despacho despachando papeles, o tal vez descansando. Qué digo: hoy hay Consejo de Ministros, y lo presidirá. Y, a menos que sea el Cid, no creo que pueda hacer eso después de muerto.
Azpíriz se sentó en el borde del sofá para acercarse a Luján.
-Oye, Carlos –dijo con un susurro, y a Luján no se le escapó el detalle de que le había cambiado el trato-, dime la verdad. Si Franco está a punto de morir, ¿debo decirle a mi mujer que haga acopio de alimentos y que, a ser posible, se vaya a pasar unas semanas al pueblo, cerca de la frontera?
Los ojos de Luján se estrecharon y brillaron. El ex policía sintió una presión en el estómago.
-Azpíriz, somos amigos, pero… ¿de verdad crees que puedes venir aquí, después de veinte años en los que no sé ni lo que has hecho, ni lo que has leído, ni los amigos que has hecho; y pretender que yo te diga si vamos o no a repetir la jugada del 36?
Azpíriz se echó hacia atrás. No era común verlo sin palabras. Luján sintió algo parecido a la compasión.
-No pienses tonterías, José Antonio. Los cuarenta años de paz no han pasado en balde, joder. En el 36, Franco no tuvo un 1 de octubre3.
-El 1 de octubre se celebró porque estamos solos en el mundo.
Luján señaló a su interlocutor, reforzando su argumento.
-Vale, vale. Pero, precisamente, si aceptas eso, también tendrás que pensar que el camino, por nuestra parte, tiene que ser otro. Porque en el 36 tuvimos amigos que ya no están ahí. Hoy, esos amigos encabezan manifestaciones contra nosotros. ¡Nada, nada de golpes de mano ni sorpresitas! Si algo ha cambiado en cuatro décadas, somos nosotros, el pueblo español. Hoy, el pueblo español hará que lo que Franco le diga que haga. Ya sabes, atado y bien atado.
Luján sorbió de su puro y miró al cenicero mientras depositaba allí la ceniza. En ese momento fue como si se quedara solo, solo con sus propias inquietudes. Habló porque necesitaba escucharlas.
-Todo lo que tiene que hacer Franco es seguir vivo hasta fin de año. Antes, incluso. Con el 27 de noviembre, nos llega.
-¿Sí?
-El 26 de noviembre se renueva la presidencia de las Cortes. Y el Consejo del Reino. Después de eso, la continuidad del proceso de reforma está garantizado. Institucionalmente, España seguirá siendo lo que Franco ha querido que fuese. Haría falta una revolución para cambiar eso. Y, créeme, si no está el horno para nuestros bollos, tampoco lo está para los suyos.
Azpíriz sopesó la información con cuidado y en silencio. Luego miró a Luján con expresión casi pedigüeña.
-Luján, ¿es cierto que tiene cáncer?
A pesar de que comenzaba a sentirse incómodo, el ex policía trató de no demostrarlo.
-Yo diría que no. Y, si vas a preguntarme por la chorrada del doctor Barnard4…
-Está bien, está bien –concedió Azpíriz-. Ya te he exprimido bastante. En fin, he venido a darte esto.
Le alargó un paquete de tabaco mentolado, sin cigarrillos.
Luján miró el paquete con extrañeza e hizo gesto de devolvérselo a su amigo.
-Yo no fumo cigarrillos de señoritas, Azpíriz. Además, este paquete está vacío.
Azpíriz sonrió.
-Acabas de citar, en la misma frase, dos de las tres cosas que me hicieron sospechar de este paquete. Pero primero te diré dónde lo encontré.
-Supongo que esto lleva a algún sitio.
-Lleva, sí. Este paquete estaba en el bolsillo de una persona que fue identificada como Juan Escofet, natural de Lérida, 20 años, mecánico. Con antecedentes por actividades subversivas, aunque poca cosa. En las investigaciones que hemos hecho nos lo han descrito más bien como un aprendiz de pistolero que como un ideólogo, no sé si me entiendes.
-De momento, no.
-Ya llegaremos. Al tal Escofet no hemos podido interrogarlo porque se tiró en plancha a las mesas del Anatómico-Forense. Esto fue, claro, después de que, con otros tres cómplices, tratase de atracar una sucursal bancaria en Móstoles. Hace cosa de tres semanas.
-Tengo un vago recuerdo de haberlo oído en la radio.
