Y, dicho esto, avanzamos en esta primera historia guineana que ya comenzamos a desarrollar aquí y aquí.
En 1961, las presiones que experimenta España en el ámbito internacional para convertirse en un país presentable, presiones que incluyen el asunto de la colonia guineana, dan su fruto. El contraalmirante Núñez Rodríguez, entonces gobernador general de la colonia, anuncia de forma absolutamente sorpresiva la decisión del gobierno de Madrid de conceder la autonomía a las dos provincias guineanas. Eso sí, tardó cerca de dos años en elaborar la ley marco de dicha autonomía, cuya redacción, en efecto, no empezó hasta 1963. El ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, que entonces hacía las veces de De la Vega y se encargaba de dar la cara ante los periodistas después del consejo de ministros, se permitió decir que aquel proyecto normativo se desarrollaba dentro de la sólida tradición de España “en su misión civilizadora de pueblos”. Así pues, todo en el discurso franquista seguía rezumando ese tufillo chungo de blanquito que”civiliza” al pobre negro zumbón.
En el fondo, lo que Madrid quería hacer era dividir y vencer. Dividir, porque el proyecto español era abordar por separado la autonomía de Río Muni y Fernando Poo, es decir la Guinea continental e insular. En segundo lugar, trataban de buscar algún local moderado que asumiese el gobierno autónomo, pero siguiendo las amables directrices de la metrópoli. Y ese alguien fue Bonifacio Ondó Endú, un ex seminarista bienintencionado que había huido del país tras el asesinato de Acacio Mañé.
Ondó fundó el Movimiento de Unión Nacional de Guinea Ecuatorial (MUNGE), un partido moderado en el sentido de que ni de coña se planteaba la ruptura de vínculos con España.
La actuación española fue muy acorde con la misión histórica civilizadora de nuestro país. En noviembre de 1961, el almirante Carrero presentaba ante las Cortes un borrador de proyecto de ley de autonomía sobre el que aún no se había posado ningún par de ojos con párpados oscuros. En efecto, los guineanos, beneficiarios al fin y a la postre de la norma, no la conocían. Eran los españoles los que la manejaban, con prisas porque en la ONU se estaba estudiando el asunto de Gibraltar, y España quería, con la autonomía de Guinea, demostrar su propensión al buen rollito anticolonial.
En el referéndum posterior, la oposición independentista acabó uniéndose al MUNGE en la defensa del Sí, tras un primer momento en que propugnaron pasar de las votaciones.
El 11 de enero de 1964, se convocaron en Guinea elecciones para renovar Juntas Vecinales, Ayuntamientos y Diputaciones, así como para constituir la primera Asamblea General autónoma. Sólo el MUNGE participó en los comicios. El gobierno resultante de las elecciones tenía a Bonifacio Ondó como presidente y a Francisco Macías Nguema como vicepresidente y consejero de obras públicas; Rafael Nsué era consejero de Agricultura (sustituido por Agustín Nvé por un asuntillo de corrupción); Antonio Cándido Nnang de Trabajo; Luis Rondo Maguga, de Educación (sustituido por Agustín Eñeso tras su fallecimiento); Gustavo Watson Bueco, de Sanidad; Aurelio Nicolás Ithoa, de Hacienda; Román Borikó Toichoa, de Industria y Minas; y, como consejero de Información y Turimo, Luis Mao Sicachá. Federico Ngomo Nandongo, Dámaso Sima Obono, Enrique Gori Molubela y Evaristo Motede Euchi fueron designados procuradores en las Cortes españolas.
El brazo sindical del MONALIGE, la Unión General de Trabajadores de Guinea Ecuatorial (UGTGE), montó en abril de 1967 una huelga general que pretendía ser una protesta por el régimen imperante, su nivel de corrupción, así como el hecho de que, cada vez con más claridad, se pretendía que fuera una especie de autonomía permanente que, por lo tanto, evitase en la práctica la plena descolonización del territorio.
Este momento de progresiva pérdida de imagen del MUNGE fue el que aprovechó Macías para convertirse en una especie de ala izquierda del partido y tender puentes hacia el MONALIGE y Atanasio Ndongo, quien ya había vuelto del exilio, entre otras cosas, por las gestiones en tal sentido del propio Macías. En un país que comenzaba a conocer las típicas historias de satrapía africanas, tan llenas de vividores y corruptos, Macías se labró una imagen de honrado a carta cabal, de hombre sin vicios (al igual que Hitler, y casi cabría decir que Franco, ni fumaba, ni bebía, ni se le conocían promiscuidades). Finalmente, Ndongo y Macías redactaron un manifiesto conjunto en el que demandaban la total autodeterminación de Guinea.
