Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
Durante los diez años siguientes, Mao Tse Tung permanecería en la Meseta de la Tierra Amarilla, cerca del Río Amarillo el segundo más caudaloso de China; el único territorio en todo el país en el que los comunistas podían considerarse completamente seguros.
La base comunista de la meseta había sido creada por Liu Chih Tan, un jefe militar local que tenía un ejército de unos 5.000 hombres, es decir, más que lo que tenía Mao en ese momento. Liu era un líder carismático, algo que a todas luces Mao contempló como un problema desde el principio, y es por eso que incluso antes de llegar ya lo estaba criticando. A mediados de septiembre, los mandos comunistas llegaron a la zona coincidiendo con la llegada de 3.400 soldados desde otra zona; e, inmediatamente, comenzaron una purga. Chih Tan, que tenía más medios que sus purgadores, sin embargo, no se resistió. El líder local fue condenado por derechista (por facha, diríamos hoy) y por ser, presuntamente, un espía de los nacionalistas. Chih Tan, que en el fondo era un pringao comunista de ésos que se cree miembro de un partido virtuoso, que si hace las cosas es por algo, decidió, como digo, no resistirse y aceptar disciplinadamente los cargos. Algo que sólo le sirvió para ser acusado de taimado y mentiroso, y acabar en el potro de tortura. Hala, nene, a mamar marxismo. En la represión consiguiente, algunos de los seguidores de Chih fueron enterrados vivos. Éstos son los tipos que luego tienen siempre la palabra “genocidio” en la boca cuando se refieren a los demás. Será por lo bien que lo conocen.
Fue en ese momento en el que llegó Mao a la zona. Se había reservado a sí mismo el papel de poli bueno. A finales de noviembre, como un Stalin en pequeñito, decretó el fin de las detenciones y las condenas, y liberó a Chih Tan. De esta manera, no sólo se cargó al líder comunista local, sino que se aseguró de que éste le lamiese el rabo. Chih Tan, como es lógico, se había convertido en Chi Tón. Mao le excluyó, a él y a los suyos, del mando militar y de la toma de decisiones; y ellos no dijeron nada.
Desde donde estaba y ahora tenía el control, lo fundamental para Mao, sobre todo teniendo en cuenta lo magro de los efectivos comunistas, era construir un corredor hacia la URSS que permitiese el flujo de ayuda militar desde la metrópoli leninista. Para ello, las tropas debían cruzar el Río Amarillo y avanzar hacia el este, hacia la provincia de Shanxi. Desde allí, podían torcer al norte, hacia la Mongolia Exterior, ya controlada por los soviéticos.
La expedición comenzó el mismo mes en que, en España, llegaba al poder el Frente Popular, es decir, febrero de 1936. La expedición fue denominada La Vanguardia Antijaponesa porque, según la propaganda, los comunistas avanzaban hacia los territorios ocupados por los japoneses para enfrentárseles. Pero, vaya, que era una puta mentira. Lo que se encontraron no fue a los nipones, sino a las fuerzas de Kuomintang, que pronto los fueron presionando hacia el oeste, es decir, en dirección contraria. Fue una expedición corta en la cual los comunistas ni se acercaron a Mongolia; pero, sin embargo, tuvo un resultado importante: la muerte de Chih Tan. Tenía 33 años, como Jesucristo. Y, la verdad, no se sabe de qué murió. La historiografía (por llamarla de alguna manera) maoísta siempre ha insistido de que murió en combate, tratando de reservarle la gloria que le negó en vida. Pero son muchos los que creen que tuvo un accidente, no sé si me entendéis. Jamás el líder de una base comunista había muerto en combate y, de hecho, es algo que no volvió a pasar. Pero, vaya, que no hay que ser quisquilloso. Lo mismo es cierto que murió en combate, como lo es que, además, la muerte de uno de sus comandantes, Yang Qi, pocas semanas después; y del otro, Yang Sen, menos de medio año después, es una pura casualidad. En ese caso, tendremos que admitir que Mao tomó el control de la base de Shaanxi porque no tuvo más remedio, ante la desgracia inesperada de que todos los mandos de dicha base hubiesen muerto.
Por lo que toca a los blancos, Chiang Kai Shek había dejado bien clara su estrategia: quería que los comunistas se quedasen quietos en Shaanxi y dejasen de dar por culo. Para llevar a cabo esta labor confió en un antiguo señor de la guerra manchú, Chang Hsueh Liang, que es conocido en los libros históricos como El Joven Mariscal. Liang tenía su cuartel general en Xian, que es precisamente la capital de la provincia de Shaanxi, a unos 300 kilómetros al sur de Mao y los suyos.