-Entraron, amenazaron al personal y consiguieron que el cajero les soltase 70.000 pesetas. No gran cosa. Probablemente esperaban encontrar más, porque esa sucursal realiza los pagos de la nómina de una fábrica cercana. Pero tuvieron la mala suerte de que el mes pasado la nómina se retrasó un día, así pues en la caja no había lo que ellos esperaban.
-Es lo que tiene informarse mal.
-Cierto. Encañonaron al personal, cogieron el dinero, y salieron a la calle, donde les esperaba un coche con el tercer cómplice. Pero el coche no arrancó. O el conductor lo gripó, vete a saber.
-¿Era Escofet?
-¡Joder! ¿Cómo lo has adivinado?
Luján se encogió de hombros.
-Pura intuición. Me has dicho que el tipo era un piolín, que tampoco tenía antecedentes serios. O sea, que era su primer atraco. Y uno se suele bautizar en los atracos llevando el coche. Luego has dicho que tu olfato te dicta que el coche pudo griparse. Eso es algo que le pasa a un mal conductor o a alguien susceptible de ponerse nervioso en una situación así; nueva señal de inexperiencia. Y, además, has terminado con un «vete tú a saber», como renunciando a averiguarlo. Y eso me ha dado la pista de que el responsable de la acción debe estar muerto, como tu muchacho.
Azpíriz sonrió.
-Sigues siendo el mismo.
-Igual que tú. Das vueltas y vueltas, pero sin contarme la chicha.
-Todo tiene su momento –respondió Azpíriz-. En fin. El coche no arrancó. Los cómplices no esperaron mucho. Supongo que a la segunda o tercera intentona y dándose cuenta de que el chaval no iba a arrancar la máquina, salieron corriendo, cada uno por su lado.
-¿Les habéis pillado?
-No. Éstos sí que eran atracadores expertos. Se desempeñaron con total tranquilidad y presencia de ánimo e hicieron las cosas muy bien; me refiero, desde un punto de vista ladrón. Nadie consiguió activar una sola alarma. Así las cosas, la policía no llegó hasta que fue avisada por los primeros clientes que quisieron entrar y se encontraron con el follón. Por lo demás, es probable que escogiesen Móstoles por tener allí alguna agarradera escondida, porque lo cierto es que los tragó la tierra.
Luján suspiró.
-Ya. ¿Y Escofet?
-¿Escofet? En el coche. Intentando arrancarlo.
-¡No jodas!
-Pues, sí. Ese fue su primer error. Se quedó donde no debía cosa de medio minuto que le costó la vida. Y, para cuando llegaron tres celulares, cometió el segundo error.
-No me jodas que al final arrancó el coche.
-En efecto, Luján. Para cuando ya da igual, porque está rodeado en una calle que no es estrecha pero tampoco es el Bernabéu, logra arrancar el coche y embiste. Se queda trincado al primer celular al chocar contra él y los armados, cuando ven que va a intentar la marcha atrás, se lo apiolan.
-Y a ti te llevan los efectos del finado.
-Ajá. Una pequeña mochila con una navaja, una pistola, documentación, un par de cartas insulsas, la foto de un niño de primera comunión, y la cajetilla de tabaco. Y entonces me hago las dos preguntas. Primera: ¿cómo es posible que un pecholobo fume mentolados, que es tabaco de maricas? Segunda: aún asumiendo que lo fumase, ¿por qué guardaba un paquete vacío? Todo esto me llevó a pedirle un favor al forense.
Luján adelantó la mano, reclamando silencio.
-No me lo digas. Tenía los pulmones limpios.
-Como la patena –asintió Azpíriz-. El hijo de puta no fumaba. Así que me fijé en el paquete. Estaba como está ahora.
Azpíriz señaló con la barbilla el paquete que Luján aún tenía en las manos. El ex policía lo miró dándole vueltas lentamente. Finalmente, se encogió de hombros e hizo un rictus de ignorancia.
-No le veo nada raro.
-No me extraña. Es sutil, muy sutil.
Azpíriz se acercó a Luján, moviéndose por el sofá. Su cara quedó a la altura del paquete. Señaló hacia un lateral del cabezal móvil que se abría para coger los cigarrillos.
-Estos paquetes duros tienen esta parte que es como una capucha que protege los cigarrillos. Es una sola pieza de cartón convenientemente doblada, como los trabajos manuales de un colegio.
-Eso ya lo veo.