En España, poco a poco, y como lógica consecuencia de las presiones internacionales, ganaban peso los defensores de esa autodeterminación. España invitó a estudiar el caso guineano a la llamada Comisión de los Veinticuatro, el grupo de la ONU dedicada a la descolonización; e, incluso, se adelantó a la propia ONU (Resolución 2.230) convocando una conferencia constitucional para diseñar la independencia del país. La conferencia comenzó a currar el 30 de octubre de 1967, en la sede del ministerio español de Asuntos Exteriores. En la misma intervinieron personas de la Administración española que serían importantes, tales como Fernando Morán, entonces Director General de África y luego ministro de Asuntos Exteriores con el PSOE; o Rodolfo Martín Villa, que representó al Ministerio de Industria. Por parte guineana participaron 47 personas. Estos representantes guineanos, a partir de un comunicado conjunto del IPGE, el MUNGE y el MONALIGE, se apresuraron a exigir a España que fijase una fecha para la independencia de Guinea anterior al 15 de julio de 1968. No firmaron dicho documento los partidos partidarios de una independencia distinta para la Guinea insular y la continental, es decir la Unión Fernandina y la Unión Bubi.
El avance de la conferencia, suspendida en noviembre de 1967 y recomenzada en febrero de 1968 una vez que quedó claro que la independencia sería sólo una, definió claramente la competencia como líderes guineanos de Ondó y Ndongo. En todo caso, la delegación guineana se aplicó a buscar los servicios de un asesor español; tras varios candidatos, el elegido sería el jurista Antonio García-Trevijano, cuyo papel en dicha conferencia constitucional y, en general, en Guinea, no dejaría de estar exento de polémica, incluso en aquellos años de prensa bajo sedación.
Pero lo más importante de esta segunda cascada constitucional es el papel de Macías. Hasta entonces, don Francisco se había mantenido como lo que era, un político sin ideología definida. En ese momento, sin embargo, y conforme los debates de la conferencia se iban liando, Macías fue destacándose como defensor a ultranza de la independencia. Cuando se opuso frontalmente al proyecto de Constitución elaborado por la conferencia, se convirtió en el principal adalid de la independencia de Guinea. De hecho, se quedó solo en la oposición a dicha Constitución, que consideraba neocolonialista, lo cual le habría de reportar muchos réditos en su país. La fecha de la independencia quedó fijada para el 12 de octubre de 1968. El día de la hispanidad, Guinea dejaría de ser española.
Los enemigos de Macías, partidarios del Sí en el referéndum constitucional, le ganaron dicho referéndum. Pero, en realidad, lo perdieron. La Constitución se aprobó con el 63% de lo votos emitidos, lo cual venía a significar que Macías, que propiamente no tenía partido político detrás, que estaba básicamente solo, haciendo campaña en solitario por el No, podría abrogarse hasta el último voto del 37% que le había seguido.
El 22 de septiembre se realizó la convocatoria de las elecciones presidenciales. España estuvo torpe. Su candidato, obviamente, era Bonifacio Ondó; pero empeñado como estaba Madrid en controlar Guinea empezando por dividir el continente de las islas, se montó un segundo candidato secesionista, Edmundo Bosío Dioco, de la Unión Bubi, que en la práctica dividió los votos de lo que podría denominarse los guineanos españolistas. En realidad, el candidato número dos (tras Ondó) era Atanasio Ndongo. Pero su vivero de votos estaba petado de candidatos, mientras que el de Macías era para él solo. Macías, además, fue muy listo al trabajarse a los disidentes de las formaciones teóricamente poderosas, como ocurrió con algunos dirigentes del MONALIGE. Por su parte Clemente Ateba, y su IPGE, optaron por la neutralidad.
Macías consiguió 36.716 votos, por 31.941 de Bonifacio Ondó, 18.223 de Ndongo y 4.795 de Bosío. En la segunda vuelta, quizá, Ondó creyó la partida ganada. Al fin y al cabo, era el candidato de Madrid. Macías, sin embargo, echó mano de la aritmética más sencilla, y llegó a un acuerdo con Ndongo para obtener su apoyo. Como corolario, la segunda vuelta la ganó Macías por más de 25.000 votos.
Probablemente nadie podía ni imaginarse lo que estaba por llegar.
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