Centrado siempre en el proyecto de obtener armas de la URSS, Mao sabía que había dos zonas de China desde donde los soviéticos podían hacer pasar su ayuda: Xinjiang, que estaba a unos 1.000 kilómetros al noroeste de donde estaba Mao; y la Mongolia Exterior, que estaba más cerca (unos 500 kilómetros), y es por eso que era el objetivo que Mao había intentado. Ambas rutas las taponaba el Joven Mariscal, que contaba con 300.000 soldados.
El Joven Mariscal se llamaba así porque había heredado el oficio de su padre, el Viejo Mariscal. El padre había sido asesinado en 1928. Siempre se ha dicho que fue asesinado por los japoneses; pero los japoneses suelen retrucar con la teoría de que, en realidad, fue Stalin quien ordenó su asesinato, a través del hombre que organizó el de Leon Trotsky a manos del español Ramón Mercader; es decir, Naim Eitingon. El Joven Mariscal había colocado sus tropas bajo el mando nacionalista y, en 1931 abandonó Manchuria con 200.000 soldados cuando llegaron los japoneses.
La fidelidad de Chang Hsueh Liang, sin embargo, era tan cuestionable como la de cualquier otro señor de la guerra. Para él, el nacionalismo del Kuomintang era sólo la franquicia que le permitía vender hamburguesas; y, de hecho, el Joven Mariscal se consideraba suficientemente poderoso, y suficientemente inteligente, para, lejos de obedecer a Chiang, sustituirlo. Liang se aproximó por iniciativa propia a los soviéticos, e intentó visitar la URSS, aunque los comunistas no le dejaron entrar en el país. Por otro lado, Liang era un gran admirador del fascismo europeo y, de hecho, tenía vínculos muy amistosos con la familia Mussolini.
El PCC lo había
considerado en agosto de 1935 un traidor; sin embargo, ahora que era
vecino de Mao, y que ambos líderes comenzaron a tener contactos, los
comunistas, con el mismo desparpajo con que siempre habían dicho que
nunca aprobarían una amnistía aquel tipo era caca,
ahora dijeron que no, que el chaval valía mucho. Liang viajó a
Shanghai y Nanjing, en secreto, para tener entrevistas con asesores
soviéticos. Dejó claro en dichas entrevistas que estaba preparado
para iniciar una alianza con los comunistas chinos y declarar la
guerra a Japón; algo que Chiang no había hecho. A cambio, quería
que los soviéticos le avalasen para sustituir a Chiang al frente del
país.
La oferta era atractiva para Stalin. El principal interés del camarada secretario general era obligar a los japoneses a olvidarse de los territorios soviéticos en el Asia extrema, lo cual podía conseguir si se tenían que enfangar en una guerra en la China profunda. Para estos planes, Chiang Kai Shek no les servía. El líder nacionalista quería pararle los pies a los nipones; pero en modo alguno quería declararles la guerra. Simplemente, pensaba que un conflicto de esas características, China no podía ganarlo. Así las cosas, aprovechó el hecho de que China es en sí misma un pequeño continente, lo que le permitió mantener una actitud guerrera de baja intensidad, que era lo que quería.
Así las cosas, la propuesta de El Joven Mariscal era atractiva para Stalin; el problema, sin embargo, era que Stalin no se fiaba de aquel chino. No se fiaba de que su oferta fuese cierta; pero es que, además, no veía en él a un líder militar capaz de alzar la China toda contra los japoneses. Sin embargo, sí decidió que era bueno conservar aquel comodín, por lo que le mandaron mensajes en los que le instaron a generar vínculos sólidos con el PCC.
Mao era mucho menos escéptico que sus jefes soviéticos. Para él, El Joven Mariscal presentaba una gran oportunidad de alianza contra Chiang. A Mao incluso le hacía pandán la idea que sabía que tenía su nuevo amigo de convertirse en un presidente nacionalista de China; porque, en ese caso, se veía a sí mismo como el hombre que manejaría el poder en la sombra; o sea: Mao tenía la imagen de sí mismo que Yolanda Díaz tiene de sí misma. Así las cosas, Mao instruyó a su negociador, Li Ke, para que le dejase bien claro al mariscal que apoyaba su idea de ser el presidente nacionalista de China.
El Joven Mariscal, sin embargo, conocía el mojo. No era la primera vez que hacía una ouija, ni él ni su padre, y sabía que la palabra de Mao no valía nada; es lo que tiene mentir a todo el mundo todo el rato. Por lo tanto, le exigió a Li Ke que le trajese garantías de que los soviéticos pensaban lo mismo que lo que Mao decía pensar. Es muy posible que Mao se gastase en la defensa de esa posibilidad, porque el hecho es que, en enero de 1936, un enigmático pastor Dong se presentó en los predios de Chang Hsueh Liang llegado de Shanghai. Dong había sido, efectivamente, curita en los años veinte; pero ahora era un celestino comunista. Dong le contó a Liang que era el chaperón de los hijos de Mao, y que en ese momento estaba diseñando la operación para llevarlos a la URSS, para que se educaran allí; le propuso que adjuntase a algún subordinado suyo a la expedición.