-A los lados del cabezal, hay dos piezas triangulares pegadas que son las que dan consistencia a la capucha.
-Ya. ¿Y?
-Están desparejadas –sentenció el navarro, con voz neutra.
-¿Desparejadas?
-Desparejadas, sí. Una sigue perfectamente la línea de la capucha y la otra hace un ángulo, un ángulo de 23 grados según mi medidor de ángulos.
-¿Tienes un medidor de ángulos?
-¿Acaso no tienes un hijo?
-Sí, haciendo la mili. Pero no creo que guarde las escuadras y los cartabones del colegio.
-Los Azpíriz lo guardamos todo –informó el comisario-. De todas formas, lo importante es que los triángulos están desparejados.
-Bueno –concedió Luján, encogiéndose de hombros-, un pequeño defecto de fabricación.
-Me he informado con la Tabacalera –contestó Azpíriz-. Lo cojonudo de las máquinas es que si se equivocan una vez, se equivocan siempre. Pasé una semana revisando toda cajetilla dura que caía en mis manos. Y puedo asegurarte que esos ángulos disparejos no los ha hecho una máquina.
-¿Le has metido una semana de esfuerzos a la puta cajetilla de tabaco de un muerto de hambre?
-Pues sí. Y lo hice para descubrir que la cajetilla está reconstruida. Muy meticulosamente. Alguien la desarmó y la volvió a armar usando pegamento. Hasta me he tomado el trabajo de volver a pegarla yo para que pudieras apreciar el resultado.
Luján no pudo evitar una risa breve.
-Joder, Azpíriz, te felicito. Has resuelto el caso de la cajetilla reconstruida.
-Rómpela –le contestó Azpíriz.
-¿Que la rompa?
-Sí, rómpela. Con cuidado. Desármala. La cajetilla se usó para dejar un mensaje. Secreto.
Carlos Luján levantó la esquina de una de las piezas de cartón, y comenzó a despegarla. Le llevó cosa de medio minuto convertir la cajetilla en una sola pieza de extraña forma. En el acto final, desdobló dos piezas rectangulares que iban pegadas al lateral de la cajetilla.
En una de esas piezas, alguien había escrito: RiP 203.
1 Se refiere al rey de Marruecos, Hassan II. En el momento en que Luján y Lastres hablan, hace ya meses que Marruecos ha reclamado su soberanía sobre el Sáhara, y en esos mismos días está comenzando a amagar con la Marcha Verde.
2 Luján se refiere aquí a la leyenda urbana, muy popular en aquellos tiempos, de que Walt Disney había sido hibernado a su muerte para poder se curado cuando la ciencia hubiese avanzado lo suficiente para ello.
3 Se refiere a la «manifestación del millón» de la plaza de Oriente, en solidaridad con Franco tras el aislamiento internacional producido por los cinco fusilamientos de miembros de ETA y del FRAP.
4 En los días que se relatan aquí, el doctor sudafricano Christian Barnard, primer médico que realizó un trasplante de corazón, estaba visitando España. Uno de los rumores de moda en la calle es que había sido llamado para hacerle un trasplante de corazón a Franco.
NOTA 2: "...para poder se curado..." Debe decir "...ser curado".
ResponderBorrarEspero que no molesten estas observaciones. como dijistes que te echaramos una mano en los comentarios.
dice Luján:"...Hoy, el pueblo español hará que lo que Franco le diga que haga. Ya sabes, atado y bien atado." sobra el primer que.
ResponderBorrar"Hoy, el pueblo español hará QUE lo que Franco le diga que haga."
ResponderBorrar¿No sobra el QUE?
Hola jdj
ResponderBorrarCreo que donde usas "gripar un motor", deberías utilizar "calar"
Gripa un motor cuando por excesivo calentamiento el pistón y el cilindro se hacen un bloque. Lo normal es que haya que tirar el motor y,desde luego,no se puede volver a arrancar.
Lo habitual en un inexperto es que el coche se cale. Y si luego, se intenta arrancar con prisas, se puede "ahogar" el motor. Esto encaja mejor con la situación que describes.
Por cierto, ni gripar ni calar aparecen en el DRAE con las acepciones mencionadas.
No molestan en lo absoluto. Si acaso, molestan porque alguna de las apreciaciones señala errores que ya debían de haberse corregido por mi parte antes.
ResponderBorrarLas tengo todas guardaditas para cuando termine el folletín.