Mao había tenido tres hijos de su segunda esposa, Kai Hui, de quien ya sabemos que fue ejecutada por los nacionalistas en 1930. Efectivamente, tras dicha ejecución, los niños habían sido llevados a Shanghai, donde los comunistas locales clandestinos se hicieron cargo de ellos. An Long, el más pequeño de todos, a pesar de que su apellido tal vez le anunciaba una larga vida cuando menos en inglés, murió a los pocos meses de llegar a Shanghai. Quedaron An Ying y An Ching, viviendo una vida bastante incómoda. No eran muy felices en su hogar, que era el de Dong, aunque sólo a medias; era el de la ex mujer de Dong, con quien el ex curita había dejado a los monstruitos. Efectivamente, Moscú había decidido traerse a los niños a la URSS, donde por lo menos podrían escolarizarse. Obviamente, teniendo en cuenta casos como el del hijo de Chiang Kai Shek, también está bastante claro que Stalin (que supervisó la operación personalmente) tenía interés en retener dos rehenes más. Mao, en todo caso, no puso objeción alguna.
La propuesta fue muy bien recibida por El Joven Mariscal. El 26 de junio, los niños, junto con el representante de Liang, viajaron en barco hasta Marsella. Su objetivo era conseguir en París sus visas para viajar a la URSS.
Aquel mismo mes de junio, dos provincias de la China meridional: Guangdong y Guangxi, formaron una alianza anti-Chiang. Mao vio el cielo abierto, y trató de convencer a Hsueh de hacer lo mismo en el noroeste, y declarar un Estado rebelde, en plan monjas clarisas. El Joven Mariscal, sin embargo, era hostil a una operación que involucraba sólo a una parte de China; y, además, en Moscú la idea cayó como torrezno con jalapeños en estómago ulcerado. En el fondo, Stalin y Hsueh tenían el mismo planteamiento: ambos querían una China unificada. Para colmo, la rebelión en el sur era una flus, y se fue a la mierda en unos pocos días.
El 15 de agosto, Moscú le envió al cuartel general comunista una famosa instrucción en la que les decía que dejasen de tratar a Chiang Kai Shek como un enemigo, y que buscasen vías para colaborar con él. Dicho de otra manera: la prioridad era consolidar un mando unificado en toda China, algo que el Kuomintang podía conseguir y el comunismo, no. Ya llegaría el momento de darle la vuelta a esa tortilla. Es decir: de nuevo lo que podemos denominar la “estrategia Yolanda Díaz”.
“Debéis trabajar”, decía la instrucción, “por el cese de hostilidades entre el Ejército Rojo y el de Chiang Kai Shek, y por un acuerdo para luchar conjuntamente contra los japoneses; todo debe quedar subordinado a la causa anti japonesa”.
Obedientes, los comunistas comenzaron conversaciones en septiembre para la creación de un Frente Unido. De esta manera, China venía a unirse a la estrategia dictada por Stalin desde algunos años antes; estrategia que en España, usando la terminología que aquí se aplicó, solemos llamar estrategia de frentes populares o de alianzas con la burguesía. La URSS había decretado el final de la idea de la lucha del socialismo mediante el enfrentamiento permanente con las fuerzas burguesas, modificada hacia una estrategia de alianzas puramente estratégicas con otras fuerzas obreras y con las fuerzas burguesas que fuesen lo bastante maulas como para no darse cuenta de que los comunistas iban de marrón cuando se decían defensores de la democracia y las libertades públicas (maulas como Azaña, sin ir más lejos). Había, pues, llegado el momento, que de alguna manera no ha terminado todavía, sobre todo en el tajo occidental del mundo, de identificar ser comunista con ser más demócrata que nadie.
Los comunistas, como digo, aceptaron esta estrategia sin un ay. Pero se la ocultaron al Joven Mariscal, conscientes de que no era muy consistente con sus objetivos, que ellos habían dicho apoyar. Esto tiene su sentido. En el marco de la alianza Hsueh-Mao, las fuerzas de El Joven Mariscal suponían un gran refuerzo para el Ejército Rojo; y Stalin, aunque lógicamente quería que los comunistas chinos se amigasen con el Kuomintang, de forma alguna había olvidado el objetivo de reforzar sus propias posiciones militares en China. De hecho, en septiembre de 1936 ordenó un importante envío de armas a través de Mongolia.
Tantas referencias metidas con calzador al gobierno actual de España parecen obedecer a no aceptar el resultado de las elecciones. Asúmelo o acabarás con una úlcera de estómago.
ResponderBorrarEl autor de este blog escribe lo que le da la gana. Si no le gusta, cierre al salir.
BorrarY los lectores a su vez opinamos lo que nos viene en gana. Mejore su tolerancia a las opiniones de los demás y cierre cuando salga.
BorrarNo, si yo tolero tu opinión. Lo que no pienso es hacerle caso.
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